Miércoles, 30 de agosto de 2017
De cómo un relato íntimo
trajo consuelo á mucha gente.
EL ANGEL DE LOS PADRES AFLIGIDOS
trajo consuelo á mucha gente.
EL ANGEL DE LOS PADRES AFLIGIDOS
Por BARBARA SANDE DIMMITT
Evans quería que su libro fuese un mensaje de amor para sus hijas y de consuelo
para su madreEN 1993 APARECIÓ en varias librerías de Salt Lake City, Utah, The Christmas Box ("La caja de Navidad"), delgado volumen de un escritor primerizo, acerca de un padre obsesionado por el trabajo, que descuida a su familia, sobre todo a su hija. Sin embargo, una Navidad se transforma al conocer a una anciana cuya única hija había muerto de pequeña.
En el curso de los años, la mujer se había consolado escribiéndole cartas a su pequeña, las cuales guardaba en una caja de madera que tenía tallada una escena de la Natividad. Conmovido por la pena y el amor inagotable de la anciana, el hombre comprende lo ciego que ha estado ante la bendición que representa su familia, y promete volverse el padre amoroso que ésta merece.
para su madreEN 1993 APARECIÓ en varias librerías de Salt Lake City, Utah, The Christmas Box ("La caja de Navidad"), delgado volumen de un escritor primerizo, acerca de un padre obsesionado por el trabajo, que descuida a su familia, sobre todo a su hija. Sin embargo, una Navidad se transforma al conocer a una anciana cuya única hija había muerto de pequeña.
En el curso de los años, la mujer se había consolado escribiéndole cartas a su pequeña, las cuales guardaba en una caja de madera que tenía tallada una escena de la Natividad. Conmovido por la pena y el amor inagotable de la anciana, el hombre comprende lo ciego que ha estado ante la bendición que representa su familia, y promete volverse el padre amoroso que ésta merece.
Cuando
el autor, Richard Paul Evans, escribió el último párrafo, Pensó que
estaba poniendo punto final a un relato íntimo a través del cual quería
expresar el profundo cariño que les tenía a sus hijas. No sospechaba
todas las consecuencias que su publicación iba a tener.
Cuando
el autor, Richard Paul Evans, escribió el último párrafo, pensó que
estaba poniendo punto final a un relato íntimo a través del cual quería
expresar el profundo cariño que les tenía a sus hijas. No sospechaba todas las consecuencias que su publicación iba a tener.
Mensaje de amor
Mensaje de amor
RICHARD
PAUL EVANS estaba rendido física y moralmente. Era noviembre de 1992, y
este publicista, radicado en Salt Lake City, llevaba varios meses
trabajando jornadas de 18 horas, lo que había afectado su vida familiar.
Era un esposo y padre afectuoso, y lamentaba el tiempo que les había
robado a sus hijas, Jenna, de seis años, y Allyson, de cuatro.
La Navidad estaba cerca y Richard ansiaba expresarles cuánto las quería. A ellas les encantaba que papá les leyera cuentos, así que un libro escrito por él sería el regalo perfecto.
Richard esbozó la historia de un padre que se dedica en cuerpo y alma al trabajo, quitándole atención a su familia, pero mientras lo hacía le venían a la mente inquietantes imágenes de una mujer que lloraba a una hija muerta. ¿Qué tenía que ver eso con su relato? Una noche, al evocar un borroso recuerdo de su niñez, halló la respuesta.
Cuando tenía cuatro años, vio a su madre, June, llorando en silencio en su cuarto, y le preguntó qué tenía.
—Es que hoy habría sido el cumpleaños de Sue —le contestó ella.
El pequeño sabía que hacía dos años su madre había dado a luz a una niña muerta. Con la comprensión propia de su edad, Richard le dio un abrazo a su madre.
En adelante, el tema de Sue casi no volvió a tocarse. El padre de Richard tenía una gran familia que mantener y se enfrascó en el negocio de construcción que tenía; si le pesaba la pérdida de su hija, no lo demostraba. En cambio, el penar de su madre era evidente para Richard.
Aunque habían pasado más de 25 años desde entonces, Richard no podía dejar de pensar en la hermana a la que no había conocido, y comprendió cómo encajaría ella en el libro. Escribiría una historia sobre las dos tragedias de la paternidad: la pérdida repentina de un hijo debida a la muerte, y la otra pérdida, paulatina, debida al descuido.
