jueves, 11 de septiembre de 2025

ESPÍRITU CRISTIANO *MATHESON*1-4

 CRECIMIENTO DEL ESPÍRITU CRISTIANO DESDE EL SIGLO I

A LOS ALBORES DE LA ERA LUTERANA

GEORGE MATHESON

LONDRES

1891

(Pastor y escritor, quedó ciego desde su adolescencia)

ESPÍRITU CRISTIANO *MATHESON*1-4

EL CRECIMIENTO DEL ESPÍRITU CRISTIANO.

CAPÍTULO I.

LA ORIGINALIDAD Y LA ANTIGUEDAD DE LA RELIGIÓN CRISTIANA.

 Existen dos tendencias opuestas entre las que la mente del historiador siempre ha sido propensa a oscilar: la exaltación indebida del pasado y su depreciación injustificada. En este sentido, el historiador ha sido solo una parte de la humanidad misma y se ha limitado a seguir el sesgo que impregna todos los campos de estudio. Pues es innegable que, en cada tema de investigación, nos encontramos atrapados entre una Escila y una Caribdis; estamos expuestos, por un lado, a la tentación de sobrevalorar la antigüedad y, por otro, al peligro de desviarnos por completo de los lazos que nos unen a los antiguos hitos.

Todos los hombres buscan algún tipo de paraíso, pero hay quienes lo buscan solo en los días que han pasado y que pretenden devolver al mundo a un punto de vista superado hace mucho tiempo; hay otros que lo buscan por completo en los días que están por venir, y lanzan a la orilla que se aleja una mirada no exenta de desprecio. La primera es la tendencia al ultracatolicismo, la segunda al protestantismo extremadamente negativo; ambas son unilaterales y, por lo tanto, creemos que ambas son erróneas. Para cada una de ellas existe un error común: ambas niegan el desarrollo de la historia.

El ultramontano sitúa su paraíso en una localidad fija y en un tiempo definido, y dice al curso de las eras futuras: «Hasta aquí irás, y no más allá». El protestante negativo niega que el hombre haya llegado alguna vez a su Edén, corta los lazos que lo conectan con las instituciones del pasado y avanza hacia la meta de algún premio, cuya gloria es su oscuridad en las brumas del futuro.

Ahora bien, contra cada uno de estos puntos de vista, el historiador científico debe protestar. No puede consentir en dividir la vida del mundo en épocas buenas y malas; hacerlo sería admitir que gran parte del tiempo existió sin otro propósito que manifestar su propia inutilidad. No podemos reconocer en ninguna provincia la existencia de materiales cuyo diseño deba desperdiciarse; y, por lo tanto, no podemos posicionarnos en ningún punto de la historia y afirmar que todo lo anterior fue indigno de haber existido. Ni siquiera con Dean Milner podemos seleccionar un pequeño arroyo de la Edad Media y, considerando todo lo que nos rodea como inmerso en la corrupción, proponernos seguir exclusivamente el curso de este pequeño riachuelo.

El desarrollo de la historia y la unidad de la raza humana nos prohíben así limitar los límites de la mente humana.

 El historiador protestante tiene un fundamento mucho más noble para fundamentar la fuerza de la originalidad de la religión cristiana.

 El mundo parece estar constantemente girando hacia nuevos ángulos, en cada uno de los cuales una nueva luz ilumina su camino. Tal punto de inflexión fue el que, comenzando con el renacimiento de las letras, culminó en el gran movimiento religioso que llamamos la Reforma. Somos perfectamente conscientes, al pasar del siglo XV al XVI, de que hemos transitado hacia una atmósfera más pura y un clima más saludable. Puede que no hayamos definido el significado de este hecho trascendental; lo cual puede que no haya resuelto el problema de si Lutero, Calvino, Zwinglio o Schwenkfeld han alcanzado el secreto de la verdad, o si esa verdad ha sido plenamente alcanzada por alguno o todos ellos; pero sobre el hecho en sí no cabe duda: la era de la Reforma es el soplo de una atmósfera superior. Pero ¿debemos entonces concluir que la historia pasada del mundo exhibe doce siglos de desolación? El hombre es un tipo de humanidad superior al del escolar; pero el escolar es el padre del hombre.

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