Sábado, 28 de mayo de 2016
EL DICTADOR Y YO-- Jorge Ubico y Carlos Samayoa
EL DICTADOR Y YO--
Por Carlos Samayoa Chinchilla
El liberalismo,
tan fresco y vital en Justo Rufino Barrios —sin que por eso se aprueben
sus yerros— ya no tenía razón de ser en esos dictadores. Algo más de
acuerdo con el tiempo debía de haberlos inspirado.
A mediados de esa época atormentada y fecunda, el 10 de noviembre de 1878, nació el niño que en la pila bautismal recibió el nombre de Jorge Ubico Castañeda.
—Era Guatemala entonces —dice un folleto publicado en noviembre de 1931— una ciudad de corte español, rancia de costumbres, devota y almidonada, que se levantaba con el alba a los menesteres del huerto y de la troje. La política y la vida eran entonces arte personalísimo, como en todas las nacientes urbes de América, y nuestros abuelos no discutían un capítulo constitucional sin ponerse los guantes y la levita, y sobre todo sin escuchar misa y sermón en las doradas horas de la mañana dominical, cuando los atrios de los templos congregaban la presurosa discreción de las nobles damas emperifolladas de terciopelos.
La casona paterna del señor Ubico tenía como todas las de su rango, aspecto rural y urbano a la vez, y si por los portalones claveteados de bronce se abría el paso a las visitas de distinción, por las cuadras y traspatios entraban el pollino del indio, las vacas del establo, o el forraje para el caballo del señor, y las servidumbres atareadas desde el amanecer.
Don Arturo Ubico y Urruela, licenciado en leyes, y doña Matilde Castañeda de Ubico, recibieron el presente con alborozo; y con las ceremonias de estilo dieron nombre al niño y le pusieron Jorge, nombre varonil y que conviene a quienes triunfan de sí mismos. Fueron sus padrinos de bautizo el general reformador y su esposa, doña Francisca Aparicio Mérida --hoy marquesa de Vista Bella, residente en Europa— Al mismo tiempo que el mayorazgo de Ubico-Castañeda, fue bautizada Elena, hija del padrino ilustre y de su digna y bella consorte, y compañera constante de esta dama. (?) Ofició en la ceremonia el célebre y legendario padre Arroyo, orador sagrado y profano, amigo muy cordial de los personajes de que se trata, y constituyente del 79. Los amigos íntimos del general nos refieren que su padre, don Arturo, era hombre imponente, de recio mostacho y cabeza gris, de sonora y fuerte voz que solía tronar muy a menudo todas las horas de vigilia. Tenía el aire de uno de esos segundones españoles, que no creen espaciosa la tierra para andarla, y que aun se ven en las pinacotecas, bajo los entrepaños descoloridos de una sala señorial. Don Arturo era, además, caballero prudente y sobrio en el decir, pero ancho de obras, y por entonces tenía el cargo de jefe político de Antigua, y corregidor asimismo de aquella ciudad colonial. Con el anuncio de la buena nueva decidió trasladar el hogar a la metrópoli. Y en la metrópoli nació don Jorge Ubico y Castañeda. Su madre doña Matilde, evoca la figura de una de esas nobles damas de Bogotá o Caracas, en tiempo de la liberación de América, o el perfil de aquella corregidora de Querétaro, a cuya mesa se sentaban habitualmente, los confabulados de la política; no porque abriese su hogar a la aventura actualista, sino porque, como aquellas matronas del buen siglo XIX, tenía el alma prendida de sus deberes y el gesto habitual de esos bustos grabados en cornalina, que se llevaban al pecho entre los encajes de la moda española. Fue ella la que nutrió el alma del chico, pues el padre, hombre de pluma y de caballo, andaba siempre en la inquietud forense o a caza del arreglo oportuno, de la hacienda.
Los primeros años de ese niño trascurrieron entre los halagos y comodidades que la buena posición económica y social de sus padres le proporcionaban. Imaginativo y sensible, fue, según se asegura, "un consentido".
EL DICTADOR Y YO--
A mediados de esa época atormentada y fecunda, el 10 de noviembre de 1878, nació el niño que en la pila bautismal recibió el nombre de Jorge Ubico Castañeda.
—Era Guatemala entonces —dice un folleto publicado en noviembre de 1931— una ciudad de corte español, rancia de costumbres, devota y almidonada, que se levantaba con el alba a los menesteres del huerto y de la troje. La política y la vida eran entonces arte personalísimo, como en todas las nacientes urbes de América, y nuestros abuelos no discutían un capítulo constitucional sin ponerse los guantes y la levita, y sobre todo sin escuchar misa y sermón en las doradas horas de la mañana dominical, cuando los atrios de los templos congregaban la presurosa discreción de las nobles damas emperifolladas de terciopelos.
La casona paterna del señor Ubico tenía como todas las de su rango, aspecto rural y urbano a la vez, y si por los portalones claveteados de bronce se abría el paso a las visitas de distinción, por las cuadras y traspatios entraban el pollino del indio, las vacas del establo, o el forraje para el caballo del señor, y las servidumbres atareadas desde el amanecer.
