sábado, 18 de febrero de 2023

2 GUERRA MUNDIAL - VARSOVIA - JOSEPH RACOVER IMPRESIONANTE INVOCACION A DIOS

No recuerdo la fecha exacta (Agosto quizás) , solamente que en el año de 1994, encontré en una tienda de  libros usados, una revista , donde  leí el siguiente artículo, que impacto mi vida. Yo  recién acababa de sufrir una pérdida y dolor inmenso en mi vida. El leer  sobre la vida, sufrimiento y muerte de la familia de Joseph Racover en Polonia, me dio nuevas fuerzas para seguir adelante, considerando que otros han sufrido muchísimo más que uno.  Nota del autor del blog-

Jueves, 13 de abril de 2017

 INVOCACION A DIOS- SEGUNDA GUERRA MUNDIAL- JOSEPH RACOVER

“Zona Franca”. Revista De Literatura e Ideas. Págs. 6-14. Número 49, septiembre 1967. Director: Juan Liscano. Tipografía Vargas.  Edificio Llaguno,  Avenida Urdaneta, torre 1, piso10, Apto. 1—A, Caracas. Venezuela.

PRESENCIA DE ISRAEL
MUCHO ANTES de que estallara el conflicto entre Israel y los países árabes, César Dávila Andrade trajo desde Mérida, para Zona Franca, el estremecedor texto del rabino Racover. Una vez que lo hubimos leído, acordamos publicarlo en nuestra revista junto con otros materiales que respondieran al mismo espíritu profético y combativo. El drama secular del pueblo judío, cuyo poderoso espíritu impregna hasta los tuétanos la cultura occidental, quedaba plasmado en las imprecaciones y escalofriante fe de aquel hombre a quien ya cercaba la muerte. Desde el fondo de sí mismo, clama e interroga a Dios, mientras las balas nazis le buscan. Nuevo Prometeo, con el alma devorada por la desgracia colectiva cernida sobre su pueblo, invoca el Destino y pregunta a la providencia.
Y la respuesta nace de su propia angustia de solitario—, a quien rodea la historia de una colectividad que ha sido la víctima secular de todos los fanatismos y tentativas hegemónicas de poder, desde los más antiguos tiempos.
La pertinaz negativa de los países árabes a dejar vivir a Israel, otorga particular vigencia a este clamor desesperado. Se han vuelto a oir las amenazas de intolerancia v del racismo v la palabra "extermiminación " ha sido pronunciada una y otra vez, dentro del contexto de una proposición de "guerra santa". Ninguna  conciencia libre y despierta puede aceptar ese reto, esos propósitos de destrucción, esa invitación al genocidio, disfrazados de lucha contra el imperialismo. Son los mismos argumentos de odio mesiánico que fundamentaron las agresiones y los exterminio nacional-socialistas. Independientemente de los ínterses políticos regionales o internacionales que están e juego en el Medio Oriente, se impone una razón irrefutable: tanto derecho tienen a vivir los israelitas como los árabes. Zona Franca, con esta entrega, .rinde un homenaje de solidaridad al pueblo de Israel, en momentos en que su destino se confunde con el destino de la paz mundial.
En 1962 un profesor de la Universidad de Mérida__Venezuela__, dignatario de una de las sinagogas más antiguas del Nuevo Mundo, entregó al autor una copia de esta rara crónica de la resistencia judía escrita sobre los escombros mismos del “Santo Ghetto” de Varsovia.
Habían hablado de la Kábala, del Libro de los Esplendores y  de diversos y sorprendentes secretos de la Comunidad judía en el mundo, sobre todo en sus desconocidas relaciones con el trágico destino de los españoles en el inmediato devenir de la historia, desde los días en que éstos, con increíble mezquindad, alquilaban a los hebreos que abandonaban la Península aterrados por la desolación de sus hogares, las sombras de los arbustos, para guarecerse del sol.
 Habían evocado los misteriosos y desconocidos hechos del Sínodo Judío, convocado secretamente a fines de la Guerra civil Española y que lanzara contra España el rayo de la memoria, tratando de enhebrarlo con los irremisibles acontecimientos del devenir::porque los perseguidos de todos los pueblos se hallan también encargados de la reelaboración del tejido de la justicia y de las indiscernibles compensaciones entre los vencidos. Hablaban y esperaban. Fue entonces cuando el escritor judío entregó este documento al autor de esta nota.
