Lunes, 12 de febrero de 2018
JUDAS,-SOBRINO Y ESPÍA DE CAÍFAS
Declaración de José de Arimatea, el que demandó el
cuerpo del Señor, que contiene las causas de los dos ladrones
Los
Evangelios Apócrifos, por
Aurelio De Santos Otero
I 1.Yo soy José de Arimatea, el que pidió a Pilato el
cuerpo del Señor Jesús para sepultarlo, y que por este motivo se encuentra
ahora encadenado y oprimido por los judíos, asesinos y refractarios de Dios,
quienes, además, teniendo en su poder la ley, fueron causa de tribulación para
el mismo Moisés y, depués de encolerizar al legislador y de no haber reconocido
a Dios, crucificaron al Hijo de Dios, cosa que quedó bien de manifiesto a los
que conocían la condición del Crucificado. Siete días antes de la pasión de
Cristo fueron remitidos al gobernador Pilato desde Jericó dos ladrones, cuyos
cargos eran éstos:
2. El primero,
llamado Gestas, solía dar muerte de espada a algunos viandantes, mientras que a
otros les dejaba desnudos y colgaba a las mujeres de los tobillos cabeza abajo
para cortarles depués los pechos; tenía predilección por beber la sangre de los
miembros infantiles; nunca conoció a Dios; no obedecía a las leyes y venía
ejecutando tales acciones, violento como era, desde el principio de su vida.
El segundo, por su parte, estaba encartado de la siguiente forma.
Se llamaba Dimas; era de origen galileo y poseía una posada. Atracaba a los
ricos, pero a los pobres les favorecía. Aun siendo ladrón, se parecía a Tobit
[Tobías], pues solía dar sepultura a los muertos. Se dedicaba a saquear a la
turba de los judíos; robó los libros de la ley en Jerusalén, dejó desnuda a la
hija de Caifás, que era a la sazón sacerdotisa del santuario, y substrajo
incluso el depósito secreto colocado por Salomón. Tales eran sus fechorías.
3. Fue
detenido asimismo Jesús la tarde del día 4 antes de la Pascua. Y no había
fiesta para Caifás ni para la turba de los judíos, sino enorme aflicción, a
causa del robo que había efectuado el ladrón en el santuario. Y, llamando a
Judas Iscariote, se pusieron al habla con él. Es de saber que éste era sobrino
de Caifás. No era discípulo sincero de Jesús, sino que había sido dolosamente
instigado por toda la turba de los judíos para que le siguiera; y esto, no con
el fin de que se dejara convencer por los portentos que Él obraba, ni para que le
reconociese, sino para que se lo entregase, con la idea de cogerle alguna
mentira. Y por esta gloriosa empresa le daban regalos y un didracma de oro cada
día. Y a la sazón hacía ya dos años que se encontraba en compañía de Jesús,
como dice uno de los discípulos llamado Juan.
4. Y tres días
antes de que fuera detenido Jesús, dijo Judas a los judíos: «¡Ea!, pongamos el
pretexto de que no fue el ladrón quien sustrajo los libros de la ley, sino
Jesús en persona; yo mismo me comprometo a hacer de acusador». Mientras esto se
decía, entró en nuestra compañía Nicodemo, el que tenía a su cargo las llaves
del santuario, y se dirigió a todos, diciendo: «No llevéis a efecto tal cosa».
Es de saber que Nicodemo era más sincero que todos los judíos juntos. Mas la
hija de Caifás, llamada Sara, dijo a voz en grito: «Pues Él ha dicho delante de
todos contra este lugar santo: Soy capaz de destruir este templo y de
levantarlo en tres días». A lo que respondieron los judíos: «Te damos todos
nuestro voto de confianza», pues la tenían como profetisa. Y, una vez celebrado
el consejo, fue detenido Jesús.
II 1.Y al día siguiente, que era miércoles, le llevaron a
la hora nona al palacio de Caifás. Y Anás y Caifás le dijeron: «Oye, ¿por qué
has robado nuestra Ley y has puesto a pública subasta las promesas de Moisés y
de los profetas?» Mas Jesús nada respondió. Y, ante toda la asamblea reunida,
le dijeron: «¿Por qué pretendes deshacer en un solo momento el santuario que
Salomón levantó en cuarenta y seis años?» Y Jesús no respondió nada a esto. Es
de saber que el santuario de la sinagoga había sido saqueado por el ladrón.
