miércoles, 22 de febrero de 2023

DOS CABALLEROS DE VERONA -

SELECCIONES DEL READER´S DIGEST
 Selecciones del Reader's Digest
 TOMO XVII
No. 102
MAYO DE 1949
Condensaciones de artículos de interés permanente, coleccionadas en folleto
Abnegada epopeya de afecto Juvenil
DOS CABALLEROS DE VERONA
 Por A. J. Cronin
Autor de RShannon's Way,, «Haner's Castle,
«The Keys of the Kingdom," etc

 NUESTRO automóvil descendía por las colinas al pie de los Alpes y ya íbamos llegando a las afueras de Verona cuando dos muchachuelos que estaban a un lado del camino nos hicieron señas de detenernos. Eran vendedores de fresas silvestres, fresas de vivo  color rojo colocadas sobre un fondode hojas verdinegras en cestillas de  mimbre.
—No compren ustedes eso—nos advirtió Luigi, nuestro cauto chofer— En Verona encontrarán fresas mucho mejores. Además, estos chicos...— Se encogió de hombros para expresar su desagrado por la astrosa ápariencia de los vendedores.
Uno de ellos llevaba un suéter raído y unos pantalones de caqui recortados; el otro, una chaqueta militar mal acomodada a su tamaño, que formaba grandes pliegues en torno al flaco cuerpo. Pero mirando aquellas pobres criaturas de bronceada piel, revuelta cabellera  y graves ojos oscuros senti extraña atracción. Mi compañero les habló y supimos que eran hermanos. El mayor se llamaba Nicola y tenía 13 años; Jacopo que apenas llegaba a la manija de nuestra portezuela, iba a cumplir 12. Les compramos el cesto más grande y continuamos hacia la ciudad.
Verona es una linda ciudad rica en interés histórico, de tranquilas calles medievales y espléndidos edificios de un exquisito color de miel pálida. Es fama que Romeo y Julieta vivieron allí. Los bombardeos de la última guerra la han dejado sin puentes pero no ha perdido alegría ni gracia.
Cuando salimos del hotel a la mañana siguiente nos detuvimos sorprendidos al encontrar junto a1a fuente de la plaza pública a nuestros amiguitos de la tarde anterior inclinados sobre sendas cajas de limpiabotas, trabajando afanosamente.
Estuvimos mirándolos unos instantes y cuando la clientela aflojó les abordamos. Nos saludaron con afectuosa sonrisa.
. —Yo creía—les dije—que ustedes se ganaban la vida recogiendo fruta.
—Hacemos muchas cosas, señor—repuso gravemente Nicola.
Y luego lanzándonos una mirada de esperanza agregó:
—Algunas veces enseñamos la ciudad a los forasteros... los llevamos a la tumba de Julieta... y a otros sitios interesantes.
—Está bien le contesté adivinando su intención— Vengan con nosotros. Queremos ver todo eso.
Mientras recorríamos la ciudad volvió a inspirarme interés su curioso. comportamiento. Eran pueriles y en varios aspectos muy cándidos. Jacopo, aun cuando tenía los labios más pálidos de lo normal, era vivaz como una ardilla. Nicola estaba siempre sonriendo con atractiva simpatía. Sin embargo aquellos dos rostros infantiles tenían una seriedad que inspiraba respeto, un aire de decisión muy superior a sus años.
Durante la semana siguiente los vimos con frecuencia porque nos eran útiles en extremo. Si queríamos una cajetilla de cigarrillos norteamericanos, o localidades para la ópera, o el nombre de un restaurante donde sirviesen buenos ravioli,  podíamos confiar en que Nicola y Jacopo sabrían satisfacer nuestros deseos con alegre eficacia.
Lo que más nos extrañaba en ellos era su incansable afán de trabajar. En el día bajo el ardiente sol de verano y en las largas tardes cuando soplaba la desapacible brisa de la montaña, limpiaban zapatos, vendían fruta, voceaban periódicos, guiaban turistas, hacían mandados y explotaban todas las oportunidades que la perturbada economía de la ciudad ponía a su alcance/
Cierta noche ventosa los encontramos en la desierta plaza descansando en la acera de piedra a la pálida luz de los arcos voltaicos. Nicola, con cara en que se pintaba el cansancio, estaba sentado y tenía a los pies un montón de periódicos. Jacopo dormía con con la cabeza apoyada en el hombro de su hermano. Era casi medianoche.
— ¿Por qué están tan tarde en la calle, Nicola ?
Mis palabras le causaron momentáneo sobresalto pero en seguida me dirigió su habitual mirada tranquila y grave.
Estamos esperando el último autobús de Padua. Cuando llegue venderemos todos estos periódicos.
¿Pero necesitan trabajar tanto?

