Domingo, 31 de julio de 2016
EL VINO A LIBERTAR A LOS CAUTIVOS
Por Rebecca Brown
Aprendió también a seguir mejor la dirección del Señor a toda hora.
Muchas veces él le hablaba a su espíritu en voz suave, y le señalaba
errores antes de cometerlos, o le recordaba algo que había olvidado o
pasado por alto o algo que había leído o aprendido en el pasado.
Aprendió a ayunar y a orar que el Señor le revelara el diagnóstico en
casos difíciles. Aprendió a depender del Señor
para tener destreza en las manos, y a nunca hacerle nada a un paciente
sin primero orar que Jesucristo, el Gran Médico, pusiera Sus manos en
las de ella y le impartiera su destreza. En todos los años hasta
ahora, el Señor se ha mantenido fiel a ella y nunca ha tenido una
complicación seria por culpa de algo que hubiera hecho mal.
Como a los seis meses de su internado, tras apenas haber sido asignada de nuevo a la Unidad de Cuidado Intensivo (UCn, el joven pastor que había visto en emergencia finalmente se recobró lo suficiente para poder hablar. Rebeca había estado bien al tanto de su estado, y constantemente había orado por él. El Señor frecuentemente la impulsaba a ir a su cuarto y conversarle. Un día él le contó lo que de veras le había sucedido y que había provocado su ingreso al hospital.
Roberto era pastor de una pequeña iglesia cristiana en aquella ciudad. Había estado trabajando con algunas personas que adoraban a Satanás. En un pueblo cercano había una comunidad satánica muy grande, y el satanismo andaba rampante por aquel estado. Siguiendo la dirección del Señor, había estado ganando para Cristo a un buen número de aquellas personas. Habían dejado de servir a Satanás y habían aceptado a Jesucristo como Señor y Salvador. Los había ayudado a echar fuera los demonios que ellos mismos habían pedido que entraran en ellos para obtener poderes brujos. La noche en que Rebecca lo vio llegar al hospital, había sido secuestrado por los satanistas, quienes lo habían llevado a una de sus reuniones. Lo pusieron en la plataforma frente al grupo y lo torturaron. Estaban clavándolo en una cruz cuando uno de los miembros gritó que alguien había visto algo sospechoso y había llamado a la policía. (Los satanistas tenían un receptor de la policía a través; del cual se imponían de todas las llamadas.) Roberto se desmayó cuando lo estaban crucificando y no supo más hasta que despertó en el hospital.
Rebecca estaba sorprendida, pues nunca había oído de algo igual. ¿Explicaba aquello la oscuridad espiritual que podía percibir en el hospital? Pronto sabría mucho más de eso.
Cuando comenzaba su segunda ronda en la Unidad de Cuidado Intensivo su inquietud aumentó. Cada noche en que estaba de guardia, tenía bajo su responsabilidad a todos los pacientes de las unidades de cuidado. Un día empezó a notar que a pesar de que trabajaba con sus pacientes en un dedicado espíritu de oración, se producían muertes aparentemente inexplicables.
En la enfermedad, tanto corno en la muerte de algún paciente, normalmente hay una ordenada y verificable secuencia de acontecimientos. Por ejemplo, si alguien cae en shock (baja presión arterial!) por alguna hemorragia, una vez que se detiene la hemorragia por cirugía u otro medio y la sangre que ha perdido le es repuesta con transfusiones, la presión arterial no tiene por qué bajar de repente, a menos que .vuelva a producirse una hemorragia u otra complicación con una infección fuerte.
Sin embargo, muchos de los pacientes de Rebecca llegaban a un estado estable y de pronto, sin ninguna razón aparente, se agravaban. El corazón les dejaba de latir, dejaban de respirar o la presión les bajaba a cero. Muchos morían a pesar de que se tornaban todas las medidas para salvarlos. Rebecca estudiaba las autopsias de esos pacientes, y se sorprendía todavía más cuando descubría que la muerte había sido producida por el problema con que originalmente habían ingresado en el hospital.