Era un tema lúgubre, pero Richard estaba inspirado, y escribió lo que quería que fuese un testimonio de amor para sus hijas y un mensaje de consuelo para su madre.
Para terminar el libro buscó una imagen que representara vívidamente el dolor que siente un padre ante la pérdida de un hijo, y se acordó de algo que le había contado una vecina anciana: que cuando era niña iba a jugar al cementerio de la ciudad, y todos los días veía llegar a una mujer y llorar al pie de la estatua de un ángel, que señalaba la tumba de un niño.
La fidelidad de esa madre y el tierno simbolismo del ángel dejaron una honda huella en Richard, que, luego de hacer algunas correcciones, agregó la imagen al relato.
El pequeño manuscrito superó las expectativas del autor durante la celebración familiar de Nochebuena. Richard tomó una copia y se la mostró a su madre señalando la dedicatoria: "A Sue".
—Mamá, creo que ella me inspiró esta historia para ti —le dijo.
June Evans estrechó a su hijo entre sus brazos y le dio las gracias, emocionada, mientras su esposo, David, los miraba en silencio.
Más tarde, Jenna y Allyson escucharon la historia, embelesadas, de boca de su padre. Satisfecho con la acogida que tuvo el relato en la familia, Richard puso el manuscrito en una repisa para tenerlo a la mano si las niñas querían que se lo volviera a leer.
Con todo, hubo más repercusiones: las fotocopias encuadernadas que Evans dio a la familia circularon también entre los amigos, y al poco tiempo el autor empezó a recibir llamadas de desconocidos que querían decirle lo mucho que había significado para ellos leer el texto. Más tarde, las librerías de la ciudad le pidieron ejemplares para vender.
A instancias de los lectores, Richard envió copias del manuscrito a las editoriales de la ciudad, pero éstas lo rechazaron, así que, en agosto de 1993, él y su mujer, Keri,destinaron sus ahorros a publicar 8000 ejemplares por su cuenta. No imaginaban que el libro iba a ser un éxito de ventas y les atraería ofertas de las mayores editoriales neoyorquinas.
Liberación
AL LLEGAR noviembre, las ventas en Salt Lake City iban en aumento, y Richard asistía con regularidad a presentaciones en las las librerías para autografiar ejemplares. En uno de esos actos se le acercó una señora de mirada triste.
—e Quiere que le autografíe el libro? preguntó Richard
—Ya lo leí, y me parece que usted no es tan mayor para ser el protagonista —repuso ella—. Esta historia no es verdadera.
—Tiene razón: es una ficción literaria.
—¡Cuánto me habría gustado llevarle una flor al ángel! —dijo el voz baja, y se marchó.
Richard se quedó sin habla. Había sabido al instante lo que afligia a esa mujer. En casi todas las presentaciones veía personas con la misma expresión, que le hablaban de la muerte de un hijo, y del profundo consuelo que les había traído el libro. Para la mayoría, el pasaje del ángel de piedra era particularmente liberador. A Richard no se le había ocurrido que la falta de la estatua pudiera resultarles dolorosa a esos lectores.
Preocupado, le contó al distribuidor del libro la conversación que había tenido con la mujer, y un vendedor que alcanzó a oírlo le dijo que recibían muchas llamadas de gente que preguntaba por el ángel.
Ante tanta insistencia, el propio Richard quiso saber dónde estaba la estatua, y le pidió a su vecina que le mostrara el lugar, pero al llegar a la parte del cementerio que ella recordaba, no encontraron más que lápidas. Si 70 años atrás había habido allí una estatua, hacía mucho que había desaparecido.
Lo que al principio no fue para Richard más que un bonito recurso literario, había resultado demasiado atractivo. Conforme aumentaba el público del libro, más personas de todo Estados Unidos acudían a Salt Lake City en busca de consuelo, y no lo encontraban. Richard comprendió que no le quedaba más remedio que erigir la estatua de un ángel para que los dolientes pudieran ir a visitarlo y hallar consuelo.
—¡Es una magnífica idea! —le dijo su madre cuando él le contó su plan—. Yo nunca he tenido un sitio donde llorar a Sue. No la enterraron.
Así era antes. Tal vez pensaban que de ese modo sería más fácil que tu padre y yo la olvidáramos.
