Viernes, 6 de noviembre de 2015
Los primeros honorarios Importantes
de Lincoln
Por Mitchell Wilson
1943
Un episodio dramático ydecisivo en la vida de un humilde abogado provinciano
Cierta
tarde del año de 1855 Llegó a Springfield, población del estado de Illinois
enclavada en la región de las praderas, un abogado de Filadelfia elegantemente
vestido que preguntó por la dirección de un tal señor A. Lincoln. Le
encaminaron a una casa de madera de humilde apariencia.
Acudió
a abrir la puerta un hombre, en mangas de camisa, delgaducho e increíblemente
alto. Era estrecho de hombros, cargado de espaldas, muy largo de brazos y
piernas, de manos y pies desmesuradamente grandes. Su cabello, negro y áspero,
parecía no conocer el peine. Lo único que impresionó
favorablemente al visitante fue la mirada de aquel hombre: grave,
melancólica, sabia.
-P. H. Watson -dijo el de Filadelfia haciendo su propia
presentación-. Soy abogado de un grupo de fabricantes suscritores del fondo
para ayudar a una persona a quien usted tal vez conoce: f . H. Manny, de
Rockford, en Iiinoís.
Lincoln reveló en su semblante vivo interés, al preguntar:
-¿Se trata del pleito de MtCormick y Manny? Watson respondió con
un ademán afirmativo.
El
pleito de McCormick y Manny era en aquellos días uno de los más sonados e
importantes en los Estados Unidos. Sucedia que en vista
del gran éxito alcanzado por Cyrus Mc Cormick con las segadoras mecánicas de su
invención, buen número de pequeñas empresas estaban fabricando máquinas
parecidas, y se negaban a pagar a Mc Cormick derechos de inventor alegando que
las máquinas que ellos fabricaban no eran iguales a la suya. Mc
Cormick contrató los servicios de los dos abogados más famosos de
los Estados Unidos, y demandó por 400,000 dólares a los competidores contra los
cuales parecía más seguro el triunfo: J.H. Manny /Son.
Los
demás fabricantes vieron muy claro que la ruina del negocio de los Manny
acarrearía la suya propia, y formaron causa común
para la defensa. En este punto, el abogado Watson les aconsejó:
"El pleito pasará a conocimiento del juez Drummond,
del distrito del norte de Illinois, y se ventilará probablemente en
Springfield. Les convendría a ustedes contar con simpatías entre la opinión
pública. Consíganse los servicios de un abogado del lugar, que sea amigo del
juez."
A
esto obedecía que Watson se hallase en una casa de Springifeld hablando con el
larguirucho abogado provinciano. Se valió para convencerlo del argumento que
creyó de mayor peso: un anticipo de 500 dólares v la perspectiva de los
honorarios más sustanciosos que hasta entonces le habían ofrecido.
Lincoln no se había hecho cargo hasta entonces de un solo asunto cuyos
honorarios pasaran de unos pocos cientos de dolares.
Su
nombre de abogado era completamente desconocido fuera del distrito en que
ejercía la profesión. Watson-se abstuvo, empero, de mencionar
ciertos aspectos del negocio.
Al
marcharse Watson, Abraham Lincoln se dejó caer en una silla y quedó absorto en
sus pensamientos.
Tenía
ya 46 años, estaba cargado de deudas, le asaltaban a veces vagos temores de que
sería siempre un fracasado. El revés experimentado años antes en su carrera
política le hacía desconfiar del mañana. Mas he aquí que ahora se le presentaba
como llovida del cielo la ocasión de que su fama de abogado se extendiese a
toda la república.
Como
no estaba al tanto de las disposiciones acerca de patentes de invención, ni
tampoco tenía idea de la construcción y funcionamiento de las segadoras
mecánicas, se aplicó asiduamente a adquirir los conocimientos que necesitaba en
ambas materias. Vencida esta dificultad, aún quedaría otra, que era para
Lincoln motivo de seria preocupación: los abogados con quienes habría de
contender ante el tribunal eran hombres de mundo a los cuales adornaban un don
de gentes y una cultura de los que él se sabía desprovisto.