Don Arturo Ubico y Urruela, licenciado en leyes, y doña Matilde Castañeda de Ubico, recibieron el presente con alborozo; y con las ceremonias de estilo dieron nombre al niño y le pusieron Jorge, nombre varonil y que conviene a quienes triunfan de sí mismos. Fueron sus padrinos de bautizo el general reformador y su esposa, doña Francisca Aparicio Mérida --hoy marquesa de Vista Bella, residente en Europa— Al mismo tiempo que el mayorazgo de Ubico-Castañeda, fue bautizada Elena, hija del padrino ilustre y de su digna y bella consorte, y compañera constante de esta dama. (?) Ofició en la ceremonia el célebre y legendario padre Arroyo, orador sagrado y profano, amigo muy cordial de los personajes de que se trata, y constituyente del 79. Los amigos íntimos del general nos refieren que su padre, don Arturo, era hombre imponente, de recio mostacho y cabeza gris, de sonora y fuerte voz que solía tronar muy a menudo todas las horas de vigilia. Tenía el aire de uno de esos segundones españoles, que no creen espaciosa la tierra para andarla, y que aun se ven en las pinacotecas, bajo los entrepaños descoloridos de una sala señorial. Don Arturo era, además, caballero prudente y sobrio en el decir, pero ancho de obras, y por entonces tenía el cargo de jefe político de Antigua, y corregidor asimismo de aquella ciudad colonial. Con el anuncio de la buena nueva decidió trasladar el hogar a la metrópoli. Y en la metrópoli nació don Jorge Ubico y Castañeda. Su madre doña Matilde, evoca la figura de una de esas nobles damas de Bogotá o Caracas, en tiempo de la liberación de América, o el perfil de aquella corregidora de Querétaro, a cuya mesa se sentaban habitualmente, los confabulados de la política; no porque abriese su hogar a la aventura actualista, sino porque, como aquellas matronas del buen siglo XIX, tenía el alma prendida de sus deberes y el gesto habitual de esos bustos grabados en cornalina, que se llevaban al pecho entre los encajes de la moda española. Fue ella la que nutrió el alma del chico, pues el padre, hombre de pluma y de caballo, andaba siempre en la inquietud forense o a caza del arreglo oportuno, de la hacienda.
Los primeros años de ese niño trascurrieron entre los halagos y comodidades que la buena posición económica y social de sus padres le proporcionaban. Imaginativo y sensible, fue, según se asegura, "un consentido".
sábado, 28 de mayo de 2016
EL DICTADOR Y YO-- Jorge Ubico y Carlos Samayoa
Por Carlos Samayoa Chinchilla
En tan singular y
contradictorio varón, hubo, posiblemente, una manifiesta desarmonía
entre su instinto genésico y la realización de ese mismo instinto.
Además, es probable que el general Ubico haya padecido de varios
complejos de frustración. Tratando de aproximarnos a las causas que
motivaron esos estados síquicos, examinaremos, aunque sea de manera muy
rápida, su ascendencia.
La madre, hija de una familia criolla que se había avecindado desde hacía muchos años en la población cabecera del departamento de Huehuetenango, fue mujer bella, sensible, muy inteligente y tal vez un poco romántica. De su ingenio vivaz y original se refieren varias anécdotas que así lo confirman.
El padre, descendiente de aragonés, era, por el contrario, frío, duro, autoritario, y sin embargo muy amante de su hijo, en quien sin duda veía al continuador de su sangre y heredero de sus bienes. Según me ha referido uno de sus parientes, era hombre materialista, calculador y muy dado a la lectura de Schopenhauer. No cabe duda de que el contraste entre estos dos elementos anímicos se hizo evidente en la personalidad contradictoria y paradágica del hijo varón.
El padre, descendiente de aragonés, era, por el contrario, frío, duro, autoritario, y sin embargo muy amante de su hijo, en quien sin duda veía al continuador de su sangre y heredero de sus bienes. Según me ha referido uno de sus parientes, era hombre materialista, calculador y muy dado a la lectura de Schopenhauer. No cabe duda de que el contraste entre estos dos elementos anímicos se hizo evidente en la personalidad contradictoria y paradágica del hijo varón.
FIEL AL LLAMAMIENTO DIVINO - Publicado en 1985--Pablo Burgess
CAPÍTULO VEINTITRÉS
TIEMPO DE DAR GRACIAS Por Anna Marie Dahiquist Ubico decretó que a ningún chino, japonés,
hindú o persona de raza negra, se le permitiera
entrar a Guatemala como inmigrante. "Gracias a Dios por la Iglesia Evangélica Unida," se dijo
Pablo, pues ésta acababa de acordar, por voto unánime, que no se
debía conceder ni prohibir un puesto en la
iglesia a persona alguna en base a la raza o nacionalidad.
Hitler podía
seguir con sus desvaríos en contra del pueblo
judío. Ubico podía excluir a personas de las razas orientales y negras. Pero el misionero daba gracias a Dios, pues sabía que tanto en Alemania como en Guatemala, todavía había muchas personas, que
aunque perseguidas y amordazadas, se atrevían
a afirmar que Dios no hace acepción de personas.
Domingo, 5 de junio de 2016
Imagenes de Presidente JORGE UBICO CASTAÑEDA
La Apreciable Señora Profesora Amparo Hernández, V. de Aguirre, me permitió tomarle unas fotos a un cuadro que será parte del proyecto de un Museo Histórico en Huehuetenango. Mientras ese momento llega..
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