Otra cosa que le preocupaba era la frecuencia y la manera en que se producía lo que los médicos llaman «sicosis de UCI aguda». Cuando un paciente pasa por la tensión de soportar una seria enfermedad, lo colocan en UCI (Unidad de Cuidado Intensivo) por varios días, donde la luz está encendida las 24 horas, los monitores están funcionando y no hay ventanas. Debido a esto, algunos pacientes se desorientan y comienzan a tener alucinaciones, y ven cosas que no son reales. Sin embargo, en aquel hospital, la incidencia de sicosis de DCI era mucho mayor que en cualquiera de los demás hospitales donde Rebecca había trabajo como enfermera o como estudiante de medicina.
Por eso se sintió guiada por el Señor a hablar con los pacientes apenas empezaban a «ver» cosas. Para su sorpresa, ¡casi todos le decían que veían demonios en la habitación!
Muy preocupada, comenzó a hablar de la incidencia de muertes y casos de sicosis en las conferencias matutinas con todos los internos y residentes. Aparte de ella, nadie más parecía estar preocupado por el asunto. Hasta dudaban de ella. Tras el tercer intento de tocar el tema la llamaron a la oficina del director del programa de entrenamiento y le dijeron que no volviera sobre el asunto, que no tenía suficiente experiencia para saber de lo que estaba diciendo. Cuando les dijo que tenía diez años de experiencia como enfermera además de la Escuela de Medicina, le dijeron que si seguía causando problemas tendrían que eliminarla del programa de entrenamiento.
Sus oraciones matutinas cobraron mayo!' intensidad cuando trató de recibir revelación de Dios en cuanto a lo que estaba pasando. La primera se produjo a través de uno de sus propios pacientes.
Como a los seis meses de su internado, tras apenas haber sido asignada de nuevo a la Unidad de Cuidado Intensivo (UCn, el joven pastor que había visto en emergencia finalmente se recobró lo suficiente para poder hablar. Rebeca había estado bien al tanto de su estado, y constantemente había orado por él. El Señor frecuentemente la impulsaba a ir a su cuarto y conversarle. Un día él le contó lo que de veras le había sucedido y que había provocado su ingreso al hospital.
Roberto era pastor de una pequeña iglesia cristiana en aquella ciudad. Había estado trabajando con algunas personas que adoraban a Satanás. En un pueblo cercano había una comunidad satánica muy grande, y el satanismo andaba rampante por aquel estado. Siguiendo la dirección del Señor, había estado ganando para Cristo a un buen número de aquellas personas. Habían dejado de servir a Satanás y habían aceptado a Jesucristo como Señor y Salvador. Los había ayudado a echar fuera los demonios que ellos mismos habían pedido que entraran en ellos para obtener poderes brujos. La noche en que Rebecca lo vio llegar al hospital, había sido secuestrado por los satanistas, quienes lo habían llevado a una de sus reuniones. Lo pusieron en la plataforma frente al grupo y lo torturaron. Estaban clavándolo en una cruz cuando uno de los miembros gritó que alguien había visto algo sospechoso y había llamado a la policía. (Los satanistas tenían un receptor de la policía a través; del cual se imponían de todas las llamadas.) Roberto se desmayó cuando lo estaban crucificando y no supo más hasta que despertó en el hospital.
Rebecca estaba sorprendida, pues nunca había oído de algo igual. ¿Explicaba aquello la oscuridad espiritual que podía percibir en el hospital? Pronto sabría mucho más de eso.
Cuando comenzaba su segunda ronda en la Unidad de Cuidado Intensivo su inquietud aumentó. Cada noche en que estaba de guardia, tenía bajo su responsabilidad a todos los pacientes de las unidades de cuidado. Un día empezó a notar que a pesar de que trabajaba con sus pacientes en un dedicado espíritu de oración, se producían muertes aparentemente inexplicables.
