MARÍA
María
Historia real por Jorge Isaacs
Jorge Ricardo Isaacs nació en Cali el 1° de abril de 1837, hijo del ciudadano inglés de ascendencia judía George Henry Isaacs Adolfus y de la colombiana Manuela Ferrer Scarpetta, hija de un militar catalán. El padre de Jorge Isaacs había llegado a Colombia en 1822 proveniente de Jamaica, con el propósito de explotar yacimientos de oro en el Chocó. En 1827 se establece como comerciante en Quibdó y el año siguiente se convierte al catolicismo para desposarse. Obtiene del Libertador la carta de naturaleza colombiana en 1829. Como un hombre bastante rico lo encontramos radicado en Cali hacia 1833, donde se vincula a la vida política de la región. De 1840 es la adquisición de dos enormes haciendas azucareras en las cercanías de Palmira, La Manuelita, llamada así en honor de su esposa, y La Santa Rita. En 1854 compra la hacienda El Paraíso, en las vecindades de Buga, ámbito en el que se desenvuelve la novela que le diera fama a Jorge Isaacs y donde pasa su adolescencia. ( biografía de internet)
…en uno de sus viajes se enamoró mi padre de la hija de un español, intrépido capitán de navio---
La madre de la joven que mi padre amaba exigió por condición para dársela por esposa que renunciase él á la religión judaica. Mi padre se hizo cristiano á los veinte años de edad.
---Sara, su esposa, le había dejado una niña que tenía á la sazón tres años.
---Instó á Salomón para que le diera su hija á fin de educarla á nuestro lado; y se atrevió á proponerle que la haría cristiana. Salomón aceptó diciéndole
:---, sea hija tuya.---Las cristianas son dulces y buenas, y tu esposa debe ser una santa madre.--- tal vez yo haría desdichada á mi hija dejándola judía. No lo digas á nuestros parientes, ---que le cambien el nombre de Ester en el de María. " Esto decía el infeliz derramando muchas lágrimas.
--llevando á Ester sentada en uno de sus brazos, y pendiente del otro un cofre que contenía el equipaje de la niña : ésta tendió los bracitos á su tío, ---Aquella criatura, cuya cabeza preciosa acababa de bañar con una lluvia de lágrimas el bautismo del dolor antes que el de la religión de Jesús, era un tesoro sagrado; mi padre lo sabía bien, y no lo olvidó jamás.
---Contaba yo siete años cuando regresó mi padre, y desdeñé los juguetes preciosos que me trajo de su viaje, por admirar aquella niña tan bella, tan dulce y sonriente. Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura, desde el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa, le dijo : " ésta es la hija de Salomón, que él te envía."
Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron á modular acentos castellanos, tan armoniosos y seductores en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.
---Pocos eran entonces los que conociendo nuestra familia, pudiesen sospechar que María no era hija de mis padres. Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva é inteligente. Cuando mi madre le acariciaba la cabeza, al mismo tiempo que á mis hermanas y á mí, ninguno hubiera podido adivinar cuál era allí la huérfana.
Tenía nueve años. La cabellera abundante, todavía de color castaño claro, ---el acento con algo de melancólico que no tenían nuestras voces; tal era la imagen que de ella llevé cuando partí de la casa paterna : así estaba en la mañana de aquel triste día, bajo las enredaderas de las ventanas de mi madre.
María
MARÍA
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Rato después, casi de noche ya, sentí pasos cerca de mí : era una anciana esclava que habiendo visto mi caballo suelto en el pesebre, salía á saber quién era su dueño.
Seguíale trabajosamente Mayo : la vista de ese animal, amigo de mi niñez, cariñoso compañero de mis días de felicidad, arrancó gemidos á mi pecho : presentándome su cabeza para recibir un agasajo, lamía el polvo de mis botas, y sentándose á mis pies, aulló dolorosamente.
La esclava trajo las llaves de la casa y al mismo tiempo me avisó que Braulio y Tránsito estaban en la montaña. Entré al salón, y dando algunos pasos en él sin que mis ojos nublados pudiesen distinguir los objetos, caí en el sofá donde con ella me había sentado siempre, donde por vez primera le hablé de mi amor.
Cuando levanté el rostro, me rodeaba ya una completa oscuridad. Abrí la puerta del aposento de mi madre, y mis espuelas resonaron lúgubremente en aquel recinto frío y oloroso á tumba. Entonces una fuerza nueva en mi dolor me hizo precipitar al oratorio.
Iba á pedírsela á Dios... ¡ ni él podía querer ya devolvérmela en la tierra ! Iba á buscarla allí donde mis brazos la habían estrechado, donde por vez primera mis labios descansaron sobre su frente...
La luz de la luna que se levantaba, penetrando por la celosía entreabierta, me dejó ver lo único que debía encontrar : el paño fúnebre medio rodado de !a mesa donde su ataúd descansó : ; los restos de los cirios que habían alumbrado el túmulo... el silencio sordo á mis gemidos, la eternidad muda ante mi dolor!
Vi luz en el aposento de mi madre : era que Juan Ángel acababa de poner una bujía en una de las mesas ; la tomé mandándole con un ademán que me dejase solo, y me dirigí á la alcoba de María. Algo de sus perfumes había allí. Velando las últimas prendas
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de su amor, su espíritu debía estarme esperando. El crucifijo aún sobre la mesa : las flores marchitas sobre su peaña : el lecho donde había muerto, desmantelado ya : teñidas todavía algunas copas con las últimas pociones que le habían dado. Abrí el armario : todos los aromas de los días de nuestro amor, se exhalaron combinados de él. Mis manos y mis labios palparon aquellos vestidos tan conocidos para mí.
Halé el cajón que Emma me había indicado ; el cofre precioso estaba en él. Un grito se escapó de mi pecho, y una sombra me cubrió los ojos al desenrollarse entre mis manos aquellas trenzas que parecían sensibles á mis besos.
Una hora después... ¡Dios mío ! ¡ tú lo sabes! Yo había recorrido el huerto llamándola, pidiéndosela á los follajes que nos habían dado sombra, y al desierto que en sus ecos solamente me devolvía su nombre. Á la orilla del abismo cubierto por los rosales, en cuyo fondo informe y oscuro blanqueaban las nieblas y tronaba el río, un pensamiento criminal estancó por un instante mis lágrimas y enfrió mi frente...
Una persona de quien me ocultaban los rosales, pronunció mi nombre cerca de mí : era Tránsito. Al aproximárseme debió producirle espanto mi rostro,
pues por unos momentos permaneció asombrada. La respuesta que di á la súplica que me hizo para que dejase aquel sitio, le reveló quizá con su amargura todo el desprecio que en tales instantes tenía yo por la vida. La pobre muchacha se puso á llorar sin insistir por el momento ; pero reanimada, balbució con la voz doliente de una esclava quejosa:
— ¿ Tampoco quiere ver á Braulio ni á mi hijo ?
— No llores, Tránsito, y perdóname,— le dije, —¿Dónde están ?
Ella estrechó una de mis manos sin haber enjugado todavía sus lágrimas, y me condujo al corredor del jardín, en donde su marido me esperaba. Después de que Braulio recibió mi abrazo, Tránsito puso en mis rodillas un precioso niño de seis meses, y arrodillada á mis pies sonría á su hijo y me miraba complacida acariciar el fruto de sus inocentes amores.
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