Joseph Racover que lo escribió aprovechando las desgarradoras pausas entre los encarnizados ataques de la Tropas de Asalto nazis a los bamboleantes escombros del santo Gheto, usó varios pedazos de papel de estraza provenientes de paquetes de provisiones, y su mesa fue el último tambor de gasolina que Racover guardaba para la voladura de su torre__desmantelada ya__ de capitán. Quería unirse a Dios__al Extremo, al Absoluto__y al primer invasor de su refugio, en un solo abrazo llameante, comunicando al mundo su gesto simbólico  Y lo consiguió.   Poco antes de que se dibujara bajo el dintel en escombros, el primer caso alemán, el escritor había metido su mensaje en un viejo tarro de frijoles desocupado, y lo había tirado al mar de cascotes humeantes del Gheto, en espera de que alguien lo  encontrara un día al remover las ruinas.  Y esas páginas fueron preservadas del fuego en su estuche de hojalata”.
Cesar Dávila Andrade 
Caracas  Noviembre  1966.
     INVOCACION A DIOS 
Varsovia, 20 de Nisán del año 5703.
Yo, Josef Racóver, nacido en Ternopol, Jasíd del rabí de Guer y des­cendiente de los justos, grandes y mártires de las antiguas familias Racóver y los Méizel, escribe estas palabras en momentos en que arden las casas del santo gheto de Varsovia y el edificio en que me hallo está a punto de ser devorado por las llamas. Hace horas se lan­za contra nosotros un fuego de artillería terriblemente intenso; las paredes en torno a mí se agrietan y se hacen polvo bajo el golpe con­tinuo de los cañones. No pasará mucho tiempo antesde que la mo­rada en que me encuentro se convierta en la ardiente tumba de sus defensores.
 Los rayos oblicuos y rojizos que penetran por las hendiduras y tro­neras a través de las cuales hemos disparado contra los asesinos du­rante días y noches interminables, me indican que el sol marcha ya a su ocaso y es la hora indecisa que precede a su puesta. El noble sol ignora quizá lo_poco que ya me importa no volverlo a ver. Cosas feroces han ocurrido en nuestros pechos: nosotros- los piadosos de Israel, los que odiabamos la sangre y la violencia, los que tenemos, como yo, quince siglos de santos antepasados que jamás vertieron la sangre ni de las bestias ni de los hombres, que en los tiempos amargos de las grandes cruzadas se dejaron degollar sin proferir lamento en las tierras de la  Champaña, hoy nos hemos vuelto sanguinarios e implacables, hemos empuñado las armas de la venganza, porque la humanidad impía nos ha molido en sus tahonas, agrió nuestra sangre y ha cuajado en nuestro pecho la antigua leche de la santa ternura. Se han modificado todos nuestros conceptos  y se han petrificado nuestros sentimientos. La muerte lenta o instantánea será nuestra libertadora; hemos vuelto a amar los ani­males,de la selva y sentimos ya profundo dolor cuando se los injuria al compararlos con las bestias podridas que dominan Jafet. No es verdad que el Gran Monstruo Nazista tenga algo de bestial en sí; no ese verdad en modo alguno; es solamente profundo producto de la Europa cristiana, esta Europa de fieras miserables, cuyo espíritu in­fernal al esparcirse por todas las tierras ha corrompido a la huma­nidad entera. El Monstruo Nazista es hijo entrañable de la humani­dad actual; la humanidad entera lo ha engendrado y educado y él es el hijo predilecto de sus más íntimos y ocultos deseos.
Perseguido por los esbirros de la policía nazista me oculté cierta noche en un bosque y hallé entre un pantano a un pobre perro herido  a latigazos,  hambriento y ciego. Ambos sentimos la -igualdad de, nuestra suerte y nos amamos con la ira con que se aman los perse­guidos en la tierra. Se arrastró a mi lado, lodoso y maloliente, hundio su cabeza en mi regazo y me lamió las manos, mis manos llenas de cortaduras por mi lucha con el verdugo que acababa yo de es­trangular. Caí sobre el cuello del pobre perro y lloré inmensamente. No sé si alguna vez podría volver a llorar como aquella fría y ne­gra noche.Y envidié a las bestias su mansedumbre y su dulzura y me avergoncé con toda mi alma, con toda mí alma pura y recia, ma­chacada en el yunque de tres mil años de austero judaísmo, macera­da en la adoración del Dios Supremo durante milenios de terrores infinitos. Y me avergoncé por el hecho de no ser yo perro, sino hombre;
ante aquel ruin animal me avergonzaba de ser hombre, miem­bro de esta especie maldita, nacido en la Europa execrable; a pesar de tres mil años de intransigente *judaísmo. mil años sometidos a la justicia y a la Ley, Tres tratando de no ser como los demás hombres, pero sin poder borrar esa condición miserable y lamentable que nos hace inferiores. a la más hedionda de las alimañas. Los hechos inau-ditos perpetrados en Europa contra Israel nos dan la razón de que no hayamos querido ni queramos nunca ser como los demás hom­bres. Por eso hemos llegado hoy al fondo del abismo: la vida es una desgracia, la muerte es una redentora, el hombre es una piltrafa mal­dita; la bestia es el ideal; el día produce horror y la noche nos emborracha de rabia y de venganza.
