MARÍA
IMPRESIONES DE UN LIBRO DE JORGE ISAACS
JUSTO SIERRA.
París, Imprenta de Garnier hermanos, 6, calle des Saiats-Pérea.
Á Ignacio M. AltamiranoDos niños, dos corazones bañados por esos efluvios misteriosos que activan todas nuestras facultades ; por esas brisas del cielo que abren la corola del alma á la absorción del infinito; que concentran en un minuto de amor todo el fuego, toda la vida que bastaría á la existencia entera de otros seres; que hacen de dos pasiones un solo grano de incienso y lo evaporan en perfumes y lo desvanecen en la inmensidad he aquí todo el libro.
La sombra de una separación inevitable primero, de la enfermedad de María después, mezclan un tinte de inefable melancolía á los tonos cálidos de aquella aurora americana.... Y en medio de tanta tristeza, de tanta alegría, el diálogo constante de los dos enamorados continúa resbalando por los pintorescos episodios de la obra, como el arroyo cristalino que baja de lirio en lirio las accidentadas pendientes de los Andes.
Llega el momento terrible; nada se dicen los dos amantes…..
Los seres que se aman no tienen olvido No tienen ausencia, no tienen adiós....
ha dicho nuestro primer poeta erótico Manuel Flores; el momento de la partida pasó en el silencio y en el llanto ¿ Qué murmuraban aquellos dos corazones? Shakespeare lo ha dicho :
Julieta. — ¿Ya vas á partir? Pero el día está lejos aún. Tu oído inquieto creyó escuchar á la alondra matinal; era el ruiseñor que cantaba. Todas las noches viene á cantar bajo mi balcón : so oculta en el follaje de aquel granado. Créeme, amor mío, era el ruiseñor.
Romeo. — No ; era la alondra, la mensajera del alba : la alondra y no el ruiseñor. ¿Ves, amor mío, esas llamas celosas que desgarran las nubes ; esas bandas de fuego que surcan el horizonte oriental? La noche apaga sus últimas antorchas , y la risueña aurora se alza de puntillas en la cima nebulosa de las montañas. Es preciso, ó dejarte y vivir, ó quedarme y morir.
Julieta. — No; esa claridad no es la claridad deldía, yo lo sé bien ; es algún metéoro, una luz que exhala el sol y que lo anuncia. Quédate, ¡ah, quédate! ¿ por qué partir tan pronto ?
Romeo. — Me quedo. Que me sorprendan y me maten, tú lo ordenas, soy feliz. No, esa luz opalina no es la primer mirada del sol : es la luna cuya pálida frente proyecta á lo lejos sus oblicuos rayos. No es la alondra la que allá en lo alto, sobre nuestras cabezas, hiere con sus notas vibrantes la bóveda del cielo. Me quedo y soy feliz; i iba á partir tan triste! Ven, muerte, y sé la bienvenida; Julieta te llama.
Alma mía, conversemos aún el día no ha llegado.
Julieta. — Llegó ya helo, helo aquí. Vete, parte, déjame, huye, huye pronto. Esos ásperos acentos son el canto de la alondra. Ella nos arroja. ¡Ohl quién ha podido decir que su voz era dulce y sus notas encantadoras! Esa voz odiosa nos separa; desata nuestros brazos enlazados, toca la hora del alba y te arranca de mi seno. Vete, ¡oh! vete. De minuto en minuto se aclara el cielo. Romeo. — De instante en instante se oscurece mi destino.
………………………………………………………………………….
Julieta. — (Abriendo el balcón). Balcón, ábrete. Penetra, luz del día ; y tú, déjame, luz de mi vida.
Romeo. — Adiós, adiós, (tendiéndole la mano á Julieta), un beso todavía, un beso nada más, y
bajo (la besa y desciende).
Julieta. — Cómo puedes abandonarme así, ¡ oh mi amor, mi dueño, mi amigo! Necesito saber de ti á toda hora, porque cada hora de tu ausencia es más larga que un día. ¡ Ay, cómo habré envejecido cuando vuelva á ver á mi Romeo.
Borneo. — Adiós, amor mío, no perderé ocasión de enviarte nuevas de tu fiel amigo.
Julieta. — ¿Crees que nos volveremos á ver?
Romeo. — ¡Oh, no lo dudes! ¡y qué felices seremos hablando de nuestras desventuras pasadasI
Julieta. — ¡Dios mío, Dios mío ! tengo en el alma un presentimiento fatal. Ahora que estás al pie de este balcón, me pareces un cadáver en el fondo de una tumba. ¿Me engañarán mis ojos? me pareces pálido.
Rorneo. — Amada mía, TÚ me pareces también muy pálida. El pesar quema la sangre y agosta la vida.¡ Adiós, adiós !
« — ¡Oh, Fortuna, Fortuna! exclamaba la dulce esposa de Romeo : todos hablan de tu volubilidad. ¿Por qué, pues, ocuparte de mi Romeo que es la constancia misma? ¡Oh! sé inconstante para devolvérmelo ; no lo guardes largo tiempo; envíamele otra vez. “
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