viernes, 24 de febrero de 2023

MI «HERMANO» JAPONÉS

 Conmovedora aventura personal
MI «HERMANO» JAPONÉS

 SELECCIONES DEL READER'S DIGEST-AGOSTO DE 1955
Por William Jennings Bryan, hijo
CIERTA TARDE fría y tempestuosa de octubre de 1898 oí un golpecito tímido dado a la puerta de nuestra casa de Lincoln, en el estado de Nebraska. Como mi madre estaba atareada preparando la cena, me dirigí a la puerta y abrí.
Allí estaba, junto a enorme maleta casi tan grande como él, un delgado jovencillo japonés que, sombrero en mano, se inclinó hasta cerca del suelo. Dos ojos pardos me miraron ansiosos a través de un mechón de negrísimo pelo. Tanto el japonés como yo habíamos perdido el habla.
Mientras nos mirábamos petrificados el uno al otro, mi madre preguntó desde el fondo de la casa:
— ¿Quién es, Guillermo?
Cuando nuestro visitante vio a mi madre-hizo de nuevo tres profundas reverencias y dijo muy despacio, como si cada palabra le costase esfuerzo:
Mi madre americana, soy venido a tus pies.
Tal fue mi primera entrevista con Yashichiro Yamashita, que había de ser mi hermano «adoptivo,» mi compañero y mi amigo.
El viaje de Yashichiro hasta el umbral de nuestra puerta había dado comienzo casi dos años antes, cuando mi padre, candidato del partido demócrata para presidente de los Estados Unidos, estaba en pleno fragor de la campaña electoral de 1896. Mi madre se había encargado de la monumental tarea de despachar la correspondencia particular que llovía de todas partes del mundo y un día abrió un abultado sobre cuyo matasellos rezaba «Kagoshima, Japón.» La carta que contenía el sobre constaba de varias páginas, estaba escrita (según nos enteramos más adelante) con una pluma-pincel japonesa y redactada en un inglés de muchacho escolar japonés, tan pintoresco como difícil de entender. La carta venía dirigida a «Mis queridísimos padres americanos» y firmada Yashichiro Yamashita.
Nunca habíamos oído hablar de Yashichiro pero la carta decía que era alumno de un instituto de segunda enseñanza y prestaba servicios como traductor de inglés a un periódico de Yokohama. Vivía en Kagoshima, localidad de la punta meridional del Japón. Había leído mucho sobre los Estados Unidos y le habían interesado sobremanera los discursos de mi padre en la campaña electoral abogando por la paz mundial y la comprensión internacional. Todas estas cosas le habían inspirado una ambición, la única de su vida, que era viajar a Norteamérica, y estudiar bajo la dirección de mi padre para que, a su regreso al Japón, pudiera ser ayudante de su pueblo.
La carta decía también que Yashichiro había tratado del asunto muy detenidamente con sus padres y que el autor de sus días se había brindado a vender la granja familiar para obtener el dinero del pasaje. En consecuencia, Yashichiro había decidido adoptar a mis padres y se presentaría en nuestra casa tan pronto pudiera terminar los arreglos necesarios.
Mi madre se sintió impresionada por la sinceridad de la carta y escribió una respuesta cortés. Le explicaba que, si bien aplaudía la ambición de Yashichiro de ser ayudante de su pueblo, tenía ya tres hijos propios por criar y educar y no podía asumir ninguna responsabilidad adicional. Mi madre supuso que su carta pondría fin al asunto.
Pocos meses después llegó una segunda carta. Venía ésta dirigida a «Mis queridísimos custodios.» Yashichiro explicaba en ella que sus padres todavía no habían encontrado comprador para la granja, pero que seguían teniendo esperanzas de venderla. Esta carta nos dio bastantes ánimos. Pensamos que Yashichiro nunca tendría dinero para hacer el viaje.
Pasaron los meses y ya habíamos casi olvidado la cosa cuando en la primavera de 1898 llegó una tercera carta que nos sorprendió completamente desprevenidos. ¡Esta carta venía de San Francisco e informaba que Yashichiro había llegado a los Estados Unidos! El muchacho nos comunicaba que, por no haberse dado cuenta de lo lejos que estaba Lincoln de San Francisco, no había traído consigo bastante dinero, pero añadía que no nos inquietásemos pues ya tenía empleo y continuaría el viaje a nuestra casa tan luego hubiera ahorrado el precio del billete.
Ya no nos quedaba tiempo que perder. Mi padre escribió inmediatamente a uno de sus amigos políticos de San Francisco para encargarle que diera a toda costa con el paradero de Yamashita y le hiciese saber personalmente que le era absolutamente imposible hacerle hueco en la familia. Cuando el amigo de mi padre contestó que ya había dado su mensaje, consideramos definitivamente terminado el asunto.

