Viernes, 29 de abril de 2016
EL AGUA SALADA QUE DERROTO AL AFRIKA KORPS Abril 1944 Por el mayor Peter W. Rainier
Un
episodio fantástico, casi increíble, que fue el principio de la derrota de los
alemanes en
África.
La
sed que inició la huida de Egipto
(Condensado de “Pipe Line to Battle”
Selecciones
Abril 1944
Por el
mayor
Peter W.
Rainier
Casi
todo el mundo cree que fue en El Alamein donde los ingleses contuvieron el
avance de los alemanes hacia Egipto. Y no fue allí. El 3 de julio de 1942
Rommel hendió el centro de las fuerzas que trataban de detenerlo. Por la brecha
se lanzaron los restos de sus tres divisiones blindadas. Al llegar la noche
habían salvado los alemanes la mitad de los 80 kilómetros que separan El
Alamein de Alejandría.
Al día
siguiente, uno de los más memorables y decisivos de esta guerra, se desarrolló
en aquellas arenas caldeadas uno de los más singulares dramas que es dable imaginar.
Los
soldados de Rommel divisaban ya las
torres de Alejandría. Ante sus ojos codiciosos se ofrecía, bañado por el oro de
un sol de victoria, el galardón por el cual llevaban dos años combatiendo sin
tregua en pleno, inclemente desierto. Descanso…víveres…agua__sobre todo agua
para calmar la tortura de las fauces resecas__todo estaba allí, casi al alcance
de la mano.
Más,
de repente, se alza en el desierto, entre ellos y la ciudad, una nube de polvo.
Eran los restos del Octavo Ejército: medio centenar de tanques, unas cuantas
piezas de Campaña, unos camiones llenos
de infantes fatigados.
Las
fuerzas del enemigo eran poco más o menos iguales a las inglesas. Le quedaban
50 tanques. Disponía de los mismos efectivos: unos 5000 hombres. Era superior,
eso sí, en potencia de fuego. No había frente a él cañones capaces de medirse
con sus famosos ochenta y ochos.
¡Del valor de un puñado de hombres iba a
depender la suerte de toda una jornada importantísima! Si no se hubiese contenido aquella mañana a las legiones de
Rommel, Alejandría hubiese caído en
poder del enemigo; toda el África se habría perdido; Rusia se habría visto
flanqueada por el Cáucaso; el eje hubiese extendido sus tentáculos, a través
del Asía, hasta el Japón.
El combate, recio, continuo, fiero, duró toda
aquella mañana. Era tal el cansancio de
parte y parte, que los soldados apenas podían apuntar. Arena amasada con sudor
les cubría los encarnizados ojos. Al empezar la batalla, ambos contendientes
estaban al borde del agotamiento físico. Quedaría
vencido aquel en quien el ánimo flaqueara primero.
El sol se acercaba ya al cenit. Habían
llegado los ingleses casi al término de su resistencia, cuando los alemanes empezaron
a ceder. Diez minutos más, y hubieran sido los ingleses los que hubieran
cedido. Los tanques Mark IV iniciaron la retirada. Fueron abandonando lentamente, como a su
pesar, el palenque.
Entonces sucedió algo portentoso,
inverosímil. Mil cien hombres de la 90ª, División blindada ligera del Afrika Korps, avanzaron, hacía las líneas inglesas tambaleándose como
ebrios, los brazos en alto. La captura de un puñado nada más de soldados de la
90ª, habría sido timbre de orgullo para un regimiento inglés. Pero la rendición
así, incondicional, súbita, sin lucha, de mil cien de aquellos veteranos de
leyenda, era algo que rayaba en milagro.
Cuando
los alemanes se aproximaron y los ingleses pudieron verlos mejor, empezaron a
sospechar la causa de aquella entrega increíble. Venían con la lengua fuera, una lengua enorme, túmida, agrietada, negra
de sangre. Se arrojaron como locos sobre los soldados, les arrancaron del
cuello las cantimploras y aplicaron ávidamente los labios requemados. Hablé con
varios y he aquí lo que me contaron:
El día anterior, cuando rompieron nuestras
líneas en El Alamein, llevaban ya 24 horas sin probar gota de agua. En las
posiciones que abandonamos encontraron
una cañería de agua de 15 centímetros. En los lugares en que la cañería estaba
a flor de tierra no tuvieron más que abrirle agujeros, arrodillarse y apagar la
sed en el fresco chorro borbotante. Fueron
unos mil los que bebieron de aquella agua. Ya habían tragado a grandes
sorbos, cuando el gaznate les avisó
tardíamente que era agua salada.
Pasaron
la noche presa de indecibles padecimientos.
En
el combate de la siguiente mañana los sostenía la esperanza, la seguridad, de
aplacar pronto la sed torturadora en
Alejandría. Pero cuando vieron a sus tanques retroceder, no pudieron soportar
más. Un impulso colectivo los lanzó hacía
las líneas del Octavo Ejército, hacía donde había agua.
Ahora
bien, ¿Por qué era salada el agua de
aquella cañería? Como tuve a mi cargo el suministro de agua al octavo ejército,
conozco la razón. Aquella cañería era
nueva, y yo nunca derrocho agua dulce, potable, en probar las cañerías. Siempre
empleo para el caso agua salada. Si los efectivos blindados alemanes hubiesen
roto nuestras líneas en El Alamein 24 horas antes, habrían hallado la cañería
sin agua. En cambio, 48 horas después, la habrían hallado llena de agua
potable. En el primer instante, aguijados
por la necesidad, embotado el sentido del gusto por la propia sed y por el agua
pésima que bebían desde hacía tanto tiempo, no sintieron el sabor salado.
Sin esa circunstancia, creo que los alemanes
hubieran resistido más que los ingleses. Y
Alejandría,
indefensa, habría caído en su poder.
¡Mentira parece que un hecho tan inesperado
y, a primera vista, tan baladí, pueda cambiar el curso de la Historia¡__
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