domingo, 31 de diciembre de 2023

MARÍA XIV - Jorge Isaacs

 Domingo, 17 de septiembre de 2023

MARÍA XIV Historia real por Jorge Isaacs

 María

Historia real por  Jorge Isaacs

 Jorge Ricardo Isaacs nació en Cali el 1° de abril de 1837, hijo del ciudadano inglés de ascendencia judía George Henry Isaacs Adolfus y de la colombiana Manuela Ferrer Scarpetta, hija de un militar catalán. El padre de Jorge Isaacs había llegado a Colombia en 1822 proveniente de Jamaica, con el propósito de explotar yacimientos de oro en el Chocó. En 1827 se establece como comerciante en Quibdó y el año siguiente se convierte al catolicismo para desposarse. Obtiene del Libertador la carta de naturaleza colombiana en 1829. Como un hombre bastante rico lo encontramos radicado en Cali hacia 1833, donde se vincula a la vida política de la región. De 1840 es la adquisición de dos enormes haciendas azucareras en las cercanías de Palmira, La Manuelita, llamada así en honor de su esposa, y La Santa Rita. En 1854 compra la hacienda El Paraíso, en las vecindades de Buga, ámbito en el que se desenvuelve la novela que le diera fama a Jorge Isaacs y donde pasa su adolescencia. ( biografía de internet)

 …en uno de sus viajes se enamoró mi padre de la hija de un español, intrépido capitán de navio---

La madre de la joven que mi padre amaba exigió por condición para dársela por esposa que renunciase él á la religión judaica. Mi padre se hizo cristiano á los veinte años de edad.

---Sara, su esposa, le había dejado una niña que tenía á la sazón tres años.

---Instó á Salomón para que le diera su hija á fin de educarla á nuestro lado; y se atrevió á proponerle que la haría cristiana. Salomón aceptó diciéndole

:---, sea hija tuya.---Las cristianas son dulces y buenas, y tu esposa debe ser una santa madre.--- tal vez yo haría desdichada á mi hija dejándola judía. No lo digas á nuestros parientes, ---que le cambien el nombre de Ester en el de María. " Esto decía el infeliz derramando muchas lágrimas.

--llevando á Ester sentada en uno de sus brazos, y pendiente del otro un cofre que contenía el equipaje de la niña : ésta tendió los bracitos á su tío, ---Aquella criatura, cuya cabeza preciosa acababa de bañar con una lluvia de lágrimas el bautismo del dolor antes que el de la religión de Jesús, era un tesoro sagrado; mi padre lo sabía bien, y no lo olvidó jamás.

---Contaba yo siete años cuando regresó mi padre, y desdeñé los juguetes preciosos que me trajo de su viaje, por admirar aquella niña tan bella, tan dulce y sonriente. Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura, desde el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa, le dijo : " ésta es la hija de Salomón, que él te envía."

Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron á modular acentos castellanos, tan armoniosos y seductores en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.

---Pocos eran entonces los que conociendo nuestra familia, pudiesen sospechar que María no era hija de mis padres. Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva é inteligente. Cuando mi madre le acariciaba la cabeza, al mismo tiempo que á mis hermanas y á mí, ninguno hubiera podido adivinar cuál era allí la huérfana.

Tenía nueve años. La cabellera abundante, todavía de color castaño claro, ---el acento con algo de melancólico que no tenían nuestras voces; tal era la imagen que de ella llevé cuando partí de la casa paterna : así estaba en la mañana de aquel triste día, bajo las enredaderas de las ventanas de mi madre.

María CAPITULO XIV

Pasados tres días, una tarde que bajaba yo de la montaña, me pareció notar algún sobresalto en los semblantes de los criados con quienes tropecé en los corredores interiores. Mi hermana me refirió que María había sufrido un ataque nervioso ; y al agregar que estaba aún sin sentido, procuró calmar cuanto le fué posible mi dolorosa ansiedad.

Olvidado de toda precaución, entré á la alcoba donde estaba María, y dominando el frenesí que me hubiera hecho estrecharla contra mi corazón para volverla á la vida, me acerqué desconcertado á su lecho. Á los pies de éste se hallaba sentado mi padre: Fijó en  mí una de sus miradas intensas, y volviéndola después sobre María, parecía quererme hacer una reconvención al mostrármela. Mi madre estaba allí pero no levantó la vista para buscarme, porque, sabedora de mi amor, me compadecía como sabe compadecer una buena madre en la mujer amada por su hijo,á su hijo mismo.

Permanecí inmóvil contemplando á María, sin atreverme á averiguar cuál era su mal.

Estaba como dormida: su rostro, cubierto de palidez mortal, se veía medio oculto por la cabellera descompuesta,

en la cual se descubrían estrujadas las flores que yo le había dado en la mañana: la frente contraída revelaba un padecimiento insoportable, y un ligero sudor le humedecía las sienes: de los ojos cerrados habían tratado de brotar lágrimas que brillaban detenidas en las pestañas.

