viernes, 24 de marzo de 2023

UNA MUJER EN SHANGRI-LA - -2 Guerra Mundial

Jueves, 16 de junio de 2016

UNA MUJER EN SHANGRI-LA - -2 Guerra Mundial Por Margaret Hastings

 47 días en el misterioso valle escondido..
UNA MUJER EN SHANGRI-LA 
Condensado de un artículo especial del International News Servixe
Por MARGARET HASTINGS
Cabo del cuerpo auxiliar femenino del ejército de los Estados Unidos
En colaboración con Inez Robb
 Febrero 1946
 -- Fragmento final--
NO ENCONTRAMOS en el valle indicio alguno de que los indígenas tuviesen religión. No había ídolos ni altares. «Su religión es el amor a la humanidad» , dijo una vez el capitán Walters. Éste, creo yo, es el más elocuente tributo que puede rendirse a la bondad de esa gente sencilla.
Llegó, por fin, la notificación que estábamos esperando. Un deslizador nos sacaría de Shangri-La remolcado por un avión de' transporte C-47 al que daban el apodo de Leaking Louise. El jueves, 28 de junio, el deslizador descendió graciosamente al valle y fue a situarse en la zona de arranque. Ya estábamos todos allí antes de que el piloto, teniente Henry E. Paver, tuviera tiempo de salir del deshzador.
—Este expreso sale de aquí dentro de 30 minutos —nos anunció.
—¡Treinta minutos! —exclamé —¡Y yo que ni siquiera he empacado! Corrimos a las tiendas para recoger apresuradamente las hachas de piedra, los arcos y las flechas que habíamos comprado coo recuerdo de nuestra estancia en Shangri-La. El C-47 daba vueltas en el aire esperando el momento de arrastrar el deslizador y ponerlo en el aire.
LOS INDíGENAS comprendieron que nos marchábamos. Al decirles adiós, vimos que en ésta, como en la otra despedida, el llanto asomaba  a sus ojos. Yo sabía que iba a perder para siempre a quienes consideraba como unos de los mejores y más nobles amigos que jamás he tenido. Un nudo me oprimía la garganta, y sólo con gran esfuerzo acerté a dominar mi emoción. Muy claro se veía que McCollom y Decker estaban sintiendo lo mismo y que, como yo, luchaban por sobreponerse a sí mismos.
—No se afanen si el cable de remolque se revienta en la primera intentona — nos advirtió Paver con la evidente intención de darnos ánimo.
—¿Y qué pasa si se revienta? — preguntó McCollom.
—Bueno ... el ejército me tiene asegurado a mí por 10.000 dólares—fue la respuesta de Paver.
Oprimí nerviosamente mi rosario. ¿Habríamos sobrevivido al horrible desastre del avión y a tantos azares, penalidades y dolencias, sólo para perecer cuando ya la salvación estaba tan cerca? El C-47 descendió hacia nosotros con los motores en marcha. Yo sentí que la sangre se me helaba en las venas. El deslizador fue conectado al remolque... Un violento tirón, y empezamos a correr velozmente por la zona de arranque. Un segundo después habíamos despegado y estábamos ascendiendo. Pasamos rozando la copa de un árbol, y yo instintivamente me eché hacia atrás horrorizada. Sólo más tarde supe cuán cerca estuvimos de otro .trágico percance. El cable de remolque,: al pasar trabajosamente por entre los espesos árboles, había aminorado la velocidad del Louise hasta 168 kilómetros por hora, lo cual, a esa altura, es muy peligroso para un avión de su tamaño,., El mayor Samuels, que iba a cargo de los controles, logró mantenerlo volando, pero según nos confesó después, el riesgo en que estuvimos fue gravísimo. Cuando por tal proeza se solicitó para él la Cruz de Vuelo Distinguido, exclamó con toda la sinceridad de que era capaz: «¡No volvería, a repetir aquello ni por una docena de Cruces!» De pronto notamos un golpeteo rítmico y constante en el fondo del deslizador. Sucedía que habíamos levantado uno de los grandes paracaídas de carga que iban allí, y éste daba contra la frágil armadura del deslizador. Aquel golpear incesante abrió una grieta que fue agrandándose hasta convertirse en una hendedura de casi 6o centímetros que abarcaba todo el ancho' del 0.2slizador. Con sólo inclinarnos, veíamos a través de aquel boquete 'Íodo el paisaje sobre el cual íbamos volando. Era algo que acababa de ponernos los nervios en tensión. Nos tomó solamente 90 minutos volar desde Shangri-La hasta Hollandia, pero confieso que a mí me parecieron 90 horas. Al fin Paver logró que el averiado deslizador hiciera un aterrizaje perfecto, y yo salté a tierra 47 días después de haber salido para un vuelo de rutina que debía durar 4 horas. Cuando avanzábamos en grupo hacia la fila de los fotógrafos que nos disparaban fogonazo tras fogonazo, me apreté instintivamente contra McCollom y Decker como en busca de amparo. Comprendí, entonces, mejor que nunca, cuán enorme fortuna había sido para mí el pasar aquellas adversas horas de mi vida en compañía de dos hombres así. Cada uno de ellos había sufrido — el uno moral y el otro materialmente — mucho más que yo. McCollom dejaba en aquel lejano peñasco al ser que más quería. A Decker se le esperaba largas semanas de hospitalización a causa de sus muchas heridas. Pensé entonces, con honda gratitud, en el capitán Walters y sus paracaidistas filipinos que estaban aún en Shangri-La. Y al alejarme del deslizador para empezar de nuevo mi vida de antes, surgió en mi corazón el recuerdo de las veinte cruces y la estrella de David, agrupadas en el solitario rincón salvaje de la montaña... Sólo entonces logré dar rienda suelta a mis lágrimas
 Selecciones del Reader´s Digest 

 

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