martes, 19 de diciembre de 2023

MARÍA LXI

MARÍA

María

Historia real por  Jorge Isaacs

CAPITULO LXI

Me fué imposible darme cuenta de lo que por mí había pasado, una noche que desperté en un lecho rodeado de personas y objetos que casi no podía distinguir.

Una lámpara velada, cuya luz hacían más opaca las cortinas de la cama, difundía por la silenciosa habitación una claridad indecisa. Intenté en vano incorporarme ; llamé, y sentí que estrechaban una de mis manos; torné á llamar, y el nombre que débilmente pronunciaba tuvo por respuesta un sollozo.

Volvíme hacia el lado de donde éste había salido y reconocí á mi madre, cuya mirada anhelosa y llena de lágrimas estaba fija en mi rostro. Me hizo' casi en secreto y con su más suave voz, muchas preguntas para cerciorarse de si estaba aliviado.

— ¿ Conque es verdad? le dije cuando el recuerdo aún confuso de la última vez en que la había visto, vino á mi memoria.

Sin responderme, reclinó la frente en el almohadón uniendo así nuestras cabezas.

Después de unos momentos tuve la crueldad de decirle :

— ¡ Así me engañaron !... ¿ A qué he venido?

— ¿Y yo? me interrumpió humedeciendo mi cuello con sus láaiimas.

MARÍA. 387

Mas su dolor y su ternura no conseguían que algunas corriesen de mis ojos.

Se trataba seguramente de evitarme toda fuerte emoción, pues poco rato después se acercó silencioso mi padre, y me estrechó una mano, mientras se enjugaba los ojos sombreados por el insomnio.

Mí madre, Eloísa y Emma se turnaron aquella noche para velar cerca de mi lecho, luego que el Doctor se retiró prometiendo una lenta pero positiva reposición. Inútilmente agotaron ellas sus más dulces cuidados para hacerme conciliar el sueño. Así que mi madre se durmió rendida por el cansancio, supe que hacía algo más de veinticuatro horas que me hallaba en casa.

Emma sabía lo único que me faltaba saber: la historia de sus últimos días, sus últimos momentos y sus últimas palabras. Sentía que para oir esas confidencias terribles me faltaba valor, pero no pude dominar mi sed de dolorosos pormenores ; y le hice muchas preguntas. Ella sólo me respondía con el

acento de una madre que hace dormir á su hijo en la cuna :

— Mañana.

Y acariciaba mi frente con sus manos ó jugaba coa mis cabellos. 238 ISAACS

CAPITULO LXII

Tres semanas habían corrido desde mi regreso, durante las cuales me detuvieron á su lado Emma y mi madre aconsejadas por el médico y disculpando su tenacidad con el mal estado de mi salud.

Los días y las noches de dos meses habían pasado sobre su tumba y mis labios no habían murmurado una oración sobre ella.

Sentíame aún sin la fuerza necesaria para visitar la abandonada mansión de nuestros amores, para mirar ese sepulcro que á mis ojos la escondía y la negaba á mis brazos. Pero en aquellos sitios debía esperarme ella : allí estaban los tristes presentes de su despedida para mí que no había volado á recibir su último adiós y su primer beso antes que la muerte helara sus labios.

Emma fué exprimiendo lentamente en mi corazón toda la amargura de las postreras confidencias de María para mí. Así, recomendada para romper el dique de mis lágrimas, no tuvo más tarde cómo enjugarlas, y mezclando las suyas a las mías pasaron esas horas dolorosas y lentas.

En la mañana que siguió á la tarde en que María me escribió su última carta, Emma después de haberla buscado inútilmente en su alcoba, la bailó sentada en el banco de piedra del jardín : dejábase ver

MARÍA. 389

lo que había llorado : sus ojos fijos en la corriente y agrandados por la sombra que los circundaba, humedecían aún con algunas lágrimas despaciosas aquellas mejillas pálidas y enflaquecidas, antes tan llenas de gracia y lozanía : exhalaba sollozos ya débiles, ecos de otros en que su dolor se había desahogado.

— ¿Por qué has venido sola hoy? le preguntó Emma abrazándola : yo quería acompañarte como ayer.

— Sí, le respondió ; lo sabía ; pero deseaba venir sola : creí que tendría fuerzas. Ayúdame á andar.

 

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