Richard no sabía cómo reaccionaría él ante semejante pérdida, pero se daba cuenta de que, hacía 30 años, su padre debía de haber sido un espectador más que un participante en el parto, y habría tenido que ser fuerte ante la muerte de su hija.
En ese entonces David Evans, que tenía siete hijos y estaba en deuda con sus padres, estudiaba la carrera de trabajo social para tener ingresos más constantes que los que percibía en la construcción. Quizá estaba tan preocupado por la salud de su esposa y las necesidades de su familia, que reprimió el impulso de llorar la muerte de su hija.
La herida de June, en cambio, seguía abierta. El silencio y el aislamiento preservaban y hasta aumentaban el sentimiento de pérdida.
Símbolo de consuelo
CONVENCIDo de que su madre y muchas otras personas necesitaban un lugar donde consolarse, Richard se puso a buscar la estatua apropiada, y en septiembre de 1994 recurrió al escultor Ortho Fairbanks. Resultó que él y su esposa tenían un motivo para colaborar en el proyecto: ellos también habían perdido un hijo.
Richard les describió la estatua que tenía pensada —una figura de niño con alas de ángel— y les dijo que quería celebrar una ceremonia de dedicación a principios de diciembre. El escultor le explicó que si era de piedra podía llevarle años; que la mejor opción era hacerla de bronce con una pátina que imitara la piedra. Aunque incluso ese trabajo podía tardar de seis meses a un año, prometió acabar a tiempo.
Fairbanks cumplió su palabra. Le pidió ayuda a su hijo, también escultor, y ambos trabajaron día y noche. Mientras tanto, Richard y el cuidador del cementerio encontraron el terreno donde pondrían la estatua. El ángel estuvo listo dos días antes del plazo convenido.
La tarde del 6 de diciembre de '41994, a pesar de la lluvia y la nieve, Una procesión demás de 400 personas subió la cuesta que lleva al monumento, con pequeñas velas encendidas en las manos. Mientras algunos dignatarios de la ciudad pronuciaban discursos, ningun asistentes podía apartar la vista del ángel.
Era un poco mayor que diseño natural y descansaba sobre un pedestal de granito. Dos reflelctores le iluminaban desde abajo los brazos extendidos hacia delante y el rostro dirigido al cielo. Quienes se encontraban más cerca alcanzabana ver la palabra "Esperanza" grabada en el ala derecha.
"Los ángeles te guardan, hijo mío", cantó un coro de niños. "Te librarán de todo daño y despertarás en mis brazos".
Luego llegó el momento que Richard esperaba desde hacía meses. Su madre se acercó al ángel llevando una rosa blanca en la mano, se arrodilló y depositó la flor a sus pies. A Richard se le humedecieron los ojos. Al cabo de unos instantes, June se levantó con expresión de alivio, y su hijo le dio un abrazo.
—¡Al fin tenemos un lugar para Sue! —exclamó ella.
A continuación la gente empezó a desfilar ante el ángel depositando flores blancas sobre el pedestal y sobre los brazos, hasta colmarlos. Al pie del monumento también dejaban juguetes, fotografías y otros recuerdos de sus hijos difuntos.
La Navidad estaba cerca y Richard ansiaba expresarles cuánto las quería. A ellas les encantaba que papá les leyera cuentos, así que un libro escrito por él sería el regalo perfecto.
Richard esbozó la historia de un padre que se dedica en cuerpo y alma al trabajo, quitándole atención a su familia, pero mientras lo hacía le venían a la mente inquietantes imágenes de una mujer que lloraba a una hija muerta. ¿Qué tenía que ver eso con su relato? Una noche, al evocar un borroso recuerdo de su niñez, halló la respuesta.
Cuando tenía cuatro años, vio a su madre, June, llorando en silencio en su cuarto, y le preguntó qué tenía.
—Es que hoy habría sido el cumpleaños de Sue —le contestó ella.
El pequeño sabía que hacía dos años su madre había dado a luz a una niña muerta. Con la comprensión propia de su edad, Richard le dio un abrazo a su madre.
En adelante, el tema de Sue casi no volvió a tocarse. El padre de Richard tenía una gran familia que mantener y se enfrascó en el negocio de construcción que tenía; si le pesaba la pérdida de su hija, no lo demostraba. En cambio, el penar de su madre era evidente para Richard.