Millones de hombres que gozan de la luz, que aman y viven en el mundo lejano, que están enamorados del día con su sol y de la noche con sus tibias penumbras, que gustan y regustan de la tierra con sus vinos, que ríen ante la carne palpitante del fuego y bajan al abis­mo nutricio de las hembras, no tienen noción alguna, ignoran en ab­soluto cómo el recuerdo de lo hermoso, cómo el sabor lejano de la belleza nos ha herido y atormentado. Ignoran cuánta desdicha y de­solación nos trae hoy la luz que en otro tiempo bendijimos. La santa y saludable claridad del día se ha transformado en instrumento de suplicio en manos de los que se han servido de ella para destruir las huellas sangrientas de los que huían de la tortura. 
 Cuando me escondí en los bosques junto con mi mujer y mis seis hijos, la noche, únicamente la noche voluptuosa, nos ocultaba y protegía en su seno pavoroso. El día, el blanco día, en cambio, nos entregaba envueltos en temblor a la espada y al corbacho de los que buscaban nuestra sangre para empapar las rutas de la historia. No he de olvidar jamás aquella aurora iluminada por los estridores de la Ira, cuando la claridad del día granizó incansablemente fuego y plomo sobre los millares de fugitivos que colmaban las rutas polvorosas de Varsovia a Grodno. Eran las bestias rubias que contempló nuestro profeta, vomitando su inmensa cobardía sobre el trigo del Señor. Al levantarse el día se levantaron los aviones férreos y grises y durante un día entero, sin cesar y sin fallar estuvieron matando y destrozando: las ráfagas hendían y rasgaban los cuerpos, tajaban las pelvis de las madres, hacían abortar a las mujeres encinta, degollaban a los niños, trituraban las filas de ancianos, esparcían en los trigales vecinos trozos de cabezas, pedazos de piernas, tripas, miembros viriles, manos unidas a manos, colgajos de carnes y fragmentos de huesos. Las ráfagas hozaban entre pantanos de cadáveres, con método, con ciencia, con germánica delectación. Allí cayó a mi lado mi mujer, rajada en dos por una ráfaga maldita; vi su rostro convertido en un trozo de carne machacada; su cuerpo abierto en dos, en el pecho espumaba entre trozos de ropa y de pulmones la leche de mi último hijo. Con tremendos estertores de animal degollado cesó de palpitar sobre un enorme charco de sangre negra y pegajosa: a su lado mi hijito de seis meses era un guiñapo incontemplable. De mis otros cinco hijos, dos desaparecieron para siempre en aquel día nefando. Eran David y judá, el uno de cuatro años, de seis el otro. Cuando el sol huyó de aquella ruta miserable, oliente a carne rota y a sangre coagulada, los heridos y los vivos que quedaban entre aquella masa de ovejas masacradas, comenzaron a arrastrarse entre las sombras, en dirección a Varsovia. Entonces salieron de los bosques y trigales manadas de perros hambrientos, de cerdos famélicos, de gatos escuálidos, hasta escuadrones, de ratas tímidas, de frío hocico y patas raudas, y empezaron a hartarse de sangre, a roer cadáveres, a desgarrar a los moribundos. Eran los perros, cerdos, gatos y ratas, nobles camaradas, que completaban la obra del heroísmo germánico. A lo largo de kilómetros y kilómetros de piltrafas humanas tropezando con perros gruñentes y dando golpes a los cerdos golosos , yo y mis tres hijos sobrevivientes vagábamos buscando sin esperanza  a mis hijos perdidos. David! ¡David' ;Judá! ¡Judá! Durante toda la noche nuestros gritos rasgaron como cuchillo el silencio mortal de los contornos y un eco del bosque, impotente y desgarrador, contestaba a nuestros gritos con un tono de amargura irredimible. No volví a ver más a mis dos hijos y en el  sueño me fue ordenado que no volviera a preocuparme por su  suerte, pues se encontraban ya en el eterno descanso de la Muerte, en el seno del Supremo  Señor del Universo.
