Sábado, 22 de octubre de 2016
PERROS DE GUERRA 1945
EN LOS DÍAS PLÁCIDOS en que la
guerra no había llegado aún a este lado del Atlántico, vivía
en Pleasantville, a pocos kilómetros de Nueva York, un perro llamado Chips.
Por su raza, era mitad perro de ganado escocés y mitad perro esquimal; por su buena índole, gran amigo y compañero de juegos de
los niños de la casa. Como, por otra parte, recelaba instintivamente
de toda persona extraña, sus amos juzgaron, cuando sobrevino la guerra, que
sería animal muy apropiado para el Ejército, y lo pusieron a la disposición de
las autoridades militares. Fuése, pues, Chips,
dejando tan afligidos como orgullosos a los niños, y vacía la perrera,
en la cual colgaron ellos una de esas
banderolas en que hay una estrella por cada persona de la familia que
esté en filas.
Pasaron unos meses. Un día recibieron los amos de Chips noticias del perro. Estaba en Europa, hecho todo un héroe. En la noche del 10 de julio de 1943, había desembarcado en la costa de Sicilia, con el soldado que le dió el Ejército por amo: John R. Rowell, de Arkansas. Ambos empezaron a internarse en la isla. Llevarían andados cuatrocientos metros, cuando abrieron contra ellos fuego de ametralladora, desde una choza. El perro salió disparado. He aquí cómo cuenta el soldado Rowell lo que sucedió después:
«Veo a Chips entrarse a la choza. Oigo un gran alboroto. Van saliendo luego Chips y un hombre al cual trae sujeto por la garganta. Grito al perro, para que lo suelte antes que lo estrangule allí mismo. En seguida asoma el otro sirviente de la ametralladora, con las manos en alto. Los tomo a él y al compañero prisioneros, y me vuelvo a reunirme con nuestra gente.»
Más de un centinela habría sido sorprendido y estrangulado a no ser por el vigilante arrojo del perro que estaba de facción con él; muchas patrullas de reconocimiento hubieran caído en la emboscada enemiga, sin el perro cuyo finísimo olfato advirtió a tiempo el peligro que corrían. Véase un caso.
En la campaña del África del Norte, el perro Lad y su amo estaban de centinela en una avanzada. La noche era tenebrosa. Agazapados uno cerca del otro, hombre y perro, tendiendo ansiosamente el oído, oteaban la negra oscuridad que los envolvía. De pronto, el hombre dió un tirón del cordel que llevaba atado a la muñeca izquierda, y el otro extremo del cual se hallaba atado también a la de otro centinela que, a varios cientos de metros, velaba el sueño de la tropa allí acampada. Este segundo centinela, después de contestar, tirando a su vez del cordel, a la señal recibida, dió inmediatamente la alarma. Con esto, el enemigo, que había ido avanzando sigilosamente, erró el golpe y quedó derrotado.
¿Cómo cayó el primer centinela en la cuenta y pudo dar, así, el aviso salvador? Porque Lad, barruntando la presencia del enemigo cuando éste se hallaba aún a 800 metros, había advertido de ella a su amo, quedando en la actitud de1 perro de muestra: inmóvil y apuntando con el hocico al lugar de donde amenazaba el peligro.
1,as fuerzas norteamericanas de las islas del sudoeste del Pacífico emplean en la descubierta perros que, adelantándose a las tropas, les indican la posición de tiradores apostados o de patrullas que, de otro modo, habrían pasado inadvertidos.La dotación de un aeroplano acampada en una selva de las islas Salomón, debió la vida a Jojo, el pachón que le advirtió a tiempo el avance de una patrulla enemiga. El arisco Hey, mixto de chow y perro de ganado alemán, selló con sus ladridos la suerte del tirador japonés que se acercaba, a favor de la espesura, a un puesto avanzado de Guadalcanal.-Otro perro, Bronco, guió a la policía militar hasta la playa donde un aviador japonés trataaba de huir a nado.
Durante 1943, el cuerpo de Administración Militar norteamericano dirigió el adiestramiento de unos 40.000 perros escogidos, que se repartieron en cinco grandes centros de instrucción. Antes de empezar a recibirla, el perro pasa por las pruebas de aptitud mediante las cuales se determina para qué clase de servicio está mejor dotado. El 85 por ciento de las perros que emplea el Ejército se destinan a hacer centinela y al asalto. Para esto, se les adiestra en rastrear las posiciones del enemigo y en atacar a sus soldados. Otros, los del servicio de Transmisiones, aprenden a tender los alambres del teléfono y el telégrafo de campaña, y a llevar mapas, ordenes o partes, del frente de combate a retaguardia y viceversa.