Comprendiendo mi padre todo mi sufrimiento, se puso en pie para retirarse; mas antes de salir, seacercó al lecho, y tomando el pulso á María, dijo :

— Todo ha pasado. ¡ Pobre niña I Es exactamente el mismo mal que padeció su madre.

El pecho de María se elevó lentamente como para formar un sollozo, pero al volverá su natural estado exhaló sólo un suspiro. Salido que hubo mi padre, coloquéme á la cabecera del lecho, y olvidado de mi madre y de Emma, que permanecían silenciosas, tomé de sobre el almohadón una de las manos de María, y la bañé en el torrente de mis lágrimas hasta entonces contenido. Había yo medido toda mi desgracia: era el mismo mal de su madre, y su madre había muerto muy joven atacada de una epilepsia incurable. Esta idea se adueñó de todo mi ser para quebrantarlo.

Sentí algún movimiento en esa mano yerta, á la que mi aliento no podía volver el calor. María empezaba ya á respirar con más libertad, y sus labios parecían esforzarse en pronunciar alguna palabra.

Movió la cabeza de un lado á otro, cual si tratara de deshacerse de un peso abrumador. Pasado un momento de reposo, balbució palabras ininteligibles,

pero al fin se percibió entre ellas claramente mi nombre. En pie yo, devorándola mis miradas, tal vez oprimí demasiado entre mis manos las suyas, quizá mis labios la llamaron.

Abrió lentamente los ojos, como heridos por una luz intensa, y los fijó en mí, haciendo esfuerzo para reconocerme. Medio incorporándose un instante después,  " ¿qué es? " me dijo

apartándome; " ¿qué me ha sucedido? " continuó, dirigiéndose á mi madre. Tratamos de tranquilizarla, y con un acento en que había algo de reconvención, que por entonces no pude explicarme, agregó: "¿ya ves? yo lo temía. "

Quedó, después del acceso, adolorida y profundamente triste. Volví por la noche á verla, cuando y como la etiqueta establecida en tales casos por mi padre lo permitió.

Al despedirme de ella, reteniéndome un instante la mano," hasta mañana, " me dijo, y acentuó esta última palabra como solía hacerlo siempre que interrumpida nuestra conversación en alguna velada, quedaba deseando el día siguiente para que la concluyésemos

MARÍA XIII Jorge Isaacs

Domingo, 17 de septiembre de 2023

MARÍA XIII Historia real por Jorge Isaacs

 María

 María

Historia real por  Jorge Isaacs

…en uno de sus viajes se enamoró mi padre de la hija de un español, intrépido capitán de navio---

La madre de la joven que mi padre amaba exigió por condición para dársela por esposa que renunciase él á la religión judaica. Mi padre se hizo cristiano á los veinte años de edad.

---Sara, su esposa, le había dejado una niña que tenía á la sazón tres años.

---Instó á Salomón para que le diera su hija á fin de educarla á nuestro lado; y se atrevió á proponerle que la haría cristiana. Salomón aceptó diciéndole

:---, sea hija tuya.---Las cristianas son dulces y buenas, y tu esposa debe ser una santa madre.--- tal vez yo haría desdichada á mi hija dejándola judía. No lo digas á nuestros parientes, ---que le cambien el nombre de Ester en el de María. " Esto decía el infeliz derramando muchas lágrimas.

--llevando á Ester sentada en uno de sus brazos, y pendiente del otro un cofre que contenía el equipaje de la niña : ésta tendió los bracitos á su tío, ---Aquella criatura, cuya cabeza preciosa acababa de bañar con una lluvia de lágrimas el bautismo del dolor antes que el de la religión de Jesús, era un tesoro sagrado; mi padre lo sabía bien, y no lo olvidó jamás.

---Contaba yo siete años cuando regresó mi padre, y desdeñé los juguetes preciosos que me trajo de su viaje, por admirar aquella niña tan bella, tan dulce y sonriente. Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura, desde el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa, le dijo : " ésta es la hija de Salomón, que él te envía."

Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron á modular acentos castellanos, tan armoniosos y seductores en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.

---Pocos eran entonces los que conociendo nuestra familia, pudiesen sospechar que María no era hija de mis padres. Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva é inteligente. Cuando mi madre le acariciaba la cabeza, al mismo tiempo que á mis hermanas y á mí, ninguno hubiera podido adivinar cuál era allí la huérfana.

Tenía nueve años. La cabellera abundante, todavía de color castaño claro, ---el acento con algo de melancólico que no tenían nuestras voces; tal era la imagen que de ella llevé cuando partí de la casa paterna : así estaba en la mañana de aquel triste día, bajo las enredaderas de las ventanas de mi madre.