Durante
el período de intensa preparación a que hubo de someterse recibió muy de tarde
en tarde cartas de Watson; pero los términos en que todas estaban concebidas le
inclinaron a creer que le daban amplias facultades. Esto le hizo sentirse más
seguro de sí mismo. En este punto le avisaron que la vista del pleito se había
trasladado, por consentimiento
de ambas partes, de Springfield a
Cincinnati, donde presidiría el tribunal un juez que Lincoln no conocía. Aunque
le pareció que hubieran debido consultarle de antemano, acabó por encogerse de
hombros diciéndose que Watson trataba solamente de no desviar su atención a
cuestiones secundarias.
Se
trasladó, pues, a Cincinnati para conocer a sus clientes, seguro de que ellos
confiaban en su capacidad y contaban con él para dar buen término al litigio.
Llevó consigo el alegato laboriosamente preparado, en el cual cifraba sus
esperanzas para lo por venir.
Había
atendido a que su traje correspondiera a la importancia de la ocasión; su porte
y sus maneras fueron mesurados y decorosos. Sin embargo, he aquí la impresión
que causó a sus elegantes colegas «Su facha era
la de un leñador desgarbado, vestido con ropa burda y que le venía mal. Los
pantalones apenas le daban al tobillo; tenía puesto un guardapolvo lleno de
sudor...".
Pronto
empezaron los desengaños de Lincoln. Le
dijeron que tocaría a
otro
abogado,
Edrvin
Stanton contestar el pleito. A la verdad, esto había sido lo resuelto
casi desde el primer momento.
Cuando
Manny Io, llevó al hotel en que se hospedaba Stanton, Lincoln quedó aguardando
en el corredor. La puerta de la habitación del abogado estaba abierta. Stanron,
que era pequeño de cuerpo y agresivo. vio a Lincoln y dijo a Manny en voz alta:
"¿Qué hace ése ahí? ¡No estoy dispuesto a
que me asocien con un orangután alelado¡ Díganle que se largue. Busquen alguien
que tenga aspecto de caballero, o no cuenten conmigo›
Lincoln
guardó silencio. Aunque el agravio era manifiesto, prefirió fingir que nada
había oído. Alta la frente a pesar de la humillación recibida, se retiró al
vestíbulo del hotel. Allí le presentaron a George Harding, otro de los abogados
de Mannv. Poco después salieron todos en dirección al tribunal.
Al
llegar allá, los abogados de una y otra parte cambiaron saludos. Todos se
conocían ya. Nadie cuidó de presentar a Lincoln,
que permaneció solo cerca de la mesa de la defensa. en situación por demás
desairada.
Depositó
en la mesa el manuscrito de su alegato. De acuerdo con la costumbre, sólo
harían uso palabra cuatro abogados, dos por cada una de las partes. Como
acababa de enterarse, por lo que hablaron los otros en el trayecto del hotel al
tribunal, que a él lo habían contratado unos días antes que a Stanton, supuso
fundadamente que dada esta anterioridadle correspondería ser el abogado de la
parte de Mannv que presentara el escrito de conclusiones.
Reverdy
Johnson, abogado de Mc-Cormick, se adelantó para decir afablemente:
"Hemos notado que son tres los abogados de la defensa. Gustosamente
convendremos en que se oiga todo cuanto tengan que alegar, v a este fin
prescindimos de toda objeción a que haya más de dos alegatos por cada una de
las partes. Pediremos tan sólo que se le consienta a mi colega, Edward
Dickerson, hacer uso de la palabra por dos veces, si así lo deseamos."
Lincoln
notó que Stanton y Harding cambiaban una mirada como si hubiesen convenido algo
de antemano. Esto le hizo sentir que él estaba de
más.
Stanton
habló a su vez, para decir: No aspiramos a condescendencia alguna de nuestros
opositores. Ni es nuestro propósito presentar más de dos alegatos. Jamás se nos
ocurriría faltar al uso establecido en los tribunales. ¡Antes que contribuir
a tal irregularidad, preferiré abstenerme de presentar el
alegato
que traigo cuidadosamente preparado ¡ "
¿El alegato que Stanton traía cuidadosamente Lincoln frunció el entrecejo. De
ser esto así: ¿ Qué papel le habían asignado a él? Se limitó a decir
sosegadamente: Traigo listo mi alegato."
