jueves, 16 de marzo de 2023

ALFONSO DE VALDES-LA REFORMA EN ESPAÑA

Domingo, 30 de abril de 2017

ALFONSO DE VALDES-LA REFORMA EN ESPAÑA- Samuel Vila

4. Alfonso de Valdés, Alfonso de Virués y Juan de Vergara.

Alfonso de Valdés nació en Cuenca. Era hijo del regidor de dicha ciudad y un hermano de Juan, del cual hablaremos más adelante. Se ignoran detalles de su vida durante su mocedad. Lo primero que se conoce de él son las cartas que dirigió a Pedro Mártir de Angleria, desde Flandes y Alemania, en 1520, donde asistió a la coronación de Carlos I. Era entonces escribiente de la Cancillería del emperador. Al hablar de Lutero lo hace en términos personalmente desfavorables, pero reconoce la razón que le asiste en reclamar una reforma de la Iglesia y dice que la causa de todos los males que la aquejan es que el papa prefiere cuidar de sus intereses temporales que de los espirituales. Critica también las costumbres paganas de la corte de Roma.
En 1525 actúa como secretario del canciller, y aun del emperador, para la redacción de documentos latinos, gran número de los cuales se conservan. Por esta época era erasmista convencido y favoreció las solicitudes de ayuda en favor de Erasmo, ante Carlos I y el arzobispo Fonseca, con gran diligencia, así como procuraba divulgar sus escritos y encarecer el valor de su doctrina. Alfonso de Valdés se carteaba con Erasmo, el cual lo colmaba de elogios.
Su obra más famosa es el Diálogo de Lactancio y el arcediano, obra de ficción, de carácter político-religioso. En ella se quiere mostrar que el saqueo de Roma (1527) por las tropas del emperador Carlos, hecho recién sucedido, significaba un castigo de los vicios de la corte papal permitido por Dios, en beneficio de la cristiandad, y que el emperador no tenia culpa alguna en ello. Valdés, por boca de Lactancio, hace la apología de su señor, en contra del sentir del arcediano. No sólo ataca al papa por sus errores políticos y señorío temporal, sino también desde el punto de vista dogmático, ridiculizando las supersticiones, las bulas, dispensaciones, clamando contra la acumulación de rentas y privilegios por parte del clero, la falta de caridad y honestidad de los clérigos, etc. Acaba abogando porque esta reforma la lleve a cabo el mismo emperador.
La publicación de este libro fue autorizada por Carlos, previas censuras favorables, y dio lugar a graves incidentes con el nuncio papal, que, al fin, hubo de sucumbir ante la decisión del emperador. El libro, al parecer, fue retocado por su hermano Juan. Fue, editado, probablemente, en 1529 y está escrito en un lenguaje digno de los mejores clásicos de las letras castellanas. Hoy se sabe que también escribió el Diálogo de Mercurio y Carón, antes atribuido a su hermano Juan.
El Diálogo de Mercurio y Carón vio la luz en Italia, en 1527. Es posible que colaborara en esta obra su hermano Juan, quizá más en las ideas que en la forma. Se manifiestan ya en él sus tendencias a la critica de la
superstición reinante, y su fuente de inspiración es erasmista.
Consta de dos partes. La primera, de carácter histórico-moral, empieza fingiendo que Carón se queja ante Mercurio de que le será inútil la galera que había adquirido ante las frecuentes guerras visto que, hecha la paz, escasearán los muertos y, por tanto, le bastará con su barca. El tema se va desenvolviendo por medio de los razonamientos que hacen las ánimas, mientras Carón las va conduciendo con su barca al otro lado de la laguna Estigia, o cuando ascienden por un monte hacia el cielo. Aparecen sucesivamente almas condenadas por haber puesto su confianza en supersticiones e hipocresías dé toda clase, por haber aumentado su hacienda usando de malas artes, por desatender a sus deberes, por falsear la verdad, por su soberbia, etc. Así van desfilando beatos, consejeros, obispos, teólogos, reyes, etc. Tan sólo se salva un alma que ha vivido una vida recta y sinceramente devota.
