Miércoles, 26 de abril de 2017
PREDICANDO EN LOS CUARTELES DEL EJERCITO RUSO- WURMBRAND
Torturado por Cristo
Richard
Wurmbrand
Una
relación de los sufrimientos y testimonio
de la Iglesia Subterránea en los países tras
la Cortina de Hierro.
Traducido
y adaptado por
CARLOS A.
MORRISLos rusos – un pueblo de almas “sedientas”
Para mi,
el predicar el Evangelio a los rusos es el cielo en la tierra. Yo he predicado
el Evangelio a hombres de muchas naciones, pero nunca he visto a un pueblo tan
sediento del Evangelio como los rusos.
Un
sacerdote ortodoxo amigo mío me telefoneo un día para comunicarme que un
oficial ruso había acudido a el para confesarse. Como el no sabia ruso, y yo en
cambio si, le había dado mi dirección. El hombre vino a verme al día siguiente.
El amaba a Dios, aunque nunca había visto una Biblia, ni jamás había asistido a
ningún servicio religioso (pues existen muy pocas iglesias en Rusia). No tenía
la menor instrucción religiosa, pero amaba a Dios a pesar de no tener ni el más
elemental conocimiento de El.
Comencé a
leerle el Sermón de la Montaña y las parábolas de Jesús. Después de
escucharlas, en un arranque de alegría se puso a danzar por todo el cuarto,
exclamando: “¡Que maravillosa belleza! ¡Como pude vivir sin saber nada de este
Cristo!” fue la primera vez que vi a alguien tan cautivado por la persona de
Cristo.
Fue
entonces que cometí un error. Le leí acerca de la pasión y crucifixión de
Jesús, sin haberlo preparado para ello. El no la esperaba, pues cuando escucho
como Cristo fue abofeteado, como fue crucificado y al fin murió, cayo en un
sillón y comenzó a llorar amargamente. ¡Había creído en un Salvador y ahora su
Salvador estaba muerto!
Al
observarle me sentí avergonzado de llamarme cristiano y pastor, de ser un
maestro para los demás y, sin embargo, jamás haber compartido los sufrimientos
de Cristo en la forma que este oficial ruso ahora los compartía. Mirándole, me
pareció volver a ver a Maria Magdalena llorando al pie de la cruz; llorando
fielmente aun cuando Jesús yacía en la tumba.
Luego le
leí la historia de la resurrección. El no sabía que su Salvador había
resucitado de la tumba. Cuando escucho estas maravillosas nuevas, se golpeo las
rodillas profiriendo una palabra bastante grosera, aunque en ese momento la
considere aceptable, y aun quizás “sana”. Era su cruda manera de expresarse.
Nuevamente se regocijaba, gritando de alegría: “¡El vive! ¡El vive!”, y
danzaba, dominado por la felicidad.
“Oremos”,
le dije, pero el no sabia orar, a nuestra manera por lo menos. Cayo de rodillas
junto a mi, y las palabras que brotaron de sus labios fueron: “¡Oh Dios, que
magnifico eres!. Si Tú fueras yo y yo fuese tú, nunca te habría perdonado Tus pecados. ¡Eres en realidad magnifico
y yo te amo de todo corazón!”
Pienso
que todos los àngeles en el cielo se detuvieron en cielo para escuchar esta
sublime oración de un oficial ruso. ¡El hombre había sido ganado para Cristo!
En un
negocio encontré a un capitán ruso con una dama que era también oficial del
ejercito; compraban una gran cantidad de cosas, pero tenían dificultades para
hacerse entender con el vendedor, ya que el no entendía ruso. Me ofrecí para
actuar de intérprete para ellos, y trabamos amistad. Los invite a casa par
almorzar, y antes de comenzar a comer les dije: “Uds. están en una casa
cristiana y nosotros tenemos por costumbre orar”. Ore en ruso. Entonces dejaron
los cubiertos sobre la mesa y perdieron el interes en la comida. Comenzaron a
hacer pregunta tras pregunta acerca de Dios, de Jesucristo y la Biblia. Ellos
no sabían nada.
