jueves, 23 de junio de 2016
JUAN PATTON MISIONERO A A LOS ANTROPOFAGOS Pags-- 60-64
JUAN PATTON
MISIONERO A A LOS ANTROPOFAGOS
1824-1907
BIOGRAFIAS DE GRANDES CRISTIANOS
Orlando Boyer
Tomo 2
Pags-- 60-64
Por fin, la fuerza de las tinieblas unidas contra el Evangelio en Aniwa cedió.
Eso tuvo lugar cuando él cavó un pozo en la isla. Para los indígenas el
agua de coco era suficiente para satisfacer su sed, porque se bañaban
en el mar; usaban un poco de agua para cocinar — ¡y ninguna para lavar
la ropa! Pero para los misioneros la falta de agua dulce era el mayor
sacrificio, y Paton resolvió cavar un pozo. Al principio los
indígenas lo ayudaron en esa obra, a pesar de que consideraban que el
plan "de que el Dios del misionero proporcionara lluvia desde abajo",
era la concepción de una mente extraviada. Pero después, amedrentados
por la profundidad del pozo, dejaron que el
misionero continuase cavando solo, día tras día, mientras lo
contemplaban desde lejos, diciendo entre sí: "¡¿Quién oyó jamás hablar
de una lluvia que venga desde abajo?! ¡Pobre misionero! ¡Pobrecito!" Cuando el misionero insistía en decirles que el abastecimiento de agua en muchos países provenía de pozos, ellos respondían: "Es así como suelen hablar los locos; nadie puede desviarlos de sus ideas fijas." Después de muchos
y largos días de trabajo fatigante, Paton alcanzó tierra húmeda.
Confiaba en que Dios lo ayudaría a obtener agua dulce como respuesta a
sus oraciones. A esa altura, sin embargo, al meditar sobre el efecto que
causaría entre la gente si encontrase agua salada, se sentía casi
horrorizado al pensar en ello. "Me sentí" escribió él, "tan conmovido,
que quedé bañado en sudor y me temblaba todo el cuerpo cuando el agua
comenzó a brotar de abajo y empezó a llenar el pozo.
Tomé un poco de agua en la mano y la llevé a la boca para probarla.
¡Era agua! ¡Era agua potable! ¡Era agua viva del pozo de Jehová!" Los jefes indígenas acompañados de todos sus hombres
asistieron a este acontecimiento. Era una repetición, en pequeña
escala, de la escena de los israelitas que rodeaban a Moisés cuando éste
hizo brotar agua de la roca. Después de pasar algún tiempo alabando a
Dios, el misionero se sintió más tranquilo y bajó nuevamente al pozo,
llenó un jarro con "la lluvia que Jehová Dios le daba mediante el pozo",
y se lo entregó al jefe. Este sacudió el jarro para ver si realmente
había agua en él; entonces tomó un poco de agua en la mano, y no
satisfecho con eso, llevó a la boca un poco más. Después de revolver los
ojos de alegría, la bebió y rompió en gritos: "¡Lluvia! ¡Lluvia! ¡Sí;
es verdad, es lluvia! ¿Pero, cómo la conseguiste?" Paton respondió: "Fue
Jehová, mi Dios, quien la dio de su tierra en respuesta a nuestra labor
y nuestras oraciones. ¡Mirad y ved, por vosotros mismos, cómo brota el
agua de la tierra!" Entre
toda esa gente no había un solo hombre que tuviese el valor de
acercarse a la boca del pozo; entonces formaron una larga fila y
asegurándose los unos a los otros con las manos, fueron avanzando hasta
que el hombre que estaba al frente de la fila pudiese mirar dentro del
pozo; Enseguida, el que había mirado, entonces pasaba al fin
de la "cola, dejando que el segundo mirase para ver la "lluvia de
Jehová, allí, bien abajo". Después que todos
hubieron mirado, uno por uno, el jefe se dirigió a Paton diciéndole:
"¡Misionero, la obra de tu Dios, Jehová, es admirable, es maravillosa!
Ninguno de los dioses de Aniwa jamás nos bendijo tan maravillosamente.
