MARÍA
María
Historia real por Jorge Isaacs
-355 -357Las gentes porteñas le parecían cada día más alegres, comunicativas y despreocupadas; pero no encontraría grave mal en ello, puesto que después de algunos meses de permanencia en la costa, el mismo Administrador se había contagiado más que medianamente de aquella despreocupación.
Después de un cuarto de hora que yo empleé en cambiar por otro mi traje de á bordo , el Administrador volvió á buscarme : traía ya en lugar de su vestido de ceremonia, pantalones y chaqueta de intachable blancura; su chaleco y corbata habían empezado una nueva temporada de oscuridad y abandono.
— Descansarás un par de días aquí antes de seguir tu viaje, dijo llenando dos copas con brandi que tomó de una hermosa frasquera,
— Pero es que yo no necesito ni puedo descansar, le observé.
Toma el brandi; es un excelente Martell ; ¿ ó prefieres otra cosa?
— Yo creí que Lorenzo tenía preparados bogas y canoas para madrugar mañana.
— Ya veremos. ¿ Conque prefieres ginebra ó ajenjo?
— Lo que usted guste.
— Salud, pues, dijo convidándome.
Y después de vaciar de un trago la copa :
— ¿No es superior? preguntó guiñando entrambos ojos ; y produciendo con la lengua y el paladar un ruido semejante al de un beso sonoro, añadió : ya se ve que habrás saboreado el más añejo de Inglaterra.
— En todas partes abrasa el paladar. ¿ Con que
podré madrugar?
— Si todo es broma mía, respondió acostándose descuidadamente en la hamaca y limpiándose el sudor
de la garganta y de la frente con un gran pañuelo de
seda de India, fragante como el de una novia. ¿ Con que abrasa, eh? Pues el agua y él son los únicos médicos
que tenemos aquí, salvo mordedura de víbora.
— Hablemos de veras : ¿ qué es lo que usted llama
su broma?
— La propuesta de que descanses, hombre. ¿ Se te figura que tu padre se ha dormido para recomendarme tuviera todo preparado para tu marcha ? Va para quince días que llegó Lorenzo, y hace ocho que están listos los bogas y ranchada la canoa. Lo cierto
es que he debido ser menos puntual, y habría logrado
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de esa manera que te dejaras ajonjear por mí dos dias.
— ¡ Cuánto le agradezco su puntualidad!
Rióse ruidosamente impulsando la hamaca para darse aire, diciéndome al fin : — ¡ Malagradecido!
— No es eso : usted sabe que no puedo, que no
debo demorarme ni una hora más de lo indispensable ; que es urgente que llegue yo á casa muy pronto...
— Sí, sí; es verdad; sería un egoísmo de mi parte, dijo ya serio.
— ¿ Qué sabe usted?
— La enfermedad de una de las señoritas... Pero recibirías las cartas que te envié á Panamá.
— Sí, gracias, á tiempo de embarcarme.
— ¿ No te dicen que está mejor?
— Eso dicen.
— ¿Y Lorenzo?
— Dice lo mismo.
Pasado un momento en que ambos guardamos silencio, el Administrador gritó incorporándose en la
hamaca : — ¡ Marcos ! ¡ la comida!
Un criado entró luego á anunciarnos que la mesa estaba servida.
— Vamos, dijo mi huésped poniéndose en pie :
hace hambre; si hubieras tomado el brandi tendrías un buen apetito. ¡ Ola ! agregó á tiempo que entrábamos al comedor y dirigiéndose á un paje : si vienen á buscarnos, di que no estamos en casa. Es necesario que te acuestes temprano para poder madrugar, me observó señalándome el asiento de la cabecera.
Él y Lorenzo se colocaron á uno y otro lado del
mío.
— ¡ Diantre! exclamó el Administrador cuando la luz de la hermosa lámpara de la mesa bañó mi rostro : ¡ qué bozo has traído! Si no fueras moreno se podría jurar que no sabes dar los buenos días en castellano.
Se me figura que estoy viendo á tu padre cuando él tenía veinte años ; pero me parece que eres más alto que él : sin esa seriedad heredada sin duda de tu madre, creería estar con el judío la noche que por primera vez desembarcó en Quibdó. ¿ No te parece, Lorenzo?
— Idéntico, respondió éste.
— Si hubieras visto, continuó mi huésped dirigiéndose á él, el afán de nuestro ingiesito luego que le dije que tendría que permanecer conmigo dos días...
Se impacientó hasta decirme que mi brandi abrasaba no sé qué. ¡ Caracoles ! temí que me regañara. Vamos á ver si te parece lo mismo este tinto, y si logramos que te haga sonreír. ¿ Qué tal? añadió después que probé el vino.
— Es muy bueno.
— Temblando estaba de que me le hicieras gesto,,
porque es lo mejor que he podido conseguir para que tomes en el rio.
La jovialidad del Administrador no flaqueó un ins tante durante dos horas. Á las nueve permitió que me retirase, prometiéndome estar en pie á las cuatro de la mañana para acompañarme al embarcadero. Al darme las buenas noches, agregó : — Espero que no te quejarás mañana de las ratas como la otra vez : una mala noche que te hicieron pasar les ha costado carísimo
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