martes, 25 de febrero de 2025

LOS PRIMEROS DIAS DEL CRISTIANISMO *FARRAE* vi-4

LOS PRIMEROS DIAS DEL CRISTIANISMO

BY

FREDERIC W. FARRAR, D.D., F.R.S. ;

LONDRES

1884

vi-4

 A veces he proporcionado una traducción muy exacta y literal; a veces una paráfrasis libre; algunas  veces un resumen rápido; a veces un comentario continuo,  evitando todo desfile de referencias eruditas, he pensado que el lector Generalmente preferiría la expresión breve de una opinión definitiva. a la reiteración de muchas teorías desconcertantes. Ni en este, ni en los volúmenes anteriores he evitado deliberada o conscientemente una sola dificultad. Una frase pasajera a menudo expresa una conclusión. que sólo se ha formado después de un largo y tedioso estudio monografíco.  Especialmente en las notas a pie de página he comprimido en el espacio más pequeño posible lo que parecía ser lo más inmediato valioso para ilustrar palabras o alusiones particulares. En la elección de lecturas he ejercido un juicio independiente, si mi elección coincide en la mayoría de los casos con la de los Revisores de la Nuevo Testamento, esto sólo ha surgido del hecho de que he sido guiado por los mismos principios que ellos. Este volumen, al igual que el "La Vida de Cristo" y la "Vida de San Pablo", fueron escritas antes de que se conociesen  las lecturas adoptadas por los revisores, y sin la ayuda importante que de otro modo habría obtenido de su invaluable labores.

El propósito que he tenido en mente ha sido, confío, en sí mismo digno, por mucho que haya fallado en su ejecución. Un  escritor vivo eminente ha hablado de sus obras en términos , que, en medida muy humilde, me parece aplicada a la mía. "Yo he hecho" dijo el Cardenal Newman—en un discurso pronunciado en 1879—"muchos errores . No tengo nada de esa alta perfección que pertenece a los escritos de los santos, es decir, que no se puede encontrar error en ellos. Pero lo que confío que puedo afirmar en todo lo que he escrito es esto: una intención honesta ; una ausencia de fines personales; un temperamento de obediencia; una voluntad de ser corregida; un temor al error;( a equivocarme)  un deseo de servir a la Santa Iglesia; y " (aunque esto es quizás más de lo que tengo derecho a decir) "por medio de la Divina misericordia  ( deseo) una buena medida de éxito".

St. Margaret's Rectory, Westminster,

June 7th, 1882.

*Aprovecho esta oportunidad para agradecer al reverendo John de Soyres y al señor W. R. Brown la ayuda que me han prestado para preparar este libro para su impresión.*

 LOS PRIMEROS DIAS DEL CRISTIANISMO

LIBRO I

EL MUNDO

CAPITULO I

CONDICIÓN MORAL DEL MUNDO

La época que presenció el crecimiento temprano del cristianismo fue una época cuyo horror y degradación rara vez han sido igualados, y tal vez nunca superados, en los anales de la humanidad. Si tuviéramos que formarnos nuestra única estimación de ella a partir del espeluznante cuadro de su maldad, que San Pablo en más de un pasaje ha pintado con unos pocos trazos poderosos, podríamos suponer que la estamos juzgando desde un punto de vista demasiado elevado. Se nos podría acusar de arrojar una sombra demasiado oscura sobre los crímenes del paganismo, cuando lo ponemos como contraste del lustre de una santidad ideal. Pero incluso si San Pablo nunca se hubiera detenido en medio de sus razonamientos sagrados para estampar su terrible marca sobre el orgullo del paganismo, todavía habría habido abundantes pruebas de la maldad anormal que acompañó la decadencia de la civilización antigua. Están estampadas en sus monedas, talladas en sus gemas, pintadas en las paredes de sus cámaras, esparcidas sobre las páginas de sus poetas, satíricos e historiadores.