Pasaron unos meses. Un día recibieron los amos de Chips noticias del perro. Estaba en Europa, hecho todo un héroe. En la noche del 10 de julio de 1943, había desembarcado en la costa de Sicilia, con el soldado que le dió el Ejército por amo: John R. Rowell, de Arkansas. Ambos empezaron a internarse en la isla. Llevarían andados cuatrocientos metros, cuando abrieron contra ellos fuego de ametralladora, desde una choza. El perro salió disparado. He aquí cómo cuenta el soldado Rowell lo que sucedió después:
«Veo a Chips entrarse a la choza. Oigo un gran alboroto. Van saliendo luego Chips y un hombre al cual trae sujeto por la garganta. Grito al perro, para que lo suelte antes que lo estrangule allí mismo. En seguida asoma el otro sirviente de la ametralladora, con las manos en alto. Los tomo a él y al compañero prisioneros, y me vuelvo a reunirme con nuestra gente.»
Más de un centinela habría sido sorprendido y estrangulado a no ser por el vigilante arrojo del perro que estaba de facción con él; muchas patrullas de reconocimiento hubieran caído en la emboscada enemiga, sin el perro cuyo finísimo olfato advirtió a tiempo el peligro que corrían. Véase un caso.
En la campaña del África del Norte, el perro Lad y su amo estaban de centinela en una avanzada. La noche era tenebrosa. Agazapados uno cerca del otro, hombre y perro, tendiendo ansiosamente el oído, oteaban la negra oscuridad que los envolvía. De pronto, el hombre dió un tirón del cordel que llevaba atado a la muñeca izquierda, y el otro extremo del cual se hallaba atado también a la de otro centinela que, a varios cientos de metros, velaba el sueño de la tropa allí acampada. Este segundo centinela, después de contestar, tirando a su vez del cordel, a la señal recibida, dió inmediatamente la alarma. Con esto, el enemigo, que había ido avanzando sigilosamente, erró el golpe y quedó derrotado.
¿Cómo cayó el primer centinela en la cuenta y pudo dar, así, el aviso salvador? Porque Lad, barruntando la presencia del enemigo cuando éste se hallaba aún a 800 metros, había advertido de ella a su amo, quedando en la actitud de1 perro de muestra: inmóvil y apuntando con el hocico al lugar de donde amenazaba el peligro.
1,as fuerzas norteamericanas de las islas del sudoeste del Pacífico emplean en la descubierta perros que, adelantándose a las tropas, les indican la posición de tiradores apostados o de patrullas que, de otro modo, habrían pasado inadvertidos.La dotación de un aeroplano acampada en una selva de las islas Salomón, debió la vida a Jojo, el pachón que le advirtió a tiempo el avance de una patrulla enemiga. El arisco Hey, mixto de chow y perro de ganado alemán, selló con sus ladridos la suerte del tirador japonés que se acercaba, a favor de la espesura, a un puesto avanzado de Guadalcanal.-Otro perro, Bronco, guió a la policía militar hasta la playa donde un aviador japonés trataaba de huir a nado.
Durante 1943, el cuerpo de Administración Militar norteamericano dirigió el adiestramiento de unos 40.000 perros escogidos, que se repartieron en cinco grandes centros de instrucción. Antes de empezar a recibirla, el perro pasa por las pruebas de aptitud mediante las cuales se determina para qué clase de servicio está mejor dotado. El 85 por ciento de las perros que emplea el Ejército se destinan a hacer centinela y al asalto. Para esto, se les adiestra en rastrear las posiciones del enemigo y en atacar a sus soldados. Otros, los del servicio de Transmisiones, aprenden a tender los alambres del teléfono y el telégrafo de campaña, y a llevar mapas, ordenes o partes, del frente de combate a retaguardia y viceversa.
Los perros batidores se utilizan en los
reconocimientos de cabeza de vanguardia y en las
operaciones cuyo objeto es limpiar de enemigos el terreno ya conquistado.
