Domingo, 16 de abril de 2017
EL AGUA DEL JORDÁN
Por Dorothy Wlaworth
JUNIO DE 1945
Mamá era la única que
podía tocar aquel frasco precioso. No permitía mi padre que nadie pusiese sus
manos en el recipiente que contenía el agua sagrada del Jordán. En la tabla más
alta del librero, como en peana de santo, recibía las miradas reverentes de
cuantos entraban en el despacho rectoral.
Al
estudiar, en 1892, para ministro protestante, mi padre creyó obedecer la
voluntad de Dios. Para hacerse más digno de servirle en ese estado, procuró
adquirir ilustración superior a la corriente. Concluidos sus estudios, hizo un
viaje a Tierra Santa, la que recorrió casi toda, sin usar nunca vehículo ni cabalgadura, pués donde
Nuestro Señor anduvo a pie, no quería él transitar de otra manera. Habló con
los pastores mientras sesteaba el rebaño; se
detuvo a orillas del mar de Galilea a ver a los pescadores entregados a sus
faenas. En el Jordán, llenó del agua de ese río un frasco de cristal, que
hacía cuatro litros y medio.
Mucha era la gente que acudía a la rectoral a ver el agua del Jordán. En aquel entonces,
la Tierra Santa parecía lejanísima.
¡Era tan raro encontrar en los
Estados
Unidos una persona que hubiese ido por allá ¡
En
pascua florida mi padre bautizaba a los niños con agua del Jordán. El contenido
del frasco mermaba a ojos vistas. Llego
´por fin el día en que quedó apenas lo suficiente para un bautizo.
Aquellas gotas de agua,
decía mi padre, debían reservarse para una ocasión especial. Aguardándola
estuvo largo tiempo, sin que hubiese
siquiera barruntos de la criatura en cuyo bautismo debía consumirse el
resto del precioso liquido.
Así las
cosas, llegó el día de bautizar a la hija de un feligrés muy rico, presidente
de la junta de patronos de la iglesia.
Se trató de influir en el ánimo de mi padre para que
bautizase a la niña con el agua del
Jordán. ¡Cuántas ventajas reportaría el hacerlo así!
Apremiado,
consintió a medias, “Pero antes”,
dijo en tono resuelto, “voy a hacer un
viaje. Que el síndico de la congregación prediqué por mí el próximo domingo”.
Siempre
que mi padre sentía que su espíritu
necesitaba renovado aliento y consuelo salía de viaje. No en viaje de placer. Se iba a pasar unos días entre los que se
ganan la vida con el sudor de su frente.
Antes
que se pusiera de moda hablar del evangelio social, ya mi padre lo predicaba y practicaba. Y hacía
lo posible por saber cómo lo pasaban y
cómo vivían los trabajadores de la región en los altos hornos y en lás fabricas
de conservas alimenticias.
Este
viaje, emprendido a mediados del invierno, llevó a mi padre a pasar diez días
en un pueblo de la Virginia del Oeste entre mineros del carbón. Habló con ellos
en pozos y galerías. Compartió su pan en
la media hora de descanso del almuerzo, en la oscuridad débilmente iluminada
por la lámpara de trabajo
En
una de tales ocasiones, un minero, hombre él recio y altote, se le acercó y le
dijo tocando con el índice la crucecita de oro que mi padre llevaba en la
solapa.
__Cura,
¿eh¿
__Precisamente
cura no__contestó mi padre__trabajo en la viña del señor.
__Tengo
un hijo recién nacido…¿Quiere bautizármelo?
Era un polaco.
Acababa de llegar de su tierra. Sus camaradas lo llamaban Gus. Al punto mi padre adoptó su resolución.
Volvió al hotel. Le telegrafió a mi madre: “Manda agua del Jordán. Cariños”.
Mi
madre se alegró interiormente, desde luego. Más, para cerciorarse de la
voluntad de mi padre, le puso otro telegrama: “Lo has pensado bien?. Acuérdate del presidente”. A esto respondió mi padre; “Requetepensado. Despreocúpate”.
Era
domingo. Nevaba copiosamente. Mi padre se presentó en la choza de cinc y papel
embreado en que vivía Gus. Llevaba en una mano el frasco de agua del Jordán. En la otra, un talego de papel lleno de
comestibles. En el único cuarto de la vivienda, mal calentado por una
estufilla de petróleo, hacia frio.
En una canasta,
envuelto en delgada manta de algodón, había un niñito, pálido, menudo, al cual
no le hubiese dado nadie muchos días de vida. A un lado de la canasta estaba
Gus. Al otro, su mujer. Ambos tenían pintados en la cara el contento y el orgullo. Unos cuantos vecinos asistían a la
ceremonia
Gus
apenas sabía inglés. Su mujer no entendía una sola palabra. Mi padre tuvo que valerse de los vecinos
como intérpretes para explicarle al matrimonio que aquella agua con que iba a
bautizar a su hijo era del Jordán, y que acarreaba particulares gracias y
bendiciones.
_¿Cómo
quieren ponerle al niño?__preguntó mi padre.
