viernes, 22 de diciembre de 2023

MARÍA NOVELA AMERICANA POR JORGE ISAACS -2-

 MARÍA
NOVELA AMERICANA POR JORGE ISAACS (2)

Excusado es decir que ella fué para mí un cáliz de néctar nunca probado, vivificante y embriagador, que me sumergió en un hondo éxtasis de poesía, de dolor, de inmensa tristeza.

Sentí al leerla y meditar sobre ella, algo de esa extraña impresión indefinible que sobrecoge ai espíritu cuando se lee una tragedia de Eschilo ó de Sophokles; cuando se piensa en la desdicha de Ophelia; cuando se contemplan las desgracias de los seres débiles y dulces; cuando se encuentra uno frente á frente de ese inmenso poder que se llamó Fatalidad en los antiguos tiempos, y que proyecta siempre su sombra misteriosa tendida como una red traidora y terrible á los pies de la humanidad.

Esto, en cuanto al espíritu de la novela. Pero en cuanto á su forma j qué adorable y original sencillez! ;qué americanismo tan seductor y poético !

Diríase que era una respuesta triunfal á los hablistas de Europa y á los inventores de complicadas intrigas. Para la gran novela de sentimiento, no se necesita del estilo académico, afectadamente arcaico

y fastidiosamente ampuloso; para interesar á los corazones sensibles no se necesita tampoco del laberinto de una fábula complicada, ni del espectáculo de los personajes del gran mundo. Sólo se necesita de la verdad, contemplada por un gran talento. Tal es la regla en materia de Arte. Ya lo habían probado ante el mundo Pablo y Virginia, y Átala, y un poco antes, Clara de Alba, Delfina y Werther.

María es la prueba concluyente, y más concluyente todavía, teniendo de superior á las anteriores, que su resorte dramático es más amargo, más real y no es

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culpable bajo el punto de vista de las leyes del mundo.

Yo creo que María es superior á la obra de Chateaubriand, porque aquí no desempeña el papel del Destino antiguo un voto inverosímil en una joven salvaje, como en Átala, ni en imposible moral del amor adúltero, el valladar que divide la suerte de los dos amantes, tan desdichados como inocentes.

La ciencia y el egoísmo imperioso del amor paternal, sí, han podido hacer de una enfermedad tremenda y hereditaria, la segur que corta el hilo de las esperanzas

amorosas. El viejo judío temblando por la suerte de su hijo y de sus nietos es la fría personificación de la Ménade antigua, instrumento del Destino.

¿María es un idilio ó una elegía? Á tal pregunta no puede responderse con la clasificación literaria. Es todo, como Pablo y Virginia, y como Átala, y como

la Tumba de hierro de Gonciensce, ese otro poeta del infortunio amoroso.

Gomo idilio, María es la poesía americana con sus cuadros pintorescos de riqueza exuberante, con sus inmensos rumores de bosques vírgenes, con sus ríos como mares, con su cielo diáfano y sus montañas gigantescas y azules, con sus hombres fieros y sencillos, y sus amores inocentes y apasionados, casi religiosos.

No: no hay en María páginas que producen sacudimiento como en las escenas desnudas de Zola, ni el acre realismo de Daudet, ni la sombría desolación que produce Balzac. Todo esto es el fruto de la vida de Europa ; es el detritus de aquella civilización y de aquel sensualismo que gangrena una organización gastada y vieja.

En María hay dolor, pero hay pureza, hay virginidad, hay aroma de flores silvestres y suaves.

 Esta novela es como las azucenas del Cauca, que nacen blancas y humildes, á orillas de los mansos arroyos y perfuman el ambiente del valle solitario, sin pretensión ni influencia maléfica.

Es una gacela que cruza tímida y bella por entre la sombra de los bosques frescos y silenciosos ; es la tórtola que gime escondida en el nido de sus hijuelos desgarrado por el azor.

Ya se comprende ahora el por qué la pequeña historia de amor, ha llenado de lágrimas hasta rebosar, la copa de los corazones sensibles, porque en Méjico María será la dulce y preferida lectura de los que saben amar.

Las primeras copias se resintieron dé lo defectuoso del ejemplar que sirvió de modelo. Yo conozco las locuciones provinciales de Colombia, que son iguales á las de mi país, y he corregido solamente las erratas sin tocar un ápice al original, lo cual hubiera sido una osadía imperdonable. Al contrario, el autor no me tendrá á mal que haya yo depurado esta copia de las sombras literarias que nublaban las otras.

Y nuestros lectores guardarán estas páginas, como otras tantas flores de aroma inmortal.

IGNACIO M. ALTAMIRANO.

 

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