Domingo, 31 de julio de 2016
EL VINO A LIBERAR A LOS CAUTIVOS Por Rebecca Brown 004
Lo que sucedió habría de transformar para siempre su vida. Sentada junto
a la cama de Perla, sin esperar que sucediera nada, sintió opresión
demoníaca corno jamás la había sentido. Helen, la encargada de la UCI,
no fue al cuarto de Perla aquella noche. Rebecca sintió que un tremendo
poder invisible se proyectaba contra ella. Sintió corno si una mano
gigante tratara de aplastarla contra una pequeña mancha de grasa en el
piso, coMo si una fuerza invisible estuviera tratando de chuparle la
vida. Trató de razonar científicamente lo
que sentía, de convencerse de que solo era su imaginación, pero no le
valió de nada. Sintió que el cuerpo se le estaba debilitando tanto que
apenas podía permanecer sentada. Perla lo sintió también. Se tornaron de
la mano, y Rebecca oró en voz baja que el Señor las protegiera con el
escudo de la preciosa sangre de Jesús. «Y lo han vencido [a Satanás] por
la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio». Aquella
noche hubo una lucha tremenda, pero Perla sobrevivió y Rebecca la sacó
de la UCI a la siguiente mañana.
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Las siguientes revelaciones llegaron pronto. Rebecca estaba dirigiendo un estudio bíblico esa semana con algunas de las enfermeras que había llevado al Señor. Una de ellas, Jean, se puso un día a hablarle del satanismo con el que había estado relacionada antes de su conversión. Le dijo que Helen la había estado entrenando para médium y que estaba a punto de iniciarse en el grupo cuando ella le habló del Señor. Como resultado, había aceptado a Jesucristo como Señor y Salvador y no había querido saber más de Helen y las demás satanistas. Por todo esto, Jean tenía mucho miedo de Helen y sus amigas.
Dijo que se había enterado de que Helen consideraba una tarea especial cuidar de los enfermos más graves de la UCI. Mientras lo hacía, conversaba con ellos y les decía que no había necesidad de que lucharan por seguir viviendo, ya que pronto reencarnarían a la siguiente vida y no tendrían más sufrimientos. Entonces, con su consentimiento o sin él, les imponía las manos e invocaba espíritus demoníacos (a los que llamaba «poderes superiores») para que fueran y condujeran a aquellos pacientes a la próxima vida. A menudo los pacientes se agravaban y morían. Jean temía contarlo porque la jefe de las enfermeras y los médicos tenían muy buen concepto de Helen, y sabía que no le creerían. Es más, después de entregarse a Cristo, Jean se las arregló para que la transfirieran a otro turno en que no tuviera que trabajar con Helen.
Habló de la comunidad ocultista que había cerca de la ciudad y que era uno de los mayores centros de distribución de literatura del ocultismo en los Estados Unidos. Era, además, un inmenso campo de adiestramiento de brujas y tenía incluso una iglesia satánica. Le confirmó todo lo que el joven pastor le había dicho y temía que a ella le sucediera lo mismo. Nadie en los alrededores tomaba en serio a aquella comunidad, pero eso era precisamente lo que Satanás quería.
Rebecca se enteró también por varias otras fuentes que otras enfermeras y médicos del hospital estaban envueltos en el ocultismo y en culto y la comunidad satánicos. Le presentó el asunto al Señor y recibió confirmación. Se puso a estudiar la Biblia con fervor para aprender más de Satanás y los demonios. Así supo que la gente podía ser poseída por demonios y podían utilizar poderes demoníacos para hacer cualquier cosa. Fue en ese punto que comenzó el estado de guerra activo contra Helen y los demás satanistas que trabajaban en el hospital.
En sus períodos de oración matutinos comenzó a pedirle al Señor que atara los poderes demoníacos en aquel lugar y en las personas que ella sabía que participaban. Todos los días por la noche antes de salir del hospital, pasaba por la UCI y otros pabellones, y quieta pero a viva voz imponía autoridad sobre los espíritus demoníacos que estuvieran allí ya o que fueran a estar por aquellos
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lugares durante el resto del día y de la noche, y los ataba con el poder del nombre de Jesucristo. Le pedía también al Señor que escudara de las fuerzas demoníacas a los pacientes.
Muchas noches en que estaba de guardia, la llamaban a la UCI, o a algunos de los pabellones a atender a algún paciente que había empeorado. A medida que Dios le fue dando discernimiento en cuanto a qué problemas se debían a interferencias demoníacas fue aprendiendo a afianzarse en Lucas 10:19:
«He aquí yo os doy potestad de hollar sobre las serpientes y sobre los escorpiones y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará»
y sobre Marcos 16:17:
"y estas señales seguirán a los que creyeren: En mi nombre echarán fuera demonios».
