jueves, 26 de octubre de 2023

LAS HUESTES DEL INFIERNO ESTÁN MARCHANDO 15-17

 LA BÚSQUEDA FINAL

Rick Joyner

1997

15-17

Este ejército marchaba específicamente en contra de la Iglesia y atacaba a todo aquel que podía. Yo sabía que estaba buscando un derecho preferencial para ganar terreno en una movida futura por parte de Dios, destinada a movilizar al pueblo para entrar a la Iglesia.

La estrategia primaria de este ejército era la de causar división en todas las escalas posibles de relaciones —iglesias unas con  otras, las congregaciones contra sus pastores, entre los esposos, hijos contra sus padres, e incluso niños entre sí. Los centinelas fueron enviados para ubicarse en las entradas de las iglesias, de las familias o de los individuos, allí donde el Rechazo, Amargura, Lujuria,  etc. pudieran explotar y hacer rupturas mayores. Luego las siguientes divisiones se filtrarían a través de estas rupturas, para vencer a sus víctimas por completo.

 La parte más sorprendente de esta visión fue que este ejército no estaba montado sobre caballos, ¡sino principalmente sobre cristianos!

La mayoría de ellos estaban bien vestidos, eran respetables y tenían la apariencia de ser refinados y educados, pero también parecían representar casi todo camino de vida. Estas personas profesaban verdades cristianas para apaciguar sus conciencias, pero vivían conforme a los poderes de la oscuridad. A medida que se ponían de acuerdo con aquellos poderes, los demonios asignados a ellos crecían y dirigían más fácilmente sus acciones.

 Muchos de estos creyentes eran anfitriones de más de un demonio, pero había uno que obviamente estaba al mando. La naturaleza del líder dictaminaba cuál división estaba entrando. Aunque todas las divisiones marchaban juntas, también parecía que al mismo tiempo el ejército entero estaba al punto del caos. Por ejemplo, los demonios del odio odiaban a los otros, tanto a los demonios como a los cristianos. Los demonios de los celos estaban celosos unos de otros. La única manera en que los líderes de esta multitud mantenían

a los demonios alejados de las peleas entre ellos era enfocando aquel odio, aquellos celos, etc. en contra de las personas sobre las cuales cabalgaban. Sin embargo, estas personas con frecuencia terminaban peleando. Supe que de esta manera algunos de los ejércitos que habían estado en contra de Israel en las Escrituras, se habían destruido a sí mismos. Cuando su propósito en contra de Israel se había frustrado, su ira llegó a ser incontrolable y simplemente comenzaron a pelear unos contra otros.

 Observé que los demonios estaban montando encima de los cristianos, pero no estaban dentro de ellos, como en el caso de los no  . Era obvio que estos creyentes solo debían dejar de estar de acuerdo con los demonios para poderse liberar de ellos. Por ejemplo, si el cristiano sobre el cual un demonio de celos estaba montado, comenzaba a cuestionarlo, este se debilitaba muy rápidamente. Cuando esto sucedía, el demonio que se estaba debilitando gritaba y el líder de división dirigía a todos los demonios en torno al cristiano para atacarlo, hasta que la amargura, etc. se acumulara en él nuevamente.

 Si esto no funcionaba, los demonios comenzaban a citar porciones de la Escritura y la tergiversaban, de tal manera que se justificara la amargura, las acusaciones, etc.

Era claro que el poder de los demonios estaba arraigado casi completamente en el poder de la decepción, sin embargo habían engañado a estos cristianos hasta el punto en que los podían usar y hacerlos creer que estaban siendo usados por Dios. Esto se debía a que los estandartes de Autojusticia estaban siendo cargados por la mayoría de los individuos, de manera que aquellos que marchaban no podían siquiera ver las banderas que marcaban la verdadera naturaleza de estas divisiones.

 Cuando miré a lo lejos, al fondo de este ejército vi el séquito del mismo Acusador. Comencé a comprender su estrategia y estaba sorprendido de que fuera tan simple. Él sabía que una casa dividida no podía permanecer firme, y este ejército representaba un intento de traer tal división a la Iglesia, que ella podía caer por completo de la gracia.

