Viernes, 13 de mayo de 2016
LA RIQUEZA MAS GRANDE ES LA SALVACION EN CRISTO
En Europa se
encuentran las famosas cordilleras, conocidas como los Alpes. Allí, en un
museo, se exhibe una cuerda rota. Es una cuerda gruesa. Parece ser una cuerda
fuerte; pero en un momento, cuando más la necesitaba, esa cuerda falló. He aquí
la historia:
Cierto
tallador de madera y también alpinista, Edward Whymper, había soñado por muchos
años escalar las alturas del Monte Cervino en la frontera entre Suiza e Italia.
Es uno de los montes más conocidos, y más altos de los Alpes. Su cumbre alcanza
a los 4.478 metros sobre el nivel del mar. Edward había logrado llegar a cierto
punto por el lado italiano pero nunca había logrado la cumbre. Cierto día,
resolvió hacer otro intento. Esta vez se sentía bastante animado ya que en su
grupo llevaba unos italianos que también ambicionaban lograr llegar a la
cumbre.
El grupo fue
compuesto por cuatro alpinistas y tres guías. Fue arduo trabajo escalar el gran
monte, pero al fin lograron la cumbre. Muy emocionados, disfrutaron de un
panorama muy espectacular. Se quedaron allí durante una hora, disfrutando de la
belleza del lugar y la vista hermosa.
De allí el
grupo se reorganizó para iniciar el descenso. Todos se unieron con unas
cuerdas. Primero iba uno de los guías, después tres alpinistas, seguido por el
otro guía. Después seguía el otro alpinista, y al final, el último guía. Con
mucho cuidado iniciaron su descenso por el precipicio aterrador. Eran momentos
muy tensos mientras se ayudaban el uno al otro a buscar puntos donde afirmar
los pies.
¡De repente
se oyó un fuerte grito¡ Uno de los alpinistas se había resbalado y cayó encima
del primer guía. Ambos cayeron al abismo. Al caer estos dos, los dos alpinistas
que seguían también fueron arrastrados y lanzados al abismo.
Pero los
experimentados alpinistas que aún quedaban arriba, vieron lo que sucedía y se
prepararon para recibir el golpe cuando llegarían al final de la cuerda,
confiados de que la cuerda los salvaría. Pero cuando llegaron al final de la
cuerda, ¡ésta se rompió como si hubiera sido un hilo¡ Los alpinistas desde la
cumbre vieron pasmados a sus compañeros estirar los brazos y piernas en el
aire, tratando de parar su horrenda caída por el precipicio. Pero sus esfuerzos
fueron inútiles y cayeron unos 1200 metros a la muerte.
Los tres
sobrevivientes quedaron asombrados como en un trance sin poder decir nada por
casi una hora. Al fin, empezaron a llorar. Ya no se animaban ellos a intentar
el descenso. Pero al fin, el guía convenció a los otros dos de hacer el intento,
y poco a poco bajaron. A las horas llegaron al pueblo para contar su triste
historia.
Luego los
expertos examinaron la cuerda rota. ¿Por qué se había roto? ¡Qué gran sorpresa¡
la cuerda no era una cuerda genuina reconocida por la organización de alpinistas.
La cuerda genuina se caracterizaba por un hilo rojo que llevaba en el centro de
la misma, y esa cuerda no llevaba ese hilo. ¿Cómo fue que llevaron una cuerda
sustituta para esa expedición?...nadie sabía.
Estimado lector: El poder salvador
de la cruz de Cristo se observa como un hilo rojo a través de toda la biblia. ¡
Está usted unido al Salvador por medio de esa cuerda que no se puede romper? O,
¿Ha puesto usted su confianza para la salvación en alguna cuerda substituta?
Sólo el poder de la sangre de Jesús puede salvarlo de una terrible muerte en el
abismo del infierno. No hay religión, no hay buenas obras, no hay intenciones
que lo puedan salvar en aquel día final ante el tribunal de Dios. Solamente el
arrepentirse de sus pecados y confesarlos a Dios y creer en Jesucristo como
único Salvador y Señor, le puede dar una confianza que no se rompe. Y el vivir
en obediencia a su palabra es la seguridad que necesitamos para no caer en
destrucción.
(Tomado de
la revista cristiana Antorcha de la verdad)
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Tanto en lo
que respecta al vivir como al morir, lo único que hace la diferencia es Cristo.
Tener a Cristo o no tenerlo. Pese a la gran variedad de factores que hacen
diferente el vivir en la tierra, el relacionarse entre las personas, sus
características, cultura, raza o clase, todos los seres humanos tienen el mismo
rasgo esencial: todos están en igualdad de condiciones delante de Dios: todos
están destituidos de su gloria, enemistados con él, alejados de él para siempre
por sus pecados.
La historia
del hombre comienza a cambiar sólo cuando halla a Cristo, o cuando es hallado
por él. El gran salto en la vida no es obtener un título universitario, ni
recibir una gran herencia. No es contraer feliz matrimonio, ni tener muchos
hijos. Aunque estas cosas forman parte del vivir dichoso en la tierra, no son
el punto que hace la gran diferencia entre los hombres a la hora de vivir y de
morir. Sólo Cristo hace la diferencia.
Sin Cristo,
una vida vivida al tope de la grandeza humana, es una miseria. Podrá tener
visos dorados, y una apariencia gloriosa, Sin embargo, es toda desazón y
sobresalto. Sin Cristo, una vida puede alzarse a las mayores alturas de la
fama, de las riquezas, y de la honra, sin embargo es sólo un largo alarido
entre dos silencios, una llamarada de ilusión entre dos abismos.
Sin Cristo,
la muerte es aún más dramática. Es pasar del alarido al fuego, y de la ilusión
al horror. Una persona que muere sin Cristo está desnuda, porque no tiene nada
con qué presentarse a Dios.
Es pobre
porque no tiene ninguna riqueza con qué enfrentar los siglos venideros. Es
desdichada, pues no tiene ninguna perspectiva de gozo futuro.
Cristo hace
la diferencia
Toda la vida
de vanidad, de todo el juego de apariencias que conforma la vida social, acaba
con el postrer suspiro. Nada de lo que se estimó hasta ahora como sublime,
soporta la mirada escrutadora de Dios. Todo es miseria, desnudez, y espanto.
Sin embargo,
cuán diferente es ser de Cristo a la hora de vivir. Aunque no sea lo que
pudiera llamarse 'un camino de rosas', todo es diferente. Las riquezas no
envanecen; la pobreza no duele. Los pequeños bienes otorgados por Dios son un
tesoro mayor; las pequeñas dichas humanas, llenan el corazón de felicidad. La
razón de este 'plus' es la presencia de Cristo. Su precioso Espíritu endulza
las penas, y hace soportable el rigor de la vida. Su compañía permanente
concede la fuerza, enjuga las lágrimas, y su paz, que excede todo
entendimiento, pone la nota dulce en todas las tormentas.
¿Qué diremos
del 'morir en Cristo'? Toda la luz del cielo destella para que el que parte;
toda la consolación del cielo se despliega para los que quedan. El capítulo más
triste de la historia de cierra (porque la vida humana, comparada con la
celestial, es sólo un 'valle de lágrimas'), y comienza una nueva, mucho más
dichosa. La verdadera vida, la vida eterna, sin trazas de debilidad y deshonra,
comienza a ser vivida de verdad.
Morir en
Cristo es la dicha mayor, la verdadera riqueza, el descanso de todos los
trabajos y afanes. ¡Bienaventurados los que mueren así!
Tomado de
aguasvivas.cl
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