viernes, 10 de marzo de 2023

LA BANDA DE LAS PELIRROJAS

 Domingo, 7 de enero de 2018

UNA ARTISTA DETECTIVE

 Astutas, artificiosas, eran ladronas de joyas aparentemente inapresables. napresables. Entonces se las vieron con una escultora que resultó detective.

LA BANDA DE LAS PELIRROJAS

POR JOHN PEER NUGENT Y RICHARD BRENNEMAN 

LOS AUTORES de este artículo han reconstruido en forma sorprendente estos sucesos, sobre la base de procedimientos legales, registros oficiales y entrevistas con las personas afectadas. Aunque se cambiaron los nombres, el proceso de la investigación es verídico

PARA  LA atractiva pelirroja que llegaba de Miami (Florida) al Aeropuerto Kennedy, se trataba tan sólo de un viaje más. Viajar formaba parte de su "negocio", lo mismo que arreglárselas para que sus "clientes" no la olvidaran.
Sally Lynn Dobbins, de 41 años, recogió su equipaje y, como siempre, abordó un taxi. Llegando a la Ciudad de Nueva York, compró algunos periódicos suburbanos y revisó las columnas de solicitud de empleados. En el Reporter Dispatch de Westchester encontró lo que buscaba:
AMA DE LLAVES
Dos habitaciones y baño individual. Televisión, aire acondicionado. Zona exenta de delincuencia ...