En la enfermedad, tanto corno en la muerte de algún paciente, normalmente hay una ordenada y verificable secuencia de acontecimientos. Por ejemplo, si alguien cae en shock (baja presión arterial!) por alguna hemorragia, una vez que se detiene la hemorragia por cirugía u otro medio y la sangre que ha perdido le es repuesta con transfusiones, la presión arterial no tiene por qué bajar de repente, a menos que .vuelva a producirse una hemorragia u otra complicación con una infección fuerte.
Sin embargo, muchos de los pacientes de Rebecca llegaban a un estado estable y de pronto, sin ninguna razón aparente, se agravaban. El corazón les dejaba de latir, dejaban de respirar o la presión les bajaba a cero. Muchos morían a pesar de que se tornaban todas las medidas para salvarlos. Rebecca estudiaba las autopsias de esos pacientes, y se sorprendía todavía más cuando descubría que la muerte había sido producida por el problema con que originalmente habían ingresado en el hospital.
Otra cosa que le preocupaba era la frecuencia y la manera en que se producía lo que los médicos llaman «sicosis de UCI aguda». Cuando un paciente pasa por la tensión de soportar una seria enfermedad, lo colocan en UCI (Unidad de Cuidado Intensivo) por varios días, donde la luz está encendida las 24 horas, los monitores están funcionando y no hay ventanas. Debido a esto, algunos pacientes se desorientan y comienzan a tener alucinaciones, y ven cosas que no son reales. Sin embargo, en aquel hospital, la incidencia de sicosis de DCI era mucho mayor que en cualquiera de los demás hospitales donde Rebecca había trabajo como enfermera o como estudiante de medicina.
Por eso se sintió guiada por el Señor a hablar con los pacientes apenas empezaban a «ver» cosas. Para su sorpresa, ¡casi todos le decían que veían demonios en la habitación!
Muy preocupada, comenzó a hablar de la incidencia de muertes y casos de sicosis en las conferencias matutinas con todos los internos y residentes. Aparte de ella, nadie más parecía estar preocupado por el asunto. Hasta dudaban de ella. Tras el tercer intento de tocar el tema la llamaron a la oficina del director del programa de entrenamiento y le dijeron que no volviera sobre el asunto, que no tenía suficiente experiencia para saber de lo que estaba diciendo. Cuando les dijo que tenía diez años de experiencia como enfermera además de la Escuela de Medicina, le dijeron que si seguía causando problemas tendrían que eliminarla del programa de entrenamiento.
Sus oraciones matutinas cobraron mayo!' intensidad cuando trató de recibir revelación de Dios en cuanto a lo que estaba pasando. La primera se produjo a través de uno de sus propios pacientes.
Perla era una anciana de color del sur de
Estados Unidos que había estado bajo el cuidado de Rebecca por seis
meses. Se trataba de una cristiana vigorosa a la que Rebecca
había llegado a conocer bien y a querer mucho. Una noche llegó muy
enferma al hospital y Rebecca la ingresó en la Unidad de Cuidado
Intensivo. A la siguiente mañana al dirigirse Rebecca a la UCI para
hacer sus rondas, las enfermeras le comunicaron que Perla tenía sicosis
de UCI. Rebecca se sorprendió porque sabía que la anciana era una
cristiana fuerte, muy sufrida y que no se asustaba fácilmente.
Al llegar al cuarto la encontró llorando. Cuando le preguntó por qué lloraba, Perla le dijo que si no la sacaba de la UCI de inmediato, «aquella enfermera nocturna la mataría». Entonces le contó que la enfermera del turno de la noche había ido a hablar con ella para decirle que no era necesario luchar por seguir viviendo, que fácilmente reencarnaría a una siguiente vida; que llamaría al «poder supremo» para que viniera y la escoltara a la próxima «bella vida». Cuando la enfermera puso sus manos en las suyas y pronunció palabras que tenían la resonancia de un idioma extranjero, ella reconoció que se trataba de un encantamiento. Dado su trasfondo cultural, ella sabía de vudú, magia negra y demonios. Afirmó haber visto demonios en el cuarto. Le dijo a Rebecca que estaba demasiado débil para seguir luchando y que sabía que si aquello se volvía a repetir esa noche, moriría.