En la segunda parte de la obra, rica en preceptos y enseñanzas, aparecen siete almas que van a la gloria, las cuales exponen cuál fue su vida, para ejemplo de los lectores. Estas son las de un rey, un obispo, un predicador, un fraile, etc. Valdés aprovecha la relación de cada uno para exponer los vicios que se deben evitar y las virtudes que se deben seguir en cada uno de esos estados. Sus criticas son de mayor elevación y más respetuosas que las de Erasmo, con la diferencia que existe entre un auténtico hombre de Renacimiento y una persona de verdaderos sentimientos piadosos. No se expone en esta obra doctrina francamente reformada, sino que se limita a manifestar su disconformidad con la religiosidad rutinaria e hipócrita, y se evidencian sus tendencias místicas y reformadas, que, repetimos, no han hecho eclosión todavía de un modo franco. No sabemos si se debe a una medida de prudencia o a que no habían madurado en su mente todavía.
En 1532 estuvo presente, acompañando al emperador como secretario, en la dieta de Augsburgo. Tuvo en esta ocasión varias conversaciones particulares con Melancton y pidió a éste, por encargo del emperador, que redactara una confesión de los principios luteranos. Como respuesta Melancton escribió su famosa Confesión de Augsburgo, que Valdés leyó antes privadamente, y sobre la que hizo a Melancton alguna observación, tendente a disminuir la discrepancia entre protestantes y católicos. Bajo la influencia de Melancton hizo Valdés lo posible para disminuir la desfavorable impresión que de los reformados tenia su señor Carlos I, ya que él mismo había cambiado el criterio con que antes los juzgara. Valdés reconoció que era opinión corriente entre los españoles que los reformados no creían en Dios ni en Cristo, ni en la Virgen, y que en España se consideraba tan meritorio estrangular a un luterano como pegarle un tiro a un turco.
Los espías inquisitoriales no dejaron de observar el celo con que Valdés favorecía la causa protestante, por lo que una vez hubo regresado a su patria fue acusado ante el Santo Oficio de luteranismo y por sus aficiones humanistas, sufriendo condena leve por dicha causa. Sin embargo, en 1532 lo encontramos en Viena, donde había ido acompañando al emperador, cuya secretaria continuaba regentando. En esta ciudad murió de la peste en la fecha citada.
Alfonso de Virués era monje benedictino, gran teólogo, predicador de Carlos I. En tanto aprecio lo tenia su señor que no asistía a otros sermones que los predicados por él. Durante sus viajes con el emperador por Alemania se sabia que había conversado con algunos reformados, y como además se le consideraba como erasmista, se le acusó de herejía luterana y fue puesto en cárceles secretas, en Sevilla. Fue inútil que alegara que había escrito una obra combatiendo a Melancton. Además, Carlos I lo defendió ante la Inquisición, lo que no había hecho con ningún otro servidor suyo. A pesar de tan gran influencia tuvo que permanecer cuatro años en cárceles secretas y Carlos no pudo conseguir que fuera absuelto, ya que algunas de sus proposiciones predicadas en público fueron consideradas como luteranas sin atenuante. Fue obligado a abjurar de ellas (153?) y sólo fue absuelto ad cautelam. Se le prohibió predicar durante dos años. Carlos fue fiel a Virués. Logró del papa la absolución plena y, más adelante, le arrancó para su protegido, aunque fue contra la voluntad del otorgante, el obispado de Canarias.
Juan de Vergara, gran poeta y critico, catedrático de Filosofía en Alcalá, canónigo de Toledo, había sido secretario del cardenal Cisneros y del arzobispo Fonseca. Era un ferviente humanista y se había distinguido en la defensa de Erasmo. Habla traducido los libros sapienciales de la Poliglota Complutense, algunos de Aristóteles y otros clásicos. Fue preso por la Inquisición de Toledo, por haber sido acusado de herejía luterana y poseer obras de Lutero. Negó lo primero, pero devolvió, efectivamente, obras luteranas que poseía. No le sirvió para nada el apoyo del arzobispo Fonseca, y los inquisidores, creyendo tener suficientes pruebas de su heterodoxia, le obligaron a abjurar de vehementi, a pagar una multa de 1.500 ducados y le impusieron una corta reclusión en un monasterio. Sin embargo, luego fue restablecido a su anterior posición. También entró en conflicto con la Inquisición su hermano, Bernardino de Tovar, también erasmista, aunque éste fue acusado de iluminismo.

 

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