domingo, 19 de febrero de 2023

LOS PRIMEROS HONORARIOS DE LINCOLN - 1943

  Viernes, 6 de noviembre de 2015

Los primeros honorarios Importantes de Lincoln
Por Mitchell Wilson  
1943
Un episodio dramático ydecisivo en la vida de un humilde abogado provinciano

Cierta tarde del año de 1855 Llegó a Springfield, población del estado de Illinois enclavada en la región de las praderas, un abogado de Filadelfia elegantemente vestido que preguntó por la dirección de un tal señor A. Lincoln. Le encaminaron a una casa de madera de humilde apariencia.
Acudió a abrir la puerta un hombre, en mangas de camisa, delgaducho e increíblemente alto. Era estrecho de hombros, cargado de espaldas, muy largo de brazos y piernas, de manos y pies desmesuradamente grandes. Su cabello, negro y áspero, parecía no conocer el peine. Lo único que impresionó favorablemente al visitante fue la mirada de aquel hombre: grave, melancólica, sabia.
-P. H. Watson -dijo el de Filadelfia haciendo su propia presentación-. Soy abogado de un grupo de fabricantes suscritores del fondo para ayudar a una persona a quien usted tal vez conoce: f . H. Manny, de Rockford, en Iiinoís. Lincoln reveló en su semblante vivo interés, al preguntar:
-¿Se trata del pleito de MtCormick y Manny? Watson respondió con un ademán afirmativo.
El pleito de McCormick y Manny era en aquellos días uno de los más sonados e importantes en los Estados Unidos. Sucedia que en vista del gran éxito alcanzado por Cyrus Mc Cormick con las segadoras mecánicas de su invención, buen número de pequeñas empresas estaban fabricando máquinas parecidas, y se negaban a pagar a Mc Cormick derechos de inventor alegando que las máquinas que ellos fabricaban no eran  iguales a la suya. Mc Cormick  contrató los servicios de los dos abogados  más famosos de los Estados Unidos, y demandó por 400,000 dólares a los competidores contra los cuales parecía más seguro el triunfo: J.H. Manny /Son.
Los demás fabricantes vieron muy claro que la ruina del negocio de los Manny acarrearía la suya propia, y formaron causa común para la defensa. En este punto, el abogado Watson les aconsejó:
"El pleito pasará a conocimiento del juez Drummond, del distrito del norte de Illinois, y se ventilará probablemente en Springfield. Les convendría a ustedes contar con simpatías entre la opinión pública. Consíganse los servicios de un abogado del lugar, que sea amigo del juez."
A esto obedecía que Watson se hallase en una casa de Springifeld hablando con el larguirucho abogado provinciano. Se valió para convencerlo del argumento que creyó de mayor peso: un anticipo de 500 dólares v la perspectiva de los honorarios más sustanciosos que hasta entonces le habían ofrecido.  Lincoln no se había hecho cargo hasta entonces de un solo asunto cuyos honorarios pasaran de unos pocos cientos de dolares.
Su nombre de abogado era completamente desconocido fuera del distrito en que ejercía la profesión.    Watson-se abstuvo, empero, de mencionar ciertos aspectos del negocio.
 Al marcharse Watson, Abraham Lincoln se dejó caer en una silla y quedó absorto en sus pensamientos.
Tenía ya 46 años, estaba cargado de deudas, le asaltaban a veces vagos temores de que sería siempre un fracasado. El revés experimentado años antes en su carrera política le hacía desconfiar del mañana. Mas he aquí que ahora se le presentaba como llovida del cielo la ocasión de que su fama de abogado se extendiese a toda la república.
Como no estaba al tanto de las disposiciones acerca de patentes de invención, ni tampoco tenía idea de la construcción y funcionamiento de las segadoras mecánicas, se aplicó asiduamente a adquirir los conocimientos que necesitaba en ambas materias. Vencida esta dificultad, aún quedaría otra, que era para Lincoln motivo de seria preocupación: los abogados con quienes habría de contender ante el tribunal eran hombres de mundo a los cuales adornaban un don de gentes y una cultura de los que él se sabía desprovisto.
Durante el período de intensa preparación a que hubo de someterse recibió muy de tarde en tarde cartas de Watson; pero los términos en que todas estaban concebidas le inclinaron a creer que le daban amplias facultades. Esto le hizo sentirse más seguro de sí mismo. En este punto le avisaron que la vista del pleito se había trasladado, por consentimiento           de        ambas partes, de Springfield a Cincinnati, donde presidiría el tribunal un juez que Lincoln no conocía. Aunque le pareció que hubieran debido consultarle de antemano, acabó por encogerse de hombros diciéndose que Watson trataba solamente de no desviar su atención a cuestiones secundarias.
Se trasladó, pues, a Cincinnati para conocer a sus clientes, seguro de que ellos confiaban en su capacidad y contaban con él para dar buen término al litigio. Llevó consigo el alegato laboriosamente preparado, en el cual cifraba sus esperanzas para lo por venir.
Había atendido a que su traje correspondiera a la importancia de la ocasión; su porte y sus maneras fueron mesurados y decorosos. Sin embargo, he aquí la impresión que causó a sus elegantes colegas «Su facha era la de un leñador desgarbado, vestido con ropa burda y que le venía mal. Los pantalones apenas le daban al tobillo; tenía puesto un guardapolvo lleno de sudor...".
Pronto empezaron       los desengaños de Lincoln. Le dijeron que tocaría   a otro              abogado,        Edrvin            Stanton contestar el pleito.  A la verdad, esto había sido lo resuelto casi desde el primer momento.
Cuando Manny Io, llevó al hotel en que se hospedaba Stanton, Lincoln quedó aguardando en el corredor. La puerta de la habitación del abogado estaba abierta. Stanron, que era pequeño de cuerpo y agresivo. vio a Lincoln y dijo a Manny en voz alta: "¿Qué hace ése ahí? ¡No estoy dispuesto a que me asocien con un orangután alelado¡ Díganle que se largue. Busquen alguien que tenga aspecto de caballero, o no cuenten conmigo›
Lincoln guardó silencio. Aunque el agravio era manifiesto, prefirió fingir que nada había oído. Alta la frente a pesar de la humillación recibida, se retiró al vestíbulo del hotel. Allí le presentaron a George Harding, otro de los abogados de Mannv. Poco después salieron todos en dirección al tribunal.
Al llegar allá, los abogados de una y otra parte cambiaron saludos. Todos se conocían ya. Nadie cuidó de presentar a Lincoln, que permaneció solo cerca de la mesa de la defensa. en situación por demás desairada.
