sábado, 30 de diciembre de 2023

MARÍA - Historia real - Cap. VII.

 

Jueves, 14 de septiembre de 2023

MARÍA - Historia real novelada- Cap. VII.

María

Historia real por  Jorge Isaacs

CAPITULO VII

Cuando hizo mi padre el último viaje a las Antillas, Salomón, primo suyo á quien mucho había amado desde la niñez, acababa de perder su esposa. Muy jóvenes habían venido juntos á Sur-América; y en uno de sus viajes se enamoró mi padre de la hija de un español, intrépido capitán de navio, que después de haber dejado el servicio por algunos años, se vio forzado en 1819 á tomar nuevamente las armas en defensa de los reyes de España, y que murió fusilado en Majagual el veinte de mayo de 1820.

La madre de la joven que mi padre amaba exigió por condición para dársela por esposa que renunciase él á la religión judaica. Mi padre se hizo cristiano á los veinte años de edad.

Su primo se aficiono en aquellos días á la religión católica, sin ceder por eso á las instancias para que también se hiciese bautizar, pues sabía que lo que hecho por mi padre, le daba la esposa que deseaba, á él le impediría ser aceptado por la mujer á quien amaba en Jamaica.

Después de algunos años de separación volvieron á verse, pues, los dos amigos, Ya era viudo Salomón.

Sara, su esposa, le había dejado una niña que tenía á la sazón tres años. Mi padre lo encontró desfigurado moral y físicamente por el dolor, y entonces su nueva religión le dio consuelos para su primo, consuelos que en vano habían buscado los parientes para salvarlo.

Instó á Salomón para que le diera su hija á fin de educarla á nuestro lado; y se atrevió á proponerle que la haría cristiana. Salomón aceptó diciéndole

: " Es verdad que solamente mi hija me ha impedido emprender un viaje á la India, que mejoraría mi espíritu y remediaría mi pobreza : también hasido ella mi único consuelo después de la muerte de Sara; pero tú lo quieres, sea hija tuya.

Las cristianas son dulces y buenas, y tu esposa debe ser una santa madre. Si el cristianismo da en las desgracias supremas el alivio que tú me has dado, tal vez yo haría desdichada á mi hija dejándola judía. No lo digas á nuestros parientes, pero cuando llegues á la primera costa donde se halle un sacerdote católico, hazla bautizar y que le cambien el nombre de Ester en el de María. " Esto decía el infeliz derramando muchas lágrimas.

Á pocos días se daba á la vela en la bahía de Montego la goleta que debía conducir á mi padre á las costas de Nueva Granada. La ligera nave ensayaba sus blancas alas, como una garza de nuestros bosques las suyas antes de emprender un largo vuelo. Salomón entró á la habitación de mi padre, que acababa de arreglar su traje de á bordo, llevando á Ester sentada en uno de sus brazos, y pendiente del otro un cofre que contenía el equipaje de la niña : ésta tendió los

bracitos á su tío, y Salomón, poniéndola en ios de su amigo, cayó sollozando sentado sobre el pequeño baúl. Aquella criatura, cuya cabeza preciosa acababa de bañar con una lluvia de lágrimas el bautismo del dolor antes que el de la religión de Jesús, era un tesoro sagrado; mi padre lo sabía bien, y no lo olvidó jamás.

A Solomón le fué recordada por su amigo, al  saltar éste á la lancha que iba á separarlos, una promesa, y él respondió con voz ahogada : " Las oraciones de mi hija por mí y las mías por ella y su madre, subirán juntas á los pies del Crucificado."

Contaba yo siete años cuando regresó mi padre, y desdeñé los juguetes preciosos que me trajo de su viaje, por admirar aquella niña tan bella, tan dulce y sonriente. Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura, desde el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa, le dijo : " ésta es la hija de Salomón, que él te envía."

Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron á modular acentos castellanos, tan armoniosos y seductores en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.