A los de la Cruz Roja se les enseña a buscar los
heridos que luego conducirán los camilleros. También hay perros destinados a servir de bestias de tiro
o de carga. Los primeros arrastran armas y pertrechos por terrenos
intransitables para el hombre. Los
segundos llevan raciones, agua y bagaje,
atravesando lugares en los que un soldado no podría aventurarse sin ponerse en
riesgo inminente de dejar en ellos la vida.
Una vez terminado su curso de instrucción, el perro de las tropas de los Comandos se halla acostumbrado a lanzarse sobre toda persona que no sea el soldado que le sirve de amo, y a atacarla furiosamente.
Al perro de Transmisiones y al de la Cruz Roja no lo enseñan a atacar. Lo que corresponde a este último es buscar los heridos que quedaron en el campo de batalla. Cuando encuentra alguno, toma en la boca un bastoncito forrado de cuero que lleva pendiente del collar, y vuelve en seguida a la ambulancia. Al verlo llegar así, los de la Cruz Roja saben de lo que se trata, y salen, guiados por el perro, a recoger al herido.
Desde que ingresa en el Ejército, el perro queda a cargo de un soldado que, de allí en adelante, será su amo, y el único que le echará de comer, lo cuidará y le dará la instrucción fundamental, para que aprenda a obedecer, ya a voz de mando ya a un simple ademán. La obediencia debe ser absoluta e instantánea. Puede un perro estar a punto de clavar los colmillos en la garganta del «enemigo», pero, si el amo le grita ¡Échate! debe suspender el ataque inmediatamente, tenderse, colocar el hocico entre las patas delanteras, y permanecer en esa posición, sin mover ni una oreja, en espera de la nueva voz o señal de su amo.
La instrucción del perro centinela dura ocho semanas. Al cabo de ellas, el recluta es ya soldado apto para prestar servicio, lo mismo en el teatro de la guerra que en el propio territorio de los Estados Unidos, donde ayudará a custodiar establecimientos militares y fábricas de material de guerra, o secundará a las patrullas encargadas de la vigilancia de las costas.
Muchos son los perros que han salvado la vida a los soldados sacrificando la suya propia. Cuando esto ocurre, el Ministerio de la Guerra dirige al amo una nota que dice:
«Deploramos tener que participarle la muerte del perro N.N., donado por usted a las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Confiamos que el saber que murió en servicio de nuestra patria, mitigará el sentimiento que cause en usted esta pérdida. »
Una vez terminado su curso de instrucción, el perro de las tropas de los Comandos se halla acostumbrado a lanzarse sobre toda persona que no sea el soldado que le sirve de amo, y a atacarla furiosamente.
Al perro de Transmisiones y al de la Cruz Roja no lo enseñan a atacar. Lo que corresponde a este último es buscar los heridos que quedaron en el campo de batalla. Cuando encuentra alguno, toma en la boca un bastoncito forrado de cuero que lleva pendiente del collar, y vuelve en seguida a la ambulancia. Al verlo llegar así, los de la Cruz Roja saben de lo que se trata, y salen, guiados por el perro, a recoger al herido.
Desde que ingresa en el Ejército, el perro queda a cargo de un soldado que, de allí en adelante, será su amo, y el único que le echará de comer, lo cuidará y le dará la instrucción fundamental, para que aprenda a obedecer, ya a voz de mando ya a un simple ademán. La obediencia debe ser absoluta e instantánea. Puede un perro estar a punto de clavar los colmillos en la garganta del «enemigo», pero, si el amo le grita ¡Échate! debe suspender el ataque inmediatamente, tenderse, colocar el hocico entre las patas delanteras, y permanecer en esa posición, sin mover ni una oreja, en espera de la nueva voz o señal de su amo.
La instrucción del perro centinela dura ocho semanas. Al cabo de ellas, el recluta es ya soldado apto para prestar servicio, lo mismo en el teatro de la guerra que en el propio territorio de los Estados Unidos, donde ayudará a custodiar establecimientos militares y fábricas de material de guerra, o secundará a las patrullas encargadas de la vigilancia de las costas.
Muchos son los perros que han salvado la vida a los soldados sacrificando la suya propia. Cuando esto ocurre, el Ministerio de la Guerra dirige al amo una nota que dice:
«Deploramos tener que participarle la muerte del perro N.N., donado por usted a las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Confiamos que el saber que murió en servicio de nuestra patria, mitigará el sentimiento que cause en usted esta pérdida. »
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