¡Rebecca quedó pasmada! Conocía a Perla lo suficiente para saber que no estaba mintiendo, y que tampoco estaba de algún modo fuera de sí; pero la enfermera a la que ella se refería era nada menos que la encargada de la DCI en el turno de la noche. Era una señora mayor, agradable, atractiva y una profesional excelente. Era bien organizada, entendida y procuraba que los pacientes fueran bien atendidos. Era muy respetada por los médicos y las demás enfermeras. Aunque siempre le había parecido un tanto fría y retraída, creía que era por las presiones del trabajo. Nunca le había hallado ni siquiera una falta en su trabajo.
Sabía que no podía hablar con ninguno de sus colegas sobre el problema porque iban a pensar que estaba loca. Tampoco podía acusar a la enfermera porque no tenía pruebas. En aquel tiempo Rebecca no sabía mucho de brujas y casi nada de demonios. Solo podía hacer una cosa: presentarle el problema al Señor en oración. Así, cada momento libre que tuvo ese día 10 pasó de rodillas en la capilla. (Siempre estaba sola en la capilla porque nadie la usaba.) Ya tarde en el día, el Señor le confirmó en su corazón que Perla estaba diciendo la verdad. El Señor también le ordenó que pasara la noche junto a ella, ya que ésta estaba demasiado enferma para que la sacaran de la DCI. Y podría hacerlo porque esa noche no tenía guardia.
Al llegar al cuarto la encontró llorando. Cuando le preguntó por qué lloraba, Perla le dijo que si no la sacaba de la UCI de inmediato, «aquella enfermera nocturna la mataría». Entonces le contó que la enfermera del turno de la noche había ido a hablar con ella para decirle que no era necesario luchar por seguir viviendo, que fácilmente reencarnaría a una siguiente vida; que llamaría al «poder supremo» para que viniera y la escoltara a la próxima «bella vida». Cuando la enfermera puso sus manos en las suyas y pronunció palabras que tenían la resonancia de un idioma extranjero, ella reconoció que se trataba de un encantamiento. Dado su trasfondo cultural, ella sabía de vudú, magia negra y demonios. Afirmó haber visto demonios en el cuarto. Le dijo a Rebecca que estaba demasiado débil para seguir luchando y que sabía que si aquello se volvía a repetir esa noche, moriría.
¡Rebecca quedó pasmada! Conocía a Perla lo suficiente para saber que no estaba mintiendo, y que tampoco estaba de algún modo fuera de sí; pero la enfermera a la que ella se refería era nada menos que la encargada de la DCI en el turno de la noche. Era una señora mayor, agradable, atractiva y una profesional excelente. Era bien organizada, entendida y procuraba que los pacientes fueran bien atendidos. Era muy respetada por los médicos y las demás enfermeras. Aunque siempre le había parecido un tanto fría y retraída, creía que era por las presiones del trabajo. Nunca le había hallado ni siquiera una falta en su trabajo.
Sabía que no podía hablar con ninguno de sus colegas sobre el problema porque iban a pensar que estaba loca. Tampoco podía acusar a la enfermera porque no tenía pruebas. En aquel tiempo Rebecca no sabía mucho de brujas y casi nada de demonios. Solo podía hacer una cosa: presentarle el problema al Señor en oración. Así, cada momento libre que tuvo ese día 10 pasó de rodillas en la capilla. (Siempre estaba sola en la capilla porque nadie la usaba.) Ya tarde en el día, el Señor le confirmó en su corazón que Perla estaba diciendo la verdad. El Señor también le ordenó que pasara la noche junto a ella, ya que ésta estaba demasiado enferma para que la sacaran de la DCI. Y podría hacerlo porque esa noche no tenía guardia.
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