__Jorge__respondió
Gus.
Mi
padre vertió el agua de la botella en una tacita blanca que prestó un vecino.
Rezó una oración. Tomó al niño en los brazos y dijo: “Jorge, yo te bautizo en
el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo”.
Y
con el pequeño todavía en los brazos, continuó: “Quien escandalizare a uno de
estos parvulitos que creen en Mí, mejor le sería que le colgasen del cuello una de esas piedras de molino que
mueve un asno y, así, fuese sumergido en el profundo del mar”. Se detuvo y añadió
con voz imperativa: “!Gus, compra unas mantas y una estufa grande¡”
Mi
padre volvió de aquel viaje con la ropa tiznada de carbón y los bolsillos
vacíos. Ya se habrá adivinado que fue él quien dio a Gus el dinero para las
mantas y la estufa.
Al
bautizar a la hija de su rico feligrés,
le explicó todo: “He empleado el agua del Jordán, según los designios de Dios”. Y
nadie, ni el mismo padre de la niña, se atrevió a preguntar__por lo menos en
aquel momento__cuáles habían sido esos designios.
Al
cabo de tres meses se recibió una carta de Gus, escrita por un amigo. Decía
así: “Muy señor mío: Me canso de decirle
a la gente que usted bautizó a mi hijo con agua del río ese, y que mi hijo recibió
gracias especiales, y habrá de ser un joven muy bueno; pero nadie me cree:
Escríbame una carta para mostrársela a todos y que me crean”.
Mi
padre escribió la carta. Se la mandó a Gus, junto con un mapa de Palestina en que estaba el Jordán marcado con
tinta roja, y un ejemplar de la Biblia con los versículos en que se narra el
bautizo de Cristo subrayados.
Por
espacio de varios años observó la costumbre de enviarle a Gus una tarjeta por
pascua florida con la misma pregunta: “¿Cómo
está el niño que bautice con agua del Jordán’” Nunca recibió respuesta.
Pasaron veinte años
más. Mi
padre siguió trabajando en la viña del Señor. Estalló la primera guerra
mundial. Mi padre cayó enfermo. Tenía la
certeza de que le quedaban solo unos meses de vidas
El
último acto en que tomó parte fue una venta pública de bonos de la Libertad.
Dio principio con unos oficios en la iglesia. De Washington nos habían mandado
una verdadera constelación de celebridades: un congresista, un par de actrices
y, como astro de primera magnitud, un joven capitán del ejército que tenía una
hoja de servicio brillantísima.
La
iglesia estaba llena. En el altar se veían las banderas de las naciones
aliadas. Mi padre en opinión de sus feligreses, predicó el sermón más elocuente
de su vida
Concluyó
el acto. Salió la concurrencia. El
capitán quedó solo junto a la barandilla del presbiterio. Era un mozo gallardo.
Tenía el pecho cubierto de condecoraciones. Mi padre se acercó a él.
__Es
un honor tenerlo a usted aquí__le dijo estrechándole efusivamente la mano
Es usted tal y como
yo me lo había
imaginado__contestó el militar__¿Sabe? Usted y yo nos hemos conocido antes
de ahora. Hace mucho tiempo. Lo sé por mis padres.
Ellos
me lo han contado muchas veces. Y me han
repetido constantemente que eso me obligaba a llegar a ser alguien en este
mundo. Por eso me hicieron estudiar. Y como ve, tuve la suerte de
que me nombraran oficial. En Francia me he dicho muchas veces, que yo había
nacido destinado a no ser nadie y que usted creyó que podía llegar a ser
alguien. He recordado que cuando nací,
mis padres estaban pasando fríos y
hambre y usted nos dio una estufa y unas mantas con qué comer. ¡No sabe cómo me
ha sostenido pensar en todo eso¡
__Pero,
capitán__interrogó mi padre__,¿cuándo lo
he visto yo a usted hambriento y con
frio?
El capitán se irguió,
se cuadró, hizo el saludo militar y dijo:
__Yo soy aquel niño que usted bautizo con
agua del Jordán.
Selecciones Junio 1945
Conclusiones:
Un hombre ve recompensada su fe antes de morir
*Debemos obedecer a la voz de Dios y no la del hombre.
*Las obras deben ser hechas con amor.
*Las palabras bien dichas levantan a las personas.
* Los padres deben concientizar a sus hijos sobre el
esfuerzo que ellos han hecho para proveerles una vida mejor.
Entonces
el rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos
de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación
del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de
beber; fui forastero y me recogisteis, estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo
y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a mí.
Entonces los justos
le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos,
o sediento, y te dimos de beber? ¿ Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos,
o desnudo, y te cubrimos? ¿ O cuándo te
vimos enfermo, o en la cárcel , y vinimos a ti?
Y RESPONDIENDO EL
REY, LES DIRÁ: DE CIERTO OS DIGO QUE EN CUANTO LO HICISTEIS A UNO DE ESTOS MIS
HERMANOS MÁS PEQUEÑOS, A MI LO HICISTEIS.
MATEO25.34_40
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