Aunque habían pasado más de 25 años desde entonces, Richard no podía dejar de pensar en la hermana a la que no había conocido, y comprendió cómo encajaría ella en el libro. Escribiría una historia sobre las dos tragedias de la paternidad: la pérdida repentina de un hijo debida a la muerte, y la otra pérdida, paulatina, debida al descuido.
Era un tema lúgubre, pero Richard estaba inspirado, y escribió lo que quería que fuese un testimonio de amor para sus hijas y un mensaje de consuelo para su madre.
Para terminar el libro buscó una imagen que representara vívidamente el dolor que siente un padre ante la pérdida de un hijo, y se acordó de algo que le había contado una vecina anciana: que cuando era niña iba a jugar al cementerio de la ciudad, y todos los días veía llegar a una mujer y llorar al pie de la estatua de un ángel, que señalaba la tumba de un niño.
La fidelidad de esa madre y el tierno simbolismo del ángel dejaron una honda huella en Richard, que, luego de hacer algunas correcciones, agregó la imagen al relato.
El pequeño manuscrito superó las expectativas del autor durante la celebración familiar de Nochebuena. Richard tomó una copia y se la mostró a su madre señalando la dedicatoria: "A Sue".
—Mamá, creo que ella me inspiró esta historia para ti —le dijo.
June Evans estrechó a su hijo entre sus brazos y le dio las gracias, emocionada, mientras su esposo, David, los miraba en silencio.
Más tarde, Jenna y Allyson escucharon la historia, embelesadas, de boca de su padre. Satisfecho con la acogida que tuvo el relato en la familia, Richard puso el manuscrito en una repisa para tenerlo a la mano si las niñas querían que se lo volviera a leer.
Con todo, hubo más repercusiones: las fotocopias encuadernadas que Evans dio a la familia circularon también entre los amigos, y al poco tiempo el autor empezó a recibir llamadas de desconocidos que querían decirle lo mucho que había significado para ellos leer el texto. Más tarde, las librerías de la ciudad le pidieron ejemplares para vender.
A instancias de los lectores, Richard envió copias del manuscrito a las editoriales de la ciudad, pero éstas lo rechazaron, así que, en agosto de 1993, él y su mujer, Keri,destinaron sus ahorros a publicar 8000 ejemplares por su cuenta. No imaginaban que el libro iba a ser un éxito de ventas y les atraería ofertas de las mayores editoriales neoyorquinas.
Liberación
AL LLEGAR noviembre, las ventas en Salt Lake City iban en aumento, y Richard asistía con regularidad a presentaciones en las las librerías para autografiar ejemplares. En uno de esos actos se le acercó una señora de mirada triste.
—e Quiere que le autografíe el libro? preguntó Richard
—Ya lo leí, y me parece que usted no es tan mayor para ser el protagonista —repuso ella—. Esta historia no es verdadera.
—Tiene razón: es una ficción literaria.
—¡Cuánto me habría gustado llevarle una flor al ángel! —dijo el voz baja, y se marchó.
Richard se quedó sin habla. Había sabido al instante lo que afligia a esa mujer. En casi todas las presentaciones veía personas con la misma expresión, que le hablaban de la muerte de un hijo, y del profundo consuelo que les había traído el libro. Para la mayoría, el pasaje del ángel de piedra era particularmente liberador. A Richard no se le había ocurrido que la falta de la estatua pudiera resultarles dolorosa a esos lectores.
Preocupado, le contó al distribuidor del libro la conversación que había tenido con la mujer, y un vendedor que alcanzó a oírlo le dijo que recibían muchas llamadas de gente que preguntaba por el ángel.
Ante tanta insistencia, el propio Richard quiso saber dónde estaba la estatua, y le pidió a su vecina que le mostrara el lugar, pero al llegar a la parte del cementerio que ella recordaba, no encontraron más que lápidas. Si 70 años atrás había habido allí una estatua, hacía mucho que había desaparecido.
Lo que al principio no fue para Richard más que un bonito recurso literario, había resultado demasiado atractivo. Conforme aumentaba el público del libro, más personas de todo Estados Unidos acudían a Salt Lake City en busca de consuelo, y no lo encontraban. Richard comprendió que no le quedaba más remedio que erigir la estatua de un ángel para que los dolientes pudieran ir a visitarlo y hallar consuelo.
