Sábado, 20 de febrero de 2016
“! ADIOS, HIJO MIO ¡” 1944 Segunda Guerra Mundial
Yo soy el pan de vida
San Juan 6.48
“! ADIOS, HIJO MIO ¡”
Selecciones Septiembre
1944
En enero de
1942, Howard Vicent O´brien, articulista del Daily News de Chicago describió en
sencillas palabras, lo que siente un padre que se despide de su hijo que parte
para la guerra. Antes de terminar ese año, millones de norteamericanos creían
conocer de verdad a Donel O’Brien, el muchacho de veinte años, alto, delgado, y
buen mozo, de ensortijado cabello rubio y de sonrisa a flor de labio. Y es que
su padre, articulista que escribió ¡Adiós,
hijo mío¡ había sabido llegar al corazón de los lectores. Selecciones dió
cabida en versión castellana, al conmovedor artículo de O,brien. Lo mismo
hicieron otras publicaciones, ya en castellano, ya en inglés. En todos los
Estados Unidos se leyó el adiós a Donel, por la radio, en clubes de mujeres, en
las escuelas, en los almuerzos de los rotarios. O´brien, el padre, había pulsado una cuerda de universal resonancia.
Todo ocurrió sin música marcial ni ceremonias. No
hubo allí nada de dramático. Oyóse la bocina de un automóvil.
_Parece que me
llaman- murmuró mi hijo echando mano a su maleta.
Besó a su madre-
_vaya… ¡hasta
muy pronto_ exclamó tendiéndome la mano.
Se la estreché
sin alcanzar a decirle más que:
_Dios te lleve
con bien ¡
Cerróse la
puerta, y eso fue todo… ¡un muchacho más
que se iba a la guerra¡
Enderecé los pasos a mi propio cuarto, de la pared
colgaba el retrato de un niño…del mismo, que ya mozo, acababa de decirme” vaya…
¡hasta muy pronto¡” rubios y ensortijados rizos orlaban la carita en que una
sonrisa candorosa
Marcaba graciosos hoyuelos. Y pensé cuán poco tiempo
había transcurrido entre aquel día que se hizo aquel retrato y el momento en
que se había cerrado la puerta minutos antes.
Y bien, cabecita erizada, ya eres todo un hombre. Ya
portas lanza y brillante escudo. Me partió el alma verte salir de mi casa; ver
cerrarse tras de ti esa puerta, pero, aunque hubiera estado en mi mano detenerte, no lo hubiera hecho. ¡Presente
soldadito mío¡ no puedo ocultarte lo triste que
estoy. Pero también estoy orgulloso
de ti…y yo también te digo: ¡hasta muy pronto¡
El mismo día en
que cumplió los veintitrés años, un parte oficial comunicó que Donel O´brien,
teniente del cuerpo de aviación militar “había desaparecido en combate” durante una incursión sobre
Alemania. Time
Y ahora el padre escribe de nuevo
Walth Withman
compara la vida a una serie de colinas, y dice que apenas acabamos de
escalar una, otra nos sale al paso. Yo he hallado esto cierto. Más también he
descubierto que, de cada nueva colina, dominamos una nueva vista, un horizonte
más amplio.
Quien recibe ese
telegrama marcado con estrellas rojas. El
secretario de la guerra desea expresar a usted su más sentido pésame… se siente sumergido en valle de
tinieblas. Por más que haya tratado de prepararse para esa noticia, de estar en
cierto modo listo para recibirla…cuando en efecto la recibe, siente que le
falta la tierra debajo de los pies, que se hunde en un abismo sombrío. Pero,
queda una tarea que llevar a cabo. La vida no puede detenerse. El muchacho
aquel que mira ahora desde el cielo sería el primero en reprocharnos que
alterásemos el curso de nuestra existencia, que le volviésemos la espalda al
deber. Él no hizo eso.
¡Hay que seguir
adelante¡ se empieza a subir la otra colina. Y se siente entonces algo
inesperado: la pena se mitiga. Y el cielo se ofrece a la mirada lleno de
desconocidos
resplandores. y
un suave calor va desentumeciendo el
corazón aterido . Súbitamente, a la pena sucede la conciencia clara de la realidad.
Han empezado a
llegar cartas. De amigos íntimos; de viejos amigos de los cuales vivíamos
alejados; de extraños. Las firman nombres muy conocidos, nombres sin fama,
humildes. Pero todas hacen florecer en el pecho una emoción en la que hay algo
de sobrecogimiento. Esta frase de una de
esas cartas merece ser recordada: “Para Dios no hay accidentes”. A quien ve la
vida de tejas abajo, se le hace duro convenir
en
esto. Alza los ojos al cielo y pregunta con insistencia quejumbrosa “por qué? Dios mío, por qué”
No
nos es dado penetrar en la razón y finalidad de la cosas. Ni sabemos lo que se
nos otorgará a cambio de nuestra sangre y de nuestras lágrimas. Ni cuanto pesan
en los platillos de la balanza, y a qué lado la inclinan, la miel y el acíbar
que vamos hallando en la vida. Y sin embargo, esas manos que se tienden a
nosotros cargadas de compasión, ¿no están diciéndonos que todo se contrapesa,
que hay un equilibrio en todo? Si la guerra desencadena la bestia que hay en todo hombre, también hace que se
manifieste lo que el hombre lleva en sí de divino.de lo más hondo del valle
vemos mejor la luz que dora las cimas. Sobre la brutalidad y el caos de la
contienda, resplandece a veces el afecto y la bondad. También llega a hogares
alemanes ese telegrama
que
anuncia la muerte de un ser querido. También empiezan a llegar después esas
cartas. Y aquel muchacho que marcho a la guerra es ya recuerdo, sombra que va
esfumándose. Y quienes lo amaron alzan los ojos al cielo, y preguntan
igualmente: ¿por qué, Dios mío, por qué?
Quién
dará una respuesta a tal interrogación? La dan, hoy, la fe, la Esperanza_ acaso
la dé igualmente, en siglos venideros, una caridad más fervorosa. Y hay
también, hoy mismo, una corriente de benigna simpatía- señal de que los hombres
han empezado a elevar los corazones.
Otros
niños irán creciendo en vigor, en hermosura; y se irán en la juventud
-centellas que, al brillar, se extinguen en la noche. Pero dejarán _memoria
empecedera de su paso_ aquel manantial de bondad que el dolor de su muerte hizo
brotar en un corazón.
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