EN UNA NOCHE LEJANA
Por TIMOTHY WIGHT
CURSABA YO EL QUINTO GRADO de prímaría,y vivía en un pequeño poblado de Utah. Al inicio del año escolar, mis amigos y yo vimos llegar a una desconocida. Era una niña llamada Ruth, y desde el primer día se hizo evidente que no íbamos a aceptarla en nuestro círculo.
Su padre era obrero y la familia vivía en un barrio muy poco elegante. Ruth iba vestida todos los días con el mismo vestido rojizo desteñido y unos tenis azules que le venían muy grandes. "¿Dónde encontraste ese disfraz?", le preguntábamos. "¿En la basura?"
En su bolsa del almuerzo siempre había una rebanada de pan, una zanahoria o una papa sin pelar y una pequeña botella de leche cruda. Como ésa era la misma comida que les habíamos dado a unas ratas en el laboratorio, cuando pasábamos junto a ella en la cafetería soltábamos unos chillidos burlones. A raíz de eso Ruth empezó a almorzar en el patio, aun en los ventosos y fríos meses del otoño.
CADA AÑO, a fines de noviembre, se realizaban audiciones para la obra de teatro navideña de la escuela, a la que asistía casi todo el pueblo. Otros grupos cantaban y representaban cuadros sueltos, pero la obra teatral estaba reservada para los alumnos de quinto grado. Los papeles principales eran los de María y José. Cuando llegó mi turno de hacer la prueba, pronuncié mi parlamento con la voz más alta que pude.
—Venid conmigo, María —dije—, debemos marchar a Belén.
Fui a sentarme, sin hacerme muchas ilusiones de que iba a interpretar al protagonista.
Al día siguiente, llenos de ansiedad, mis amigos y yo escuchamos al maestro Russon leer la lista de los actores elegidos. Por fin anunció:
—Timothy hará el papel de José.
Casi grité de alegría, pero en seguida volvía ponerme tenso: ¿a cuál de las niñas más simpáticas del grupo le iba a tocar ser mi esposa?
—Y el papel de María es para... Ruth.
¿ Ruth? Hasta donde yo sabía, ella ni siquiera había participado en las audiciones. ¡Eso era un insulto!
Decidimos que si ella iba a ser María, nos encargaríamos de que ésa fuera la peor obra de Navidad jamás vista en la escuela. En los ensayos declamábamos los versos de las canciones en desorden, pronunciábamos los parlamentos con sarcasmo y hacíamos caso omiso de las indicaciones del director. Cada error provocaba carcajadas. Cuando los maestros se volvían, le hacíamos muecas a Ruth. Queríamos que abandonara la obra.
Luego vino el ensayo con vestuario. Los días previos Ruth se había puesto a practicar su canción mientras los demás jugábamos en el recreo. Esta vez, cuando empezó a entonarla, uno de los pastores le dio un golpe en la espalda. La voz se le quebró al quedarse sin aliento. Reímos con más ganas que nunca. El maestro de música detuvo al pianista y nos dijo que éramos el peor grupo de quinto grado que había tenido y que iba a suspender la obra.
LEGÓ LA NOCHEBUENA y, con ella, la función escolar. Como siempre, primero cantaron los alumnos del jardín de niños y luego siguieron los otros grados. Cuando por fin llegó nuestro turno de subir al escenario, yo estaba retorciéndome en el asiento, preocupado por lo que el maestro Russon iba a decir de nosotros.
—En lugar de la tradicional obra de teatro —anunció—, una de las alumnas de quinto grado cantará un solo.
Nos quedamos perplejos, mirándonos unos a otros.
Se alzó el telón y apareció Ruth. Llevaba puesto un vestido de raso blanco con un cinto rojo. El rostro se le iluminó cuando empezó a cantar con una limpia voz de soprano que inundó el auditorio:
¿Quién es esa tierna criatura que duerme en el regazo de María? ¿A quién saludan los ángeles con dulces cánticos mientras los pastores velan su sueño?
Al principio fijó la vista en sus padres, que estaban en una fila de adelante y vestían ropa raída, pero poco a poco empezó a cantar con más soltura y a mirar a los concurrentes. Luego nos miró a nosotros, sus compañeros, mientras entonaba el siguiente verso:
Ese niño, a quien los pastores cuidan y los ángeles cantan, es Cristo Rey. ¡Venid presurosos a alabar al niño, el hijo de María!
De pronto calló y, después de una tensa pausa, dio media vuelta y abandonó el escenario. El hombre que estaba sentado al piano siguió tocando, pero al darse cuenta de que nadie cantaba dejó de hacerlo. Los padres de Ruth salieron corriendo.
Por unos instantes nadie se movió; luego, alguien empezó a aplaudir, y entonces todos se pusieron de pie e hicieron lo mismo.
Regresamos a clases en enero, pero Ruth no se presentó. Supimos que se había ido a vivir a otro sitio y nunca volvimos a pronunciar su nombre.
HAN PASADO 20 AÑOS. ¿Dónde estará Ruth ahora? ¿Cómo habrán afectado su vida nuestras mofas? Sin duda, jamás lo sabré. Sólo sé que del arrepentimiento más profundo puede surgir la compasión más sincera. Hoy en día soy maestro y consejero escolar y procuro alentar a la gente a ser honesta consigo misma y tolerante con quienes son diferentes. Y cada Navidad, la oración que digo en mi interior es la estrofa que Ruth no terminó de cantar:
¿Por qué duerme él en tan humilde lecho, el pesebre del buey y el asno? ¡Temed, buen cristiano: el Verbo divino ruega por los pecadores!
SELECCIONES DEL READER´S DIGEST
DICIEMBRE DE 1998
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