APÉNDICE
MARÍA
NOVELA AMERICANA POR JORGE ISAACS
Si yo fuera á contar el cómo esta bellísima novela fué llamando la atención de día en día en Méjico, hasta ganar la inmensa popularidad y aceptación de que hoy disfruta en toda la República, tal vez no se me creería en el extranjero, lo dudaría seguramente
el mismo joven escritor colombiano, que quizás sin sospecharlo él mismo, como no lo ha sospechado nunca el verdadero mérito, ha sabido crear una obra maestra.
Pero en Méjico sí se creerá muy sincera y muy natural mi narración. Aquí nos conocemos bien para dudar un instante de que un libro tan valioso, como uno de los diamantes casi legendarios del Sur, haya estado pasando á la vista de todos sin atraer su espíritu, hasta que un lapidario casual hubiera descubierto en una chispa de luz lanzada al sol, su mérito inapreciable.
Las novelas ruidosas, lo mismo que los dramas de aparato, sea que vengan de Francia ó España, únicos centros surtidores de literatura contemporánea para nuestro país, se anuncian generalmente con todo el estrépito de la fama trasatlántica, con toda la vocinglería que ponen en juego la publicidad especuladora ó la candidez del entusiasmo.
Así, la novela famosa, el drama aplaudido más allá del mar, precedidos de un torbellino de elogios que centuplican la expectativa y la curiosidad, brotan, caen ante nuestros ojos deslumbrados y nuestra alma azorada é inquieta, como una erupción volcánica anunciada por gigantescos bramidos, como aparecieron las tablas de la Ley entre los rayos y truenos del Sinaí.
De tal modo han venido generalmente esos libros de amor, de poesía ó de reforma social, que han turbado á veces las regiones comúnmente plácidas y tristes de nuestra literatura y de nuestras costumbres, es decir, de la literatura y de las costumbres de un pueblo poco lector.
Y sin embargo, esos libros, después de apasionar á nuestro mundo por espacio de algunos días, cuando más de meses, se han olvidado como los momentos de placer fugitivo, han rodado con el viento como las hojas de otoño, han palidecido en nuestra memoria, como palidecen en el cielo las exhalaciones.
Pocos de estos libros sobreviven á su primera lectura, y son naturalmente aquellos que han hecho palpitar el corazón de todos los pueblos ; aquellos que envuelven bajo la forma poética y romancesca, una teoría del porvenir, atrevida y grandiosa ; algo ciertamente, como un decálogo filosófico ó moral.
Pero los demás, son arrastrados lejos por el oleaje de la novedad, que barre incesantemente de las playas de la vida moderna, lodos los frutos que la inagotable laboriosidad de nuestro siglo deposita insLante por instante.
Ahora bien : el admirable libro de Jorge Isaacs se ha sustraído á esa ley vulgar, y ha tenido diverso destino en Méjico.
No llegó precedido de tormentas ni ceñido con una aureola de soles. Deslizóse humilde é inadvertido en el folletín de un periódico, que por aquella época no tenía la gran clientela que hoy, aunque es verdad que ya era muy popular : El Monitor Republicano.
Es justo consignarlo : El Monitor fué quien reveló á los lectores mejicanos esta bella creación original, dulce, melancólica como un sueño de amor y de tristeza, como una armonía que encanta y hace derramar lágrimas.
No sé quién, pero es probable que fué el editor del periódico liberal mencionado, sin recomendación, y casi con osadía, porque las obras de carácter americano no gustan aquí, pues se cree que la novela no puede florecer en nuestros campos, ni en nuestros bosques casi salvajes, comenzó á dar en el folletín del Monitor la María de Jorge Isaacs. Es también seguro que ese mismo editor conoció el mérito de la obra ; pero me atrevería á presumir que casi tuvo miedo de que no agradara. Si no fué así, me alegro ; eso es señal de que está animado de la fe que allana las montañas y desmenuza los muros de Jericó.
Pues bien : el folletín seguía saliendo; lo probable es que interesase á algunos lectores que leen línea por línea; pero no había llamado la atención de los que más sensibles, aguardan siempre la conclusión de un libro para devorarlo.
Por lo pronto, no había procurado ni un elogio, no había hecho palpitar ni un corazón, no había hecho derramar una lágrima.
Yo leía el Monitor, pero abandonaba el folletín.
Desde los primeros días, una señora joven amiga mía muy querida, inteligente en materia de lecturas romancescas, me aseguró que en el folletín del Monitor estaba publicándose una novela hermosísima, que llamaba la atención porque á su estilo sencillo y poéticamente descriptivo, unía la circunstancia de que la historia que refería, tenía lugar en nuestra América,
en un país muy semejante al de Méjico, y especialmente al Sur, á la bellísima costa del Sur,
Como esta señora ha residido en esta comarca, se sorprendía de ver pintado el paisaje que le era familiar, de ver nombrados con sus nombres de provincia los árboles, las flores, los frutos; de ver descritas poco más ó menos las costumbres; y aunque no podía saber aún cuáles eran los resortes dramáticos de que se valdría el autor, ni cuál podía ser el carácter de
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los personajes que ponía en juego, la sola exposición interesaba sus sentimientos y el solo cuadro de la escena cautivaba su imaginación.
Me lo dijo una vez, pero creí que sería una afición pasajera, desnuda tal vez de fundamento. Que me lo perdone, pero no tuve confianza en su gusto literario.
Y así pasaron algunos días, hasta que un literato de mucho talento y de mucha instrucción, cuyos juicios han sido siempre respetables para mí, el Dr.
Peredo, que posee un espíritu delicado y penetrante, vino á decirme con el alborozo que le causan las buenas producciones literarias, que en el folletín del Monitor estaba publicándose una novela sud-americana deliciosa, por más que sus términos provinciales y la descripción de sus paisajes desconocidos aquí, le diesen un aspecto de novedad que justamenle la hacían más atractiva.
Con un voto tan considerable, me apresuré á leer los folletines y los seguí con interés creciente hasta la conclusión de la novela.
Y entonces fué cuando Peredo y yo nos hicimos lenguas para elogiar la novela á nuestros amigos los escritores todos de Méjico. Ese era el tiempo en que nos manteníamos unidos, sin que las pasiones políticas vinieran á recaer sobre nuestras opiniones literarias. Y los artículos llovieron en los periódicos de Méjico y de los Estados, popularizando á María. La admiración de los lectores hizo lo demás.
Cont. IGNACIO M. ALTAMIRANO.
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