Depositó en la mesa el manuscrito de su alegato. De acuerdo con la costumbre, sólo harían uso palabra cuatro abogados, dos por cada una de las partes. Como acababa de enterarse, por lo que hablaron los otros en el trayecto del hotel al tribunal, que a él lo habían contratado unos días antes que a Stanton, supuso fundadamente que dada esta anterioridadle correspondería ser el abogado de la parte de Mannv que presentara el escrito de conclusiones.
Reverdy Johnson, abogado de Mc-Cormick, se adelantó para decir afablemente: "Hemos notado que son tres los abogados de la defensa. Gustosamente convendremos en que se oiga todo cuanto tengan que alegar, v a este fin prescindimos de toda objeción a que haya más de dos alegatos por cada una de las partes. Pediremos tan sólo que se le consienta a mi colega, Edward Dickerson, hacer uso de la palabra por dos veces, si así lo deseamos."
Lincoln notó que Stanton y Harding cambiaban una mirada como si hubiesen convenido algo de antemano. Esto le hizo sentir que él estaba de más.
Stanton habló a su vez, para de­cir: No aspiramos a condescendencia alguna de nuestros opositores. Ni es nuestro propósito presentar más de dos alegatos. Jamás se nos ocurriría faltar al uso establecido en los tribunales. ¡Antes que contribuir a tal irregularidad, preferiré abstenerme de presentar el alegato           que      traigo cuidadosamente preparado ¡ " ¿El alegato que Stanton traía cuidadosamente Lincoln frunció el entrecejo. De ser esto así: ¿ Qué papel le habían asignado a él? Se limitó a decir sosegadamente: Traigo listo mi alegato."
Stanton le lanzó una mirada despreciativa y se encogió de hombros, al decirle: "Desde luego, tiene usted precedencia." A esto repuso Lincoln con su habitual cortesía: "Señor Stanton, si le parece preferible que sea usted quien lleve la palabra..."
Stanton aceptó inmediatamente la oferta de Lincoln, como si éste hubiera dado por terminada su intervención en el pleito. Harding guardó silencio. Viendo Lincoln que era inútil continuar allí, se retiró sin decir palabra después de echarse su alegato al bolsillo.
A la salida del tribunal permaneció de pie en la solitaria escalinata; se        sentía avergonzado, ofendido, indignado. Diciéndose luego que sus clientes le habían pagado por el alegato que tenía en el bolsillo y que a ellos debía entregarlo, volvió a la sala de tribunal y tomó asiento entre el público.
Antes, sin embargo, Lincoln entregó a Watson el manuscrito. "Dediqué bastante tiempo a prepararlo -le dijo-. Tal vez le sirva de álgo a Harding› Watson entregó el alegato a Harding, quien lo tiró desdeñosamente sobre la mesa. Ni una sola vez se dignó mirarlo. Al día siguiente, el menospreciado alegato de Lincoln continuaba en el mismo sitio, sin que nadie lo hubiera tomado en cuenta,
Durante la semana de la vista, los abogados de ambos litigantes cenaron juntos con frecuencia y, en una ocasión, en casa del Juez, invitados por él. Sólo una persona quedó excluida de tales convites: el alto y antiestético abogado de Springfield.
Se acercaba el día del fallo. Johnson, el famoso abogado de McCormick pronunció elocuente discurso en favor de los derechos del gran inventor. El abogado que lograra refutar argumentos tan brillantemente aducidos alcanzaría imperecedero renombre. Era a Lincoln a quien habría correspondido contestar a johnson; pero en vez de Lincoln, fue Stanton -el hombre que había hecho a un lado a Lincoln- quien tomó la palabra.
Sin rebajar en lo mínimo los méritos del invento de McCormick, Stanton fue analizando y rebatiendo uno por uno los argumentos de Johnson. Cautivado por la contundente lógica de Stanton, Lincoln olvidó la humillación sufrida a manos del hombre que le inspiraba ahora admiración por su talento.
"El discurso de Stanton ha sido una revelación para mí -dijo esa noche a un amigo con quien había salido a dar un paseo-. Nunca he escuchado nada tan pulido ni tan bien preparado: i No les llego a la suela del zapato ni a él ni a los otros abogados! Ni sé hablar como ellos ni me parezco a ellos - añadió con tristeza. Mas rehaciéndose al punto, con la resolución del hombre que no se deja amilanar por las dificultades, concluyó-: Me volveré a casa y empezaré a estudiar jurisprudencia de nuevo desde el principio. Esos gran-des abogados vendrán por aquí cada vez con más frecuencia, y es menester que yo sea capaz de enfrentarme con ellos en igualdad de condiciones."
El notable discurso de Stanton decidió el pleito a favor de Manny. Watson envió a Lincoln un cheque por 2000 dólares. Aunque esta suma era un capital para Lincoin, devolvió el cheque a Watson con una carta en que le manifestaba que no habiendo actuado en el pleito le era imposible aceptar pago alguno. Sintiéndose, al parecer, culpable por la parte que le había cabido en la exclusión de Lincoln, Watson le envió por segunda vez el cheque rogándole que lo aceptase. Llegó en momentos en que la situación económica de Lincoln era desesperada. Aceptó los $2000, que compartió con su compañero de bufete.
No le era dable a Lincoln borrar de su memoria el humillante trato que había recibido -fresco quedó en sus recuerdos toda la vida-; pero sí estaba en su mano desterrar de sí mismo las causas de tal humillación, para que nunca pudiera repetirse.
De ahí en adelante, su porte adquirió mayor dignidad, sus discursos fueron más pulidos, más profundos.
Volvió a dedicarse a lo que desde un principio fuera objeto de su predilección: la política. No tardó en deparársele la coyuntura de contender con Stephen Douglas, uno de los más notables y brillantes oradores políticos del país. Aceptó esta nueva ocasión con que la vida le brindaba; y fue por irónica circunstancia el dinero recibido de Manny el que le permitió desentenderse de otras ocupaciones para entregarse de lleno a la campaña política en que conquistó la fama que no había logrado cuando el pleito de McCormick y Manny.
Poco tiempo después fue elegido Presidente de los Estados Unidos.Uno de sus más acerbos censores había sido Stanton; pero Lincoln estableció siempre la distinción entre e¡ Stanton de la palabra cáustica y descomedida y el Stanton de la poderosa v cultivada inteligencia. Y cuando necesitó elegir a un hombre para el importante cargo de secretario de Guerra, su elección recayó en Edwin Stanton.
Sólo un hombre del carácter de Lincoln pudo haberse sobrepuesto al recuerdo de antiguos agravios; únicamente la generosidad de alma de un Lincoln pudo acallar todo rencor.
Años de servir a las ordenes de Abraham Lincoln dieron a entender a Stanton cuál de los dos era el grande hombre. Ante el lecho de Lincoln expirante permaneció Stantrón abrumado de dolor. Y cuando Lincoln cerró para siempre los ojos, fue Stanton -el hombre que tan cruelmente le hiriera años atrás- quien le rindiera memorable homenaje al decir
"Ahora pertenece a la inmortalidad."
 