"¡Por tu propia boca te juzgaré, siervo malvado!" ¿Hay alguna época que sea tan instantáneamente condenada con la simple mención de sus gobernantes como aquella que recuerda los nombres sucesivos de Tiberio, Gainus, Claudio, Nerón, Galba, Otón y Vitelio, y que después de un breve destello de mejores ejemplos bajo Vespasiano y Tito, se hundió al final bajo la horrible tiranía de un Domiciano? ¿Hay alguna época cuyas características malvadas se imponen tan instantáneamente en la mente como aquella cuya historia y condición moral aprendemos principalmente de las reliquias de Pompeya y Herculano, las sátiras de Persio y Juvenal, los epigramas de Marcial y los terribles registros de Tácito, Suetonio y Dión Cassius?

 Y sin embargo, incluso debajo de esta profundidad más baja, hay una profundidad más baja; porque ni siquiera en sus páginas oscuras se exponen las profundidades de Satanás tan descaradamente a la mirada humana como en las sórdidas ficciones de Petronio y de Apuleyo.

Pero, afortunadamente, no es mi deber detenerme en los crímenes y la miseria retributiva de ese período. Sólo necesito hacer una alusión pasajera a su enorme riqueza; su autocomplacencia sin límites; su lujo grosero y de mal gusto; su avaricia codiciosa; su sentido de inseguridad y terror; 1 su apatía, libertinaje y crueldad; : su fatalismo sin esperanza; 3 su tristeza y cansancio indescriptibles; 4 sus extrañas vagabundeos tanto de infidelidad como de superstición.*

En el extremo más bajo de la escala social se encontraban millones de esclavos, sin familia, sin religión, sin posesiones, que no tenían derechos reconocidos y hacia los cuales nadie tenía deberes reconocidos, pasando normalmente de una infancia de degradación a una edad adulta de penurias y a una vejez de descuido sin piedad.6 Sólo un poco por encima de los esclavos se encontraban las clases bajas, que formaban la gran mayoría de los habitantes nacidos libres del Imperio Romano.

***1 2 Cor. vii. 10; " Interciderat sortis hutnanae oommercium vi metus," Tac. Ann.

vi. 19; "Pavor interims occupavcrat animos," id. iv. 70. See the very remarkable

passage of Pliny (" At Hercule homini plurima ex homine mala sunt," H. N. vii. 1).

3 Mart. Ep. ii. GG ; Juv. vi 491.

3 Lucan, Phnrs. i. 70, 81 ; Suet. Tib. 69 ; Tac. Atirk. 42 ; Ann. iii. 18, iv. 26 ; " Sed

mihi haec et talia audienti in incerto judicium est, fatone res mortalium et necessitate

immutabili an forte volvantur," Ann. vi. 22 ; Plin. H. If. ii. 7 ; Sen. De Bene/, iv. 7.

Tácito, con todos sus recursos, encuentra difícil variar su lenguaje al describir tantos suicidios. 6 Véase mi Testigos de la historia de Cristo, pág. 101; Buscadores de Dios, pág. 38. Las "taurobolies" y *'kriobolies (baños en sangre de toros y carneros) marcan la extrema sensualidad de la superstición. Véase Dollinger, Gentile and Jew, ii. 179; De Pressense, Trois Premiers Siccles, ii. 1-60, etc.

6 Some of the loci elassiei on Roman slavery are : Cic. He Hep. xiv. 23 ; Juv. vi. 219,

x. 183, xiv. 16 -24 ; Sen. Ep. 47 ; Dc Ira, iii. 35, 40 ; De Clem. 18 ; Controv. v.33;De

Vit. Bent. 17 ; Plin. H. N. xxxiii. 11 ; Pint. Cato, 21. Vcdius Pollio and the lampreys

(Plin. H. N. ix. 23).

