Miércoles, 24 de febrero de 2016
1948- UN PERRO CONSUELA A UNA ANCIANA Por Alan Devoe
EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE Por Alan Devoe
OCURRIO esto el 23 dé octubre de 1948,
durante aquel espantoso incendio que devastó a York, distrito del estado de
Maine. La población de Newfield se hallaba en la zona incendiada, y los vecinos
recibieron orden de evacuarla. Un camión atravesaba a escape la calle en uno de
los costados de la cual hacían ya presa las llamas. De
pronto, el chofer ve salir de una de las casas del costado opuesto una anciana.
Para al momento, la ayuda a subir al camión y la
acomoda lo mejor que puede haciéndole sitio entre su propio asiento y el lugar que ocupa un perro de gran
tamaño.
El largo recorrido por la carretera que flanquean campos incendiados somete a la anciana a angustiosa prueba. Fácil es imaginar lo que experimenta al decirse que su casa y todo lo que allí acaba de dejar quedará pronto reducido a cenizas. El perro parece caer en la cuenta de ello, o adivinarlo, o sentirlo; porque, apartando la vista de las llamas que forman cortina a lado y lado del Wiinión, mira a la anciana y le pasa suavemente el hocico por la mejilla. Ella advierte que algo pesa sobre su regazo: es que el perro le ofrece una de las manos para que la lleve asida entre la suya mientras pasan aquellos momentos de angustia.
No es más mi cuento. Pero nunca olvidaré lo que significó para mí esa actitud cariñosa del «mejor amigo de una anciana. » Porque la pasajera del camión era yo.
El largo recorrido por la carretera que flanquean campos incendiados somete a la anciana a angustiosa prueba. Fácil es imaginar lo que experimenta al decirse que su casa y todo lo que allí acaba de dejar quedará pronto reducido a cenizas. El perro parece caer en la cuenta de ello, o adivinarlo, o sentirlo; porque, apartando la vista de las llamas que forman cortina a lado y lado del Wiinión, mira a la anciana y le pasa suavemente el hocico por la mejilla. Ella advierte que algo pesa sobre su regazo: es que el perro le ofrece una de las manos para que la lleve asida entre la suya mientras pasan aquellos momentos de angustia.
No es más mi cuento. Pero nunca olvidaré lo que significó para mí esa actitud cariñosa del «mejor amigo de una anciana. » Porque la pasajera del camión era yo.
—G. E. II. (Concord, New Hampshire)
NINGUN aficionado
a los perros le faltan anécdotas que referiría gustoso si
no le obligase a callar el temor de que las juzguen invenciones.
Esta que voy a contar no me expone a ese riesgo: los
vecinos de Denver que frecuentan la Avenida 18 son testigos del espectáculo que
ofrece casi diariamente un perro viejo y mansurrón que suele
vagar por nuestro barrio y ha resuelto a su manera la dificultad de cruzar de
un lado a otro de la calle.
Debido a la mucha circulación de vehículos, la Avenida 18 pone a prueba la agilidad del que haya de atravesarla a pie. No le hace falta ser ágil al perro de mi cuento. Apenas baja de la acera, levanta una pata del suelo y empieza a caminar penosamente apoyado sólo en las otras tres. De esa manera, renqueando que da lástima verlo, cruza frente a los vehículos, que se van deteniendo respetuosos para dejarlo pasar. Una vez que los automovilistas lo ven ya a salvo en la acera opuesta, reanudan la marcha, y el fingido inválido, plantando en el suelo la pata que mantuvo levantada, emprende el trotecillo retozón con que prosigue su acostumbrado paseo.
Debido a la mucha circulación de vehículos, la Avenida 18 pone a prueba la agilidad del que haya de atravesarla a pie. No le hace falta ser ágil al perro de mi cuento. Apenas baja de la acera, levanta una pata del suelo y empieza a caminar penosamente apoyado sólo en las otras tres. De esa manera, renqueando que da lástima verlo, cruza frente a los vehículos, que se van deteniendo respetuosos para dejarlo pasar. Una vez que los automovilistas lo ven ya a salvo en la acera opuesta, reanudan la marcha, y el fingido inválido, plantando en el suelo la pata que mantuvo levantada, emprende el trotecillo retozón con que prosigue su acostumbrado paseo.
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