 Aparentemente, que la única forma en que él podía hacer esto era usando a los cristianos para guerrear en contra de sus propios hermanos, y este es el motivo por el cual casi todos  en las divisiones frontales eran cristianos, o por lo menos profesaban serlo. Cada paso que estos creyentes engañados tomaban en obediencia al Acusador, fortalecía el poder de este sobre aquellos.

 Esto hacía que su confianza y la de todos sus comandantes creciera con el progreso del ejército a medida que este marchaba. Era evidente que el poder de este ejército dependía de que los cristianos estuviesen de acuerdo con los métodos del mal.


 

MARÍA 277-281

 María

Historia real por  Jorge Isaacs

---Contaba yo siete años cuando regresó mi padre, y desdeñé los juguetes preciosos que me trajo de su viaje, por admirar aquella niña tan bella, tan dulce y sonriente. Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura, desde el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa, le dijo : " ésta es la hija de Salomón, que él te envía."

Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron á modular acentos castellanos, tan armoniosos y seductores en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.

---Pocos eran entonces los que conociendo nuestra familia, pudiesen sospechar que María no era hija de mis padres. Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva é inteligente. Cuando mi madre le acariciaba la cabeza, al mismo tiempo que á mis hermanas y á mí, ninguno hubiera podido adivinar cuál era allí la huérfana.

Tenía nueve años. La cabellera abundante, todavía de color castaño claro, ---el acento con algo de melancólico que no tenían nuestras voces; tal era la imagen que de ella llevé cuando partí de la casa paterna : así estaba en la mañana de aquel triste día, bajo las enredaderas de las ventanas de mi madre.

277-281

 A pesar de lo sucedido la noche víspera de mi marcha á Santa***, María continuaba siendo para conmigo solamente lo que había sido hasta entonces : aquel casto misterio que había velado nuestro amor, lo velaba aún, Apenas nos tomábamos la libertad de pasear algunas veces solos en el jardín y en el huerto.

Olvidados entonces de mi viaje, retozaba ella á mi alrededor, recogiendo flores que ponía en su delantal para venir después á mostrármelas, dejándome escoger las más bellas para mi cuarto, y disputándome algunas que fingía querer reservar para el oratorio.

Ayudábale yo á regar sus eras predilectas, para lo cual se recogía las mangas dejando ver sus brazos, sin advertir que tan hemosos me parecían. Nos sentábamos á la orilla del derrumbo, coronado de madreselvas, desde donde veíamos hervir y serpentear las corrientes del río en el fondo profundo y montuoso de la vega.

Afanábase otras veces por hacerme distinguir sobre los lampos de oro que el sol dejaba al ocultarse, leones dormidos, caballos gigantes, ruinas de castillos de jaspe y lapislázuli, y cuanto se complacía en forjar con entusiasmo infantil.

Pero si la más leve circunstancia nos hacía pensar en el viaje temido, su brazo no se desenlazaba del mío, y deteniéndose en ciertos sitios, me buscaban sus miradas húmedas, después de espiar en ellos algo invisible para mí.

Una tarde, ¡hermosa tarde que vivirá siempre en mi memoria! la luz de los arreboles moribundos del ocaso se confundía bajo un cielo color de lila con los rayos de la luna naciente, blanqueados como los de

una lámpara al cruzar un globo de alabastro. Los vientos bajaban retozando de las montañas á las llanuras : las aves buscaban presurosas sus nidos en los

follajes de los sotos. Los bucles de la cabellera de María, que recorría lentamente el jardín asida de mi brazo con entrambas manos, me habían acariciado la frente más de una vez; ella había intentado reclinar la sien sobre mi hombro; nada nos decíamos... De repente se detuvo en el extremo de una calle de rosales; miró por algunos instantes hacia la ventana de mi cuarto, y volvió á mí los ojos para decirme :

— Aquí fué; así estaba yo vestida; ¿lo recuerdas?

— ¡ Siempre, María, siempre!... le respondí cubriéndole las manos de besos.