No fue
fácil hablarles. Les narre la parábola de un hombre que tenia cien ovejas y
perdió una; pero no me entendieron, porque me preguntaron: “¿Cómo es posible
que tenga cien ovejas y que no se las haya quitado la granja colectiva
comunista?” Entonces les dije que Jesús es un rey. A esto me contestaron:
“Todos los reyes han sido hombres malos que tiranizaban a su pueblo, y Jesús
por lo tanto tiene que haber sido un tirano también”. Cuando les narre la
parábola de los obreros de la viña, ellos dijeron: “Bueno, esos hombres
hicieron muy bien en rebelarse contra el propietario de la viña. La viña tiene
que pertenecer a la granja colectiva”. Todo era nuevo para ellos. Al relatarles
el nacimiento de Jesús, sus preguntas podrían parecer, en labios de un
occidental, una blasfemia: “¿Era Maria la esposa de Dios?” Fue entonces que
comprendí, al discutir con ellos y muchos otros, que para predicarles el
Evangelio a los rusos, después de tantos años de comunismo, tendríamos que usar
un idioma totalmente nuevo.
Los
misioneros que fueron a África Central tuvieron dificultades para traducir las
palabras del profeta Isaías: “Si tus pecados fueron rojos como la grana, como
la nieve serán emblanquecidos”. Nadie, en esa parte de África Central, había
visto la nieve. Ni siquiera existía la palabra “nieve”. Por lo tanto tuvieron
que traducir: “Tus pecados serán blancos como la pulpa del coco”.
Así
también tuvimos que traducir el Evangelio al lenguaje marxista para hacerlo
comprensible a ellos. Era algo que no podíamos hacer solos,
mas el Espíritu Santo lo hizo a través nuestro.
En ese
mismo día se convirtieron el capitán y el oficial. Después, ellos nos ayudaron
mucho en nuestro ministerio clandestino con los rusos.
Imprimimos
y distribuimos en forma secreta muchos miles de Evangelios y otra literatura
cristiana entre los rusos. A través de los soldados rusos convertidos pudimos
introducir de contrabando muchas Biblias y porciones bíblicas en Rusia.
Usamos
otra técnica para hacer llegar copias de la palabra de Dios a las manos de los
rusos. Los soldados rusos habían estado peleando varios años, y muchos de ellos
tenían en su patria hijos que no habían visto en todo ese tiempo (Los rusos
tienen un gran cariño por los niños). Mi hijo Mihai y otros pequeños, menores
de diez años, iban a las calles y parques llevando con ellos muchas Biblias y Evangelios
y otra literatura en los bolsillos. Los soldados rusos los acariciaban en la
cabeza y les hablaban cariñosamente, pensando en sus propios hijos que no
habían visto por tantos años. Luego les daban chocolates y dulces a los niños,
quienes, a su vez, les daban a cambio: Biblias y Evangelios, que eran aceptados
gustosamente. A menudo, lo que era peligroso para nosotros hacer abiertamente,
podía ser hecho por nuestros hijos sin ningún riesgo. Eran nuestros “pequeños
misioneros” para los rusos. Los resultados fueron excelentes. Muchos soldados
rusos recibieron de este modo el Evangelio, que de otra manera no hubiéramos podido darles.
Predicando en los cuarteles del ejército ruso
Nuestra
labor entre los rusos no solo se limito a la obra personal, sino que también
tuvimos la oportunidad de realizar reuniones con grupos pequeños.
A los
rusos les gustan mucho los relojes. Se los robaban a cuanta persona
encontraban. Aun detenían a las personas en la calle con ese fin, y había que
entregárselo. Se les podía ver usando varios relojes al mismo tiempo,
preferentemente en los brazos; y aun en las mujeres oficiales con relojes
despertadores colgando de sus cuellos. Ellos nunca habían tenido relojes antes,
y por eso les parecía que nunca tendrían los suficientes. El rumano que deseara
tener un reloj tenía que ir a los cuarteles del Ejercito Soviético para comprar
uno robado; a menudo adquiría su propio reloj. Así pues era común ver a los
rumanos entrar en los cuarteles rusos; y esto nos proporciono a nosotros, los
de la Iglesia Subterránea, un excelente pretexto para ir allí también – a
comprar relojes.
Elegí la
festividad ortodoxa de San Pablo y San Pedro como la primera fecha para ir a
los cuarteles rusos. Pretextando querer adquirir un reloj fui a la base militar.