Senadores eminentes defendieron abiertamente la brutal ley que establecía que, cuando un amo fuera asesinado, sus esclavos, a menudo en número de centenares, debían ser condenados a muerte. Estos hechos, y muchos otros, se encuentran recopilados en Wallon, I>e fL'tc/araric dans VAntiquiU ; Friedlander, Sittengcsch. Bom* ; Becker, Gallus, E. T. 199-225 ; Dollinger, Judenth. u. Hcidtnth. ix 1, § 2. Se calcula que en el Imperio no pudo haber menos de 60.000.000 de esclavos (Le Maistre, Z>u Pafic, i. 283). Eran tan numerosos que se los dividía según sus nacionalidades (Tac. Ann. iii. 53), y cada esclavo era considerado un enemigo potencial (Sen. Ep. xlvii.l.

En su mayoría, eran mendigos y holgazanes, familiarizados con las más groseras indignidades de una dependencia sin escrúpulos. Despreciaban una vida de honesta industria, solamente pedían pan y los juegos del circo, y estaban dispuestos a apoyar a cualquier gobierno, incluso al más despótico, si satisfacía esas necesidades.

 Pasaban las mañanas holgazaneando en el Foro, o bailando para asistir a las fiestas de los clientes, por cuyas generosidades luchaban diariamente.1 Pasaban las tardes y las noches chismorreando en los Baños Públicos, disfrutando sin ganas de las obras contaminadas del teatro, o mirando con feroces escalofríos de horror deleitado los sangrientos deportes de la arena. Por la noche se arrastraban hasta sus miserables buhardillas en los pisos sexto y séptimo de las enormes insulae, las casas de huéspedes de Roma, en las que, como en las bajas casas de huéspedes de los barrios más pobres de Londres, se agolpaba todo lo que era más miserable y más vil.1 Su vida, como nos la describen sus contemporáneos, estaba compuesta en gran parte de miseria, miseria y vicio. Inmensurablemente alejada de estos hombres libres necesitados y codiciosos, y viviendo principalmente entre multitudes de esclavos corruptos y obsequiosos, se encontraba la multitud cada vez más reducida de ricos y nobles.3 Cada época en su declive ha exhibido el espectáculo del lujo egoísta al lado de la pobreza abyecta; de... "La riqueza, un monstruo atiborrado en medio de poblaciones hambrientas: "-

Pero en ningún lugar y en ningún período estos contrastes fueron tan sorprendentes como en la Roma imperial. Allí, toda una población podía temblar por temor a morir de hambre debido a la demora de un barco de trigo alejandrino, mientras que las clases altas derrochaban una fortuna en un solo banquete,4 bebiendo mirra y jarrones adornados con joyas que valían cientos de libras,* y dándose un festín con cerebros de pavos reales y lenguas de ruiseñores.6 Como consecuencia, las enfermedades eran moneda corriente, los hombres vivían poco e incluso hasta las mujeres eran propensas a la gota. 1 En gran parte de Italia, la mayoría de la población libre tenía que contentarse, incluso en invierno, con una túnica, y el lujo de la toga se reservaba sólo, como forma de honor, a los cadáveres. 3 Sin embargo, en esa misma época, el vestido de las damas romanas exhibía un esplendor inaudito. El viejo Plinio nos cuenta que él él mismo vio a Lolia Paulina vestida para un banquete de compromiso con un vestido completamente cubierto de perlas y esmeraldas, que había costado cuarenta millones de sestercios, 3 y que se sabía que era menos costoso que algunos de sus otros vestidos. 4

La gula, el capricho, la extravagancia, la ostentación, la impureza, se amotinaban en el corazón de una sociedad que no conocía otros medios para romper la monotonía de su cansancio o aliviar la angustia de su desesperación.