— Mira : esa noche me desperté temblando, porque me soñé que hacías eso que haces ahora... ¿ Ves este rosal recién sembrado? Si me olvidas, no florecerá; pero si sigues siendo como eres, dará las más lindas rosas, y se las tengo prometidas á la Virgen con tal que me haga conocer por él si eres bueno siempre.

Sonreí enternecido por tanta inocencia.

¿No crees que será así? me preguntó seria.

— Creo que la Virgen no necesitará tantas rosas.

Hizo que nos acercáramos á la ventana de mi cuarto.

Una vez allí, desenlazó su brazo del mío; se dirigió al arroyo, distante unos pasos, anudándose en la cintura el pañolón; y trayendo agua en el hueco dé las manos juntas, se arrodilló á mis pies para dejarla caer á gotas sobre una cebolletita retoñada diciéndome :

Es una mata de azucenas de la montaña.

— ;Y la has sembrado ahí? — Porque aquí...

— Ya lo sé, pero esperaba que lo hubieras olvidado.

— ¿Olvidar? ¡ Como es tan fácil olvidar? me dijo sin levantarse ni mirarme.

Su cabellera rodaba destrenzada hasta el suelo, y el viento hacía que algunos de sus bucles tocaran las blancas mosquetas de un rosal inmediato.

— ¿Pero no sabes por qué encontraste aquí el ramillete de azucenas?

¿ Cómo no lo he de saber? Por que ese día hubo quien supusiera que yo no quería volver á poner flores en su mesa.

— Mírame, María.

¿Para qué? respondió sin levantarlos ojos de la matita, que parecía examinar con suma atención.

Cada azucena que nazca aquí será un castigo cruel por un solo momento de duda. ¿Sabía yo acaso si era digno?... Vamos á sembrar tus azucenas lejos de este sitio.

Doblé una rodilla al frente de ella.

— No, señor, me respondió alarmada y cubriendo la matica con entrambas manos.

Yo me volví á poner en pie ; y cruzado de brazos esperaba á que ella terminara lo que hacía ó fingía hacer. Trató de verme sin que yo lo notase, y rió al fin levantando el rostro lleno de recompensas por un instante de supuesta severidad, diciéndome :

— Conque muy bravo, ¿ no? Voy á contarle, señor, para qué son todas las azucenas que dé la mata.

MARÍA. 281

Al tratar de ponerse en pie, asida de la mano que yo le ofrecí, volvió á caer arrodillada, porque la detenían algunos cabellos enredados en las ramas del rosal : los separamos, y al sacudir ella la cabeza para arreglar la cabellera, sus miradas tenían una fascinación casi nueva. Apoyada en mi brazo, observó :

— Vamonos, que va á oscurecer.

¿Para qué son las azucenas? insistí al dirigirnos lentamente al corredor de la montaña.

— Ya sabes para qué servirán las rosas de la mata nueva que te mostré, ¿ no ?

— Sí.

— Pues las azucenas servirán para una cosa parecida.

— Á ver.

— ¿Te gustará encontrar en cada carta mía que recibas, un pedacito de las azucenas que dé?

— ] Ah! sí.

Eso será como decirte muchos cosas que algunas veces no deben escribirse y que otras me costaría mucho trabajo expresar bien, porque no me has acabado de enseñar lo necesario para que mis cartas vayan bien puestas... También es cierto...

— ¿Qué es cierto?

— Que ambos tenemos la culpa.

Después de haberse distraído en romper bajo sus pies, preciosamente calzados, las hojas secas de los mandules y mameyes regadas por el viento en la callejuela que seguíamos, dijo :

 No quiero ir mañana á la montaña.

martes, 17 de octubre de 2023

GLORiA- FIN- B-P. Galdós-

. -Avisemos a la casa.

-Sí, sí. ¿No hay un médico aquí?

-Sí señor; le llamaremos... Corre, corre tú...

-Gloria, Gloria -dijo el hebreo llamando a su amiga-. ¿No me oyes?

  —366→  

-Sí -contestó con entera voz-. Esposo, esposo mío, soy feliz, porque estaré unida a ti en la vida sin fin. ¿Dónde estás?

-Aquí... contigo... ¿no me ves?

