María
Historia real por Jorge Isaacs
Tiburcio se quedó meditabundo antes de responderme con cierto acento y aire de tristeza:
— Mire, niño Efraín, yo la quiero tantísimo, que ella no se figura las crujidas que me ha hecho pasar en este mes. Cuando uno tiene su genio como á mí me lo dio Dios, todo se aguanta menos que lo tengan á uno por cipote (perdonándome su mérce la mala palabra).
Yo, que lo estoy diciendo que Salomé tiene la culpa, sé lo que le digo.
— Lo que sí no sabes es que contándome hoy tus agravios se ha desesperado y ha llorado hasta darme lástima.
— ¿De veras?
— Y yo he inferido que la causa de todo eres tú. Si la quieres como dices, ¿ por qué no te casas con ella? Una vez en tu casa, ¿quién había de verla sin que tú lo consintieras?
— Yo le confieso que sí he pensado en casarme, pero no me resolví : lo primero porque Salomé me tenía siempre malicioso, y el dos que yo no sé si ñor Custodio me la querría dar.
— Pues de ella ya sabes lo que te he dicho ; y en cuanto á mi compadre, yo te respondo. Es necesario que obres racionalmente, y que en prueba de que me
crees, esta tarde misma vayas á casa de Salomé, y sin darte por entendido de tales sentimientos, le hagas una visita.
— ¡ Caray con su afán ! ¿ Conque me responde de todo?
— Sé que Salomé es la muchacha más honesta, bonita y hacendosa que puedes encontrar, y en cuanto a los compadres, yo sé que te la darán gustosísimos.
— Pues ahí verá que me estoy animando á ir.
— Si lo dejas para luego y Salomé se despecha y la pierdes, de nadie tendrás que quejarte.
— Voy, patrón.
— Convenido, y es inútil exigirte me avises cómo te va, porque estoy cierto de que me quedarás agradecido. Y adiós, que van á ser las cinco.
— Adiós, mi patrón. Dios se lo pague. Siempre le
diré lo que suceda.
— Cuidado con ir á entonar donde te oiga Salomé esos versos que venías cantando.
Tiburcio rió antes de responderme : — ¿Le parecen insultosos ? Hasta mañana y cuente conmigo.
CAPITULO L
El reloj del salón daba las cinco. Mi madre y Emma me esperaban paseándose en el corredor. María estaba sentada en los primeros escalones de la gradería, y vestida con aquel traje verde que tan hermoso contraste formaba con el castaño oscuro de sus cabellos, peinados entonces en dos trenzas con las cuales jugaba Juan medio dormido en el regazode ella. Se puso en pie al desmontarme yo. El niño suplicó que lo paseara un ratico en mi caballo, y María se acercó con él en los brazos para ayudarme á colocarlo sobre Jas pistoleras del galápago, diciéndome :
— i Apenas son las cinco ; ¡ cjué exactitud ! si siempre fuera así...
— ¿ Qué has hecho hoy con tu Mimiya ? le pregunté á Juan luego que nos alejamos de la casa.
— Ella es la que ha estado tonta hoy, me respondió.
— ¿ Cómo así?
— Pues llorando.
— ¡ Ah ! ¿ por qué no la has contentado ?
— No quiso aunque le hice cariños y le llevé flores ; pero se lo conté á mamá.
— ¿ Y qué hizo mamá ?
— Ella sí la contentó abrazándola, porque Mimiya quiere más á mamá que á mí. Ha estado tonta, pero no le digas nada.
María me recibió á Juan.
— ¿ Has regado ya las matas ? le pregunté subiendo.
— No; te estaba esperando. Conversa un rato con mamá y Emma, agregó en voz baja, y así que sea tiempo, me iré á la huerta.
Temía ella siempre que mi hermana y mi madre pudiesen creerla causa de que se entibiase mi afecto hacia las dos ; y procuraba recompensarles con el suyo lo que del mío les había quitado.
María y yo acabamos de regar las flores. Sentados en un banco de piedra, teníamos casi á nuestros pies el arrovo, y un grupo de jazmines nos ocultaba á todas las miradas, menos á las de Juan, que cantando á su modo, estaba alelado embarcando sobre hojas secas y cascaras de granadilla, cucarrones y chapules prisioneros.
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