En el término de un año mis tres hijos restantes fallecieron en medio de las Indesriptibles amarguras que se, cernieron sobre el santo y atormentado gheto  de Varsovia. Después de resistir con la mejor carne de sus hombres y mujeres al hierro de la Bestia  Nazi, la nación polonesa fue vencida, aplastada y tratada en forma tal que ningún hijo de las llanuras ubérrimas que riegan el Vistula y el Oder podrá olvidar jamás la inexpiable herida que la pezuña germánica abrió en las carnes de la virgen polonesa. Y los hijos de Israel, asesinados ya en masa sobre las tierras de Ashkenaz, sufrieron centuplicados todos los horrores que afligieron a la nación polaca. No hay palabras en lengua alguna de la tierra que puedan describir las torturas atroces, los sufrimientos inauditos que la Bestia Germánica infligió sobre las carnes de Israel.  Cuando esto escribo, todo lo que queda de la vieja y floreciente Polonia Judaica son puñados de partisanos que, unidos al ruso, combaten en guerra subterránea en los pantanos más allá del Bug,los ghetos que resisten todavía en algunas ciudades y los que aún combatimos en esta Pascua de sangre, este año execrable de 5703, aquí en este glorioso y santo gheto de Varsovia. Eso es todo lo que ha sobrevivido de aquellas vetustas y venerables comunidades qué florecieron en sabios y en santos varones a lo largo de ocho siglos. Las pavesas sangrantes de Israel fueron cazadas como ratas a lo largo y a lo ancho de las ruinas de Varsovia; se las arrastró desde las márgenes del 'Wartha, desde los campos lituanos, desde las montañas galicias, y se las encerró a morir de hambre y podredumbre entre los muros de este gheto, venerable por las virtudes inflexibles de los hombres y mujeres que en él vivieron a lo largo de los siglos, por la sabiduría de los gloriosos maestros que en él enseñaron, por la santidad de los ,justos que en él murieron glorificando el Nombre. Hombres, mujeres, niños y ancianos de Israel llegaron al gheto eternamente santo, de hoy en día, con las pupilas dilatadas y el alma triturada por el horror de las visiones: sabios rabíes, crucificados y destrozados a latigazos, mientras los verdugos germánicos —pederastas de corsé y monóculo— leían displicentemente a Nietsche o a Rosenberg; toneles de gasolina llenos de ojos humanos extraídos a jóvenes judíos, volcados ante el perro perfumado que se hacía manicuras; montañas de anteojos y de gafas a la entrada de los hornos crematorios; doncellas violadas por regimientos enteros de campesinos sajones; miles de niños entregados al furor de los pederastas prusianos y asfixiados luego en las cámaras de gases; centenares de sinagogas incendiadas; los libros santos tirados a los albañales; órdenes escritas con sangre sobre trozos de piel arrancada a seres humanos, clavadas sobre muros en ruinas; hileras infinitas de ahorcados; centenares y centenares de familias sepultadas vivas en fosas de cal; fábricas de jabón alimentadas con carne israelita. . . Toda la milenaria y tradicional crueldad de la Bestia Alemana ejercida sobre un pueblo inerme, cuya inermidad sabía segura y, por consiguiente, sin castigo inmediato o sin represalias todos los crímenes horrendos que se estaban perpetrando. El viejo y cobarde heroísmo de la Bestia Germánica que huye como un perro apaleado y se oculta temblando en sus fétidos pantanos cuando Roma omnipotente cruza el Rin, pero luego cae sobre Roma y la saquea, cuando ya Roma no es sino el fantasma de sí misma; que ante la espada fulgurante de Carlos el Francés acepta el Nazareno de rodillas y se hace humildemente bautizar, pero cuando ya el Franco se ha marchado a otra parte, entonces asesina a los monjes y quema las iglesias, viola a las vestales nazarenas y destroza todo lo que antes veneró; la raza abyecta y maldecida que lame la bota del gran Napoleón cuando cae como un rayo en Jena y Austerlitz, pero cuando ya no existe ningún Emperador, entonces se ensaña en los vencidos, exige el oro, roba, humilla e implanta sobre Europa una jauría de déspotas sumisos y feroces. Esta es la raza maldita, cobarde y execrable que se cebó en el pueblo de Israel.
He aquí cómo murieron mis tres hijos en este sitio atroz, en que el poderío de toda la abyecta nación germana se ha complacido en aplastar a un puñado glorioso de judíos, que renunciaron para siempre a la mansedumbre y la bondad. Raquel, mi hija de diez años, oyó cierto día que en los recipientes de basuras, al otro lado de la muralla del gheto, se podían hallar pedazos de pan y restos de comida. Eran, en realidad, trozos de pan en descomposición y piltrafas de carne semipodrida. El hambre en el gheto era indescriptible. Los muertos por el hambre yacían tirados en todas las calles, como trapos sucios. Aquellos cadáveres que el hambre había reducido a unos montones de huesos forrados con cueros arrugados, ni siquiera se descomponían y el mal olor que daban era insignificante. El hambre de que habían muerto los .conservaba sin podrirse. Los hombres que habían tomado las armas en el gheto estaban dispuestos a morir de cualquier muerte, menos de hambre. Cuando todas las ansias espirituales. del hombre son aniquiladas por la persecución implacable, sólo la voluntad de comer sobrevive. Había hombres en cuya mirada se adivinaba que serían capaces de atacar a los soldadas nazis, arrancarles un brazo y devorarlo crudo. Todo, antes de morir de hambre: la más cruel y cobarde de todas las muertes. Mi pequeña hija no me comunicó nada de su idea de salir fuera de las murallas del gheto y huronear entre los recipientes de la basura. En compañía de una amiga de su misma edad, mi hija Raquel se escurrió fuera de la muralla, por una grieta. Una ronda nocturna les impidió regresar por la misma grieta  y debieron seguir a lo largo de la murlla, buscando alguna brecha 'accesible para penetrar otra vez al gheto. Las niñas huyeron, pero los guardias nazis, en compañía de rufianes polacos al servicio del invasor, ayudados por enormes mastines de presa, se lanzaron en persecución de las dos niñas de diez años que habían salido del gheto a buscar comida entre los recipientes de las basuras públicas. Parecía como si aquellos héroes del germanismo dominador y aquellos eunucos del servilismo polaco corrieran detrás de dos peligrosos hampones. Daban gritos descomunal,  agitaban las armas, azuzaban los perros y corrían en una monstruosa masa de uniformes, cascos— metralletas y perros. Las niñas no resistieron mucho tiempo la carrera por entre cráteres de bombas y escombros de casas. Raquel, mi hija, después de correr hasta el último aliento, cayó agotada a tierra. Un sargento alemán le atravesó la cabeza con su bayoneta. La compañera logró correr algunos pasos más, pero cayó también sin fuerzas. Dos soldados alemanes le arrancaron los harapos que la cubrían, y todo el grupo de perseguidores presenció en medio de grandes carcajadas cómo los enormes perros destrozaban a la niña. Los perros, enfurecidos, no obedecían a sus amos, y para  retirarlos de allí fue necesario dejar que se tragaran algunos  trozas de la niña.
