martes, 14 de febrero de 2023

EL VINO ALIBERAR A LOS CAUTIVOS - 006

 

Martes, 2 de agosto de 2016

EL VINO ALIBERAR A LOS CAUTIVOS Por REBECCA BROWN 006

 EL VINO ALIBERAR A LOS CAUTIVO
Por REBECCA BROWN
Capitulo 02
Aparece Elaine
El matrimonio de mis padres fue muy inestable. Mi padre era un borracho que se creía un regalo de Dios para las mujeres. Maltrataba mucho a mi madre. Cuando nací se paró al pie de la cama y le estuvo gritando que era mejor que yo me muriera hasta que mi madre le arrojó un vaso.
Mi nacimiento fue como cualquier otro, como el de los cientos que nacieron el mismo día en todo el mundo, excepto que yo nací deformada. No tenía nariz, ni labios, ni cielo de la boca. Era lo que llaman un severo caso de labio leporino con paladar hendido. Mi madre quiso verme tan pronto nací, y claro, para ella yo era bella, aun con mis deformidades. Su primera pregunta fue:
-¿Pueden arreglárselos?
Pero la pobre estaba en la miseria. No tenía dinero ni manera de ganarlo. En aquellos días no había programas de beneficencia estatal como hoy día, pero mi madre no era de las que se resignaba por ser pobre.
Sucedió que en el mismo hospital había una enfermera llamada Helen. Había ayudado en mi nacimiento. Helen conocía las circunstancias en que vivía mi madre, así como la actitud de odio de mi padre. No era una enfermera cualquiera, sino una poderosa bruja y miembro de lo que se había convertido en una de las más poderosas pero menos conocidas sectas en nuestro país. Esta secta se autodenomina La Hermandad y rinde adoración a Satanás. Helen era, en aquel momento, lo que la secta llama «persona de contacto;>. Su contacto con mi madre habría de afectarme por el resto de mi vida, así como la vida de Rebecca.
Al otro día de mi nacimiento Helen se acercó a mi madre con una proposición. Si mi madre le permitía sacarme un poquito de sangre, ella y sus «amigas» le proporcionarían la manera de obtener el dinero y la ayuda necesaria para conseguir la mejor cirugía y los mejores servicios médicos. Mi madre no entendía por qué Helen hacía todo aquello por algo al parecer tan insignificante. Aparentemente no entendió el significado de lo que Helen le explicaba. Pero, como no parecía haber otra fuente a dónde acudir en busca de la ayuda que desesperadamente necesitaba, y como Helen le reiteraba que jamás me haría daño, mi madre accedió a la proposición. Helen era una joven atractiva que parecía de verdad interesada y sincera en su deseo de ayudarme a mí y a mi madre.
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Lo que no le explicó a mi madre fue que mi sangre constituía para ella una «venta» bien importante. El frasquito con la sangre que me sacaron fue entregado a una mujer llamada Grace. Grace pertenecía también a la secta satánica. Era lo que llamaban gran sacerdotisa. La venta de mi sangre otorgaría a Grace más poder, más actividad y una más alta posición en la secta. Helen, también, obtendría más poder con aquella transacción.
Helen me sacó la sangre y se la entregó a Grace.
Grace entonces bebió mi sangre durante una ceremonia que concedía a ella ya Satanás posesión de mi persona, y me abría como morada de muchos demonios desde ese momento en adelante. Grace, por orden de Satanás, envió a mí, espíritus que habrían de modelar y conformar mi vida, mi personalidad y mi futuro.
Mi madre no era cristiana, ni tampoco sabía que lo que había hecho me convertía en persona marcada y observada por los satanistas, y que, más tarde, resultaría en mi participación en el culto. Si lo hubiera sabido, nunca hubiera dicho que sí, que podían sacarme aquella pequeña cantidad de sangre. Tiempo después, ya como miembro de la secta, habría de presenciar varias de aquellas ventas y siempre me dolía pensar en las consecuencias en la vida del recién nacido.