Su ojo experimentado se fijó en el número telefónico y la espléndida situación de la residencia de Westchester que prometía riqueza y vulnerabilidad. Esto iba a ser cosa fácil para quien, como Sally Lynn Dobbins, bahía venido con la intención de robar. Ella era el personaje central de una banda de tres o cuatro negras que vivían de conseguir empleo como sirvientas en hogares de familias acaudaladas, para cargar con las joyas y el dinero en el momento oportuno.
La Dobbins poseía ojo clínico para la joyería de calidad y podía calcular en un segundo las posibilidades que ofrecía una faena. Su aplomo y buenos modales causaban buena impresión, e invariablemente se las arreglaba para engañar a familias enteras. Pero este trabajo iba a enfrentarla con una víctima temible. Lo que Sally Lynn había localizado aquel viernes 17 de febrero de 1978 era el anuncio de Barbara Cohn.
Barbara Cohn, de 44 años, había sido escultora durante 17; su labor consistía en diseñar desde cucharillas para café hasta enormes estructuras de acero que se exponían en el Museo Aldrich de Ridgefield (Connecticut). Su marido Eric, de 56 años, debía su posición económica a la importación de ferretería industrial: tuercas, pernos y tornillos. Por su atareado estilo de vida, la pareja no podía prescindir de un ama de llaves para su mansión Tudor de 17 habitaciones, situada en Rye (Nueva York).
La Dobbins llamó a una cómplice desde su, hotel. Analizó con ella el anuncio y la aleccionó para que se presentara al trabajo utilizando el nombre de Ruth Anne Miller. Esta cómplice era alta y hermosa, y tenía un paso cadencioso que hacía obligatorio volverse a mirarla. Su cabello, como el de Sally Lynn Dobbins, estaba teñido de rojo.
Al encargarse Ruth Anne del trabajo de Westchester, su amiga se dedicó a otro asunto: reducir los diamantes de un botín anterior.
A BARBARA Cohn le pareció inobjetable el aspecto de la falsa pelirroja, Ruth Anne Miller. Su firme apretón de manos y su voz serena y potente, revelaban confianza en sí misma. La entrevista se efectuó sin tropiezos. Barbara indagó acerca de anteriores empleos y Ruth Anne los enumeró en detalle. No surgió en ningún momento la cuestión de las recomendaciones, pues Barbara había terminado por aceptar que la peor ama de llaves llegaba sin falta con las mejores referencias, además de que se consideraba a sí misma una buena juez de caracteres. Por fin, le ofreció el puesto; Ruth Anne aceptó.
"¡Justo lo que necesitamos!", exclamó Barbara ante su marido cuando el ama de llaves salió.
Al día siguiente, antes del mediodía, la Miller dejó su maleta en su habitación y se dispuso a cocinar de inmediato un impecable almuerzo para los Cohn. En la misma tarde hizo todo lo relacionado con el aseo de la casa y además se ocupó de alimentar al perro. Los Cohn habían planeado cenar fuera; sin embargo sugirieron quedarse, a fin de que su flamante ama de llaves no pasara sola aquella primera noche en la casa. Pero Ruth Anne se opuso: "No tengo miedo de quedarme sola". Y los Cohn se marcharon.
Ruth Anne Miller, prudente como de costumbre, aguardó 30 minutos antes de poner manos a la obra, por si sus víctimas regresaban a buscar algo olvidado. Trascurrido ese tiempo se dirigió al dormitorio principal, que ya había inspeccionado aquella tarde, y cargó con 150.000 dólares en joyas. Posteriormente solicitó un taxi.
Cuando los Cohn volvieron a casa, el ama de llaves ya no estaba.
A LA mañana siguiente, el detective Gene Berry explicó a la señora Cohn que, en caso de ser atrapada, Ruth Anne Miller podía declarar que había abandonado la casa antes del robo; sería imposible probar lo contrario. Además, un criado tiene derecho legal a estar en la casa y eso inutiliza el recurso de las
Barbara Cohn muestra sus alhajeros vacíos
huellas dactilares. El único modo de hacer efectivo el arresto, había dicho Berry, era sorprender a la pelirroja con las manos en la masa. Barbara pensó que la policía se resignaba demasiado ante las dificultades para capturar a la ladrona.
Solicitó huellas digitales e informes del proceso, y llevó a cabo pruebas de laboratorio por su propia parte. Proporcionó a Berry muchos más detalles fisonómicos acerca de Ruth Anne Miller de los que traía el cuestionario policiaco, y elaboró aún más preguntas. Cuando vio tal determinación, el detective le proporcionó algunas pistas.
Un día después del hurto, Barbara seguía necesitando una buena servidumbre. Y al entrevistar a una aspirante le comentó el robo de que había sido objeto.
—¡Dios mío —exclamó la entrevistada—, lo mismo le pasó a una señora que conocí en la Navidad!
En unos minutos, Barbara hablaba por teléfono con la otra víctima de Rye. Se había convertido en una detective de 24 horas al día.
Empezaron a llover pruebas de casos semejantes. La señora Cohn hablaba con una víctima tras otra, reconstruyendo cada robo. Pronto, doce investigadores de Westchester le suministraban información.
Su capacidad de observación, propia del artista, le sirvió de mucho. Sus interrogatorios incluían preguntas que otros investigadores habían descuidado: maquillaje, estructura ósea y talla de la ropa íntima; esquema de los dientes, ángulo nasal, situación de la mandíbula; amplitud de las caderas, inclinación de la barbilla, y tono de piel de la culpable. Por fin llegó a una conclusión incontrovertible: se enfrentaba no sólo con una Ruth Anne Miller sino con un círculo de tres o cuatro mujeres.
Finalmente, basándose tan sólo en la descripción física, pudo separar varias falsas amas de llaves que compartían diversos alias, usaban el mismo esquema de trabajo y tenían el cabello rojo. El color de la cabellera era un ardid para aparentar que sólo era una ladrona pelirroja la que andaba suelta.