Pero, misionero, ¿continuará El dándonos siempre esa lluvia en esa
forma? o, ¿vendrá como la lluvia de las nubes?" El misionero explicó,
para gozo inefable de todos, que esa bendición era permanente y para
todos los aniwaianos. Durante
los años siguientes a este acontecimiento, los nativos trataron de
cavar pozos en seis o siete de los lugares más probables, cerca de
varias villas. Sin embargo, todas las veces que lo hicieron, o se encontraron con roca, o el pozo les daba agua salada.
Entonces se decían: "Sabemos cavar, pero no sabemos orar como el
misionero, y por lo tanto, ¡Jehová no nos da lluvia desde abajo!" Un domingo,
después que Paton había conseguido el agua de pozo, el jefe Namakei
convocó a todo el pueblo de la isla. Haciendo ademanes con una hachita
en la mano, se dirigió a los oyentes de la siguiente manera: "Amigos de
Namakei, todos los poderes del mundo no podrían obligarnos a creer que
fuese posible recibir la lluvia de las entrañas de la tierra, si no lo
hubiésemos visto con nuestros propios ojos y probado con nuestra propia
boca... Desde ahora, pueblo mío, debo adorar al Dios que nos abrió el pozo y nos da la lluvia desde abajo. Los dioses de Aniwa no pueden socorrernos como el Dios del misionero. De aquí en adelante, yo soy un seguidor del Dios Jehová. Todos vosotros, los que quisiéreis hacer lo mismo, tomad los ídolos de Aniwa, los dioses que nuestros padres temían, y lanzadlos a los pies del misionero. .
. Vamos donde el misionero para que él nos enseñe cómo debemos servir a
Jehová... Quien envió a su Hijo, Jesús, para morir por nosotros y
llevarnos a los cielos." Durante los días siguientes, grupo tras grupo de salvajes, algunos con lágrimas y sollozos, otros con gritos de alabanzas a Jehová, llevaron sus ídolos de palo y de piedra y los lanzaron en montones delante del misionero. Los ídolos de palo fueron quemados; los de piedra, enterrados en cuevas de 4 a 5 metros de profundidad, y algunos, de mayor superstición, fueron lanzados al fondo del mar, lejos de la tierra. Uno de los primeros pasos en la vida cotidiana de la isla, después de que se destruyeron todos los ídolos, fue la invocación de la bendición del Señor en las comidas. El segundo paso, una sorpresa mayor y que también llenó al misionero de inmenso . gozo, fue un acuerdo entre ellos de celebrar un culto doméstico por la mañana y otro por la noche.
Sin duda esos cultos estaban mezclados, por algún tiempo, con muchas de
las supersticiones del paganismo. Pero Paton tradujo las Escrituras y
las imprimió en la lengua aniwaiana, y enseñó al pueblo a leerlas. La transformación que sufrió el pueblo de esa isla fue una de las maravillas de los tiempos modernos. ¡Qué emoción tan grande se siente al leer acerca de la ternura que el misionero sentía por esos amados hijos en la fe, y del cariño que ellos, los otrora crueles salvajes que se comían los unos a los otros, mostraban para con el misionero! ¡Ojalá que
nuestro corazón arda también en deseos de ver la misma transformación de
los millones de habitantes primitivos que hay aún en tantas partes del
mundo! Paton describió la primera Cena del Señor que celebraron en Aniwa, con las siguientes palabras: "Al colocar el pan y el vino en las manos de esos ex antropófagos,
otrora manchadas de sangre y ahora extendidas para recibir y participar
de los emblemas del amor del Redentor, me anticipé al gozo de la gloria
hasta el punto de que mi corazón parecía salírseme del pecho. ¡Yo creo que me sería imposible experimentar una delicia mayor que ésta, antes de poder contemplar el rostro glorificado del propio Jesucristo!" Dios no solamente le concedió a nuestro héroe el inefable gozo de ver a los aniwaianos ir a evangelizar las islas vecinas,
sino también el gozo de ver a su propio hijo, Frank Paton, y a su
esposa, ir a vivir en la isla de Tana, para continuar la obra que él
había comenzado con el mayor sacrificio.
Fue a la edad de 83 años que Juan G. Paton oyó la voz de su precioso Jesús, llamándolo para el hogar eterno. ¡Cuán grande ha sido su gozo, no solamente al reunirse con sus queridos hijos de las islas del sur del Pacífico, los
cuales habían entrado al cielo antes que él, sino también al poder dar
la bienvenida a los otros que van llegando allí, uno por uno!
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