Stanton le lanzó una mirada despreciativa y se encogió de hombros, al decirle: "Desde
luego, tiene usted precedencia." A esto repuso Lincoln con su habitual
cortesía: "Señor Stanton, si le parece preferible que sea usted quien
lleve la palabra..."
Stanton
aceptó inmediatamente la oferta de Lincoln, como si éste hubiera dado por
terminada su intervención en el pleito. Harding guardó silencio. Viendo Lincoln
que era inútil continuar allí, se retiró sin decir palabra después de echarse
su alegato al bolsillo.
A la salida del tribunal permaneció de pie en la solitaria
escalinata;
se sentía
avergonzado, ofendido, indignado. Diciéndose luego que sus clientes
le habían pagado por el alegato que tenía en el bolsillo y que a ellos debía
entregarlo, volvió a la sala de tribunal y tomó asiento entre el público.
Antes,
sin embargo, Lincoln entregó a Watson el manuscrito. "Dediqué bastante
tiempo a prepararlo -le dijo-. Tal vez le sirva de álgo a Harding› Watson
entregó el alegato a Harding, quien lo tiró desdeñosamente sobre la mesa. Ni una sola vez se dignó mirarlo. Al día siguiente, el
menospreciado alegato de Lincoln continuaba en el mismo sitio, sin que nadie lo
hubiera tomado en cuenta,
Durante
la semana de la vista, los abogados de ambos litigantes cenaron juntos con
frecuencia y, en una ocasión, en casa del Juez, invitados por él. Sólo una
persona quedó excluida de tales convites: el alto y antiestético abogado de
Springfield.
Se
acercaba el día del fallo. Johnson, el famoso abogado de McCormick pronunció
elocuente discurso en favor de los derechos del gran inventor. El abogado que
lograra refutar argumentos tan brillantemente aducidos alcanzaría imperecedero
renombre. Era a Lincoln a quien habría correspondido contestar a johnson; pero
en vez de Lincoln, fue Stanton -el hombre que había hecho a un lado a Lincoln-
quien tomó la palabra.
Sin
rebajar en lo mínimo los méritos del invento de McCormick, Stanton fue
analizando y rebatiendo uno por uno los argumentos de Johnson. Cautivado por la
contundente lógica de Stanton, Lincoln olvidó la humillación sufrida a manos
del hombre que le inspiraba ahora admiración por su talento.
"El discurso de Stanton ha sido una revelación para
mí
-dijo esa noche a un amigo con quien había salido a dar un paseo-. Nunca he
escuchado nada tan pulido ni tan bien preparado: i No les llego a la suela del
zapato ni a él ni a los otros abogados! Ni sé hablar como ellos ni me parezco a
ellos - añadió con tristeza. Mas rehaciéndose al punto, con la resolución del
hombre que no se deja amilanar por las dificultades, concluyó-: Me volveré a
casa y empezaré a estudiar jurisprudencia de nuevo desde el principio. Esos
gran-des abogados vendrán por aquí cada vez con más frecuencia, y es menester
que yo sea capaz de enfrentarme con ellos en igualdad de condiciones."
El
notable discurso de Stanton decidió el pleito a favor de Manny. Watson envió a
Lincoln un cheque por 2000 dólares. Aunque esta suma era un capital para
Lincoin, devolvió el cheque a Watson con una carta en que le manifestaba que no
habiendo actuado en el pleito le era imposible aceptar pago alguno.
Sintiéndose, al parecer, culpable por la parte que le había cabido en la
exclusión de Lincoln, Watson le envió por segunda vez el cheque rogándole que
lo aceptase. Llegó en momentos en que la situación económica de Lincoln era
desesperada. Aceptó los $2000, que compartió con su compañero de bufete.
No
le era dable a Lincoln borrar de su memoria el humillante trato que había
recibido -fresco quedó en sus recuerdos toda la vida-; pero sí estaba en su
mano desterrar de sí mismo las causas de tal humillación, para que nunca
pudiera repetirse.
