viernes, 8 de diciembre de 2023

QUEMA Y SAQUEO DE VILLA DE HUEHUETENANGO - II

 QUEMA Y SAQUEO DE VILLA DE HUEHUETENANGO 

 LA CATEDRAL(

HORACIO CASTILLO GALINDO

8 de DICIEMBRE

1874-1974

Con esto no será remoto que podamos  "ponerle   punto' hasta a la misma Metropolitana --exclamó el buenísimo del padre Teherán, frotándose las manos con
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satisfacción y orgullo no menos santos que su modestia y humildad—. Para Concepción podremos cantar misa en la capilla".
No vio el padre, sin embargo, cumplido aquel modesto deseo ; porque inesperadamente, la incipiente estructura, en vez de consagrarse a la paz de los oficios, fue requisada de inmediato, para prestar servicio militar.
Como por desdicha para la patria, la historia nacional se ha visto plagada de asonadas y golpes militatares ; una expedición (para variar) capitaneada por el general Justo Rufino Barrios, el mariscal de campo don Serapio Cruz, su hermano don Felipe y sus primos carnales Vicente Méndez Cruz" y Manuel de los mismos apellidos (ambos coroneles), irrumpió en son de guerra, por el noreste del departamento.
No se ha esclarecido aún, en qué forma proyectaban los insurrectos repartirse los cargos de gobierno, en el supuesto de que fuese el triunfo el galardón de la aventura. Algún historiador afirma que para aquel entonces, el general Barrios traía en las mangas de su chaqueta los galones de teniente coronel. Mas, como quiera que el ínclito guerrero graduado fuese únicamente en la Academia Militar de su fantasía, ¿qué le costaba haberse ascendido ya de una vez a general?
Acababa de crearse, como es bien sabido, el departamento de Huehuetenango (8 de mayo de 1866), aunque su cabecera no tuviese todavía el rango de ciudad, sino el de simple villa. Era capitán de la Corregiduría, el teniente coronel don Aquilino Gómez Calongo.
Ninguna resistencia encontró la expedición invasora, en los pueblos del departamento; más bien se vio engrosada con gran número de indios de la serranía.
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El día 3 de diciembre (1867), los insurrectos acamparon en Chiantla, donde se sumó a sus efectivos, gran contingente de milicianos resueltos y aguerridos, como son todos los chiantlecos.
Clareando el día 5, fue atacada la villa de Huehuetenango, súbitamente y por dos lados (en forma de pinza, como 70 años después lo sería la línea Maginot).
El ala norte, al mando del general Barrios, contaba, amén de un número indeterminado de indígenas de Nebaj, Chajul y algunos pueblos de la cordillera, con unos trescientos soldados, en su mayoría provistos del fusil más moderno que se conocía entonces : el Rémington 43, de retrocarga y capaz de hacer hasta quince disparos por minuto.
La poderosa pinza del noroeste al mando del mariscal Cruz, contaba con menos efectivos, pero traía como jefes tácticos a los tres coroneles familiares del mariscal.
Contra estas dos tenazas del amenazador cangrejo, don Aquilino sólo contaba con veintidós hombres de la guarnición, equipados con fusiles "de chispa" que se cargaban por la boca y al máximo de su rendimiento, podían hacer hasta un disparo cada diez o doce minutos.
Lógicamente, a las primeras de cambio, las avanzadas del defensor de la plaza tuvieron que replegarse. Barrios se adueñó inmediatamente de todo el sector noreste de la población. En menos de un minuto empezaron a arder las casas de ese lado y la soldadesca entró a saco en las viviendas de los moradores.
Afortunadamente para la villa, dicho sector era el más diligente en la elaboración del aguardiente clandestino. Realmente a ello debió su salvación, porque
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en un santiamén, la alborotada tropa procedió a trasegar el contenido de garrafones y garrafas, ollas y alambiques, al fondo sin fondo de los apurados estómagos.
De modo que cuando el general Barrios —luego de tan riguroso fuleo— pudo al fin reorganizar sus efectivos y lanzarlos al ataque, sus huestes marciales fueron apareciendo por en medio de las calles, tambaleándose lo mismo que si hubiesen recibido ya uno o varios impactos y luego cayendo de bruces sobre los fusiles, sin parar ya mientes ni en la guerra ni en la paz. Casi todos perecieron carbonizados conforme el incendio fue acercándose de la periferia al centro del poblado ; mas no debemos afligirnos mucho por ellos : pasaron a mejor vida concienzudamente anestesiados.
Los que venían por el cerro del maíz, no habían bebido, excepto la ración reglamentaria de aquel entonces: un vaso de aguardiente (vaso de herraje), mezclado a onza y media de pólvora (per cápita). Pero ya he dicho que eran los menos y a ello se debió que la acción se demorara por todo el resto del día.

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