María
Historia real por Jorge Isaacs
Custodio ignoraba que su recomendación estaba ya diplomáticamente cumplida, y que á los mil encantos de su hija, alma ninguna podía ser más ciega y sorda que la mía.Regresé á la casa al paso de Salomé y de Fermín, que iban cargados con zumbos de calabaza : ella había hecho un rodete de su pañuelo y colocado en la cabeza sobre él el rústico cántaro, que sin ser sostenido por mano alguna, no impedía al donoso cuerpo de la conductora ostentar toda su soltura y gracia de movimientos.
Luego que saltó Salomé como la vez primera, me dió las gracias con un " Dios se lo pague " y su más chusca sonrisa, añadiendo :
— En pago de esto le estuve echando del de lado arriba mientras se bañaba, guabitas, flores de carbonero y venturosas; ¿no las vio?
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— Sí, pero creí que alguna partida de monos estaría por ahí arriba.
— Lo desentendido que es usté : y que en ainas me doy una caida por subirme al guabo.
— ¿Y eres tan boba que creas no caí en cuenta de que eras tú quien echaba río abajo las flores ?
— Como Juan Ángel me ha contado que en la hacienda le echan rosas á la pila cuando usté va á bañarse, yo eché al agua lo mejor que en el monte había.
Durante la comida tuve ocasión de admirar, entre otras cosas, la habilidad de Salomé y mi comadre para asar pintones y quesillos, freir buñuelos, hacer pandebono y dar temple á la jalea. En las idas y venidas de Salomé á la cocina, puse yo á mi compadre al corriente de lo que en realidad quería la muchacha y de lo que yo pensaba hacer para sacarlos á uno y otro de trabajos. No le cabía al pobre el gusto en el cuerpo; y hasta algunas chanzas sobre la buena voluntad con que me servía á la mesa, Je dirigió á mi compañera de paseo, que era mucho lograr después de su enojo contra ella.
Pasadas las horas de calor, á las cuatro de la tarde, era la casa una revuelta arca de Noé : los patos empezaron á atravesar por orden de familias la salita; las gallinas á amotinarse en el patio y al pie del ciruelo, donde en horquetas de guayabo descansaba la canoita en que estaba comiendo maíz mi caballo ; los pavos criollos se pavoneaban inflados y devolviendo los gritos de dos loras maiceras que llamaban á una Benita, que debía de ser la cocinera, y los cerdos chillaban tratando de introducir las cabezas por entre los atravesaños de la puerta de golpe. A todo lo cual hay que agregar los gritos de mi compadre dando órdenes y los de su mujer espantando los patos y llamando las gallinas. Fueron largas las despedidas y las promesas que me hizo mi comadre de encomendarme mucho al Milagroso de Buga para que me fuera bien
en el viaje y volviera pronto. Al despedirme de Salomé, que procuró en tal momento no estar cerca de los demás, me apretó mucho la mano, y mirándome talvez más que afectuosamente, me dijo :
— Mire bien que con usté cuento. Á mí no me diga adiós para su viaje de porra... porque aunque sea arrastrándome, al camino he de salir á verlo, si es que no llega de pasada. No me olvide... vea que si no, yo no sé qué haga con mi taita. Hacia el otro lado de una de las quebradas que por entre las quingueadas cintas de bosque, bajan ruidosas el declivio, oí una voz sonora de hombre que cantaba :
Al tiempo le pido tiempo
Y el tiempo tiempo me dá,
Y el mismo tiempo me dice
Que él me desengañará.
Salió del arbolado el cantor, y era Tiburcio, quien con la ruana colgada de un hombro y apoyado en el otro un bordón de cuya punta pendía un pequeño lío, entretenía su camino contando por instinto sus penas
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á la soledad. Calló y detúvose al divisarme, y después de un risueño y respetuoso saludo me dijo luegc que me acerqué :
— i Caramba ! que sube tarde y á escape... Cuando el retinto suda... ¿De dónde viene así sorbiéndose ios vientos ?
— De hacer unas visitas, y la última, para, fortuna tuya, fué á casa de Salomé.
— Y hacía marras que no iba.
— Mucho lo he sentido. ¿Y cuánto hace que no vas tú ?
El mozo, con la cabeza agachada, se puso a despedazar con el bordón una matita de lulo, y al cabo
alzó á mirarme respondiendo :
— Ella tiene la culpa. ¿ Qué le ha contado ?
— Que eres un ingrato y un celoso, y que se muere por ti : nada más.
— ¿Conque todo eso le dijo? Pero entonces le guardó lo mejor.
— ¿Qué es lo que llamas mejor?
— Las fiestas que tiene con el niño Justiniano.
— Óyeme acá : ¿ crees que yo pueda estar enamorado de Salomé ?
— ¿ Cómo lo había de creer?
— Pues tan enamorada está Salomé de Justiniano como yo de ella. Es necesario que estimes á la muchacha en lo que vale, que para tu bien, es mucho. Tú la has ofendido con los celos, y con tal que vayas á contentarla, ella te lo perdonará todo y te querrá más que nunca.
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