Mi quinto hijo, Jacob, un muchacho de trece años, murió de tu- berculosis el día mismo en que llegaba a bar-mitsvá. La muerte fue para él el mejor de los regalos en aquel día solemne. El último de mis hijos, Eva, era una doncella de quince años. En el último roshhashana, mientras en el gheto martirizado se entonaban las oraciones por el comienzo de un nuevo año, los negros guardias de asalto nazis entraron con camiones celulares y se llevaron los últimos muchachos entre diez y quince años y las muchachas entre catorce y diecisiete. Todos los demás niños, menores de esas edades, fueron muertos a tiros en presencia de sus padres. De ese modo, los nazis celebraban el año nuevo en Israel. De los muchachos que se llevaron vivos tuvimos poco después la certeza del destino que habían sufrido. Los tuvieron primero dándoles buena comida en galpones cercanos a los cuarteles de las tropas alemanas. Los entregaron luego a la tradicional pederastia germánica y, finalmente, después de haber servido a los apetitos depravados de la soldadesca, los pasaron a las cámaras de gases. Las muchachas corrieron igual suerte, pero muchas de ellas, antes de ser violadas, prefirieron el suicidio. Entre éstas estuvo mi hija Eva, quien se lanzó de cabeza desde un tercer piso, antes de ser llevada al apartamento de unos oficiales alemanes. La certeza que tuvimos de estos últimos actos de la civilización alemana encendió finalmente la rebelión de este santo gheto, en esta Pascua de sangre y de fuego.
Ahora ha llegado mi hora, y lo mismo que Job, puedo decir de mí mismo —y no soy el único judío que aquí puede decirlo— que  desnudo a la tierra, desnudo como el día en que nací. Tengo cuarenta y tres años, y delante de la muerte, cuando hago memoria de toda mi vida, puedo afirmar con seguridad, hasta donde un hombre puede estar seguro de sí mismo, que he vivido una vida pura, que no he hecho mal a nadie, que mi corazón siempre estuvo lleno de amor al prójimo y que he sido siempre fiel cumplidor de la Ley.' Alguna vez fui favorecido con tener dinero, pero jamás me envanecí de ello. Mi riqueza era grande, y un dia, ante los trece testigos de la. Ley, renuncié solemnemente a ella, de tal modo que si alguien me llegaba a hurtar algo era como si tomara cosas que ,no tenían dueño. Jamás pedí a nadie que me -devolviera nada que le hubiese yo dado; nunca cobré interés de nada, ni a judíos ni a gentiles. No jamás un día sin que, uno o varios menesterosos comieran o durmieran en mi casa. Siempre me sentí feliz de que pudiera favorecer de algún modo a mi prójimo, con mi dinero o con mi influencia .Servía al Señor con todo el ardor de mi alma, y lo único que le pedía era que me dejará servirle como está escrito: con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas". Después de todos los horrores que he padecido, mi fe en el Señor no se ha modificado, pero mi actitud ante El si ha cambiado completamente. Antes, en mi prosperidad, mi actitud era como la de aquel que recibe siempre favores y nunca puede retribuirlos. Pero ahora, después de lo que he padecido, es el Señor el que me debe a mí, el que está en deuda conmigo, el que me debe mucho. Y me siento con el derecho y con la fuerza de reclamarselo  y con - la fuerza de reclamárselo todo. Pero no diré, como Job,que  el Señor me indique con su dedo cuál es mi pecado, cuál mi falta, para que yo sepa por qué ha sobrevenido todo esto. Las desgracias de Job son caricias al lado de las desgracias que en estos años terribles han caído sobre Israel. Con todos los sabios de mi pueblo, éstoy firmemente convencido de que, ahora no se trata de un castigo por pecados o por faltas, sino que está aconteciendo algo más terrible en el mundo: estamos en una época de "ocultación del. rostro". El -Señor ha ocultado su Rostro y los hombres y -los pueblos han regresado a la barbarie. El Señor oculta su Rostro cuando se está produciendo uno de esos terribles y espantosos cambios de la historia. Tiempos totalmente nuevos vendrán después de estos días sin nombre.