Satanás había obtenido una valiosa prenda: una recién nacida en la que demonios y espíritus podrían hallar albergue y que habría de crecer y ser poderosa y ágil en la vida. A medida que fui teniendo conciencia de mí misma, aun en mis más tempranos días, sabía que algo extraordinario sucedía dentro de mí, aunque no sabía lo que era.
Cuatro días después de mi nacimiento, le dijeron a mi madre que me llevarían a un enorme centro médico. Allí me sometieron a varias operaciones. Muchísimas. Es más, fueron dieciséis años de cirugía plástica para construirme un rostro. Tuve que pasar muchas horas de terapia de la voz y el oído, trabajos dentales, de todo. Era el comienzo de muchos años de dolor, soledad y rechazo. Dolor, porque la cirugía plástica arde horriblemente durante los días de convalecencia después de la operación. Soledad, porque yo no era como los demás niños. Rechazo, por la reacción que provocaba mi desfiguramiento. Tenía muy pocos amigos. Me volví dura, peleadora. Aprendí a pelear y a pelear bien para poder sentir algo de amor propio. Tenía tantas interrupciones en mis estudios a causa de las operaciones que me era muy difícil conservar las amistades que adquiría.
Los niños de la escuela parecían divertirse empujándome, pellizcándome y burlándose de mí hasta que ya yo no resistía más. Cambiaba de escuela con
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tanta frecuencia que nunca fui a la misma escuela dos años seguidos. Mis padres pensaban que era mejor no tener que enfrentarme al mismo grupo un segundo año. Pero me volvía a encontrar con los mismos niños todas las veces. Cada escuela era igual, la reacción era igual. Nada cambiaba cada agonizante año.
Mi madre se volvió a casar poco después de mi nacimiento. Mis padres no iban a la iglesia. A mí no me impedían ir, pero ellos no iban. Uno esperaba por el otro. Como siempre sucede, uno se queda esperando si espera demasiado por el otro y no da el primer paso.
Por fin me uní a un grupo de jóvenes de una iglesia. Era un grupo muy activo en una iglesia pentecostal. Yo Tenía dieciséis años y el grupo de jóvenes me aceptó porque podía cantar, y tocar la guitarra y los tambores. Tenía talento para la música y el arte. Fui bastante feliz pero por poco tiempo.
A medida que crecía fui descubriendo que tenía poderes inexplicables y no sabía qué hacer con ellos, ni qué era, ni de dónde procedían. Algunos me decían que tenía «dones». Tengo una tía que está muy metida en la brujería y el espiritismo. A veces nos llevaba a su casa para mostrarnos algunos «juegos» de magia. Yo siempre tuve una gran habilidad con la ouija, la baraja, etc. Cuando alcancé la adolescencia descubrí que podía influir en los demás para que hicieran mi voluntad. Y tenía también más fuerza física de lo normal.
Recuerdo que en mi primer año de la escuela superior se me acercó una lesbiana que trató de entretenerse conmigo después de la clase de gimnasia. Me entró una furia incontrolable y casi la ahogué en la taza del inodoro. Era mucho más grande que yo, pero la hubiera matado si varios adultos no intervienen.
Permanecí en la misma escuela durante todo el bachillerato. Mis compañeros se burlaban de mí. No hay nada peor en esa edad que la injurien y se burlen de una. Llegué al punto en que ya no pude aguantar más. Estando en el grado 12, caminaba por el pasillo cuando el principal futbolista gritó:
-¡Miren a la fea de labio leporino!
Solté los libros y corrí hacia él. Lo próximo que supe es que cinco maestros trataban de quitármelo. Por poco lo mato a golpes. Le partí la nariz, la mandíbula y varios huesos de la cara. Tenía una fuerza sobrenatural. Aquel muchacho pesaba cerca de cien kilos y yo no más de cuarenta. No recibí ni un arañazo en la lucha, ni siquiera en los puños.

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