Domingo, 22 de julio de 2018
UN JARDÍN VESTIDO DE ORO
ESTA MUJER CAMBIÓ EL MUNDO Y LO HIZO SEMBRANDO FLORES, UNA POR UNA.
Por JAROLDEEN EDWARDS
Heme allí, pues, haciendo a regañadientes el viaje de dos horas en coche a través de una niebla que flotaba en el aire como un manto. Cuando me di cuenta de lo densa que estaba cerca de la cima, ya era tarde para tegresar.iCuánto esfuerzo para ver quién sabe qué cosa!, pensé mientras conducía a paso de tortuga por el camino.
—Me quedo a almorzar, pero me iré en cuanto se quite la niebla —le advertí a Carolyn al llegar.
—Pero necesito que me lleves al taller a recoger mi coche —repuso—. ¿Podemos hacer siquiera eso?
—¿Está lejos?
—Como a tres minutos. Yo conduzco. Ya estoy acostumbrada.
Cuando ya llevábamos diez minutos de camino, pregunté, ansiosa:
—Oye, ¿no dijiste que eran tres minutos?
—Hemos tenido que tomar una desviación —dijo con una sonrisa medio pícara.
Detuvo el coche al final de un estrecho sendero, nos apeamos y echamos a andar por una vereda cubierta por una alfombra de agujas de pino. A ambos lados se alzaban enormes árboles de follaje verde oscuro. La paz y el silencio del lugar se fueron adueñando poco a poco de mí.
Al doblar un recodo apareció ante nuestros ojos un espectáculo que me dejó de una pieza.
Desde la cima de la montaña, torrentes de narcisos en flor bajaban ondulando a través de valles y barrancos, y cubrían la ladera de color, desde el más pálido marfil hasta el anaranjado más encendido, pasando por el amarillo más intenso. Se diría que el sol había derramado oro fundido sobre la ladera.
En medio de todo caía una cascada de jacintos morados, y aquí y allá se veían tulipanes de color coral. Por si fuera poco, unos azulejos revoloteaban sobre los narcisos, el pecho de púrpura y las alas de zafiro relucientes al sol como joyas.
Las preguntas me acudieron a la cabeza en tropel. ¿Quién plantó este vergel? ¿Por qué? ¿ Cómo?
Al acercarnos a una casa que había en medio del jardín, vimos un letrero que decía: "Respuestas a las preguntas que estará usted haciéndose".
La primera respuesta era: "Una mujer: dos manos, dos pies y muy poco cerebro", la segunda: "Paso a paso". La tercera: "Desde 1958".
En el camino de regreso a casa iba yo tan conmovida que apenas podía hablar.
—Esa mujer consiguió cambiar el mundo—dije al fin—. Y lo hizo sembrando flores, una por una. Empezó hace 40 años, quizá con nada más que una idea vaga, pero perseveró. No salía de mi asombro.
—Imagínate —le dije a Carolyn—: si yo hubiera tenido un sueño y me hubiera empeñado en cumplirlo poco a poco, poniendo un granito de arena todos los días, ¿qué no habría logrado?
Carolyn me miró de soslayo, sonriendo apenas.
—Empieza mañana —me dijo-o mejor: empieza hoy.
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