Jueves, 9 de febrero de 2017
Un ateo encuentra a Dios
Fui criado en una familia donde ninguna religión era reconocida. Por lo
tanto, en mi niñez no tuve ninguna instrucción religiosa. A los catorce años era ya un convencido y empedernido ateo.
Era el lógico resultado de mi amarga niñez. Quede huérfano a muy
temprana edad y conocí la pobreza en aquellos difíciles años de la
Primera Guerra Mundial. De allí que, a mis catorce años, fuera un ateo tan convencido como lo son hoy los comunistas. Había leído libros sobre ateísmo y ello no significaba me-ramente que no creyese en Dios o en Cristo…
odiaba esos conceptos por considerarlos perjudiciales a la mente
humana. Y así crecí sin-tiendo amargura y resentimiento hacia la
religión.
Pero, como llegue a entender mas tarde, había sido elegido por la
gra-cia de Dios, por razones que no alcanzaba a comprender. Esas razones
no tenían nada que ver con mi carácter, pues este era muy malo.
Aun cuando me consideraba un ateo, algo incomprensible dentro de mí me
atraía hacia las iglesias. Me resultaba difícil pasar frente a una
iglesia sin sentir necesidad de entrar. No obstante, nunca podía
en-tender lo que sucedía dentro de esos lugares. Escuchaba los
sermo-nes, pero estos no apelaban a mi corazón y no me sentía ni
afectado ni conmovido por ellos. Tenía la absoluta seguridad de que Dios
no exis-tía. Aborrecía el concepto errado que tenia de Dios como un amo
al que había que obedecer. Sin embargo, mucho me habría agradado saber que en algún lugar en el centro de este universo existiera un corazón de amor. Había conocido tan pocos de los goces de la niñez y la juventud, que anhelaba encontrar en alguna parte un corazón que estuviera latiendo de amor por mí también.
Sabía que Dios no existía, pero me lamentaba que no existiera tal Dios de amor.
En cierta oportunidad, movido por este conflicto espiritual interior,
entre en una Iglesia Católica. Observe la gente arrodillada, y me di
cuenta que estaban murmurando algo. Pensé, me arrodillare cerca de ellos
y tratare de captar lo que dicen, y repetiré sus oracio-nes a ver si
algo sucede. Rezaban una plegaria a la Santa Virgen: “Ave María, llena
eres de gracia”. Repetí esas palabras y otra vez, mirando a la imagen de
la Virgen María, pero no sucedió nada, lo que me causo gran pesar.
Un día, a pesar de ser un ateo convencido, ore a Dios. Más o menos mi oración fue así: “Dios tengo el convencimiento absoluto que Tu no existes, pero por si acaso existieras, cosa que dudo, no es deber creer en Ti, pero si es Tu obligación revelarte a mí”. Sí, yo era ateo, pero eso no traía paz a mi corazón.
Durante ese periodo de conflicto interior, como lo vine a descubrir más tarde en un pueblito situado en las montañas de Rumania, un carpintero anciano oraba de esta manera: “Mi Dios, te he servido aquí en la tierra y te pido que me des una recompensa tanto aquí como en el cielo. La recompensa que quiero es que no muera sin antes haber traído a Ti a un Judío, puesto que Jesús era Judío.
Pero soy pobre y estoy viejo y enfermo, no puedo salir de aquí en busca
de uno de ellos, y bien sabes que en este pueblo no vive ninguno. Trae, Señor un judío hasta acá, haré todo lo que este en mi para llevarlo a Cristo”
Algo irresistible me trajo a ese pueblo. Yo no tenía nada que hacer allá. Existen doce mil pueblos semejantes en Rumania. Sin embargo, yo viaje a ese pueblo. Viendo el carpintero que yo era judío, me lleno de atenciones como nunca una hermosa muchacha se vio atendida. En mi había visto la respuesta a su oración y me obsequio una Biblia. Yo
había leído muchas veces la Biblia, pero solo por interés cultural. En
cambio, la Biblia que me obsequiara aquel anciano me dio la impre-sión
de ser totalmente diferente. Esta parecía no estar escrita sim-plemente
con letras, sino con las llamas de amor de
sus ardientes oraciones. Según me confeso mas tarde, el y su esposa
habían pasado horas enteras orando por mi conversión y la de mi mujer. Me resultaba
difícil leerla, pues solo atinaba a llorar
cuando comparaba mi vida con la vida de Jesús; mis impurezas con su
pureza; mi odio con su amor. Mas a pesar de eso me acepto como uno de
los suyos.
Al poco tiempo se convirtió mi esposa. Ella atrajo a otras almas a
Cristo, las que a su vez atraían a otros a nuestra fe. De esta manera
nació una nueva congregación luterana en Rumania.
Entonces llego el Nazismo. Teníamos mucho que sufrir. El
Nazismo tomo la forma de una dictadura de elementos ultra – ortodoxos
que persiguieron a los grupos protestantes además de los judíos
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