La siguiente noticia que tuvimos del  decidido muchacho fue su presencia en nuestra puerta y sus palabras de salutación: «Mi madre americana, soy venido a tus pies.»
Mi madre decidió que Yamashita pasase la noche en casa y dejó para el siguiente día el mal rato que pensaba darle. Pero nunca llegó aquel dia siguiente. Yamashita se hizo querer muy pronto por todos nosotros.
Apenas podía expresarse en inglés pero lo leía y escribía. Cuando empezamos a acosarlo a preguntas, sacó lápiz y papel y escribió con letra clara y legible: «Escribir pregunta, por favor.» De este modo empezó una sesión extraordinaria de comunicación silenciosa que duró hasta altas horas de la noche.
Las respuestas escritas de Yamashita nos dijeron que ardía en férvidos deseos de servir a su patria. Nos rogó que le diésemos la oportunidad de procurarse instrucción norteamericana. Nos aseguró que nunca sería carga económica para nosotros; era fuerte, estaba acostumbrado a trabajar y desempeñaría cualquier clase de faena para resarcirnos de sus gastos.
Por la mañana celebramos una conferencia familiar. Todos esruvimosos de acuerdo en que la inteligencia y siinceridad de Yamashia le daban derecho a recibir cierta ayuda. No podíamos dejar en la calle a un extraño en tierra extraña. Mis padres decidieron que permaneciera entre nosotros algún tiempo hasta que pudieran colocarlo satisfactoriamente en algún sitio y tal vez iniciarlo en las tareas escolares.
Así fue como Y. Bryan Yamashita (él había ya adoptado nuestro apellido) se hizo miembro de la familia y obtuvo la «iniciación» que duró más de cinco años, hasta que completó sus estudios en la Universidad de Nebraska.
Yama (como acabamos por llamarlo) era un manojo de energía. Ayudaba en la cocina, donde no sólo hacía brillar platos y vasos sino que nunca rompió ninguno. En el huerto se hizo responsable de cada remolacha, zanahoria y rábano y declaró guerra sin cuartel a los insectos. A mi madre le encantaban las peonías. Yama se dedicó con empeño a cultivar las más espléndidas de la vecindad, y tuvo el éxito más brillante.
Siempre que la familia necesitaba el coche, Yama lo sabía sin que se lo dijeran. Los caballos limpios y enganchados al inmaculado coche esperaban a la puerta. Tenía el establo como un salón, traspalaba la nieve, segaba la hierba, barría y pulía la casa. En cuanto  hacía daba ejemplo de incansable actividad, dificil de copiar por nosotros que aún eramos niños.
Todo este trabajo voluntario lo hacía en las horas libres porque la principal delicia de Yama era estudiar. Lector insaciable, la luz de gas de su cuarto estuvo encendida todos aquellos cinco años mucho después de quedar en la oscuridad el resto de la casa, mientras devoraba sus libros.
Era frecuente que las noches de domingo se reuniese toda la familia en derredor del piano para cantar himnos, y en tales ocasiones mi padre y Yama desafinaban a placer. A pesar de su magnífica voz de orador, mi padre no tenía oído para la música. El de Yama no era mucho mejor, pero ambos suplían con el vigor de sus voces su falta de entonación.
El béisbol entusiasmaba a Yama, aunque lo jugaba con más energía que habilidad. "También le gustaban mucho las excursiones campestres, a las que nunca faltaba; y todavía encontraba tiempo para hacer trabajos sueltos en toda la ciudad. Nunca supimos cuánto ganaba, pero al cabo de seis años había economizado lo suficiente para pagarse el viaje de regreso al Japón y vivir allí hasta encontrar empleo.
Nosotros los muchachos lo echamos muchísimo de menos y, cuando años después nuestra familia hizo un viaje alrededor del mundo, insistimoen  ver a Yama en el Japón. Mi padre le escribió diciéndole la fecha de nuestra llegada. 