—¡Es una magnífica idea! —le dijo su madre cuando él le contó su plan—. Yo nunca he tenido un sitio donde llorar a Sue. No la enterraron.
Así era antes. Tal vez pensaban que de ese modo sería más fácil que tu padre y yo la olvidáramos.
Richard no sabía cómo reaccionaría él ante semejante pérdida, pero se daba cuenta de que, hacía 30 años, su padre debía de haber sido un espectador más que un participante en el parto, y habría tenido que ser fuerte ante la muerte de su hija.
En ese entonces David Evans, que tenía siete hijos y estaba en deuda con sus padres, estudiaba la carrera de trabajo social para tener ingresos más constantes que los que percibía en la construcción. Quizá estaba tan preocupado por la salud de su esposa y las necesidades de su familia, que reprimió el impulso de llorar la muerte de su hija.
La herida de June, en cambio, seguía abierta. El silencio y el aislamiento preservaban y hasta aumentaban el sentimiento de pérdida.
Símbolo de consuelo
CONVENCIDo de que su madre y muchas otras personas necesitaban un lugar donde consolarse, Richard se puso a buscar la estatua apropiada, y en septiembre de 1994 recurrió al escultor Ortho Fairbanks. Resultó que él y su esposa tenían un motivo para colaborar en el proyecto: ellos también habían perdido un hijo.
Richard les describió la estatua que tenía pensada —una figura de niño con alas de ángel— y les dijo que quería celebrar una ceremonia de dedicación a principios de diciembre. El escultor le explicó que si era de piedra podía llevarle años; que la mejor opción era hacerla de bronce con una pátina que imitara la piedra. Aunque incluso ese trabajo podía tardar de seis meses a un año, prometió acabar a tiempo.
Fairbanks cumplió su palabra. Le pidió ayuda a su hijo, también escultor, y ambos trabajaron día y noche. Mientras tanto, Richard y el cuidador del cementerio encontraron el terreno donde pondrían la estatua. El ángel estuvo listo dos días antes del plazo convenido.
La tarde del 6 de diciembre de '41994, a pesar de la lluvia y la nieve, Una procesión demás de 400 personas subió la cuesta que lleva al monumento, con pequeñas velas encendidas en las manos. Mientras algunos dignatarios de la ciudad pronuciaban discursos, ningun asistentes podía apartar la vista del ángel.
Era un poco mayor que diseño natural y descansaba sobre un pedestal de granito. Dos reflelctores le iluminaban desde abajo los brazos extendidos hacia delante y el rostro dirigido al cielo. Quienes se encontraban más cerca alcanzabana ver la palabra "Esperanza" grabada en el ala derecha.
"Los ángeles te guardan, hijo mío", cantó un coro de niños. "Te librarán de todo daño y despertarás en mis brazos".
Luego llegó el momento que Richard esperaba desde hacía meses. Su madre se acercó al ángel llevando una rosa blanca en la mano, se arrodilló y depositó la flor a sus pies. A Richard se le humedecieron los ojos. Al cabo de unos instantes, June se levantó con expresión de alivio, y su hijo le dio un abrazo.
—¡Al fin tenemos un lugar para Sue! —exclamó ella.
A continuación la gente empezó a desfilar ante el ángel depositando flores blancas sobre el pedestal y sobre los brazos, hasta colmarlos. Al pie del monumento también dejaban juguetes, fotografías y otros recuerdos de sus hijos difuntos.
Richard volvió a mirar a su madre. El regalo que había querido hacerle estaba completo, y sentía que era el momento más feliz de su vida. Entonces miró a su padre y vio que le corrían lágrimas por las mejillas. En su expresión se adivinaba toda una vida de sufrimiento contenido. Así, rodeados de desconocidos a los que reunía un dolor común, David y June Evans se fundieron en un abrazo. Sobre ellos se cernía el ángel, lustroso por el agua que lo cubría_
Se han vendido más de 7 millones de ejemplares emplares de The Christmas Box en 17 idiomas. Richard Paul Evans ha escrito otras cuatro novelas de éxito, entre ellas The Looking Glass ("El espejo"). June Evans ahora habla abiertamente de la muerte de su hija, para consolar a otros padres que han sufrido la misma pérdida. David Evans dirige una institución para niños maltratados y abandonados que su hijo fundó con las regalías que le han dejado sus libros. El ángel de bronce recibe más de 1200 visitas al año.
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