lunes, 27 de febrero de 2023

EL AGUA SALADA QUE DERROTO AL AFRIKA KORPS

 Viernes, 29 de abril de 2016

EL AGUA SALADA QUE DERROTO AL AFRIKA KORPS Abril 1944 Por el mayor Peter W. Rainier

Un episodio fantástico, casi increíble, que fue el principio de la derrota de los alemanes en
África.
 La sed que inició la huida de Egipto
(Condensado de “Pipe Line to Battle”
Selecciones Abril 1944
  Por el mayor
Peter W. Rainier

Casi todo el mundo cree que fue en El Alamein donde los ingleses contuvieron el avance de los alemanes hacia Egipto. Y no fue allí. El 3 de julio de 1942 Rommel hendió el centro de las fuerzas que trataban de detenerlo. Por la brecha se lanzaron los restos de sus tres divisiones blindadas. Al llegar la noche habían salvado los alemanes la mitad de los 80 kilómetros que separan El Alamein de Alejandría.
Al día siguiente, uno de los más memorables y decisivos de esta guerra, se desarrolló en aquellas arenas caldeadas uno de los más singulares  dramas que es dable imaginar.
 Los soldados de Rommel divisaban ya  las torres de Alejandría. Ante sus ojos codiciosos se ofrecía, bañado por el oro de un sol de victoria, el galardón por el cual llevaban dos años combatiendo sin tregua en pleno, inclemente desierto. Descanso…víveres…agua__sobre todo agua para calmar la tortura de las fauces resecas__todo estaba allí, casi al alcance de la mano.
Más, de repente, se alza en el desierto, entre ellos y la ciudad, una nube de polvo. Eran los restos del Octavo Ejército: medio centenar de tanques, unas cuantas piezas de Campaña, unos camiones  llenos de infantes fatigados.
Las fuerzas del enemigo eran poco más o menos iguales a las inglesas. Le quedaban 50 tanques. Disponía de los mismos efectivos: unos 5000 hombres. Era superior, eso sí, en potencia de fuego. No había frente a él cañones capaces de medirse con sus famosos ochenta y ochos.
  ¡Del valor de un puñado de hombres iba a depender la suerte de toda una jornada importantísima! Si no se hubiese  contenido aquella mañana a las legiones de Rommel, Alejandría hubiese  caído en poder del enemigo; toda el África se habría perdido; Rusia se habría visto flanqueada por el Cáucaso; el eje hubiese extendido sus tentáculos, a través del Asía, hasta el Japón.
  El combate, recio, continuo, fiero, duró toda aquella  mañana. Era tal el cansancio de parte y parte, que los soldados apenas podían apuntar. Arena amasada con sudor les cubría los encarnizados ojos. Al empezar la batalla, ambos contendientes estaban al borde del agotamiento físico. Quedaría vencido aquel en quien el ánimo flaqueara primero. 
  El sol se acercaba ya al cenit. Habían llegado los ingleses casi al término de su resistencia, cuando los alemanes empezaron a ceder. Diez minutos más, y hubieran sido los ingleses los que hubieran cedido. Los tanques Mark IV iniciaron la retirada.  Fueron abandonando lentamente, como a su pesar, el palenque.
  Entonces sucedió algo portentoso, inverosímil. Mil cien hombres de la 90ª, División blindada ligera del Afrika Korps, avanzaron,  hacía las líneas inglesas tambaleándose como ebrios, los brazos en alto. La captura de un puñado nada más de soldados de la 90ª, habría sido timbre de orgullo para un regimiento inglés. Pero la rendición así, incondicional, súbita, sin lucha, de mil cien de aquellos veteranos de leyenda, era algo que rayaba en milagro.
 Cuando los alemanes se aproximaron y los ingleses pudieron verlos mejor, empezaron a sospechar la causa de aquella entrega increíble. Venían con la lengua fuera, una lengua enorme, túmida, agrietada, negra de sangre. Se arrojaron como locos sobre los soldados, les arrancaron del cuello las cantimploras y aplicaron ávidamente los labios requemados. Hablé con varios y he aquí lo que  me contaron:
   El día anterior, cuando rompieron nuestras líneas en El Alamein, llevaban ya 24 horas sin probar gota de agua. En las posiciones  que abandonamos encontraron una cañería de agua de 15 centímetros. En los lugares en que la cañería estaba a flor de tierra no tuvieron más que abrirle agujeros, arrodillarse y apagar la sed en el fresco chorro borbotante. Fueron  unos mil los que bebieron de aquella agua. Ya habían tragado a grandes sorbos, cuando el gaznate les avisó tardíamente que era agua salada.
Pasaron la noche presa de indecibles padecimientos.
En el combate de la siguiente mañana los sostenía la esperanza, la seguridad, de aplacar pronto la sed  torturadora en Alejandría. Pero cuando vieron a sus tanques retroceder, no pudieron soportar más. Un impulso  colectivo los lanzó hacía las líneas del Octavo Ejército, hacía donde había agua.
Ahora bien,  ¿Por qué era salada el agua de aquella cañería?  Como tuve a mi cargo  el suministro de agua al octavo ejército, conozco la razón.  Aquella cañería era nueva, y yo nunca derrocho agua dulce, potable, en probar las cañerías. Siempre empleo para el caso agua salada. Si los efectivos blindados alemanes hubiesen roto nuestras líneas en El Alamein 24 horas antes, habrían hallado la cañería sin agua. En cambio, 48 horas después, la habrían hallado llena de agua potable. En el primer instante, aguijados por la necesidad, embotado el sentido del gusto por la propia sed y por el agua pésima que bebían desde hacía tanto tiempo, no sintieron el sabor salado.
  Sin esa circunstancia, creo que los alemanes hubieran  resistido más que  los ingleses. Y
Alejandría, indefensa, habría caído en su poder.
  ¡Mentira parece que un hecho tan inesperado y, a primera vista, tan baladí, pueda cambiar el curso de la Historia¡__

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