 miércoles, 18 de noviembre de 2015
ANECDOTARIO DE ABRAHAM LINCOLN 

DURANTE la guerra contra los in­dios Black Hawk en 1832, Lincoin se alistó como voluntario y lo hicieron capitán de una compañía. Como desconocía la táctica militar cometió muchos disparates. Cierto día que marchaba a campo traviesa con un pelotón de gente formada de 20 en fondo, quiso pasar a un predio vecino por una puerta de la cerca.
—No me pude acordar de las pa­labras precisas para ordenar a la tropa que formara a lo largo —cuenta Lincoln—. Por fin, cuando ya llegábamos a la puerta grité: ¡Rompan filas, por dos minutos ... y después vuelvan a formar del otro lado de la cerca!»
IDA TARBELL
EN CIERTA ocasión, nuestra compañía se encontró con los indios y tras una breve escaramuza los obligó a retirarse unas cuantas millas. Como ya iba anocheciendo tuvimos que acampar y entonces nos dimos cuenta, en medio de la más grande consternación, que faltaba. Su ausencia de nuestro vivac, o mejor dicho la ausencia de sus cuentos, era nosotros una desgracia. Mas, de pronto se presentó en el campamento.
—¿Dónde estabas? —le pregun­tamos—. ¿No has huido, verdad ?
—No; tanto como huir, no —dijo deliberadamente— pero calculo que si alguien me hubiera visto, es decir, alguien que pensara que yo iba en busca de un médico, hubiera creído que el enfermo estaba de muerte.
ANDREW ADDERUP
 viernes, 6 de noviembre de 2015

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