Enorme multitutud nos esperaba en el muelle de Yokohama. Y en primera fila, vestido de levita y chistera, rodeado de parientes y amigos, portador de enorme ramo de flores para mi madre, estaba Y. Bryan Yamashita.
Insistió en acompañarnos en la mayor parte de nuestros viajes por las islas para servirnos de guía oficial e intérprete. Cuando visitamos su aldea natal,la población entera salió a saludar a la « familia americana de YashichiroLas escuelas celebraron la festividad y los chiquillos vestidos con sus alegres kimonos se alinearon a ambos lados de la calle con grandes banderas japonesas y estadounidenses. Cuando pasamos en nuestros jinrikishas entre las filas de rostros sonrientes y con Yama muy orgulloso a la cabeza de la comitiva, los chiquillos agitaron las banderas y gritaron: ¡Banzai! ¡Banzai¡ No era posible dudar de la cordial amistad que revelaban aquellos saludos.
En la que había sido escuela elemental de Yama, mi padre plantó un tierno alcanforero, curioso por su doble tronco. Estos dos troncos llorecerían juntos, dijo mi padre en su breve discurso de dedicatoria, lo mismo que la amistad que simbolizan entre los Estados Unidos y el Japón. Fue un homenaje conmovedor y significativo, inspirado en el ejemplo de un muchacho campesino que se había dedicado al servicio de sus semejantes.
El sueño de una vida dedicada al servicio de los demás que había movido a Yama fue en gran parte realizado. Llegó a ser ayudante de su pueblo. No ocupó puestos públicos importantes pero, reconocido por los líderes japoneses como autoridad en las cosas de Norteamérica, sirvió como consejero a los que actuaban en el escenario gubernamental. Su preocupación más importante fue siempre la amistad japonesa-americana. La Revista Japonesa-Americana dijo que «el hijo adoptivo de William Jennings Bryan tomó parte activa en la Conferencia de París» de 1919 y que «se distinguió» en la Conferencia del Desarme, en Washington, en 1921.
Yama nos escribía con frecuencia y. nos enviaba muy orgulloso sus últimas producciones en inglés. Una vez, refiriéndose a la oratoria de mi padre, escribió: « Su boca es conocida en muuchas tierras y circunda el globo. Cuando parte sus labios muchas gentes se alegran.»
Lo que mi padre comentó así: «No tengo la boca tan grande, pero reconoco que muchas gentes se alegrarían si me partiera toda la quijada".
 Después de morir mi padre en 1925, Yama espació más sus noticias. Escribía, sin embargo, alguna que otra vez sobre su mujer y sobre sí mismo y en una carta nos contó: «Soy muy feliz al decirles que una bella hija es traída entre nosotros.»
Cierto día del verano de 1938, viviendo yo en Washington, llamaron a mi puerta. Al abrirla vi ante mí a un japonés bajito, sombrero en mano. Los  mismos ojos oscuros me miraron atentamente a través de un mechón de negrísimo pelo . . . pero esta vez el mechón tenía manchas grises.
— He venido — dijo Yama porque es el año décimo tercero.
Al ver mi confusión, explicó que en su país era costumbre ir en peregrinación a la tumba de los antepasados el año décimo tercero después de su muerte, como muestra de imperecedero respeto por los desaparecidos.
Yashichiro Bryan Yamashita había venido en peregrinación desde el remoto Japón a los Estados Unidos para permanecer una hora ante la tumba de mi padre e inclinar la cabeza en muda reverencia por sus padres adoptivos norteamericanos.Había traído consigo varios cuadrados de seda carmesí, bordados con los nombres de mi padre y el suyo propio, que distribuyó entre la familia para conmemorar la fecha. Permaneció entre nosotros unos días y regresó al Japón. No volví a verlo, pues murió pocos años después.
Hasta que estalló la guerra, la familia de Yama siguió enviándonos fotografías para que viésemos el desarrollo del alcanforero. Terminada la contienda, recibimos una triste carta de la hija de Yama con una fotografía del árbol quemado. Lo habían quemado en un ataque aéreo.
Pero dos años después vino otra fotografía. El destrozado tocón estaba echando nuevos retoños. «Ni, la guerra — escribía la hija de Yama puede destruir la verdadera amistad entre amigos verdaderos.»

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