Pero siempre en la historia ha sido constante que cuando la marea. de los instintos bestiales domina al mundo, las víctimas primeras sean aquellas que representan lo divino y lo puro del hombre. Israel sabe que éste ha sido y será eternamente su destino. El pueblo que inventó la Le, Moral y la Justicia para todas las naciones  será siempre odiado y escarnecido por todos los que desprecian la moral y la justicia. Desde, un punto de vista personal, estos pensamientos no constituyen ningún consuelo, pero como la suerte de nuestro pueblo no se decide por cálculos materiales, sino por las leyes del espíritu humano, el hombre de fe debe ver en tales acontecimientos una parte de la gran aritmética divina, frente a la cual las tragedias humanas no cuentan nada. El Señor es un Dios de vivos, y sabemos perfectamente, como lo dijo el sabio, que más vale un perro vivo que un león muerto. A nosotros no nos consuela la metafísica pagana del nazarenismo. Sabemos que el único don que el hombre tiene es la vida, como está escrito en nuestros sabios: "el hombre es 'hombre porque vive", 
y sabemos también que la pálida vida de los muertos sólo pervive en el recuerdo o en la sangre de los vivos. Pero hace cuatro mil años —más tiempo que ningún otro pueblo vivo de la historia— recordamos a nuestros padres y vivimos de su espíritu y de su gloria. Bajamos así gozosamente a la muerte, seguros de que no será una nación de salvajes, enclavada como un cáncer pestilente en el centro de la Europa nazarena, la que podrá acabar con Israel. Sabemos que siempre habrá en el mundo viva y palpitante la Carne de Israel. Pero al perecer no justificamos el fallo del Señor que nos condena a no vivir para cumplir las leyes de la historia. Morimos diciéndole al Señor que si. sentencia puede ser necesaria, que su fallo puede ser inevitable, pero no es justo ni moral. Porque si aceptáramos la justicia o la moralidad que nos privan de la vida, de la carne y de la sangre, blasfemaríamos contra nosotros mismos y profanaríamos el nombre inefable de Israel. Y al mismo tiempo blasfemaríamos contra el Señor, pues está escrito: quien blasfema contra sí mismo disminuye al Señor.
En la situación en que me encuentro no espero ningún cambio ni le pido al Señor que se apiade de mí. Que se comporte conmigo con la misma indiferencia con  que se ha comportado frente a míllones de su pueblo. Yo no soy ningún judío  excepcional y no espero ninguna misericordia del Señor. No intentaré tampoco salvarme y no huiré de aquí.. Tengo todavía en mi poder tres frascos de gasolina y ya he vaciado más de dos docenas de ellos sobre las cabezas de los asesinos. Han sido los grandes momentos de mi vida y me he reído tempestuosamente. Jamás me había imaginado que la muerte de unos miserables nazis, seres inferiores a lo más abyecto de la creación entera, pudiera llenarme de tan terrible y feroz alegría. La venganza ha sido y será siempre el último medio de lucha y la más grande de las satisfacciones espirituales de los oprimidos. Hasta ahora yo no había entendido nunca aquella expresión de la Guemará que dice: "la venganza es sagrada, por el Señor es mencionado antes y después de ella, conforme está escrito: "Dios de venganzas es el Señor". Ahora lo entiendo, ahora lo comprendo. Ahora sé por qué se alegra tanto mi corazón al comprender por qué desde hace milenios nuestros padres llamaron Dios de Venganzas al Señor. Y también ahora empiezo casi a comprender cuál ha sido la gran falta de Israel: el haber abandonado la Venganza. Desde el día  por siempre lamentable en que cayeron los defensores de Betar superados en uno contra ciento por las fuerzas que les lanzaron los perros de Roma, desde ese día lamentable, Israel se refugió en la mansedumbre y la humildad. Hace exactamente mil ochocientos afros, Israel renunció a la fuerza y se refugió en' el temblor y en el pavor, mientras lo rodeaban y desgarraban por todas partes los lobos de la cristiandad. Los tigres cristianos han desgarrado durante mil ochocientos años las  carnes del cordero del Señor, las carnes del manso y paciente Yeshún. Nosotros, entre todos los asesinos y ladrones de la Europa criminal, por una rara y atroz paradoja, éramos los únicos que cumplíamos las máximas perniciosas del hombre de Nazaret. Poníamos la otra mejilla y amábamos a nuestros carniceros. Ese ha sido nuestro gran pecado: el haber actuado como "cristianos" de corazón entre hordas de cristianos de nombre. Pero los cerdos nazis han realizado el milagro increíble de hacer que Israel vuelva a empuñar la espada. Nos trituraron de tal modo que nos forzaron a abandonar nuestros más queridos idealismos de bondad, de mansedumbre y caridad. Durante mil ochocientos años fuimos el pueblo cobarde y oprimido que nunca contestó a los golpes, que fingíamos todos los credos y colores, todas las castas y naciones para poder sobrevivir. El mundo había olvidado que éramos el único pueblo de la historia que, cuando todo el orbe se postró ante Roma, alzó la frente fiera y dijo no ante