lunes, 11 de diciembre de 2023

JULIAN Y LA BIBLIA- España-114-115-

 Martínez Fernández, Emilio. Madrid, 1849 – 6.IV.1919. Novelista, periodista y divulgador protestante.

Procedente de ambientes populares madrileños, muy joven todavía, y en el marco de la libertad religiosa introducida por la Revolución septembrina y la Constitución de 1869, se convirtió a la fe reformada al oír al evangelista León B. Armstrong, destacado en Madrid por la londinense Sociedad de Tratados Religiosos, de quien fue eficiente auxiliar en la distribución de literatura protestante por la misma época en que asumía iguales funciones, con el expresado Armstrong, el luego líder obrero internacionalista Anselmo Lorenzo, convertido por entonces al Evangelio, aunque transitoriamente.

Habiendo adquirido una cierta formación humanística y teológica en el seminario establecido en Madrid por el doctor William I. Knapp, agente en España de la Unión Bautista Misionera Americana entre 1869 y 1878, y luego reputado hispanista en Estados Unidos, profesor en Yale y máximo especialista en G. P. Borrow y su obra

En el siguiente año pasó a ser redactor de El Cristiano, periódico protestante fundado y dirigido en Madrid por Armstrong. Fue en él donde comenzó a publicar relatos cortos y más tarde novelas por entregas, unos y otras de edificación cristiana, la más famosa de las cuales, Pepa y la Virgen, y su segunda parte, Julián y la Biblia, alcanzaron enorme difusión en España e Iberoamérica, aparte de ser traducidas a otros idiomas, hasta el punto de ser consideradas, después de la Biblia de Reina-Valera, los libros de máxima difusión protestante en lengua española entre 1874 y 1931. Tal éxito obedecía sin duda a la sencillez de la trama expositiva, a su fuerte carga autobiográfica, a la capacidad del autor para transmitir los más profundos sentimientos en lenguaje llano y castizo, y a haber sabido expresar mejor que nadie la experiencia de la conversión religiosa en ambientes marginales y desasistidos, muy bien plasmados en ambos protagonistas: Pepa y su hijo Julián, gente de los barrios bajos madrileños.-Fuente . Real Academia de Historia-España

JULIAN Y LA BIBLIA

EMILIO MARTÍNEZ FERNÁNDEZ

ESPAÑA

114      JULIAN Y LA BIBLIA

alguno de las ordenanzas romanas, en lo que respecta a dar dinero o velas, o cosas semejantes para el culto de los santos, porque en la Palabra de Dios hallamos escri­to: «Nadie os engañe a su voluntad con pretexto de hu­mildad y culto a los ángeles, metiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado en el sentido de su propia carne» (1).

Algunas voces de aprobación salieron de entre los oyentes.    t

—Sí, amigos míos—prosiguió Julián;--de los protes­tantes se dicen muchas cosas que no son. Los protestan­tes creemos en la Virgen de los Evangelios, más no en la Virgen de la Iglesia Romana, porque la de esta iglesia en nada se parece a aquélla. No le rezamos por dos razones: la primera, porque no sabemos rezar; sabemos, sí, orar a Dios; y la segunda, porque ni los Apóstoles, ni las tres Marías, ni ninguno de los personajes de su época lo hicieron. ¿Y qué diremos de las bulas? ¡

 Las bulas ! Famosa llave romana que abre y cierra las puertas del cielo, desde el mínimo precio de dos reales, hasta canti­dades un tanto considerables. Roma tiene bulas para to­dos; ya veis—añadió con tono irónico,--Roma tiene bulas hasta para los difuntos. En fin, Roma no desperdicia ocasión de sacar dinero. Desde que una persona nace hasta después de muerta, paga dinero y más dinero a las arcas romanas. Dinero por bautizar, dinero por casar, dinero por enterrar, dinero por misas, dinero por todo; ¡ah! los sacerdotes de esta iglesia no tienen en cuenta que el apóstol San Pablo comía con el trabajo de sus ma­nos, y que ni San Pedro ni los demás apóstoles tuvieron subvención por el Estado, ni pie de altar, ni derechos parroquiales, ni casullas bordadas de oro, ni cálices de plata, ni báculos del mismo metal, ni tiara, ni mitra, ni capelo cardenalicio; ni fueron párrocos, ni tenientes, ni generales.... Pero si nada de eso tenían, en cambio re cibían para administrarlo el dinero de los ricos, y con eso

(1)  Colosenses 2: 18. la Iglesia vivía con algún desahogo. Esta era la práctica apostólica, y por esta práctica que defendemos los pro­testantes, nos llaman herejes, y nos excomulgan, y no hacen más porque Dios no se los permite. Amigos míos, ya os son conocidas en parte las doctrinas de los cristia­nos evangélicos; ahora juzgad vosotros.

(2)   Mañana por la noche, a la misma hora de hoy, si os dignáis venir a escucharme, hablaremos de algún punto del Evangelio; pero antes de retiraron, sabed dos cosas: primera, que «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en El cree no se pierda, mas tenga vida eterna». La segunda es que «ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús». (1) Que el Señor nos bendiga. Amén.

Julián se retiró a su habitación, y la gente también se fue retirando, discutiendo entre sí; algunos subieron a felicitar al vidriero.

Don Francisco, que había estado atisbando lo que pu­do, decía paseándose:

--¡Y no ha habido escándalo; y ese hombre los va a convencer! ¿Cómo evitarlo?

El buen Señor se deshacía la cabeza pensando cómo destruir a su enemigo, sin acordarse que era mejor to­mar el consejo que el fariseo Gamaliel dió en el concilio de Jerusalem, juntado contra los apóstoles, en que dijo: «Dejaos de estos hombres, y dejadlos, porque si este con­sejo o ésta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis deshacer; mirad no seáis tal vez hallados resistiendo a Dios». (2)

(1)    Juan 3: 16; Romanos 8: 1.

(2)    (Hechos 5: 34 a 40.

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