domingo, 26 de marzo de 2023

IMPORTANCIA DE UNA SONRISA

14- 2- 21

 Es fácil hacerlo; se realiza en un santiamén
y, como lo descubrió esta joven madre, puede elevar el ánimo ... de usted, en primer lugar.

 IMPORTANCIA  DE UNA SONRISA
 

POR ANNE BATEMAN,

CI ERTO día, poc después del nacímiento de mi tercer hijo, recibí una esquela de otra joven madre amiga mía, que vivía a sólo tres calles de mi casa. No nos habíamos visto en todo el invierno.
"¡Hola, amiga!-, decía, "pienso mucho en ti. Algún día tendremos la oportunidad de reunirnos, como en los viejos tiempos. ¡Sigue adelante! Sé que eres una supermadre. Espero verte pronto". Firmaba: "Tu amiga, que espera tus letras, Sue Ann".
Esas palabras me levantaron el ánimo y fueron para mí un reconfortante ungüento en aquel día tan ajetreado. Recuerdo que pensé: Gracias, Sue Ann; lo necesitaba.
Dediqué el día siguiente a hacer diversas diligencias, ya que mi esposo permanecería en casa para cuidar a los niños. Decidí visitar una tienda de tarjetas que distaba varios kilómetros de allí, porque anunciaba una barata. No me encontraba de buen humor: el nene estaba resfriado, y yo tenía prisa.
En vez de reaccionar ante brusquedad, la vendedora estuvo muy cortés y servicial conmigo. Al ver que su gafete de identificación decía Janet Sullivan, le pregunté si era la dueña de la tienda. "No", respondió "soy sólo una empleada, pero me  encanta estar aquí". Salí de la tienda sintiéndome más animosa para seguir adelante.
Camino de casa, pensé: Realmente debo escribir al propietario de esa tienda, y decirle que Janet Sullivan es una empleada muy eficiente. Pero, por supuesto, no dispongo de tiempo.
Sin embargo, al llegar a casa, todo parecía tranquilo. Vi en mi escritorio la esquela de mi amiga Sue Ann. Si ella había tenido tiempo de levantarme el ánimo, ¡vaya!, yo también lo tendría para alegrar a otras personas.
"Estimado señor propietario de la tienda", escribí: "Había pasado una mañana muy agitada cuando entré en su tienda con actitud pendenciera, Pero Janet Sullivan se mostró afable, muy servicial, y no permitió que mi mal humor afectara su amabilidad. ¡Gracias por contratar a esa dama tan encantadora, y por alegrarme el día!"
A continuación, le escribí a Janet Sullivan. Sólo tardé 20 minutos en redactar la carta, pero el resto del día pareció trascurrir con mayor suavidad que de ordinario. Hasta me puse a canturrear al lavar los trastos. Resolví mandar esquelas con más frecuencia, cuando me topara con personas que estuvieran realizando un buen trabajo.   
Aquel lunes, mi hija de seis años  llegó a casa con una insignia de aplicada y otras gratas motivacionesipara el aprendizaje. Hacía tiempo que me impresionaba la excelente labor de su maestra, pero nunca se lo había expresado.
¿Por qué no?, pensé mientras tomaba otra esquela en blanco.
"Estimada señorita Patrick", empecé: "Sus brillantes ideas hacen placentera la enseñanza. A mi hija le encanta la escuela. Parece usted tener tiempo para cada niño, y confieso que no acierto a explicármelo. Me alegra mucho que existan maestras consagradas a su labor, como usted, que prodigan talento y amor en su trabajo. ¡Gracias por dar a mi pequeña un buen comienzo, y por inculcarle una buena actitud hacia el aprendizaje!
"Atentamente, Una madre feliz".

Decidí no firmar con mi nombre. No deseaba dar la impresión de pretender que la señorita Patrick le pusiera más atención a mi hija.
Cuando llevaba al buzón la carta para la señorita Patrick, observé que un vecino mío revisaba su buzón; su andar parecía más lento cuando, arrastrando los pies, regresaba con la cabeza 'agachada y las manos vacías. Volví rápidamente, pues oí que lloraba mi nene, pero no pude alejar de mi mente al señor Williams. No era un cheque lo que esperaba; tenía buenos ingresos. Probablemente era un poco de amor lo que buscaba en su buzón.
Mientras mis dos niñas hacían dibujos para él, yo escribí una breve misiva. "Somos sus admiradoras secretas", empezaba. Meagan dibujó un buzón sonriente; Tami, un arco
Añadimos uno de nuestros cuentos favoritos y un poema. En el spobre escribí: "Pronto volveremos a comunicarnos con usted.

Al día siguiente, mis hijas y yo observamos al señor Williams cuando sacaba el correo y abría el sobre la entrada de su garaje. A pesar la lejanía, pudimos distinguir su risa.
Empecé a revisar mentalmente a  las personas que podrían obtenr sonrisas en sus buzones. ¿Por no escribirle a aquella muchacha  de 15 años, vecina de mis padres, que padece el síndrome de Down, y cuyo cumpleaños está próximo? ¿Y los demás vecinos?¿Acaso no la necesita la inválida de nuestro antiguo barrio? ¿Y los incontables desconocidos que todavía creen en la cortesía y en la realización  de un buen trabajo? Decidí que, en los días muy atareados, me daría  tiempo para escribir, cuando menos, una esquela.

Centenares de cartas después, he hecho dos descubrimientos:
1-No es necesario que sean largas. Cuando se mudaron mis vecino los  Linthrop, oí a otros vecinos nuestros comentar cómo los extrañaban  Mi mensaje, en nombre de toda  nuestra calle, fue brevísimo:

  "Queridos amigos Linthrop: Cuando se mudaron, se llevaron parte de la luz del Sol. Las personas que vivimos aquí extrañamos su sonrisas y sus voces, tan alegres y afables. ¡Por favor, no dejen de visitarnos!
"Su amiga de la Calle de Cherry'
2. Las esquelas anónimas no imponen obligaciones. Es difícil que la gente acepte cumplidos o algún auxilio, por lo que las cartas anónimas amables dispensan de cualquier compromiso y de la obligación de corresponder en alguna forma.
Al principio, deseaba yo el crédito por escribirlas. Pero, en la actualidad, hacerlo en secreto les añade cierto sabor de aventura. Es mucho más divertido.
Tal vez jamás tengan ni los medios ni el tiempo necesarios para ayudar a otras personas en forma importante, aun cuando ya hayan crecido nuestros hijos. Y ahora mismo me resulta agradable saber que estoy contribuyendo a elevar, en pequeña escala, el ánimo de mis semejantes. Y, como efecto de repercusión, advierto que considero mis propias circunstancias con un enfoque mucho más positivo. Al fin y al cabo, la felicidad suele ser un efecto de repercusión. POR ANNE BATEMAN, CONDENSADO  E 'THESE TIMES' (ENERO DE 1982). DE WASHINGTON. D. C.

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