QUEMA Y SAQUEO DE VILLA DE HUEHUETENANGO
LA CATEDRAL(
HORACIO CASTILLO GALINDO
8 de DICIEMBRE
1874-1974
Con esto no
será remoto que podamos "ponerle punto' hasta a la misma
Metropolitana --exclamó el buenísimo del padre Teherán, frotándose las manos
con
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satisfacción y orgullo no menos santos que su modestia y humildad—. Para Concepción podremos cantar misa en la
capilla".
No vio el padre, sin embargo, cumplido aquel modesto deseo ; porque inesperadamente, la incipiente estructura,
en vez de consagrarse a la paz de los oficios, fue
requisada de inmediato, para prestar servicio militar.
Como por desdicha para la patria, la historia nacional se ha visto plagada de
asonadas y golpes militatares ; una expedición (para variar) capitaneada por el
general Justo Rufino Barrios, el mariscal de campo don Serapio Cruz, su hermano
don Felipe y sus primos carnales Vicente Méndez Cruz" y Manuel de los
mismos apellidos (ambos coroneles), irrumpió en son
de guerra, por el noreste del departamento.
No se ha esclarecido aún, en qué forma proyectaban los insurrectos repartirse
los cargos de gobierno, en el supuesto de que fuese el triunfo el galardón de
la aventura. Algún historiador afirma que para aquel entonces, el general
Barrios traía en las mangas de su chaqueta los galones de teniente coronel. Mas, como quiera que el ínclito guerrero graduado fuese
únicamente en la Academia Militar de su fantasía, ¿qué le costaba haberse
ascendido ya de una vez a general?
Acababa de crearse, como es bien
sabido, el departamento de Huehuetenango (8 de
mayo de 1866), aunque su cabecera no tuviese todavía el rango de ciudad, sino el de simple villa. Era capitán de la Corregiduría, el teniente coronel don
Aquilino Gómez Calongo.
Ninguna resistencia encontró la expedición
invasora, en los pueblos del departamento; más bien se vio engrosada con gran número de indios de la serranía.
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El día 3 de diciembre (1867), los insurrectos acamparon en Chiantla, donde se
sumó a sus efectivos, gran contingente de milicianos resueltos y aguerridos, como son todos los
chiantlecos.
Clareando el día 5, fue atacada la
villa de Huehuetenango, súbitamente y por dos lados (en forma de pinza, como 70
años después lo sería la línea Maginot).
El ala norte, al mando del general Barrios, contaba,
amén de un número indeterminado de indígenas de Nebaj, Chajul y algunos pueblos
de la cordillera, con unos trescientos soldados, en su mayoría provistos del fusil más moderno que se
conocía entonces : el Rémington 43, de retrocarga y capaz de hacer hasta
quince disparos por minuto.
La poderosa pinza del noroeste al mando del mariscal Cruz, contaba con menos
efectivos, pero traía como jefes tácticos a los tres coroneles familiares del
mariscal.
Contra estas dos tenazas del amenazador cangrejo, don
Aquilino sólo contaba con veintidós
hombres de la guarnición, equipados con fusiles "de chispa" que se
cargaban por la boca y al máximo
de su rendimiento, podían hacer hasta un disparo
cada diez o doce minutos.
Lógicamente, a las primeras de cambio, las avanzadas del defensor de la plaza
tuvieron que replegarse. Barrios se adueñó inmediatamente de todo el sector
noreste de la población. En menos de un minuto
empezaron a arder las casas de ese lado y la soldadesca entró a saco en las
viviendas de los moradores.
Afortunadamente para la villa, dicho sector
era el más diligente en la elaboración del aguardiente clandestino.
Realmente a ello debió su salvación,
porque
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en un santiamén, la alborotada tropa procedió a
trasegar el contenido de garrafones y garrafas, ollas y alambiques, al
fondo sin fondo de los apurados estómagos.
De modo que cuando el general Barrios —luego de tan riguroso fuleo— pudo al fin
reorganizar sus efectivos y lanzarlos al ataque, sus
huestes marciales fueron apareciendo por en medio de las calles,
tambaleándose lo mismo que si hubiesen recibido ya uno o varios impactos y
luego cayendo de bruces sobre los fusiles, sin parar ya mientes ni en la
guerra ni en la paz. Casi todos perecieron carbonizados conforme el incendio fue acercándose de la periferia al
centro del poblado ; mas no debemos afligirnos mucho por ellos :
pasaron a mejor vida concienzudamente anestesiados.
Los que venían por el cerro del maíz, no habían
bebido, excepto la ración reglamentaria de
aquel entonces: un vaso de aguardiente (vaso
de herraje), mezclado a onza y media de pólvora (per
cápita). Pero ya he dicho que eran los menos
y a ello se debió que la acción se demorara por todo el resto del día.
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