domingo, 17 de diciembre de 2023

MARÍA ¿DONDE ESTÁS AMOR? - LX

 María

Historia real por  Jorge Isaacs

 Jorge Ricardo Isaacs nació en Cali el 1° de abril de 1837, hijo del ciudadano inglés de ascendencia judía George Henry Isaacs Adolfus y de la colombiana Manuela Ferrer Scarpetta, hija de un militar catalán. El padre de Jorge Isaacs había llegado a Colombia en 1822 proveniente de Jamaica, con el propósito de explotar yacimientos de oro en el Chocó. En 1827 se establece como comerciante en Quibdó y el año siguiente se convierte al catolicismo para desposarse. Obtiene del Libertador la carta de naturaleza colombiana en 1829. Como un hombre bastante rico lo encontramos radicado en Cali hacia 1833, donde se vincula a la vida política de la región. De 1840 es la adquisición de dos enormes haciendas azucareras en las cercanías de Palmira, La Manuelita, llamada así en honor de su esposa, y La Santa Rita. En 1854 compra la hacienda El Paraíso, en las vecindades de Buga, ámbito en el que se desenvuelve la novela que le diera fama a Jorge Isaacs y donde pasa su adolescencia. ( biografía de internet)

…en uno de sus viajes se enamoró mi padre de la hija de un español, intrépido capitán de navio---

La madre de la joven que mi padre amaba exigió por condición para dársela por esposa que renunciase él á la religión judaica. Mi padre se hizo cristiano á los veinte años de edad.

---Sara, su esposa, le había dejado una niña que tenía á la sazón tres años.

---Instó á Salomón para que le diera su hija á fin de educarla á nuestro lado; y se atrevió á proponerle que la haría cristiana. Salomón aceptó diciéndole

:---, sea hija tuya.---Las cristianas son dulces y buenas, y tu esposa debe ser una santa madre.--- tal vez yo haría desdichada á mi hija dejándola judía. No lo digas á nuestros parientes, ---que le cambien el nombre de Ester en el de María. " Esto decía el infeliz derramando muchas lágrimas.

--llevando á Ester sentada en uno de sus brazos, y pendiente del otro un cofre que contenía el equipaje de la niña : ésta tendió los bracitos á su tío, ---Aquella criatura, cuya cabeza preciosa acababa de bañar con una lluvia de lágrimas el bautismo del dolor antes que el de la religión de Jesús, era un tesoro sagrado; mi padre lo sabía bien, y no lo olvidó jamás.

---Contaba yo siete años cuando regresó mi padre, y desdeñé los juguetes preciosos que me trajo de su viaje, por admirar aquella niña tan bella, tan dulce y sonriente. Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura, desde el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa, le dijo : " ésta es la hija de Salomón, que él te envía."

Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron á modular acentos castellanos, tan armoniosos y seductores en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.

---Pocos eran entonces los que conociendo nuestra familia, pudiesen sospechar que María no era hija de mis padres. Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva é inteligente. Cuando mi madre le acariciaba la cabeza, al mismo tiempo que á mis hermanas y á mí, ninguno hubiera podido adivinar cuál era allí la huérfana.

Tenía nueve años. La cabellera abundante, todavía de color castaño claro, ---el acento con algo de melancólico que no tenían nuestras voces; tal era la imagen que de ella llevé cuando partí de la casa paterna : así estaba en la mañana de aquel triste día, bajo las enredaderas de las ventanas de mi madre.

 MARÍA

María

Historia real por  Jorge Isaacs

CAPITULO LX

Al día siguiente á las cuatro de la tarde llegué a! alto de las Cruces. Apéeme para pisar aquel suelo desde donde dije adiós para mi mala la tierra nativa.

Volví á ver ese valle del Cauca, país tan bello cuanto desventurado ya... Tantas veces había soñado divisarlo desde aquella montaña, que después de tenerlo delante con toda su esplendidez, miraba á mi alrededor para convencerme de que en lal momento no era juguete de un sueño.

Mi corazón palpitaba aceleradamente como si presintiese que pronto iba á reclinarse sobre él la cabeza de María ; y mis oídos ansiaban recoger en el viento una voz perdida de ella. Fijos estaban mis ojos sobre las colinas iluminadas al pie de la sierra distante, donde blanqueaba la casa de mis padres.

Lorenzo acababa de darme alcance trayendo del diestro un hermoso caballo blanco, que había recibido en Tocotá para que yo hiciese en él las tres últimas leguas de la jornada.

— Mira, le dije cuando se disponía á ensillármelo, y mi brazo le mostraba el punto blanco de la sierra al cual no podía yo dejar de mirar; — mañana á esta hora estaremos allá.

— ¿Pero allá á qué? respondió. 384 1SAAC3.

— ¡ Cómo !

— La familia está en Cali.

— Tú no me lo habías dicho. ¿Por qué se han venido?

— Justo me contó anoche que la señorita seguía muy mala. Lorenzo al decir esto no me miraba, y me pareció conmovido.

Monté temblando en el caballo que él me presentaba ensillado ya, y el brioso animal empezó á descender velozmente y casi á vuelos por el pedregoso sendero.

La tarde se apagaba cuando doblé la última cuchilla de las Montañuelas. Un viento impetuoso de occidente zumbaba en torno de mí en los peñascos y malezas desordenando las abundantes crines del caballo.

En el confín del horizonte á mi izquierda no blanqueaba ya la casa de mis padres sobre las faldas sombrías de la montaña; y á la derecha, muy lejos, bajo un cielo turquí, se descubrían lampos de la mole del huila medio arropado por brumas flotantes.

Quien aquello crió, me decía yo, no puede destruir aún la más bella de sus criaturas y lo que él ha querido que yo más ame. Y sofocaba de nuevo en mi pecho sollozos que me ahogaban.

Ya dejaba á mi izquierda la pulcra y amena vega

del Peñón, digna de su hermoso río y de mis gratos recuerdos de infancia. La ciudad acababa de dormirse sobre su verde y acojinado lecho : como bandada de aves enormes qre se cernieran buscando sus nidos,

María. 385

divisábanse sobre ella, abrillantados por la luna, los follajes de las palmeras.

Hube de reunir todo el resto de mi valor para llamar á la puerta de la casa. Un paje abrió. Apeándome boté las bridas en sus manos y recorrí precipitadamente el zaguán y parte del corredor que me separaba de la entrada del salón : estaba oscuro. Me había adelantado pocos pasos en él cuando oí un grito y me sentí abrazado.

— ¡ María ! ¡ mi María! exclamé estrechando contra mi corazón aquella cabeza entregada á mis caricias.

— i Ay ! ¡ no, no, Dios mío ! interrumpióme sollozando.

Y desprendiéndose de mi cuello cayó sobre el sofá inmediato : era Emma. Vestía de negro, y la luna acababa de bañar su rostro lívido y regado de lágrimas.

Se abrió la puerta del aposento de mi madre en ese instante. Ella balbuciente y palpándome con sus besos, me arrastró en los brazos al asiento donde

Emma estaba muda é inmóvil.

¿Dónde está, pues? ¿ dónde está? grité poniéndome en pie.

— ¡ Hijo de mi alma! exclamó mi madre con el más hondo acento de ternura y volviendo á estrecharme contra su seno : ¡ en el cielo !

Algo como la hoja fría de un puñal penetró en mi cerebro : faltó á mis ojos luz y á mi pecho aire. Era la muerte que me hería... Ella, tan cruel é implacable, ¿por qué no supo herir?...

 

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