2. Mas el
miércoles, a la caída de la tarde, la turba se disponía a quemar a la hija de
Caifás por haberse perdido los libros de la Ley, pues no sabían cómo celebrar
la Pascua. Pero ella les dijo: «Esperad, hijos, que daremos muerte a este Jesús
y encontraremos la Ley y la santa fiesta se celebrará con toda solemnidad».
Entonces Anás y Caifás dieron ocultamente a Judas Iscariote una buena cantidad
de oro con este encargo: «Di, según nos anunciaste: Yo sé que la Ley ha sido
sustraida por Jesús, para que el delito recaiga sobre él y no sobre esta
irreprochable doncella». Y cuando se hubieron puesto de acuerdo sobre el
particular, Judas les dijo: «Que no sepa el pueblo que vosotros me habéis dado
instrucciones para hacer esto contra Jesús; soltadle más bien a éste, y yo me
encargo de convencer al pueblo de que la cosa es así». Y astutamente pusieron
en libertad a Jesús.
3. Así, pues,
el jueves al amanecer entró Judas en el santuario y dijo a todo el pueblo:
«¿Qué queréis darme y yo os enttregaré al que hizo desaparecer la Ley y robó
los Profetas?» Respondieron los judíos: «Si nos lo entregas, te daremos treinta
monedas de oro». Mas el pueblo no sabía que Judas se refería a Jesús, pues
bastantes confesaban que era Hijo de Dios. Judas, pues, se quedó con las
treinta monedas de oro.
4. Y, habiendo
salido a la hora cuarta y a la hora quinta, encontró a Jesús paseando en el
atrio. Y, echándose ya encima la tarde, dijo a los judíos: «Dadme una escolta
de soldados armados de espadas y palos y yo lo pondré en vuestras manos». Y le
dieron fuerza para prenderle. Y mientras iban caminando, díjoles Judas: «Echad
mano a aquel a quien yo besare, pues Él es quien ha robado la Ley y los Profetas».
Después se acercó a Jesús y le besó, diciendo: «Salve, Maestro». Era a la
sazón la tarde del jueves. Y, una vez preso, lo pusieron en manos de Caifás y
de los pontífices, diciéndoles Judas: «Éste es el que ha hurtado la Ley y los
Profetas». Y los judíos sometieron a Jesús a un injusto interrogatorio,
diciendo: «¿Por qué has hecho esto?» Mas Él nada respondió.
Entonces Nicodemo y yo, José, viendo la cátedra de la pestilencia,
nos separamos de ellos, no estando dispuestos a perecer juntamente con el consejo
de los impíos.
III 1.Y, después que aquella noche hicieron otras cosas
terribles contra Jesús, la madrugada del viernes fueron a entregárselo al
gobernador Pilato para crucificarle; y con este fin acudieron todos. Y el
gobernador Pilato, después de interrogarle, mandó que fuera crucificado en
compañía de dos ladrones. Y fueron crucificados juntamente con Jesús, a la
izquierda Gestas y a la derecha Dimas.
2. Y empezó a
gritar el de la izquierda, diciendo a Jesús: «Mira cuántas cosas malas he hecho
sobre la tierra, hasta el punto incluso de que, si yo hubiera sabido que tú
eras rey, aun contigo hubiera acabado. ¿Por qué te llamas a ti mismo Hijo de
Dios, si no puedes socorrerte en caso de necesidad? ¿Cómo, pues, vas a prestar
auxilio a otro que te lo pida? Si tú eres el Cristo, baja de la cruz para que
pueda creer en ti. Pero, por de pronto, no te considero como hombre, sino como
bestia salvaje que está pereciendo juntamente conmigo». Y comenzó a decir
muchas otras cosas contra Jesús mientras blasfemaba y hacía rechinar sus
dientes contra Él, pues había caído preso el ladrón en el lazo del diablo.