-¿Y mi hijo?

-Aquí también.

-Ya te veo, ya le veo -exclamó demostrando en su mirar y en el tono de su voz que se hallaba de nuevo en estado de lucidez.

Su espíritu aleteaba entre el cielo y la tierra.

Daniel la besó ardientemente, intentando reanimar, con el calor de su boca, aquel hermoso cuerpo, que iba cayendo en el frío abismo de la muerte. Gloria abrió los ojos, y su mirada parecía una resurrección, porque puso en ella toda la expresión, toda la vida, todo el sentimiento y la gracia de sus más felices días. Al mismo tiempo sonreía. La que había sido gala de la tierra y regocijo de la Humanidad, se detenía aún en la puerta del cielo, y vuelta hacia el valle de lágrimas, le consagraba su última mirada y su última sonrisa, como el desterrado que ha tomado cariño al país de su destierro y desde la frontera de su patria lo contempla.

Elevando entonces los ojos al cielo, y enlazando sus manos con las del autor de su desgracia, exclamó:

  —367→  

-Creo en Dios, en mi alma inmortal, inmerecedora del bien si Jesucristo no la hubiera redimido del pecado original, creo en Jesucristo, que murió por salvarnos, en el juicio final, en la remisión de los pecados...

Con los labios, con el corazón que se le partía de dolor, y expulsando el juicio de sí en aquel instante supremo, Daniel dijo:

-También yo creeré todo lo que tú crees.

La moribunda hizo un esfuerzo por incorporarse. murmurando:

-En Jesucristo -murmuró.

-También -dijo Morton, creyéndose el más cruel de los hombres si no lo decía.

-En el único Dios -añadió ella.

-¡Esa, esa... esa es la mejor religión!... -exclamó el israelita estrechándola en sus brazos con delicadeza-. Creo en ti, en la fuerza inmensa de tu espíritu divino, al cual espero estar unido por toda la vida, allá donde no hay más que una religión.

-¡La mía! -balbució la moribunda con sonrisa inefable.

-¡La nuestra! -dijo Morton traspasado de angustia.

Hubo un instante de silencio. El hombre contempló en las pupilas de su amada el tenebroso hundimiento de la vida en los abismos   —368→   ocultos, cuya luz no vemos los de acá. Sintiose fuertemente asido, como presa que va a ser arrastrada, y con los últimos alientos de la joven oyó estas palabras.

-Mañana... mañana serás conmigo en el Paraíso.

Todo el movimiento y la fuerza nerviosa que estrechaban el cuello del hebreo cesaron. Separose la persona de Gloria de la armonía de lo viviente y su bella faz se fue apagando como ascua, quedando en perfecta calma aquella ceniza hermosa y tibia, a cada instante más fría, más blanca y más inmóvil. Creeríase que aún susurraba la vida en sus labios; mas era ilusión. Era que persistía la expresión sublime de sus sentimientos, y aquella ceniza sin lumbre amaba al parecer todavía. Los ángeles, acercándose suavemente, la tocaron con sus blandas manos, la examinaron, la suspendieron, y el fatigado espíritu suspiró al tener conciencia de su nueva vida. A punto que el alma libre tendía su primera mirada por lo infinito, Daniel Morton oyó las campanas que dentro y fuera de la iglesia sonaban con estrépito. Era el momento en que el cura cantaba con su vieja vocecilla Gloria in excelsis Deo. Todo era alegría en memoria de la resurrección del Señor.

  —369→

 XXXIII -

Todo acabó

Poco después entró a iluminar el fúnebre cuadro un rayo de sol, única antorcha digna de aquel cadáver. Con el día llegaron anhelantes y llenos de congoja D. Buenaventura, Serafinita y varios criados de la casa. Puede comprenderse su consternación al ver lo que encerraba la triste alcoba, donde los gemidos de un hombre y el llanto de un niño que se comía los puños hacían más tétrico el silencio inalterable de aquellos labios cuyas palabras habían dado alegría al mundo.