 Los dos parecen muy cansados.
-- No nos quejamos, señor.
El tono con que me respondió, aunque perfectamente cortés, no daba ánimos para continuar haciéndole preguntas. Pero al otro día cuando fui a la fuente para que me limpiara los zapatos le dije:
--Nicola, con lo mucho que Jacopo y tú trabajan han de ganar bastante dinero. No gastan nada en ropa. Comen poco: cuando los veo haciendo una comida suele consistir en higos y pan negro. Dime ¿qué hacen con el dinero?
La sangre se agolpó a sus mejillas bronceadas; luego se puso pálido y haciendo un esfuerzo para hablar me contestó con los ojos clavados en el suelo:
—Tenemos ciertos planes, señor.
— ¿Qué planes?
Sonrió forzadamente con aquel aire extraño que me desconcertaba siempre. —Planes nada más.
—Bueno—le dije— Nosotros nos marchamos el lunes.¿ Puedo hacer algo por ustedes antes de
irme?
Nicola movió la cabeza negativamnte pero de pronto las ventanillas de la nariz de Jacopo se dilataron como las de un cachorro y dijo ansiosamente.
--Señor, todos los domingos vamos de visita al campo, a Poleta, treinta kilómetros de aquí. Solemos alquilar bicicletas para ir. Pero mañana ya que usted es tan bueno podría mandarnos en su auto.
Había dicho ya al chofer que tenía el domingo libre, pero respondí:
-- Bueno. Los llevaré yo mismo.
Hubo una pausa. Nicola miraba a su hermano con aire de reproche.
—No queremos molestarlo, señor.
—No será molestia.
Sé mordió los labios y dijo en tono resignado:
—Entonces está bien.
La tarde siguiente los llevé en automóvil hasta la pintoresca aldehuela situada en lo alto de la ladera al abrigo
de bosques de castaños, con algunos pinos en sus cuestas más elevadas y un lago intensamente azul a sus pies. Imaginaba yo que nos dirigíamos a alguna vivienda humilde, pero siguiendo las instrucciones que daba la aguda vocecilla de Jacopo nos detuvimos ante una gran villa de techo rojo, rodeada por alto muro de piedra. Yo no daba crédito a mis ojos-y antes que volviese de mi asombro los dos pasajeros habían saltado ágilmente del auto.
—No, tardaremos mucho, señor—dijeron— Es posible que sólo una hora. Tal vez le guste ir al café del pueblo y tomar algo.
Luego doblaron la esquina del muro y desaparecieron.
Transcurridos algunos minutos seguí el camino que habían tomado ellos. Encontré una entrada lateral cerrada con verja y toqué decididamente el timbre.
Acudió una mujer de cara simpática y un tanto rubicunda que llevaba gafas con armazón de acero. Me quedé de una pieza cuando vi que vestía el uniforme blanco de las enfermeras profesionales.
—Acabo de traer hasta aquí a dos chiquillos... .
—¡Ah, sí! —Se le alegró la cara y abrió la verja para hacerme pasar Nicola y Jacopo. Voy a llevarlo arriba.
Me guió por el fresco vestíbulo embaldosado hasta el hospital... porque la villa había sido trasformada en hospital. Atravesamos un corredor de piso encerado y lustroso entre salas bien arregladas. Subimos luego hasta una galería que miraba al sur y tenía- una hermosa vista Sobre los jardines y el lago. En el umbral dc, una alcoba pequeña la enfermera se detuvo, llevóse un dedo a los labios y sonriendo me invitó a mirar a través de la puerta vidriera.
Los dos muchachos estaban sentados junto a la cama de una joven como de 20 años que, reclinada sobre un montón de almohadas y vistiendo lindo peinador de encaje, escuchaba su charla con ojos rebosantes de ternura. A despecho de las rosetas rojas de sus pómulos y de la extraña inercia de su postura, una mirada bastaba para descubrir el parecido que tenía con sus dos hermanos. Sobre la mesa había un jarrón con flores silvestres junto a un plato de fresas y algunos libros.
— ¿Por qué no entra usted ? —murmuró la enfermera— A Lucía le gustaría verlo.