María

CAPITULO XIII

Las páginas de Chateaubriand iban lentamente dando tintas á la imaginación de María. 

 Ella, tan cristiana y tan llena de fe, se regocijaba al encontrar bellezas por ella presentidas en al culto católico. Su alma tomaba de la paleta que yo le ofrecía, los más preciosos colores para hermosearlo todo ; y el fuego poético, don del cielo que hace admirables á los hombres que lo poseen y diviniza á las mujeres que á su pesar lo revelan, daba á su semblante encantos desconocidos para mí hasta entonces en el rostro humano.

 Los pensamientos del poeta, acogidos en el alma de aquella mujer tan seductora en medio de* su inocencia, volvían á mí como eco de una armonía lejana y conocida cuyas notas apaga la distancia y se pierden en la soledad.

Una tarde, tarde como las de mi país, engalanada con nubes de color de violeta y lampos de oro pálido, bella como María, bella y transitoria como fué ésta para mí, ella, mi hermana y yo, sentados sobre la ancha piedra de la pendiente, desde donde veíamos á la derecha en la honda vega rodar las corrientes bulliciosas del río, y teniendo á nuestros pies el valle majestuoso y callado, leía yo el episodio de Átala, y las dos, admirables en su inmovilidad y abandono, oían brotar de mis labios toda aquella melancolía aglomerada por el poeta para " hacer llorar al mundo. " Mi hermana, apoyado el brazo derecho en uno de mis hombros, la cabeza casi unida á la mía, seguía con los ojos las líneas que yo iba leyendo. María, medio arrodillada cerca de mí, no separaba sus miradas de mi rostro, miradas húmedas ya.

El sol se había ocultado cuando con voz alterada leí las últimas páginas del poema. La cabeza pálida de Emma  leí aquella desgarradora despedida de Chactas


sobre el sepulcro de su amada, despedida que tantas veces ha arrancado un sollozo á mi pecho
:

" Duerme en paz en extranjera tierra, joven desventurada ! En recompensa de tu amor, de tu destierro y de tu muerte, quedas abandonada hasta del mismo Chactas, "

María,dejando de oir mi voz, se descubrió la faz, y por ella rodaban gruesas lágrimas. Era tan bella como la creación del poeta, y yo la amaba con el amor que él imaginó.

Nos dirigimos en silencio y lentamente hacia la casa, i Ay ! mi alma y la de María no sólo estaban conmovidas por esa lectura, estaban abrumadas por el presentimiento.

 

MARÍA XII -Jorge Isaacs

Domingo, 17 de septiembre de 2023

MARÍA XII Historia real por Jorge Isaacs

 María

istoria real por  Jorge Isaacs

…en uno de sus viajes se enamoró mi padre de la hija de un español, intrépido capitán de navio---

La madre de la joven que mi padre amaba exigió por condición para dársela por esposa que renunciase él á la religión judaica. Mi padre se hizo cristiano á los veinte años de edad.

---Sara, su esposa, le había dejado una niña que tenía á la sazón tres años.

---Instó á Salomón para que le diera su hija á fin de educarla á nuestro lado; y se atrevió á proponerle que la haría cristiana. Salomón aceptó diciéndole

:---, sea hija tuya.---Las cristianas son dulces y buenas, y tu esposa debe ser una santa madre.--- tal vez yo haría desdichada á mi hija dejándola judía. No lo digas á nuestros parientes, ---que le cambien el nombre de Ester en el de María. " Esto decía el infeliz derramando muchas lágrimas.

--llevando á Ester sentada en uno de sus brazos, y pendiente del otro un cofre que contenía el equipaje de la niña : ésta tendió los bracitos á su tío, ---Aquella criatura, cuya cabeza preciosa acababa de bañar con una lluvia de lágrimas el bautismo del dolor antes que el de la religión de Jesús, era un tesoro sagrado; mi padre lo sabía bien, y no lo olvidó jamás.

---Contaba yo siete años cuando regresó mi padre, y desdeñé los juguetes preciosos que me trajo de su viaje, por admirar aquella niña tan bella, tan dulce y sonriente. Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura, desde el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa, le dijo : " ésta es la hija de Salomón, que él te envía."

Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron á modular acentos castellanos, tan armoniosos y seductores en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.

---Pocos eran entonces los que conociendo nuestra familia, pudiesen sospechar que María no era hija de mis padres. Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva é inteligente. Cuando mi madre le acariciaba la cabeza, al mismo tiempo que á mis hermanas y á mí, ninguno hubiera podido adivinar cuál era allí la huérfana.

Tenía nueve años. La cabellera abundante, todavía de color castaño claro, ---el acento con algo de melancólico que no tenían nuestras voces; tal era la imagen que de ella llevé cuando partí de la casa paterna : así estaba en la mañana de aquel triste día, bajo las enredaderas de las ventanas de mi madre.

