lunes, 4 de diciembre de 2023

MARÍA Historia real por Jorge Isaacs 326-329

---Contaba yo siete años cuando regresó mi padre, y desdeñé los juguetes preciosos que me trajo de su viaje, por admirar aquella niña tan bella, tan dulce y sonriente. Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura, desde el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa, le dijo : " ésta es la hija de Salomón, que él te envía."

Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron á modular acentos castellanos, tan armoniosos y seductores en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.

---Pocos eran entonces los que conociendo nuestra familia, pudiesen sospechar que María no era hija de mis padres. Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva é inteligente. Cuando mi madre le acariciaba la cabeza, al mismo tiempo que á mis hermanas y á mí, ninguno hubiera podido adivinar cuál era allí la huérfana.

  María

Historia real por  Jorge Isaacs

326-329

Los rayos lívidos del sol, que se ocultaba tras las montañas de Muíalo medio embozado por nubes cenicientas fileteadas de oro, jugaban con las  luengas sombras de los sauces, cuyos verdes penachos acariciaba el viento.

Habíamos hablado de Carlos y de sus rarezas, de mi visita á la casa de Salomé, y los labios de María sonreían tristemente, porque sus ojos no sonreían ya.

— Mírame, le dije.

Su mirada tenía algo de la languidez que la embellecía en las noches en que velaba al lado del lecho de mi padre.

— Juan no me ha engañado, agregué.

— ¿ Que te ha dicho ?

— Que tú has estado tonta hoy... no lo llames... que has llorado y que no pudo contentarte ; ¿ es cierto ?

— Sí. Guando tú y papá ibais á montar esta mañana, se me ocurrió por un momento que ya no volverías y que me engañaban. Fui á tu cuarto y me convencí de que no era cierto, porque vi tantas cosas tuyas que no podías dejar. Todo me pareció tan triste y silencioso después que desapareciste en la bajada, que tuve más miedo que nunca á ese día que

se acerca, que llega sin que sea posible evitarlo ya...

¿Qué haré? Dime, dime qué debo hacer para que estos años pasen. Tú durante ellos no vas á estar viendo todo esto. Dedicado al estudio, viendo países nuevos, olvidarás muchas cosas horas enteras ; y yo nada podré olvidar... me dejas aquí, y recordando y esperando voy á morirme.

Poniendo la mano izquierda sobre mi hombro, dejó descansar por un instante la cabeza sobre ella.

— No hables así, María, le dije con voz ahogada y acariciándole con mi mano temblorosa su frente pálida ; no hables así ; vas á destruir el último resto de mi valor.

— i Ah ! tú tienes valor aún, y yo hace días que lo perdí todo. He podido conformarme, agregó ocultando el rostro con el pañuelo, he debido prestarme a llevar en mí este afán y angustia que me atormentan, porque á tu lado se convertía eso en algo que debe ser la felicidad... Pero te vas con ella, y me quedo sola... y no volveré á ser ya como antes era...

¡ Ay ¡ ¿ para qué viniste?

Sus últimas palabras me hicieron estremecer, y apoyando la frente sobre las palmas de las manos, respeté su silencio, abrumado por su dolor.

— Efraín, dijo con su voz más tierna después de unos momentos, mira; ya no lloro.

—María, le respondí levantando el rostro, en el cual debió ella de ver algo extraño y solemne, pues me miró inmóvil y fijamente : no te quejes á mí de mi regreso

; quéjate al que te hizo compañera de mi niñez ; á quien quiso que te amara como te amo ; cúlpate entonces de ser como eres... quéjate á Dios.

MARÍA. 329

¿ Qué te he exigido, qué me has dado que no pudiera darse y exigirse delante de él ?

— ¡ Nada ! ; ay ! ¡ nada ! ¿ Por qué me lo preguntas así?... Yo no te culpo; pero ¿culparle de qué?...

Ya no me quejo...

— ¿ No lo acabas de hacer de una vez por todas?

— No, no... ¿ Qué te dije, qué? Yo soy una muchacha ignorante que no sabe lo que dice. Mírame,

continuó tomando una de mis manos : no seas rencoroso conmigo por esa bobería. Yo tendré ya valor... tendré todo ; de nada me quejo. Recliné de nuevo su cabeza en mi hombro, y ella

añadió :

— Yo no volveré jamás á decirte eso... Nunca te habías enojado conmigo.

Mientras enjugaba yo sus últimas lágrimas, besaban por vez primera mis

labios las ondas de cabellos que le orlaban la frente, para perderse después en


las
hermosas trenzas que se enrrollaban sobre mis rodillas. Alzó las manos entonces casi hasta tocar mis labios para defender su frente de las caricias de ellos ; pero en vano, porque no se atrevían á tocarla

 

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