Negué con la cabeza y di media vuelta para marcharme. No me podía entrometer en aquella reunión de familia. Pero me detuve al pie de la escalera y rogué a mi acompañante que me contase cuanto supiera sobre aquellos muchachos.
Lo hizo de la mejor gana. Me dijo que sólo tenían en el mundo a su hermana Lucía. Su padre, famoso cantante de La Scala, había sido muerto al principio de la guerra. Poco después una bomba destruyó la casa que habitaban, dejándolos en la calle. Acostumbrados a una vida cómoda y culta Lucía se preparaba para cantar en la óperahabían sufrido horriblemente los rigores del hambre y las inclemencias del crudo invierno verones
 Por espacio de meses se mantuvieron vivos a duras penas en una especie de choza que construyeron con sus propias manos entre los escombros. Luego la Guardia Selecta Alemana estableció el cuartel  general en Verona y durante tres años pavorosos gobernó la ciudad con despiadado rigor. Los muchachos odiaban con todas sus potencias a los tiránicos invasores y cuando se inició el movimiento de resistencia fueron de los primeros en incorporarse. No se trataba de "Jugar a la guerra. » Sus pocos años y su insignificante pequeñez, sumadas al íntimo conocimiento que tenían de las montañas vecinas, les daban inapreciable valor. Los utilizaron para llevar mensajes a las fuerzas de liberación y, lo que todavía era más peligroso, para obtener informes sobre los movimientos de las tropas alemanas.
La amable enfermera cuyos ojos humedecía el llanto se detuvo un instante; luego reanudó su relato con creciente emoción.
—No acierto a decirle a qué grado de abnegación llegaron estos chiquillos. Cómo se aventuraban en medio de la tinieblas de la noche por los atajos de las montañas llevando ocultas en los zapatos cartas que podían causar su fusilamiento. Y cuando todo terminó y volvimos por fin a estar en paz regresaron junto a su amada hermana... para encontrarla atacada de tuberculosis espinal contraída en las miserias de la guerra.
Hizo una pausa para tomar aliento.
—Pero ellos no se dieron por vencidos. Trajeron a su hermana aquí y nos suplicaron que la admitiésemos. En doce meses de estar con nosotros ha mejorado mucho. Tenemos fundadas esperanzas de que un día podrá caminar otra vez y dedicarse de nuevo al canto. Naturalmente, como todo es ahora tan difícil y los alimentos tan escasos y caros, el hospital no puede sostenerse sin cobrar ciertos honorarios. Pero los hermanos de Lucía pagan su cuenta todas las semanas. No sé lo que hacenañadió con simple sinceridad—Nunca les pregunto. El trabajo escasea en Verona. Pero hagan lo que hagan, sé que es bueno.
Sí—confirmé—no puede ser mejor.
Esperé afuera hasta que los muchachos volvieron y los llevé de regreso a la ciudad. Sentados ]unto a mí permanecieron sin hablar palabra, sumidos en una especie de intimo contentamiento. Yo me abstuve de decirles nada. Era mejor dejarlos en la creencia de que habían guardado a salvo su secreto. Pero aquella silenciosa epopeya de afecto fraternal me conmovió profundamente. La guerra con su secuela de horrores no había quebrantado el espíritu de esos dos chiquillos. Y si les impuso una madurez precoz, ellos la aceptaron con valor y dignidad. Su conducta parecía dar nueva nobleza a la vida y acrecentar la esperanza de una sociedad humana fundada sobre bases de amor y abnegación.
1949    DOS CABALLEROS DE VERONA   
 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

ENTRADA DESTACADA

¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO? POR LUIS PADROSA - 2-

  ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO? POR LUIS PADROSA        Ex sacerdote católico Ex religioso de la Compañía de Jesús Director-fundad...