***1 Suetonio Ner. 16; Mercado. IV. 8, viii. B.O.; Juv. i. 100, 128, iii. 269, etc 5 jóvenes. Se sentó. iii 60—65; Atlián. 17, § 36; Tac. Ana. xv. 44, " quo cuncta undique ttrocia aut pudenda confluunt; " Vitruv. II. 8; Sebo. Ner. 38. Había 44.000 imlat en Roma a sólo 1.780 domus (Becker, Gallus, E. T., p. 232). 1 Entre los 1.200.000 habitantes de la antigua Roma, incluso en tiempos de Cicerón, había apenas 2.000 propietarios (Cic. Dt Off. ii. 21). • Véase Tac. Ann. iii. 55. 400.000 sestercios (Juv. xi. 19). Si tomamos como estándar de 100.000 sestercios en la época de Augusto 1.080 libras esterlinas (que es un poco inferior al cálculo de Hultsch), esto sería 4.320 libras esterlinas. 30.000.000 testercios (Sen. Ep. xcv. ; Sen. ail. Hde. % En los días de Tiberio, tres salmonetes se habían vendido por 30.000 sestercios (Suet. Tib. 341. Incluso en los días de Pompeyo, los romanos habían adoptado la repugnante práctica de prepararse para una cena tomando un vomitivo.  ( = para seguir tragando más) Vitelio puso sobre la mesa en un banquete 2.000 peces «y 7.000 aves, y en menos de ocho meses gastó en festines una suma que ahora ascendería a varios millones. ' Plin. H. N. viii. 48, xxxvii. 18. • " Portenta luxuriae", Sen. Ep. ex. ; Plin. H. N. be. 18, 32, x. 51, 72. Petron. 93 ; Jnv. xi 1-55, v.92—100; Macrob. Se sentó. III. 12, 13; Senador Ep. lxxxix. 21; Mercado. Ep. lxx. 5; Latnpridius, EUu/nb. 20; Sebo. Villal. 13. Sobre el lujo de la época en general, véase el senador Dt Brer. Vit. 12; Ep. xcv.***

"En aquel duro mundo paterno cayó el asco y el asco secreto; un profundo cansancio y una lujuria saciada hicieron de la vida humana un infierno. En su fresco salón, con los ojos demacrados, el noble romano se bañaba con furiosos pasos por la Vía Apia; hizo un banquete, bebió tercamente y con rapidez, y coronó su cabello con flores; no hay ni más fácil ni más rápido que las horas impracticables.

En la cima de todo el sistema en decadencia —necesario, pero detestado— elevado indefinidamente por encima de lo más alto, pero viviendo en miedo de lo más bajo, oprimiendo a una población a la que aterrorizaba, y aterrorizado por la población a la que oprimía5estaba un Emperador, elevado al pináculo más divino de la autocracia, pero consciente de que su vida pendía de un hilo; un Emperador que, en la terrible frase de Gibbon, era a la vez sacerdote, ateo y dios7 La condición general de la sociedad era la que podría haberse esperado de la existencia de estos elementos. Los romanos habían entrado en una etapa de degeneración fatal desde el primer día de su estrecho intercambio con Grecia.8 Grecia aprendió de Roma su crueldad a sangre fría; Roma aprendió de Grecia su voluptuosa corrupción.(= que incita, promueve  el placer sensual o sexual, complacencia  en  erótico, libertino. Lascivo, abundancia de placer, “perfume voluptuoso” )

1 Sen. Ep. xcv. 15—29. At Herculaneuni many of the rolls discovered were cookery

2 juv. i. 171 ; Mart. ix. 58, 8.

3 £432,000.

* Pliny, H. A", ix. 35, 5G. He also saw Agrippiua in a robe of gold tissue, id.

xxxiii. 19.

6 Juv. iv. 153 ; Suet. DomiL 17.

6 Tac. Ann. vi. 6 ; Suet. Claud. 35.

" "Ooelum decretum," Tac. Ann. i. 73 ; " Dis aequa potestas Caesaris," Juv. iv. 71 ;

Plin. Pane/. 74—5, " Civitas nihil felicitati suae putat adstrui, posse nisi ut IH Caesarem

imitentur." (Of. Suet. Jul. 88; Tib. 13, 58; Aug. 59; Calvj 33; Veep. 23 Domit. 13).

Lucan, vii. 456 ; Philo, Leg. ad Oaium passim ; Dion Cass, lxiii. 5, 20 ; Martial, pansim ;

Tert. Apol. 33, 34 ; Boissier, La Rcl. Bomaine, i. 122—208.

8 The degeneracy is specially traceable in their literature from the days of Dnutus

onwards.

 

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