3. Mas el de
la derecha, cuyo nombre era Dimas, viendo la gracia divina de Jesús, gritaba de
este modo: «Te conozco, ¡oh Jesucristo!, y sé que eres Hijo de Dios; te estoy
viendo como Cristo adorado por miríadas de ángeles. Perdóname los pecados que
he cometido; no hagas venir contra mí los astros en el momento de mi juicio, o
la luna cuando vayas a juzgar toda la tierra, puesto que de noche realicé mis
malos propósitos; no muevas el sol, que ahora se está oscureciendo por ti, para
que pueda manifestar las maldades de mi corazón; ya sabes que no puedo
ofrecerte presente alguno por la remisión de mis pecados. Ya se me echa encima
la muerte a causa de mis maldades, pero tú tienes poder para expiarlas;
líbrame, Señor universal, de tu terrible juicio; no concedas al enemigo poder
para engullirme y hacerse heredero de mi alma, como lo es de la de ese que está
colgado a la izquierda; pues estoy viendo cómo el diablo recoge su alma,
mientras sus carnes desaparecen. No me ordenes tampoco pasar a la porción de
los judíos, pues estoy viendo sumidos en un gran llanto a Moisés y a los
profetas, mientras el diablo se ríe a costa suya. Antes, pues, ¡oh Señor!, de
que mi alma salga, manda que sean borrados mis pecados, y acuérdate de mí,
pecador, en tu reino, cuando vayas a juzgar a las doce tribus sobre el trono
grande y alto, pues gran tormento has preparado a tu mundo por tu propia
causa».
4. Y, cuando
el ladrón terminó de decir esto, respondióle Jesús: «En verdad, en verdad te
digo, Dimas, que hoy mismo vas a estar conmigo en el paraiso. Mas los hijos del
reino, los descendientes de Abrahán, de Isaac, de Jacob y de Moisés, serán
arrojados fuera a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de
dientes. Mas tú serás el único que habites en el paraíso hasta mi segunda
venida, cuando vaya a juzgar a los que no han confesado mi nombre». Y añadió:
«Márchate ahora y di a los querubines y a las potestades, que están blandiendo
la espada de fuego y guardan el paraíso del que Adán, el primero de los
creados, fue arrojado, después de haber vivido allí, por haber prevaricado y no
haber guardado mis mandamientos: Ninguno de los primeros verá el paraíso hasta
que venga de nuevo a juzgar a vivos y muertos. Habiéndolo escrito así
Jesucristo, el Hijo de Dios, el que descendió de las alturas de los cielos, el
que salió inseparablemente del seno del Padre invisible y bajó al mundo para
encarnarse y ser crucificado para salvar a Adán, a quien formó, para
conocimiento de los escuadrones de arcángeles, guardianes del paraíso y
ministros de mi Padre. Quiero y mando que penetre dentro el que está siendo
crucificado conmigo, y que reciba por mí la remisión de sus pecados, y que
entre en el paraíso con cuerpo incorruptible y engalanado, y que habite allí
donde nadie jamás puede habitar».
Y he aquí que, cuando hubo dicho esto, Jesús entregó su espíritu.
Tenía esto lugar el viernes a la hora de nona. Mientras tanto, las tinieblas
cubrían la tierra entera y, habiendo sobrevenido un gran teremoto, se derrumbó
el santuario y el pináculo del templo.
IV 1.Entonces yo, José, demandé el cuerpo de Jesús y lo
puse en un sepulcro nuevo, sin estrenar. Mas el cadáver del que estaba a la
derecha no pudo ser hallado, mientras que el de la izquierda tenía un aspecto
parecido al de un dragón.
Y, por el hecho de haber pedido el cuerpo de Jesús para darle
sepultura, los judíos, dejándose llevar de un arranque de cólera, me metieron
en la cárcel donde solía retenerse a los malhechores. Me ocurría esto a mí la
tarde del sábado en que nuestra nación estaba prevaricando. Y mira por cuánto
esta misma nación sufrió el sábado tribulaciones terribles.