Muchas veces tenía que pararse junto a la cama de un paciente y batallar en oración silenciosa, imponiéndose a los demonios y ordenándoles salir de allí, e invocando la protección del Señor Jesucristo sobre el paciente,
mientras Helen (u otra de las enfermeras que eran brujas) estaban al
otro lado de la cama dirigiendo todo el poder demoníaco de que disponían
contra ella y el paciente. Por supuesto, empleaba todo sus
conocimientos de medicina para tratar de detener el mal curso de la
enfermedad, pero pronto aprendió que ni todos sus conocimientos servían
si no los combinaba en la batalla espiritual con la oración.12
Las siguientes revelaciones llegaron pronto. Rebecca estaba dirigiendo un estudio bíblico esa semana con algunas de las enfermeras que había llevado al Señor. Una de ellas, Jean, se puso un día a hablarle del satanismo con el que había estado relacionada antes de su conversión. Le dijo que Helen la había estado entrenando para médium y que estaba a punto de iniciarse en el grupo cuando ella le habló del Señor. Como resultado, había aceptado a Jesucristo como Señor y Salvador y no había querido saber más de Helen y las demás satanistas. Por todo esto, Jean tenía mucho miedo de Helen y sus amigas.
Dijo que se había enterado de que Helen consideraba una tarea especial cuidar de los enfermos más graves de la UCI. Mientras lo hacía, conversaba con ellos y les decía que no había necesidad de que lucharan por seguir viviendo, ya que pronto reencarnarían a la siguiente vida y no tendrían más sufrimientos. Entonces, con su consentimiento o sin él, les imponía las manos e invocaba espíritus demoníacos (a los que llamaba «poderes superiores») para que fueran y condujeran a aquellos pacientes a la próxima vida. A menudo los pacientes se agravaban y morían. Jean temía contarlo porque la jefe de las enfermeras y los médicos tenían muy buen concepto de Helen, y sabía que no le creerían. Es más, después de entregarse a Cristo, Jean se las arregló para que la transfirieran a otro turno en que no tuviera que trabajar con Helen.
Habló de la comunidad ocultista que había cerca de la ciudad y que era uno de los mayores centros de distribución de literatura del ocultismo en los Estados Unidos. Era, además, un inmenso campo de adiestramiento de brujas y tenía incluso una iglesia satánica. Le confirmó todo lo que el joven pastor le había dicho y temía que a ella le sucediera lo mismo. Nadie en los alrededores tomaba en serio a aquella comunidad, pero eso era precisamente lo que Satanás quería.
Rebecca se enteró también por varias otras fuentes que otras enfermeras y médicos del hospital estaban envueltos en el ocultismo y en culto y la comunidad satánicos. Le presentó el asunto al Señor y recibió confirmación. Se puso a estudiar la Biblia con fervor para aprender más de Satanás y los demonios. Así supo que la gente podía ser poseída por demonios y podían utilizar poderes demoníacos para hacer cualquier cosa. Fue en ese punto que comenzó el estado de guerra activo contra Helen y los demás satanistas que trabajaban en el hospital.
En sus períodos de oración matutinos comenzó a pedirle al Señor que atara los poderes demoníacos en aquel lugar y en las personas que ella sabía que participaban. Todos los días por la noche antes de salir del hospital, pasaba por la UCI y otros pabellones, y quieta pero a viva voz imponía autoridad sobre los espíritus demoníacos que estuvieran allí ya o que fueran a estar por aquellos
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lugares durante el resto del día y de la noche, y los ataba con el poder del nombre de Jesucristo. Le pedía también al Señor que escudara de las fuerzas demoníacas a los pacientes.
Muchas noches en que estaba de guardia, la llamaban a la UCI, o a algunos de los pabellones a atender a algún paciente que había empeorado. A medida que Dios le fue dando discernimiento en cuanto a qué problemas se debían a interferencias demoníacas fue aprendiendo a afianzarse en Lucas 10:19:
«He aquí yo os doy potestad de hollar sobre las serpientes y sobre los escorpiones y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará»
y sobre Marcos 16:17:
"y estas señales seguirán a los que creyeren: En mi nombre echarán fuera demonios».
Como era de esperarse, a Helen, a Satanás y a las otras brujas no les gustaba para nada las actividades de Rebecca. La batalla arreció. Rebecca trató de poner al tanto de lo que sucedía a un par de compañeros de trabajo que eran cristianos, pero no le creyeron. Le dijeron que estaba enferma y agotada, y que se estaba imaginando cosas.
A medida que la batalla arreciaba, su enfermedad neuromuscular empeoró. Se puso, entonces, bajo el cuidado de uno de los mejores médicos del hospital. Pero a pesar de sus oraciones y el esfuerzo del médico, se dio cuenta que se estaba muriendo. Por fin, en el último día de su año de internado, se puso tan mal que no pudo seguir trabajando. Consultó con varios de los especialistas que la habían tratado quienes le dijeron que en su opinión no le quedaba mucho de vida. Le preguntaron si quería que la ingresaran en aquel hospital o prefería regresar a su pueblo. Optó por regresar. Salió de aquella ciudad y de aquel hospital pensando que jamás volvería.
Se sentía agobiada y apesadumbrada por las tantas personas de aquel lugar que estaban cautivas de los poderes de las tinieblas.
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Los próximos treinta días fueron días de agonía. La enfermedad progresó al extremo de estar tan débil que no podía caminar, y ni siquiera bajar sola de la cama. Pero en todo tuvo una total y hermosa paz. Jesús estaba al timón, y eso era lo que importaba. En sus noches de desvelo a causa del intenso dolor disfrutaba la dulce comunión con el Señor y fervientemente esperaba que pronto El se la llevaría.
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