María
Historia real por Jorge Isaacs
Aquella tarde dejaron la hacienda de la sierra para ir á pernoctar en la del valle, de donde debían emprender al día siguiente viaje á la ciudad.
Braulio y Tránsito convinieron en habitar la casa para cuidar de ella durante la ausencia de la familia.
CAPITULO LXlll
Dos meses después de la muerte de María, el diez de setiembre, oía yo á Emma el final de aquella relación que ella había tardado en hacerme el mayor tiempo que le había sido posible. Era de noche ya y Juan dormía sobre mis rodillas, costumbre que había contraído desde mi regreso, porque acaso adivinaba instintivamente que yo procuraría reemplazarle en parte el amor y los maternales cuidados de María.
Emma me entregó la llave del armario en que estaban guardados, en la casa de la sierra, los vestidos de María y todo aquello que más especialmente había ella recomendado se guardara para mí.
A la madrugada del día que siguió á esa noche, me puse en camino para Santa*** en donde hacía dos semanas que permanecía mi padre, después de haber dejado prevenido todo lo necesario para mi regreso á Europa, el cual debía emprender el diez y ocho de aquel mes.
El doce á las cuatro de la tarde me despedía de mi padre, á quien había hecho creer que deseaba pasar la noche en la hacienda de Carlos, para de esa manera estar más temprano en Cali al día siguiente
Cuando abracé á mi padre, tenia él en las manos un paquete sellado, y entregándomelo me dijo :
— Á Kingston : contiene la última voluntad de Salomón y la dote de su hija. Si mi interés por ti,
agregó con voz que la emoción hacía trémula, me hizo alejarte de ella y precipitar tal vez su muerte... tú sabrás disculparme... ¿ Quién debe hacerlo si no eres tú ?
Oído que hubo la respuesta que profundamente conmovido di á esa excusa paternal tan tierna como humildemente dada, me estrechó de nuevo entre sus brazos. Aun persiste en mi oído su acento al pronunciar aquel adiós.
Saliendo á la llanura de*** después de haber vadeado el Amaime, esperé á Juan Ángel para indicarle que tomase el camino de la sierra. Miróme como asustado con la orden que recibía ; pero viéndome
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doblar hacia la derecha, me siguió tan de cerca como le fué posible, y poco después lo perdí de vista.
Ya empezaba á oir el ruido de las corrientes del Zabaletas ; divisaba las copas de los sauces, Detúveme en la asomada de la colina. Dos años antes, en una tarde como aquélla, que entonces armonizaba con mi felicidad y ahora era indiferente á .mi dolor, había divisado desde allí mismo las luces de ese hogar donde con amorosa ansiedad era esperado. María estaba allí... Ya esa casa cerrada y sus contornos solitarios y silenciosos : entonces el amor que nacía
y ya el amor sin esperanza. Allí, á pocos pasos del sendero que la grama empezaba á borrar, veía la ancha piedra que nos sirvió de asiento tantas veces en aquellas felices tardes de lectura.
Estaba al fin inmediato al huerto confidente de mis amores : las palomas y los tordos aleteaban piando y gimiendo en los follajes de los naranjos : el viento arrastraba hojas secas sobre el empedrado de la gradería.
Salté del caballo abandonándolo á su voluntad, y sin fuerza ni voz para llamar, me senté en uno de esos escalones desde donde tantas veces su voz agasajadora y sus ojos amantes me dijeron adioses.
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