CRECIMIENTO DEL ESPÍRITU CRISTIANO DESDE EL SIGLO I
A LOS ALBORES DE LA ERA LUTERANA
GEORGE MATHESON
LONDRES
1891
(Pastor y escritor, quedó ciego desde su adolescencia)
ESPÍRITU CRISTIANO *MATHESON*1-5
El mundo cristiano también tuvo sus días escolares, o, como solemos decir, su escolasticismo.
Pocos en nuestra época recordarían con pesar ese período escolar o desearían revivirlo. Sin embargo, sería injusto no reconocer que, en medio de sus múltiples errores, aún merece nuestra gratitud. El cristianismo en la escuela es la preparación para el cristianismo en el mundo.
Cuando un hombre llega por naturaleza a hablar gramaticalmente, olvida las reglas gramaticales, así como puede arrojarlo por la escalera cuando ha alcanzado la deseada eminencia; sin embargo, al arrojarlo, no lo menosprecia, no olvida pronto que ha sido el medio de su ascenso.
El cristianismo, también, en su madurez, puede y debe prescindir de muchas de las formas que lo rodearon en épocas anteriores; pero que las prescinda con respeto y reverencia, reconociendo sus servicios en el pasado, aunque rechace su ayuda para el futuro. Hasta ahora, hemos pretendido que estas observaciones sean meramente ilustrativas, indicios de un gran principio que yace en la raíz de toda la historia. Hemos expresado nuestra convicción de que las épocas históricas del cristianismo deben considerarse, no como períodos conflictivos de bien y mal, sino como etapas progresivas de una vida en constante crecimiento. Pero ahora vamos a ampliar este principio aún más y a demostrar que no solo hay unidad en todas las épocas del cristianismo, sino en todas las épocas del tiempo.
Antes de que el historiador de la Iglesia pueda traspasar el umbral de su tema, surge una cuestión de trascendental interés que no puede permitirse ignorar. Al reconocer las inestimables exigencias del cristianismo al respeto y la veneración de la humanidad, no puede ignorar que surgió en un período relativamente tardío de la historia mundial y que ha sido precedido por una multitud de sistemas que han absorbido sucesivamente la mente de los hombres.
Con tal hecho ante él, le resultará imposible abordar el estudio del cristianismo como un fenómeno aislado, separado de todo lo demás y sin relación con lo que lo rodea. Se verá obligado a plantearse la misma pregunta que, como hemos visto, corresponde al estudio de la Reforma: ¿Qué lugar ocupa en relación con las épocas anteriores? ¿Son estos también solo una pérdida de años? La respuesta a esta pregunta ha sido un largo campo de batalla. Con demasiada frecuencia se ha considerado simplemente como un campo para la teología polémica, y muy pocas veces como un asunto de interés científico; y el resultado inevitable ha sido que la investigación ha degenerado en una lucha entre partidos.
Hay quienes se han deleitado en representar la religión cristiana como nada más que la flor del paganismo, el último fruto de un árbol que siempre ha estado madurando. Tindal nos dice que los elementos de la piedad y la moral son tan antiguos como la creación. Bolingbroke declara que los preceptos del cristianismo se derivan del platonismo; y el autor de Ecce Homo comienza su obra con esta frase tan notable: «El cristianismo no comenzó con Cristo».
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