los hijos de la Loba. Para vencernos, sin habernos podido destruir, el Imperio de Roma se sangró hasta la muerte. Después de las guerras judaicas ya no fue el Imperio lo mismo que antes era: desde allí empezó la entrega en brazos de los bárbaros. Fuimos un pueblo de guerreros que durante dos mil años se impusieron por la espada. Pero mil ochocientos años de mansedumbre y de temblores le habían hecho olvidar al mundo nuestra originaria naturaleza, el pueblo de la dura cerviz, el fuerte contra el mismo Dios. Pero los tiempos han cambiado. Israel, después de estas horas terribles, volverá a empuñar la espada y el mundo temblará ante nuestros hombres como en los viejos  tiempos, de los celotas y de los sicarios. Yo no lo veré por que dentro de muy pocas horas moriré envuelto en llamas y abazado al cuerpo infame de algunos de los cerdos que nos sitian. Pero presiento en el futuro el nuevo Estado de Israel, de cara al sol, con la espada de la venganza chorreando sangre de enmigos !A sangre y fuego cayó Judá, a sangre y fuego Judá resurgirá.
Ahora estoy en condiciones de contemplar la vida y el mundo en una perspectiva especialmente clara, como sólo en raras ocasiones se le concede a un hombre antes de morir. Ahora veo que la extraña diferencia entre nosotros y los pueblos de Europa es que ellos dicen creer en un "dios de amor", pero en nombre de ese "dios de amor", desde hace mil ochocientos años,
se nos mata sin piedad y sin causa, día tras día, con un pretexto o con el otro, en una horrenda orgía de crueldad hipócrita y cobarde. En cambio, nuestro Dios es llamado el Dios de las Venganzas y nuestros Escritos están llenos de amenazas de muerte por las más pequeñas transgresiones, pero cuando morábamos libres en nuestro suelo sagrado, está escrito que bastaba que en sesenta años el Sanedrín Supremo hubiera condenado a muerte a un solo hombre para que al paso de aquellos jueces las gentes gritaran: ¡asesinos!
Así se ha cumplido otra justicia entre las naciones. La noble Sefarad, la espléndida España de nuestros sueños, fue solemnemente máldecida y jamás conocerá la libertad: siempre que su pueblo ha tratado de levantarse y ser libre, una mano extranjera lo ha vuelto a,sepultar en la esclavitud. Porque sabemos que fue el propio pueblo ignorante y cruel el que nos expulsó de aquellas tierras luminosas. Y esto será por siempre un ejemplo de justicia entre las naciones. La aristocracia corrompida y rapaz que oprimía a los pueblos de Moscovia nos odió de muerte y nos sangró con aquellos terribles pogromos que nunca podremos olvidar. Pero el propio pueblo barrió de la superficie de la tierra esa aristocracia de malhechores. Y esto ha sido un nuevo ejemplo de justicia ante la cara de los pueblos. Pero estas grandes venganzas no s e pueden comparar con la venganza personal, con la venganza de carne y de hueso. Y aquí en estos días terribles, los judíos que renunciamos a la mansedumbre hemos tenido el placer de verla y ha resultado muy bueno y muy venturoso el verla. Yo he sentido una satisfacción tan grande y una alegría tan inmensa que verdaderamente he nacido de nuevo. Un tanque alemán se había abierto paso en nuestra calle y desde todas las casas fortificadas se lanzaron contra él frascos de gasolina ardiendo, pero sin buena puntería, y el maldito tanque prosiguió su marcha. Yo y los compañeros que estaban conmigo esperamos silenciosamente hasta que el tanque pasó debajo de nuestras narices. Y entonces, por la ventanilla semicerrada, le lanzamos dentro los frascos de gasolina. Se incendió en seguida y los seis cerdos alemanes, envueltos en llamas, fueron saliendo. Corrían y aullaban. Les lanzamos grandes piedras a las piernas para hacerlos caer; les echamos más gasolina encima y los vimos arder hasta que los aullidos cesaron entre un glorioso hedor de carne de puerco asada. Los otros héroes de la gran cobardía germánica, desde una barricada cercana, los veían quemarse lentamente y los oían aullar. Pero no se atrevieron a venir a rescatarlos. Sabían que no éramos sino cuatro judíos con unos frascos de gasolina en las manos, pero cuatro judíos que habían renunciado a la mansedumbre. No éramos como aquellos ancianos, ocho temblorosos ancianos  que fueron linchados por mil valientes perros del pueblo berlinés.  Eramos cuatro judíos que habíamos renunciado a la man. sedumbre y una compañía entera de cerdos alemanes, armada de todas sus científicas armas, no se atrevió a salir de sus barricadas para venir siquiera a apagar las llamas que achicharraban a seis de sus compañeros. Los aullidos de aquellos criminales son como miel para mis oídos. Ardían, como tantos miles de judíos a quienes ellos habían quemado a mansalva y sobre seguro, pero aquellos cerdos alemanes gritaban mucho más. El santo gheto de Varsovia muere luchando, muere disparando, muere peleando, muere en llamas; pero no muere aullando, gritando y chillando como los cerdos nazis. Los judíos hemos hecho el aprendizaje de morir siempre con la cara venerable de la serenidad.