De
ahí en adelante, su porte adquirió mayor dignidad, sus discursos fueron más
pulidos, más profundos.
Volvió
a dedicarse a lo que desde un principio fuera objeto de su predilección: la
política. No tardó en deparársele la coyuntura de contender con Stephen
Douglas, uno de los más notables y brillantes oradores políticos del país.
Aceptó esta nueva ocasión con que la vida le brindaba; y fue por irónica
circunstancia el dinero recibido de Manny el que le permitió desentenderse de
otras ocupaciones para entregarse de lleno a la campaña política en que
conquistó la fama que no había logrado cuando el pleito de McCormick y Manny.
Poco
tiempo después fue elegido Presidente de los Estados Unidos.Uno de sus más
acerbos censores había sido Stanton; pero Lincoln
estableció siempre la distinción entre e¡ Stanton de la palabra cáustica y
descomedida y el Stanton de la poderosa v cultivada inteligencia. Y cuando necesitó elegir a un hombre para el importante
cargo de secretario de Guerra, su elección recayó en Edwin Stanton.
Sólo un hombre del carácter de Lincoln pudo
haberse sobrepuesto al recuerdo de antiguos agravios; únicamente la generosidad
de alma de un Lincoln pudo acallar todo rencor.
Años de servir a las ordenes de Abraham Lincoln dieron a
entender a Stanton cuál de los dos era el grande hombre. Ante el lecho de
Lincoln expirante permaneció Stantrón abrumado de dolor. Y cuando Lincoln cerró
para siempre los ojos, fue Stanton -el hombre que tan cruelmente le hiriera
años atrás- quien le rindiera memorable homenaje al decir
"Ahora pertenece a la inmortalidad."
miércoles, 18 de noviembre de 2015
ANECDOTARIO DE ABRAHAM LINCOLN
— IDA TARBELL
EN CIERTA ocasión, nuestra compañía se encontró con los indios y tras una breve escaramuza los obligó a retirarse unas cuantas millas. Como ya iba anocheciendo tuvimos que acampar y entonces nos dimos cuenta, en medio de la más grande consternación, que faltaba. Su ausencia de nuestro vivac, o mejor dicho la ausencia de sus cuentos, era nosotros una desgracia. Mas, de pronto se presentó en el campamento.
—¿Dónde estabas? —le preguntamos—. ¿No has huido, verdad ?
—No; tanto como huir, no —dijo deliberadamente— pero calculo que si alguien me hubiera visto, es decir, alguien que pensara que yo iba en busca de un médico, hubiera creído que el enfermo estaba de muerte.
— ANDREW ADDERUP
DURANTE
la guerra contra los indios Black Hawk en 1832, Lincoin se alistó como
voluntario y lo hicieron capitán de una compañía. Como desconocía la táctica
militar cometió muchos disparates. Cierto día que marchaba a campo traviesa con
un pelotón de gente formada de 20 en fondo, quiso pasar a un predio vecino por
una puerta de la cerca.
—No me pude acordar de las palabras precisas para ordenar a la tropa que
formara a lo largo —cuenta Lincoln—. Por fin, cuando ya llegábamos a la puerta
grité: ¡Rompan filas, por dos minutos ... y después vuelvan a formar del otro
lado de la cerca!»— IDA TARBELL
EN CIERTA ocasión, nuestra compañía se encontró con los indios y tras una breve escaramuza los obligó a retirarse unas cuantas millas. Como ya iba anocheciendo tuvimos que acampar y entonces nos dimos cuenta, en medio de la más grande consternación, que faltaba. Su ausencia de nuestro vivac, o mejor dicho la ausencia de sus cuentos, era nosotros una desgracia. Mas, de pronto se presentó en el campamento.
—¿Dónde estabas? —le preguntamos—. ¿No has huido, verdad ?
—No; tanto como huir, no —dijo deliberadamente— pero calculo que si alguien me hubiera visto, es decir, alguien que pensara que yo iba en busca de un médico, hubiera creído que el enfermo estaba de muerte.
— ANDREW ADDERUP
viernes, 6 de noviembre de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario