MARÍA
María
Historia real por Jorge Isaacs
Un estremecimiento nervioso me despertó dos 6 tres veces en que el sueño vino á aliviarme. Entonces mis miradas recorrían ese cuarto ya desmantelado y en desorden por los preparativos de viaje, cuarto donde esperé tantas veces las alboradas de días venturosos.Y procuraba conciliar de nuevo el sueño interrumpido, porque así volvía a verla tan bella y
ruborosa como en las primeras tardes de nuestros paseos después de mi regreso ; pensativa y callada como solía quedarse cuando le hacía mis primeras confidencias, en las cuales casi nada se habían dicho nuestros labios y tanto nuestras miradas y sonrisas; confiándome con voz queda y temblorosa los secretos infantiles de su castísimo amor ; menos tímidos al fin sus ojos ante los míos, para dejarme ver en ellos su alma á trueque de que le mostrase la mía... El ruido de un sollozo volvía á estremecerme : ¡el de aquel que mal ahogado había salido de su pecho esa noche ai separarnos
No eran las cinco todavía cuando después de haberme esmerado en ocultar las huellas de tan doloroso insomnio, me paseaba en el corredor oscuro aún.
Muy pronto vi brillar luz en las rendijas del aposento de María, y luego oí la voz de Juan que la llamaba.
Los primeros rayos del sol al levantarse, trataban en vano de desgarrar la densa neblina que como un velo inmenso y vaporoso pendía desde las crestas de las montañas, extendiéndose flotante bástalas llanuras lejanas. Sobre los montes occidentales, limpios y azules, amarillearon luego los templos de Cali, y al pie de las faldas blanqueaban cual rebaños agrupados, los pueblecillos de Yumbo y Vijes.
Juan Ángel, después de haberme traído el café y ensillado mi caballo negro , que impaciente ennegrecía con sus pisadas el gramal del pie del naranjo á que estaba atado, me esperaba llorando, recostado contra la puerta de mi cuarto, las espuelas en una mano y los zamarros colgados de un brazo : al calzármelas, su lloro caía en gruesas gotas sobre mis pies,
— No llores, le dije, dando trabajosamente seguridad á mi voz : cuando yo regrese, ya serás hombre, y no te volverás á separar de mí. Mientras tanto, todos te querrán mucho en casa.
Era llegado el momento de reunir todas mis fuerzas.
Mis espuelas resonaron en el salón; éste estaba
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solo. Empujé la puerta entornada del costurero de mi madre, quien se lanzó del asiento en que estaba á mis brazos. Ella conocía que las demostraciones de su dolor podían hacer ílaquear mi ánimo, y entre sollozo y sollozo trataba de hablarme de María y de hacerme tiernas promesas.
Todos habían humedecido mi pecho con su lloro. Emma, que había sido la última, conociendo qué buscaba yo á mi alrededor al desasirme de sus brazos, me señaló la puerta del oratorio, y entre á él. Sobre el altar irradiaban su resplandor amarillento dos luces : María sentada en la alfom.bra, sobra la cual resaltaba el blanco de su ropaje, dio un débil grito
al sentirme, volviendo á dejar caer la cabeza destrenzada sobre el asiento en que la tenía reclinada cuando entré. Ocultándome así el rostro, alzó la mano derecha para que yo la tomase : medio arrodillado,
la bañé en lágrimas y la cubrí de caricias ; mas al ponerme en pie, como temerosa de que me alejase ya, se levantó de súbito para asirse sollozante de mi cuello. Mi corazón había guardado para aquel momento casi todas sus lágrimas.Mis labios descansaron sobre su frente... María, sacudiendo estremecida la cabeza, hizo ondular los bucles de su cabellera, y escondiendo en mi pecho la faz, extendió uno de los brazos para señalarme ei altar. Emma, que acababa de entrar, la recibió inanimada en su regazo, pidiéndome con ademán suplicante que me alejase. Y obedecí.
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