D.ª Serafina cayó de rodillas invocando al Señor, y su hermano, después de los primeros momentos de sorpresa y dolor, pidió explicaciones que no le fueron dadas. Más tarde, y cuando lo que restaba de la señorita fue trasladado a Ficóbriga, D. Buenaventura, a quien acompañó por el camino el hebreo, parecía no tener dudas acerca de la inocencia de este en tan desastroso fin.

D. Ángel, medio muerto de pena, no quiso   —370→   salir de su habitación. Madama Esther, encerrada también en la suya, tenía los ojos encendidos de tanto llorar. Fue un día de general lástima y pena en la villa marítima, y el tiempo apacible desapareció, poniéndose oscuro, ceñudo y llorón el cielo. Corrían los vientos, y quejándose alborotada la mar, dejaba oír en toda la costa sus mugidores ayes.

A la mañana siguiente hubo entierro, al que asistió gran gentío, la mayor parte de él por verla; que ninguna curiosidad es tan viva como la que inspiran los muertos que en vida han sido objeto de la atención pública. Muchos lloraban durante la triste ceremonia; Caifás parecía un muerto que salía del hoyo para enterrar a un vivo; el cura, dragón formidable de los mares y de los montes, sollozaba como un niño; D. Juan Amarillo simbolizaba correctamente la tristeza oficial; muchos asistentes decían con más asombro que compasión:

-Todavía está guapa.

A las diez de la mañana la tierra había ya pasado su nivel sobre el cuerpo, y el mundo seguía su marcha. Ideas y acontecimientos, todo marchaba en la rueda fatal, dejando atrás aquella idea y aquel suceso caídos ya y segregados del movimiento humano. En tal movimiento debemos comprender la dispersión de   —371→   los personajes principales de esta historia, dispersión lúgubre y oscura, como la retirada de los ejércitos que han dado encarnizadas batallas sin victoria. También aquellos nobles corazones habían venido de lejanas y contrapuestas tierras para pelear; habían peleado y se retiraban después chorreando sangre preciosa. ¿Quién los lanzó al bárbaro combate? ¿Volverían a empeñarlo? La querella subsistía, subsiste y subsistirá pavorosa, y antes de que se acabe, muchas Glorias sucumbirán, ofreciéndose como víctimas para aplicar al formidable monstruo que toca con la mitad de sus horribles patas a la historia y con la otra mitad a la filosofía, monstruo que no tiene nombre, y que si lo tuviera lo tomaría juntando lo más bello, que es la religión, con lo más vil, que es la discordia; muchas Glorias sucumbirán, sí, arrebatándose del mundo que encuentran despreciable a causa de las disputas, y corriendo a presentar su querella ante el Juez absoluto.

En el mismo día partieron D. Ángel y su hermana, el uno para su diócesis, la otra para su convento o antesala de la bienaventuranza eterna. Partieron también los hebreos, como desterrados. D. Buenaventura se quedó dos días más para arreglar ciertas cosas; pero al fin marchó también. Rechinaron las llaves de la casa,   —372→   se cerró todo; no quedó allí más que el viento, que jugaba con las persianas rotas y daba vueltas por las cuatro fachadas. De la que regocijaba el universo con su presencia no quedaba nada visible, y donde ella había vivido no había más que soledad, silencio, olvido.

El año pasado, o si se quiere, cuatro años después de los sucesos referidos, vimos restaurada la casa de Lantigua. D. Juan Amarillo no había podido atrapar tan hermosa finca y estaba lívido de desesperación, tristeza y codicia, por lo cual burlonamente le llamaban los de Ficóbriga D. Juan Verde. Su esposa, atacada de una ictericia crónica, se consumía tristemente roída por un diente de cobre que le destrozaba las entrañas.

Habiendo conservado la casa para sí D. Buenaventura, pasaba en ella los veranos con su simpática familia. De la señorita Gloria nadie o casi nadie se acordaba ya. La aureola de memorias humanas se había marchitado en su frente; pero, ¿qué le importaba si tenía otra de luz inextinguible, cuyo resplandor, no por sernos oculto es menos vivo?