Con el fin de ganar tiempo, simulaba rechazar uno por encontrarlo muy caro;
otro, por ser muy chico y otro mas grande. Como lógica consecuencia, se junto a
mi alrededor un grupo de soldados que me ofrecieron algo para comprar. En son
de broma les pregunte: “¿Alguno de Uds. se llama Pablo o Pedro?” Algunos
respondieron afirmativamente. Entontes les dije: “¿Sabían Uds. que hoy es el
día en que vuestra Iglesia Ortodoxa honra a San Pablo y San Pedro?” (Algunos de
los más viejos lo sabían). Continué: “¿Saben Uds. quienes eran Pedro y Pablo?”
Nadie lo sabia, así es que comencé a contarles acerca de ellos. Uno de los
soldados rusos me interrumpió para decirme: “Tu no has venido a comprar
relojes. Has venido para hablarnos de la fe. ¡Siéntate aquí y háblanos!, pero
¡Ten cuidado! Sabemos de quienes tenemos que cuidarnos. Cuando coloque mi mano
en tu rodilla deberas hablar solamente de relojes. Cuando la retire puedes
continuar con tu mensaje.” Tenía ya
junto a mí a un grupo bastante numeroso de soldados, a los que seguí
contándoles acerca de Pablo y Pedro, y en especial acerca de Cristo por quien
ellos murieron. Al acercarse de cuando en cuando alguno en quien no tenía
confianza, el soldado ponía su mano sobre mi rodilla y de inmediato comenzaba a
hablar acerca de los relojes. Tan pronto se alejaba, volvía a predicarles de
Cristo.
Con ayuda
de soldados rusos cristianos, pude repetir esta visita muchas veces. Muchos de
sus camaradas encontraron a Jesús, y miles de Evangelios fueron repartidos
secretamente.
Lamentablemente,
muchos de nuestros hermanos y hermanas de la Iglesia Subterránea que fueron
sorprendidos en estas actividades, fueron brutalmente flagelados. No obstante,
jamás traicionaron nuestra organización.
Durante
esta labor, tuvimos el gozo de conocer a hermanos de la Iglesia Subterránea
rusa, como también escuchar sus experiencias. En primer lugar, pudimos apreciar
en ellos lo que convierte a los hombres en grandes santos. Habían pasado a
través de tantos años de adoctrinamiento comunista. Algunos incluso habían
estado en las universidades comunistas; sin embargo, al igual que el pez que
vive en aguas saladas pero que mantiene dulce su carne, así también ellos
habían pasado a través de las escuelas comunistas manteniendo sus almas limpias
y puras para Jesucristo.
¡Estos
rusos cristianos tenían almas tan preciosas! Nos manifestaban: “Sabemos que la
estrella con la hoz y el martillo que usamos en nuestras gorras es la estrella
del Anticristo”, y lo decían con gran tristeza. Su ayuda nos fue inapreciable
para poder extender el evangelio entre otros soldados rusos.
Ellos
poseían todas las virtudes cristianas, menos el gozo. Lo demostraban solamente
en el momento de la conversión, pero luego desaparecía. Como esto no dejaba de
extrañarme, un día le pregunte a uno de ellos, un bautista: “¿Cómo es posible
que Uds. no conozcan el gozo?” Me contesto: “¿Cómo puedo yo estar gozoso cuando
tengo que esconder del pastor de mi iglesia el hecho de ser un ferviente
cristiano, que dedico tiempo a la oración y trato de ganar almas para Cristo?
El pastor de mi iglesia es un delator de la Policía Secreta. Somos espiados el
uno por el otro, y son los pastores quienes traicionan a sus rebaños. El gozo
de la salvación existe en lo mas profundo de nuestro corazón, pero esa manifestación
externa del gozo que Uds. poseen no podemos mostrarla nunca mas.”
“El
cristianismo ha llegado a ser dramático para nosotros. Cuando Uds., que son
cristianos libres, ganan un alma para Cristo, ganan un miembro para sus
iglesias, que lleva una placida existencia. Pero cuando nosotros ganamos a un
hombre sabemos que este puede ser encarcelado y que sus hijos pueden quedar
huérfanos. El gozo de conquistar un alma para Cristo se mezcla con el
sentimiento de que hay un precio que es necesario pagar.”
Habíamos
encontrado un tipo de cristiano enteramente diferente: el cristiano de la
Iglesia Subterránea.
Aquí
también hallamos muchas sorpresas
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