CAPITULO XII

La luna, que acababa de elevarse llena y grande bajo un cielo profundo sobre los montes enlutados, iluminaba las faldas de las montañas, blanqueadas á trechos por las copas de los yarumos, argentando las espumas de los torrentes y difundiendo su claridad melancólica hasta el fondo del valle. Las plantas exhalaban sus más suaves y misteriosos aromas. Ese silencio, interrumpido solamente por el bramido del río, era más grato que nunca á mi alma.

Apoyado de codos sobre el marco de mi ventana, me imaginaba verla en medio de los rosales entre los cuales la había sorprendido en aquella mañana primera : estaba allí recogiendo el ramo de azucenas, sacrificando su orgullo á su amor. Era yo quien iba á Turbar en adelante el sueño infantil de su corazón: podría ya hablarle de mi amor, hacerla el objeto de mi vida, i Mañana ! i mágica palabra la noche en que se nos ha dicho que somos amados ! Sus miradas, al encontrarse con las mías, no tendrían ya nada que ocultarme; ella se embellecería para felicidad y orgullo mío.

Nunca las auroras de julio en el Cauca fueron tan bellas como María cuando se me presentó al día siguiente, momentos después de salir del baño, la cabellera de carey sombreado suelta y á medio rizar, las mejillas tintas de color de rosa suavemente desvanecido, pero en algunos momentos avivado por el rubor; y jugando en sus labios cariñosos aquella sonrisa castísima que revela en las mujeres como María una felicidad que no les es posible ocultar. Sus miradas, ya más dulces que brillantes, mostraban que su

sueño no era tan apacible como había solido. Al acercármele noté en su frente una contracción graciosa y apenas perceptible, especie de fingida severidad de que usó muchas veces para conmigo cuando después de deslumbrarme con toda la luz de su belleza, imponía silencio á mis labios, próximos á repetir lo que ella tanto sabía.

Era ya para mí una necesidad tenerla constantemente á mi lado ; no perder un solo instante de su existencia abandonada á mi amor ; y dichoso con lo que poseía y ávido aún de dicha, traté de hacer un paraíso de la casa paterna. Hablé á María y á mi  her mana del deseo que habían manifestado de hacer algunos estudios elementales bajo mi dirección : ellas volvieron á entusiasmarse con el proyecto, y se decidió que desde ese mismo día se daría principio.

Convirtieron uno de los ángulos del salón en gabinete de estudio ; desclavaron algunos mapas de mi cuarto; desempolvaron el globo geográfico que en elescritorio de mi padre había permanecido hasta entonces ignorado ; fueron despejadas de adornos dos

consolas para hacer de ellas mesas de estudio. Mi madre sonreía al presenciar todo aquel desarreglo que nuestro proyecto aparejaba.

Nos reuníamos todos los días dos horas, durante las cuales les explicaba yo algún capítulo de geografía, leíamos algo de historia universal, y las más vecesmuchas páginas del *' Genio del cristianismo. " Entonces pude avaluar todos los talentos de María: mis frases quedaban grabadas indeleblemente en su memoria, y su comprensión se adelantaba casi siempre con triunfo infantil á mis explicaciones.

Emma había sorprendido el secreto y se complacía en nuestra inocente felicidad. ¿Cómo ocultarle yo en aquellas frecuentes conferencias lo que en mi corazón pasaba? Emma debió de observar mi mirada inmóvil sobre el rostro hechicero de su compañera mientras daba ésta una explicación pedida. Había visto ella temblarle la mano á María si yo se la colocaba sobre algún punto buscado inútilmente en el mapa. Y siempre que sentado cerca de la mesa, ellas en pie á uno y otro lado de mi asiento, se inclinaba María para ver mejor  algo que estaba en mi libro ó en las cartas, su aliento, rozando mis cabellos, sus trenzas, al rodar de sus hombros, turbaron mis explicaciones, y Emma pudo verla enderezarse pudorosa.

En ocasiones, quehaceres domésticos llamaban la atención á mis discípulas, y mi hermana tomaba siempre á su cargo ir á desempeñarlos para volver un rato después á reunírsenos. Entonces mi corazón palpitaba fuertemente. María con la frente infantilmente grave y los labios casi risueños, abandonaba á las mías alguna de sus manos aristocráticas sembradas de hoyuelos, hechas para oprimir frentes como la de Byron ; y su acento, sin dejar de tener aquella música que le era peculiar, se hacía lento y profundo al pronunciar palabras suavemente articuladas que en vano probaría yo á recordar hoy ; porque no he vuelto á oirlas, porque pronunciadas por otros labios no son las mismas, y escritas en estas páginas aparecerían sin sentido. Pertenecen á otro idioma, del cual hace muchos años no viene á mi memoria ni una frase.

ENTRADA DESTACADA

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