Sobre su tumba habían grabado catorce apellidos. D. Silvestre   —373→   quiso que se pusiera también un verso, un elogio, cualquier cosita aconsonantada de esas que constituyen la fúnebre gacetilla de los cementerios; pero D. Buenaventura no lo consintió. El olvido en que poco a poco ha ido quedando su preciosa memoria debe ser para ella muy placentero, si desde la celestial inmortalidad donde reside puede dirigir una mirada de lástima a Ficóbriga.

De Serafinita se tenían noticias edificantes. Su santidad crecía sin que disminuyera su bondad, lo que era garantía de la salvación de alma tan notable. D. Ángel no volvió más a Ficóbriga, y seguía gobernando su diócesis como él sabía hacerlo. Ahora se dice que le van a trasladar a otro arzobispado de más importancia, y en verdad lo merece. Recordaba siempre con amargo disgusto los sucesos del Sábado Santo de aquel año y la problemática conversión... ¿pero qué podía él hacer, santo varón en medio de la terrible batalla de las conciencias? Si en aquel día no entró alma nueva en el reino de Dios, no fue por culpa del digno y solícito pastor.

En el mismo año a que me refiero, es decir, cuatro después de aquella Semana Santa célebre en Ficóbriga por sus espléndidas procesiones (y no hubo más, porque D. Buenaventura dedicó   —374→   su dinero a empedrar la villa), cuatro años más tarde, repito, un precioso niño jugaba en el jardín de Lantigua. Era y es la imagen viva de aquel chiquillo divino, cuyos ojos tan lindos como inteligentes miraron con amor al mundo antes de reformarlo. Diríase de él que no nació de madre, sino por milagro del arte y de la fe; que le dio cuerpo y vida la ardiente inspiración de Murillo. En Ficóbriga le llamaban y le llaman el Nazarenito. Tiene los ojos de su madre y el perfil de su padre, gracia, armonía, cierta severidad, lumbre extraordinaria en la fisonomía, el cabello castaño y rizado. Todos le adoran; le crían hasta con mimo, porque D. Buenaventura no sabe negarle nada, y es de oír el horrible estrépito que hacen en la casa sus caballos de palo, sus aros con timbre, sus carretones, sus trompetas, sus velocípedos, sus fusiles, sus tambores y demás instrumentos de juego con que le obsequian un día y otro sus primitas, su mamá Antonia y su tío Ventura.

Entonces, es decir, el año pasado, estaba vestido de luto. Él no sabía por qué; pero había una razón y era que su padre había muerto en Londres. ¿De qué clase de muerte? mejor dicho, ¿de qué enfermedad? De una que no tiene nombre. Había muerto después de dos años de locura, motivada por la extraña y sin igual   —375→   manía de buscar una religión nueva, la religión única, la religión del porvenir. Él decía que la había encontrado. ¡Pobre hombre!... Meditando se consumió, perdió la razón, y al fin se apagó como una lámpara a la cual dan un soplo.

¿Encontraría su idea allá donde alguien le esperaba impaciente y quizás con hastío del Paraíso mientras él no fue?... Es preciso contestar categóricamente que o dar por no escrito el presente libro.

Y en tanto aquí, ¿no debemos aspirar a que sea verdad en lo posible lo que soñaron la enamorada de Ficóbriga y el loco de Londres? Tú, precioso y activo niño Jesús, estás llamado sin duda a intentarlo; tú, que naciste del conflicto y eres la personificación más hermosa de la humanidad emancipada de los antagonismos religiosos por virtud del amor; tú, que en una sola persona llevas sangre de enemigas razas, y eres el símbolo en que se han fundido dos conciencias, harás sin duda algo grande.

Hoy juegas y ríes e ignoras; pero tú tendrás treinta y tres años, y entonces quizás tu historia sea digna de ser contada, como lo fue la de tus padres.

FIN DE LA NOVELA

 

ENTRADA DESTACADA

TIEMPOS DE BUSCAR LA MONTAÑA* MATHESON *37-43

  TIEMPOS DE BUSCAR LA MONTAÑA MEDITACIONES DEVOCIONALES POR GEORGE MATHESON 1901 TIEMPOS DE BUSCAR LA MONTAÑA* MATHESON *37-43 U...