Barbara llegó a la conclusión de que la banda sabía que las 44 comisarías policiacas de Westchester apenas intercambiaban información sobre delitos no violentos contra la propiedad, tales como robos de cantidades importantes. La utilización repetida de los mismos alias por parte de las pelirrojas, asi lo indicaba. Y puesto que no existía un archivo general referente al truco del ama de llaves, la señora Cohn instaló un registro en su casa. Contrató a una secretaria y conversó con más de 60 víctimas. Gastaba cantidades de cinco cifras de su propio bolsillo. Y aun así las pelirrojas cometieron cuatro hurtos en la parte alta del Lado Este de Nueva York durante el verano de 1978.
Barbara pensaba cada vez más en el comentario del detective Berry: la única forma de probar el delito consistía en sorprender a la pelirroja con las manos en la masa. Así, un vecino le prestó su casa todo un fin de semana de julio. Luego ella recabó entre amigos y aliados joyas por valor de 15.000 dólares para usarlas como cebo. Después, obtuvo pasta ultravioleta para marcar las gemas. Por último, pidió a su hija que simulara ser la propietaria de la casa.
Pocos días antes de que el escenario estuviera dispuesto, Barbara se comunicó con las personas de Westchester que recientemente habían solicitado ayuda doméstica por medio de anuncios. Expuso su plan para atrapar a la banda y pidió a sus oyentes que dirigieran a cualquier sospechosa de cabello rojo al escenario indicado. Por desgracia no se presentó ninguna pelirroja.
Casi terminaba el verano cuando Barbara encontró nuevo apoyo en una mujer de Nueva York, quien cedió voluntariamente su departamento de dos pisos en Park Avenue para instalar otro escenario. Esto condujo a Barbara hasta el detective Gerry Varley, de la Unidad de Investigación del Distrito 19, quien recordó un caso reciente, similar a los que ella estaba relatando, con cabelleras rojas y todo. La víctima estaba por anotarse un punto a su favor cuando tuvo la sensación de reconocer una cara en la foto que Varley le mostró. Se trataba de una mujer que coincidía con las descripciones proporcionadas a Barbara por las víctimas de robo: Sally Lynn Dobbins.
En noviembre, la señora Cohn proseguía con sus telefonemas a personas que habían puesto anuncios. Estaba explicando su investigación a una mujer de Nueva Rochelle (Nueva York), cuando esta exclamó:
¡Acabo de admitir a un ama de llaves pelirroja! ¡Ahora mismo está aquí!
—Reténgala —dijo Barbara—. Llamaré a la policía.
La nueva criada oyó que su patrona bajaba la voz y sospechó algo. Intentó huir pero la aprehendieron poco después, cuando iba a la estación del ferrocarril.
Y así fue cómo Barbara Cohn vio a Sally Lynn Dobbins a través de un cristal polarizado en la comisaría de Nueva Rochelle. Por fin se encontraban sus caminos. Pero la policía no podía retener a la Dobbins, pues no había tenido tiempo de cometer su fechoría, y no existían pruebas sólidas para relacionarla con delitos anteriores.
EN EL invierno de 1978 a 1979 Barbara se encontró inmovilizada. Era muy simple: las pelirrojas no estaban trabajando. Calculó que entre el 3 de septiembre de 1973 y el 16 de diciembre de 1978, el círculo de amas de llaves había obtenido unas 60 colocaciones, por medio de las cuales habían sustraído más de dos millones de dólares en alhajas.
Barbara creía conocer bien a las pelirrojas y presuponía que no iban a permanecer inactivas mucho tiempo. El 2 de junio de 1979 comprobó su hipótesis.
Una ex discípula de su cátedra de escultura la llamó desde Bel Air en California. Se murmuraba que una especie de banda de amas de llaves rondaba el área. Barbara habló por teléfono con algunas víctimas de Bel Air y con el detective Miles Lee del departamento de robos de Beverly Hills. Le dio un informe meticuloso y preciso de lo que había pasado en el Este, completado con la descripción de las principales sospechosas.
Todo resultaba claro. Sally Lynn Dobbins se había ocultado un tiempo para después reaparecer en California. Estaba dando un buen golpe cada tres semanas, en dicho estado, lo que ya sumaba diez éxitos y algo más de 350.000 dólares en su haber.
Una vez que Barbara hubo identificado a la Dobbins ante el detective Lee, le cedió información como si se tratara de un intercambio entre policías. En agosto, el detective creyó tener suficientes pruebas sólidas para moverse sin plan determinado. La Dobbins se había vuelto descuidada, demasiados empleos en muy poco tiempo y en sectores reducidos. Sus víctimas la tenían señalada sin género de duda.
Tras el arresto en su casa de Florida fue extraditada a California. Cuando su juicio empezó, en febrero de 1980, Barbara Cohn viajó en avión por su cuenta a la costa y trabajó para Richard Neidorf, fiscal del distrito de Los Angeles, como asistente honoraria, desenmarañando para él la historia del círculo. Después de tres semanas, la Dobbins fue declarada culpable de 20 cargos de robo y sustracción de cantidades considerables, registrados en California. El juez le impuso una pena de nueve años máximo de prisión.
Quizá la ironía final del caso es que uno de los primeros trabajos asignados a Sally Lynn Dobbins en el penal fue el de cocinera: un tipo de puesto que siempre se enorgulleció de eludir.
Desde entonces la banda se apaciguó. Pero la caza continúa, porque en alguna parte está "Ruth Anne Miller", a quien persigue una incansable mujer de muy buena memoria

Selecciones del R,D. 1981 Mayo

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