Habrían corrido unos seis años. Al entrar yo una tarde al cuarto de mi padre, le oí sollozar : tenía los brazos cruzados sobre la mesa, y en ellos apoyaba la  rente; cerca de él mi madre lloraba, y en sus rodillas reclinaba María la cabeza, sin comprender ese dolor y casi indiferente á los lamentos de su tío : esa que una carta de Kingston, recibida aquel día, daba la nueva de la muerte de Salomón. Recuerdo solamente una expresión de mi padre en aquella tarde :

" si todos me van abandonando, sin que pueda  bir sus últimos adíoses, ¿ á qué volveré yo á mi país?"

¡ Ay ! ¡ sus cenizas debían descansar en tierra extraña, sin que los vientos del Océano, en cuyas playas retozó siendo niño, cuya inmensidad cruzó joven y ardiente, vengan á barrer sobre la losa de su sepulcro las flores secas de los aromos y el polvo dé los años!

Pocos eran entonces los que conociendo nuestra familia, pudiesen sospechar que María no era hija de mis padres. Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva é inteligente. Cuando mi madre le acariciaba la cabeza, al mismo tiempo que á mis hermanas y á

, ninguno hubiera podido adivinar cuál era allí la huérfana.

Tenía nueve años. La cabellera abundante, todavía de color castaño claro, suelta y jugueteando sobre su cintura fina y movible; los ojos parleros; el acento con algo de melancólico que no tenían nuestras voces; tal era la imagen que de ella llevé cuando partí de la casa paterna : así estaba en la mañana de aquel triste día, bajo las enredaderas de las ventanas de mi madre.

María

Historia real por  Jorge Isaacs

CAPITULO VIII

Á prima noche llamó Emma á mi puerta para que fuera á la mesa. Me bañé el rostro para ocultar las huellas de las lágrimas, y me mudé los vestidos para disculpar mi tardanza.

No estaba María en el comedor, y en vano imaginéque sus ocupaciones la habían Jiecho demorarse más de ]o acostumbrado. Notando mi padre un asiento

desocupado, preguntó por ella, y Emma la disculpó diciendo que desde esa tarde había tenido dolor de cabeza y que dormía ya. Procuré no mostrarme impresionado;

y haciendo  todo esfuerzo porque la conversación fuera amena, hablé con entusiasmo de todas

las mejoras que había encontrado en las fincas que acabábamos de visitar. Pero todo fué inúlil :Mi padre estaba más fatigado que yo, y se retiró temprano;

Emma y mi madre se levantaron para irá acostar los niños y ver cómo estaba María, lo cual les

agradecí, sin que me sorprendiera ya ese mismo sentimiento de gratitud.

Aunque Emma volvió al comedor, la sobremesa no duró largo tiempo. Felipe y Eloísa, que se habían empeñado en que tomara parte en su juego de naipes, acusaron de soñolientos mis ojos. Aquél había solicitado inútilmente de mi madre permiso para acompañarme al día siguiente á la montaña, por lo cual se retiró descontento.

Meditando en mi cuarto, creí adivinar la causa del sufrimiento de María. Recordé la manera como yo había salido del salón después de mi llegada y cómo la impresión que me hizo la voz confidencial de ella, fué motivo de que le contestara con la falta de tino propia de quien está reprimiendo una emoción. Conociendo ya el origen de su pena, habría dado mil vidas por obtener un perdón suyo; pero la duda vino á agravar la turbación de mi espíritu. Dudé del amor de María. ¿ Por qué, pensaba yo, se esfuerza mi corazón en creerla sometida á este mismo martirio? .

Considéreme indigno de poseer tanta belleza, tanta inocencia.

Écheme en cara ese orgullo que me había

ofuscado hasta el punto de creerme por el  objeto de su amor, siendo solamente merecedor de su cariño de hermana. En mi locura pensé con menos terror, no, con placer casi, en mi próximo viaje.

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