2. Y
precisamente la tarde del primer día de la semana, a la hora quinta, cuando yo
me encontraba en la cárcel, vino hacia mí Jesús acompañado del que había sido
crucificado a su derecha, a quien había enviado al paraíso. Y había una gran
luz en el recinto. De pronto la casa quedó suspensa de sus cuatro ángulos, el
espacio interior quedó libre y yo pude salir. Entonces reconocí a Jesús en
primer lugar y luego al ladrón, que traía una carta para Jesús. Y, mientras
íbamos camino de Galilea, brilló una luz tal, que no podía soportarla la
creación; el ladrón, a su vez, exhalaba un gran perfume procedente del paraíso.
3. Luego
sentóse Jesús en un lugar y leyó así: «Los querubines y los exaptérigos, que
recibimos de tu divinidad la orden de guardar el jardin del paraíso, hacemos
saber esto por medio del ladrón que fue crucificado juntamente contigo por
disposición tuya: Al ver en éste la señal de los clavos y el resplandor de las
letras de tu divinidad, el fuego se extinguió, no pudiendo aguantar la
flamígera señal, y nosotros, sobrecogidos por un gran temor, quedamos
amedrentados; pues oímos al autor del cielo y de la tierra y de la creación
entera que bajaba desde la altura hasta las partes más bajas de la tierra a
causa del primero de los creados, Adán. Pues, al ver la cruz inmaculada que
fulguraba por medio del ladrón y que hacía reverberar un resplandor siete veces
mayor que el del sol, se apoderó de nosotros, presa de la agitación de los
infiernos, un gran temblor. Y, haciendo coro con nosotros los ministros del
infierno, dijimos a grandes voces: Santo, Santo, Santo es el que impera en las
alturas. Y las potestades dejaban escapar este grito: Señor, te has manifestado
en el cielo y sobre la tierra, dando la alegría de los siglos, después de haber
salvado de la muerte a la misma criatura».
V 1.Mientras iba yo contemplando esto, camino de Galilea,
en compañía de Jesús y del ladrón, Aquél se transfiguró, y no era lo mismo que
la principio, antes de ser crucificado, sino que era luz por completo. Y los
ángeles le servían continuamente, y Jesús mantenía conversación con ellos. Y
pasé tres días a su lado, sin que ninguno de sus discípulos le acompañara, sino
sólo el ladrón.
2. Mediada la
fiesta de los Ázimos, vino su discípulo Juan, y todavía no habíamos visto al
ladrón ni sabíamos qué había sido de él. Juan entonces preguntó a Jesús:
«¿Quién es éste, pues no me has permitido ser visto por él?». Mas Jesús no le
respondió nada. Entonces él se echó a sus pies y le dijo: «Señor, sé que desde
el principio me amaste; ¿por qué no me haces ver a aquel hombre?» Díjole Jesús:
«¿Por qué vas en busca de lo arcano? ¿eres obtuso de inteligencia? ¿No percibes
el perfume del paraíso que ha inundado el lugar? ¿No te das cuenta de quién
era? El ladrón colgado de la cruz ha venido a ser heredero del paraíso; en
verdad, en verdad te digo que de él sólo es hasta que llegue el gran día». Y
Juan dijo: «Hazme digno de verle».
3. Y, mientras
Juan estaba aún hablando, apareció de repente el ladrón. Aquél entonces,
atónito, cayó al suelo. El ladrón no conservaba la misma figura que tenía antes
de venir Juan, sino que era como un rey majestuoso en extremo, engalanado como
estaba con la cruz. Y se dejó oír una voz, emitida por una gran muchedumbre,
que decía así: «Has llegado al lugar del paraíso que te estaba preparado;
nosotros hemos sido designados por el que te envió para servirte hasta que
venga el gran día». Y, al producirse esta voz, quedamos invisibles el ladrón y
yo. Yo entonces me encontré en mi propia casa y ya no vi a Jesús.
4. Y habiendo
sido testigo ocular de estas cosas, las he dejado escritas para que todos crean
en Jesucristo crucificado, nuestro Señor, y no sirvan ya a la ley de Moisés,
sino que den crédito a los prodigios y portentos obrados por Él, de manera que,
creyendo, sean herederos de la vida eterna y podamos encontrarnos todos en el
reino de los cielos; porque a Él le conviene gloria, fuerza, alabanza y
majestad por los siglos de los siglos. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario