viernes, 10 de marzo de 2023

OTTO SKORZENY - 1949

 ¿Dónde está el hombre de la cicatriz en la cara que fue jefe audaz de los saboteadores de Hitler?

 EL HOMBRE MAS PELIGROSO DE EUROPA
Condensado de "Argosy"
Por Thomas M. Johnson
SELECCIONES DEL READER'S DIGEST   
 Mayo de 1949
UN GIGANTE de pelo castaño  cuyo rostro de agradables facciones cruzaba una cicatriz desde la oreja izquierda hasta la barbilla, entró a  grandes zancadas en el cuartel general norteamericano cerca de Salzburgo, Austria, el día 17 de mayo de 1945• Saludó con viveza llevándose la mano a la gorra airosamente terciada donde lucía la calavera que fue insignia de la Guardia Selecta de Hitler, y dijo:
—El teniente coronel de la SS, Otto Skorzeny, se entrega.
La rendición de alemanes era cosa tan común y corriente para el soldado norteamericano que estaba de servicio como las raciones sintéticas. Indicó el camino con cansado movimiento del pulgar y repuso:
 —Está bien, Otto. Métete en la jaula.
El alemán le lanzó una mirada de indignación y luego giró sobre los talones. La luz cayó sobre su apretada hilera de medallas y sobre sus ojos fríos de un azul de hielo. Un oficial del cuerpo de información secreta, a quien su viejo uniforme hacía pasar inadvertido, miró fijamente la muñeca del alemán.
—El reloj de Mussolini—dijo por lo bajo al soldado—Este es Skorzeny, el agente secreto del enemigo que figura a la cabeza en la lista de los que tenemos que atrapar.
Los cazadores de espías del ejército estadounidense no habían tenido adversario tan temible como aquel osado aventurero y maquinador que medía un metro 90 centímetros de estatura
y pesaba l00 kilogramos. El había dirigido la más importante operación de sabotaje llevada a efecto contra las fuerzas norteamericanas, hábil triquiñuela en la cual nazis disfrazados con uniformes estadounidenses sembraron la confusión detrás de las líneas norteamericanas en la batalla de la Saliente del Mosa y obligaron al estado mayor del general Eisenhower, bajo amenaza de muerte, a tener virtualmente prisionero en su propio cuartel general durante diez días al enfurecido comandante en jefe de los Aliados.
Más de un año antes y con menos de 50 hombres había arrancado a Mussolini de manos de los 400 soldados italianos que lo guardaban en el pico de una montaña. Aquel rapto llevado a cabo por medio de planeadores y aviones pequeños permitió al Duce establecer nuevo gobierno en el norte de Italia y ayudó a prolongar la resistencia alemana. Mussolini regaló a su salvador un reloj de pulsera grabado; Hitler le concedió la Cruz de Caballero—y le encomendó otras misiones delicadas.
En octubre de 1944 el espionaje alemán había informado que el regente de Hungría, Nicolás Horthy, estaba a punto de romper su alianza con Hitler para unirse a Stalin. Skorzeny escaló los muros del castillo de Horthy para encontrarse con que el almirante se había escapado después de anunciar por radio la rendición de Hungría. Alguien reveló el escondite de Horthy y, mientras los rusos atronaban ante las puertas, Skorzeny se lo llevó a Munich y al cautiverio. En Yugoeslavia Skorzeny contribuyó a impedir que Miliallovitch y Tito se uniesen contra los alemanes.
Fue después del incidente de Horthy cuando Hitler encomendó a su favorito brazo derecho la misión cumbre de su historia. El Führer estaba planeando un último golpe frenético inspirado por la desesperación. Contra el débil frente norteamericano de los escarpados . Ardennes lanzaría sus últimas reservas estratégicas dirigidas por divisiones blindadas escogidas. Estas fuerzas avanzarían hacia el norte, cercarían la mitad de las tropas norteamericanas, canadienses y británicas en Europa, se apoderarían de sus enormes abastecimientos y de su único puerto bueno que era Amberes. Hitler esperaba que esta operación paralizaría a los Estados Unidos e Inglaterra bastante tiempo para que los alemanes produjesen suficientes bombas V, aeroplanos de chorro, y submarinos de nuevo tipo para ganar la guerra después de todo.
—Pero existe un obstáculo—confesó Hitler en secreto a unos pocos jefes— ¿Cómo nos arreglaremos para apoderarnos de los puentes sobre el Mosa por donde nuestros panzers puedan pasar?... ¡Ya sé cómo! ¡Tráiganme a Skorzeny!
En una de las salas destinadas a las conferencias secretas de guerra, y con el rostro contraído aún nerviosamente por la explosión de la bomba con que habían intentado matarlo en julio de aquel año, el Führer confió a Skorzeny su temeraria estratagema el día 22 de octubre. Skorzeny escogería entre todas las armas una tropa especial de dos mil valientes que supieran hablar inglés. Los hombres escogidos vestirían los uniformes de norteamericanos prisioneros o muertos y serían enviados tras las líneas norteamericanas para actuar como espías, saboteadores y agentes de desmoralización. Tenían que apoderarse de los puentes sobre el Mosa y retenerlos para que pudiese cruzarlos el grueso del ejército. Era necesario que Skorzeny lo tuviese todo listo en menos de dos meses.
El audaz gigante reunió a sus hombres en un lugar llamado Friedenthal (nombre irónico en aquella ocasión porque significa «valle de la paz») cerca de Oranienburgo y los familiarizó con las armas, el equipo, la disciplina, los grados y las costumbres del ejército norteamericano. «No sean' demasiado militares—ordenó—Nada de chocar los talones.» Les dio cajetillas de cigarrillos estadounidenses y les enseñó a abrirlas como las abren los norteamericanos. Aprendieron juramentos y caló norteamericanos. «¡Okay, Butch!» acabó por ser una especie de santo y seña. Les proporcionaron tarjetas de identificación, dinero norteamericano v hasta cartas y retratos de los Estados Unidos. La operación se denominó Greif que quiere decir grifo.
Pero fue imposible mantener absoluto secreto sobre ella. El cuerpo de información secreta del primer ejército norteamericano capturó una orden destinada a soldados de habla inglesa para que se presentasen a Skorzeny. Como la reputación de este sujeto era muy conocida, el coronel Benjamín A. Dickson informó el primero de diciembre que dicha orden «presagia evidentemente operaciones especiales de sabotaje, ataques a los cuarteles generales y a otras instalaciones vitales por especialistas infiltrados o paracaidistas.» El informe añadía: «Un prisionero de guerra en extremo inteligente y cuyas observaciones en otros asuntos coinciden exactamente con hechos probados, ha declarado que se .están reuniendo todos los elementos disponibles para una contraofensiva definitiva.»
Sin embargo, altos jefes de la información secreta Aliada tenían sus dudas. No se enviaron más tropas al frente dedos Ardennes. Y el día 16 de diciembre los nazis atacaron. Mientras que• 17 divisiones alemanas seguidas por otras 12 se lanzaban con formidable entrepito a una de las grandes batallas de la guerra , millares de cañones alemanes abrían camino a través de los Ardennes cubiertos de nieve. Entretanto los morteamericanos» de Skorzeny se lanzaban desenfrena.damente a la acción en «jeeps » capturados. Haciendo a otras unidades alemanas señales previamente convenidas, como levantar los cascos o encender y apagar  linternas de colores, se metieron een el convulso frente norteamericano o lo atravesaron, colocando marrcas en fajas  de aterrizaje y centros de pertrechos y reconociendo los caminos por    cuales trataban  de llegar a su destinolos refuerzos norteamericanos. Esta labor de sabotaje contribuyó a que la artillería alemana hiciera muchas bajas. Interceptaron caminos derribando árboles y cortaron las líneas telefónicas. Enmarañaron el tránsito cambiando los letreros de las carreteras y destruyeron camiones quitando las señales que marcaban los campos minados. Un Greifer disfrazado de policía militar norteamericano se apostó en un cruce y con un simple movimiento de pulgar hizo que todo un regimiento estadounidense tomase la ruta indebida.
Al principio pocos norteamericanos se dieron cuenta de que había entre ellos enemigos disfrazados haciendo tanto daño. Pero el 18 de diciembre en Aywaille, Bélgica, algunos policías militares dieron el alto a tres soldados que iban en un jeep y no sabían el santo y seña. Tenían documentos que los acreditaban como miembros de la quinta división blindada y contaron historias persuasivas, pero eran «demasiado corteses. » Por esta sola razón fueron entregados a los buenos oficios del teniente Frederick Wallach, ex juez alemán, fugitivo de Dachau y a la sazón dedicado con entusiasmo a interrogar a los nazis capturados por el primer ejército norteamericano. Siguió con los detenidos la estrategia de avergonzarlos por vestir uniformes que no eran del ejército alemán. Dio resultado. Los tres revelaron algunos detalles sobre la operación Greif.
«Su historia coincide con aquella orden que se capturó,» hizo observar Wallach a sus superiores. Pero muchos de ellos opinaron que el complot era «demasiado fantástico.» Muy pronto algunos oficiales de contraespionaje  encontraron una radio alemana y un libro de clave en un jeep recapturado y los radiotelefonistas estadounidenses  interceptaron informes trasmitidos  por grupos de jeeps sobre los daños causados al amparo de los uniformes norteamericanos.
Esto dio comienzo a una cacería de saboteadores. Policía militares y agentes de contraespionaje  con cara de pocos amigos ponían el cañón de sus armas al pecho de cuantos viajaban en jeeps o en otros vehículos cuyo norteamericanismo encontraban dudoso y les hacían una serie de  preguntas que solamente las gentes que han vivido en los Estados pueden contestar con exactitud. Algunos conductores asustados por las  preguntas se traicionaban intentando forzar la marcha o desviar por caminos que estaban cerrados.
El 19 de diciembre unos agentes de  contraespionaje encontraron a dos  presuntos oficiales norteamericanos  que observaban desde un jeep el desfile de refuerzos estadounidenses- Al ser interrogados mostraron placas de  identificación y certificados de vacuna; contaron, además minuciosamente sus  experiencias en el ejército.  Habían recibido la instrucción militar en el campamento de Hood.Casí satisfecho con las respuestas el agente volvió a preguntar.
—    ¿Han estado alguna vez en Texas?
—No—repuso uno de los alemanes  —Nunca.
—¡Manos arriba!—ordenó el agente te sacando la pistola—¡ El campamento de Hood está en Texas!
Luego en Lieja—uno de los pasos sobre el Mosa y por tanto uno de los objetivos especiales de Skorzeny—un grupo de jeeps preguntó audazmente por la zona de comunicaciones del cuartel general. Instantáneamente los hombres quedaron rodeados por policías militares bien armados.Se llamó a Wallach para que aplicase la técnica de «avergonzar» y un teniente rubio con barba de rastrojo empezó muy pronto a nombrar y describir a todos los oficiales de Skorzeny y a dar otros detalles: la brigada Panzer número 150, también a las órdenes de Skorzeny, y que iba en tanques norteamericanos capturados, trataría de hacerse pasar por fuerza blindada norteamericana en retirada y así apoderarse de los puentes sobre el Mosa.
Conducido al cuartel general del primer ejército para ampliar el interrogatorio, el teniente empezó diciendo que ya había contado cuanto sabía.
—Bueno—le contestaron—Ya se las entenderá usted con el comisario ruso.
Como la mayoría de los alemanes, el teniente tenía pavor a los rusos y cuando se \vio ante un gigante con uniforme del ejército rojo que vociferaba preguntas en alemán con extraño acento (como que era un norteamericano de Milwaukee) se puso pálido y confesó tímidamente: «Queremos apoderarnos de Eisenhower, también. Skorzeny y algunos más se presentarán, como oficiales norteamericanos que conducen a generales alemanes capturados, al cuartel general supremo de Versalles para interrogarlos. Una vez dentro, volverán las armas contra ustedes y Eisenhower será secuestrado o muerto por el mismo Skorzeny. »
La historia podía ser una patraña pero el Supremo Cuartel General, que sabía de lo que Skorzeny era capaz, tenía que jugar sobre seguro. El Hotel Trianon y otros edificios donde se aposentaba aquel organismo fueron cercados con alambradas, tanques y casi mil policías militares y soldados bien armados que examinaban pases en barreras de tránsito colocadas a buena distancia y recibían a los que se acercaban más, con gritos de quién vive y pistolas ametralladoras. Cinco agentes de contraespionaje se encargaron de que todos los visitantes del general Eisenhower fuesen identificados por un ayudante. El general se trasladó a una casa situada dentro del cerco y con guardia en puertas, ventanas y tejados. Estuvo varios días sin salir de la casa porque los agentes temían la acción de tiradores de largo alcance. El espíritu activo del general se rebeló y le hizo exclamar un día:
—¡Al infierno con tantas precauciones! ¡Voy a dar un paseo!
Pero se rindió a los ruegos de su estado mayor cuando le dijeron que si no permanecía dentro de la casa habría que emplear en «seguirle los pasos» un gran número de fuerzas que eran necesarias en otras partes.
Entretanto algunos de los 50 tanques norteamericanos en poder de la brigada panzer número. 150 habían
sorprendido en la Saliente del Mosa a un batallón blindado norteamericano, el cual dejaron reducido a la mitad. Cundió la alarma de que «nuestros propios tanques hacen fuego contra nosotros, » y se ordenó a la policía militar que informase de todos los movimientos de tanques que no estuvieran previamente indicados en el plan de operaciones. El movimiento de barcos en el Mosa quedó suspendido, se patrullaron ambas orillas y todo el que intentaba cruzar era detenido e interrogado. Por este procedimiento fueron capturados 54 alemanes disfrazados con uniformes aliados o vestidos con ropas civiles.
Difundiendo noticias de derrota, Greifers de la supuesta brigada panzer número 150 estuvieron a punto de llegar a la última línea de defensa en su avance hacia el Mosa. En Malmédy, Skorzeny encontró que la artillería norteamericana estaba preparada. Por consiguiente, en vez de atacar envió algunos hombres que se acercaron caminando y preguntaron a los artilleros cuántos cañones tenían y de qué tipo eran. Los artilleros atraparon a los impostores y los cañones se encargaron de dar la respuesta. Los tanques norteamericanos robados quedaron destrozadosy del montón de ruinas fueron extraídos numerosos alemanes vivos y muertos, todos vestidos con uniformes norteamericanos.
El primer ejército empezó a juzgar a sus prisioneros de la operación Greif por un tribunal militar el 22 de diciembre. Sus diversas disculpas fueron condensadas en dos respuestas,
Un oficial: «Yo obedecía órdenes. Si me hubiesen mandado fusilar a mi madre lo hubiera hecho.»
Un soldado: «Por la patria cometemos hasta el acto más infame.»
Todos quedaron convictos de haber violado las leyes de la guerra al vestir el uniforme del enemigo detrás de sus líneas, engañar, espiar y cometer sabotaje.La sentencia de muerte se cumplió en Henri Chapelle, Bélgica, por un pelotón de fusilamiento.
Nadie sabe cuantos Greifers murieron en acción. Pero es sabido que unos 130 fueron ejecutados después del juicio. El contraespionaje del primer ejército perifoneó sus nombres por la radio Luxemburgo dando detalles de la operación Greif y describiendo a los oficiales no capturados aún, especialmente a Skorzeny. El fornido austriaco había presenciado la lucha tan de cerca que resultó herido por un casco de granada. Quedó al acecho de una oportunidad para proseguir con lo que restaba de su Panzer número 150 la misión de engaño y de muerte. La radiodifusión de la Luxemburgo fue la prueba final de que su oportunidad se había desvanecido. De mala gana Skorzeny ordenó a sus alicaídos subalternos que se quitasen los uniformes norteamericanos. La operación Greif estaba kaput.
SKORZENY desempeñó después el papel oculto pero importante de hacer que el avance aliado en Alemania fuese lento y costoso. Como jefe de sabotaje del servicio de información nazi dejó agentes secretos dondequieraque los alemanes estaban a punto de marcharse. Dichos agentes colocaban en alojamientos y cuarteles vacíos explosivos ingeniosamente disimulados. Algunos eran de materiales plásticos y podían sujetarse en rincones del suelo o del techo. Había trampas de sorpresa para colocar en pianos, en mapas arrollados o en asientos de retrete. Otros explosivos que semejaban piedras pequeñas, grava y hasta estiércol fueron echados en las carreteras y volaron camiones. Una de las últimas cosas que hizo Skorzeny fue diseñar y repartir las cápsulas de veneno con las cuales una porción de nazis importantes, entre ellos Góring y Himmler, se suicidaron.
Cuando Skorzeny se rindió a los norteamericanos dijo que nunca había tenido verdadera intención de matar a Eisenhower. Se trataba de una patraña que inventó para inflamar a sus hombres. Sabía que algunos de ellos serían capturados y contarían la historia, lo cual iba a aumentar la confusión. Dijo cortés pero firmemente:
— Si lo hubiese proyectado, lo habría intentado. Si lo hubiese intentado, habría tenido éxito.
Ante un tribunal de nueve oficiales en Dachau, los acusadores de Skorzeny retiraron algunos cargos,, entre ellos su participación en la famosa matanza de prisioneros norteamericanos en Malmédy. El audaz aventurero juró que muchos otros además de sus Greifers, incluso soldados británicos y rusos, habían vestido uniformes del enemigo; y que él había ordenado a sus hombres que utilizasen el uniforme para penetrar en las líneas enemigas pero que se lo quitasen antes de disparar un tiro. El 8 de Setiembre de 1947 el tribunal tras deliberar  solamente dos horas y media, declaró en libertad a Skorzeny y a siete de sus ayudantes.
Fui juzgado imparcialmente---dijo Skorzeny—y no sufrí malos tratos materiales aunque estuve 22 meses incomunicado. La única queja que tengo es que alguien «liberó» el reloj que me había regalado Mussolini.
Como oficial de la SS, Skorzeny hubo de someterse a un juicio de desnazificación. En la cárcel alemana recibió cartas de entusiastas de Norteamérica, y ofrecimientos de ayuda que al parecer eran consecuencia de las reseñas periodísticas de su absolución que suscitaron la compasión de algunos en aquel país.
La mañana del 25 de julio de 1948 los carceleros alemanes se encontraron con la sorpresa de que Skorzeny había desaparecido.
—Este hombre tiene muchos partidarios que están en libertad —dice su furioso acusador, el coronel Alfred J. Rosenfeld - Se cree que han formado una organización clandestina y esperan que Skorzeny los dirija. Es el hombre más peligroso de Europa.
El bien parecido gigante del pelo castaño y la cicatriz en la cara, que tan fácil es de reconocer, sigue en libertad.

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