Martínez Fernández, Emilio. Madrid, 1849 – 6.IV.1919. Novelista, periodista y divulgador protestante.
Procedente de ambientes populares madrileños, muy joven todavía, y en el marco de la libertad religiosa introducida por la Revolución septembrina y la Constitución de 1869, se convirtió a la fe reformada al oír al evangelista León B. Armstrong, destacado en Madrid por la londinense Sociedad de Tratados Religiosos, de quien fue eficiente auxiliar en la distribución de literatura protestante..
En el siguiente año pasó a ser redactor de El Cristiano, periódico protestante fundado y dirigido en Madrid por Armstrong. Fue en él donde comenzó a publicar relatos cortos y más tarde novelas por entregas, unos y otras de edificación cristiana, la más famosa de las cuales, Pepa y la Virgen, y su segunda parte, Julián y la Biblia, alcanzaron enorme difusión en España e Iberoamérica, aparte de ser traducidas a otros idiomas, hasta el punto de ser consideradas, después de la Biblia de Reina-Valera, los libros de máxima difusión protestante en lengua española entre 1874 y 1931. Tal éxito obedecía sin duda a la sencillez de la trama expositiva, a su fuerte carga autobiográfica, a la capacidad del autor para transmitir los más profundos sentimientos en lenguaje llano y castizo, y a haber sabido expresar mejor que nadie la experiencia de la conversión religiosa en ambientes marginales y desasistidos, muy bien plasmados en ambos protagonistas: Pepa y su hijo Julián, gente de los barrios bajos madrileños.-Fuente . Real Academia de Historia-España
JULIAN Y LA BIBLIA
EMILIO MARTÍNEZ FERNÁNDEZ
ESPAÑA
116 JULIAN Y LA BIBLIA
XVI
UN SERMÓN, UN
DESAFÍO Y UNA HORA DE FE.
Los vecinos de la casa de Julián estaban alborotados. Entre ellos se había despertado un movimiento religioso como pocas veces se ha visto.
Era digno de ser contemplado el interior de la casa, a las ocho de la noche: patio, corredor, ventanas, todo estaba lleno de gentes, que alzaban la cabeza con ansiedad para mirar a un corredor del cuarto piso, desde donde un hombre les hablaba.
Cinco noches habían pasado desde que Julián hablara por primera vez en el corredor, y cosas maravillosas habían acontecido.
En la sexta noche del culto, hallábase Julián predicando, y había tomado por texto las palabras de Jesús: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre ellí estoy en medio de ellos». (1).
Nuestro amigo tocaba al final de su predicación, después de haber expuesto a sus oyentes cuán grande era el amor del Salvador, que después de haber muerto por un mundo de pecadores, todavía se ponía tan al alcance de ellos que, con sólo invocarle, El se acercaba a los corazones.
Después de todo esto dijo:
--Tenemos, pues, que donde dos o tres se reúnen en el nombre del Señor, allí está la Iglesia. Por tanto, amigos míos, no es necesario ir a la iglesia tal o cual, ni ejecutar esta o la otra práctica, no; si dos cristianos se unen en un camino o en un desierto, y allí elevan sus corazones para orar, o bien para hablar de Jesús, allí está la Iglesia, con su divino Esposo en medio.
JULIAN Y LA BIBLIA 117
Más fácil es que el Señor habite en una pobre guardilla, donde una familia hace su oración matutina, que en un templo donde los sentidos se deleitan y el espíritu se distrae en los sonidos del órgano, el expectáculo del lujo y los perfumes del incienso. Sabed que el Señor «no habita en templos hechos de mano», como el profeta dice: «El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor, o ¿cuál será el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas?» (1). Así habla el Señor. No son, pues, las afiligranadas cúpulas de una catedral o los suntuosos techos de un templo, ni los cánticos latinos, ni el incienso, ni las luces, ni el lujo, los objetos que hacen al Espíritu de Dios descender de los lugares celestes en que habita; antes bien, sensible como la alondra, que se espanta al menor ruido, así todas estas cosas ahuyentan al Espíritu de Dios.
—Sus malditas ideas sí que le conducirán a usted y a los que le escuchan, al infierno--dijo una voz desde el corredor del principal.
Todas las miradas se dirigieron hacia el sitio de donde había salido la voz y se encontraron con D. Francisco que, encendido por la ira, todavía apostrofaba al vidriero.
Tales insultos le dirigió, que la gente empezó a gritar: --¡Fuera cuervos! ¡Fuera cuervos! No queremos latinajos.
—El Evangelio es claro y los 'curas no le muestran, porque no se descubran sus marañas.
--¡Fuera el cura! ¡Que se vaya!
—¡Silencio, amigos! — gritó Julián.
El vocerío cesó, y entonces el vidriero, dirigiéndose a don Francisco, le dijo:
--Podía usted, don Francisco, `no interrumpir nuestra reunión de un modo tan poco atento. No sé que se condenen ni el que escucha ni el que dice la verdad.
—Usted no dice ni conoce la verdad--exclamó Don
(1) Hechos 7: 48 a 50.
No hay comentarios:
Publicar un comentario