En el momento en que esto escribo bajo la luz ya moribunda de una linterna de mano, todavía tengo en mi mano tres frascos de gasolina. Me son tan preciosos como el vino al borracho. En e
Si ahora_me domina este pensamiento de la venganza es porque nosotros, los judíos, en estos mil ochocientos años, muy pocas veces hemos tenido el placer personal de ver una venganza completa y fulgurante. Sí la hemos visto como pueblo y a lo largo de la historia. El gran imperio de la Loba se hundió bajo los cascos de los bárbaros, y nosotros sabemos que fueron nuestros hermanos, que vivían entre aquellos salvajes. quienes los incitaron a marchar contra Roma. Así se cumplió una justicia entre las naciones. La Zorra Nazarena que heredó al Imperio hoy es apenas la sombra de una gran prostituta y vive sólo de los desperdicios mentales de Europa. Ha perecido así, agobiada por el peso de todos sus crímenes y falsías.
En el momento en que esto escribo bajo la luz ya moribunda de una linterna de mano, todavía tengo en mi mano tres frascos de gasolina. Me son tan preciosos como el vino al borracho. En este  receso del ataque quizá acabe de escribir, en esta la vieja lengua sagrada de los profetas, estas palabras que son mi grito de desafío ante el Señor. Meteré estos papeles en uno de los frascos vacíos y lo depositaré en uno de los huecos al fondo de este reducto. Puede que sobrevivan a la general destrucción. No de mejor modo muchos de nuestros escritos fueron preservados a lo largo de la historia. Si algún día alguien los encuentra y los lee, comprenderá el sentímento de un  judío —de uno entre millones— que murió abandonado del Señor, en quien tan vigorosamente creía.  Dos frascos haré estallar sobre las cabezas de los malvados cuando se me pongan al alcance. El último lo vaciaré sobre mí mismo; me prenderé fuego y me abrazaré con el primer nazi que me esté más próximo. Si quiere zafarse de mi abrazo judaico, tengo aquí en mi bolsillo un pequeño puñal para herirlo en el vientre o cortarle las venas de la ingle. No podrá zafarse ni correr y moriremos ambos quemados en un abrazo que será para mí-,más voluptuoso que todas las cópulas del mundo. Así he resuelto morir.
Al principio del levantamiento éramos doce hombres en este reducto y_hemos luchado con los asesinos durante nueve días. Todos mis once compañeros han caído. Hasta la mañana de ayer, cuando los criminales iniciaron un fuego concentrado contra nuestra fortaleza, una de las últimas que quedaban en el gheto, sólo quedaban cinco de mis compañeros, la mayor parte de ellos gravemente heridos. De ayer a hoy cayeron todos muertos, montando guardia y disparando contra los asesinos.
Fuera de los tres frascos de gasolina, no cuento con más municiones. Se dispara todavía un fuego violento desde los tres pisos superiores. Pero ya no pueden enviarme ninguna ayuda, porque, según todas las señales, las escaleras han sido reducidas a escombros por obra del cañoneo y creo que el edificio está a punto de derrumbarse. Estoy tendido en el suelo y escribo estas líneas rodeado de mis compañeros muertos. Observo sus caras yertas y me parece que una ironía tranquila y burlona se derrama sobre ellas, como si me dijeran: "Ten un poco de paciencia, hombre necio; sólo unos minutos más y ya todo será claro para ti también." A mi lado está tirado un mozo de la mitad de mi edad. Isacar, la timidez y la mansedumbre hechas hombre. Quizá por estas "cualidades" casi femeninas, pasó inadvertido, mientras todos los hombres fuertes de su edad eran requisados para trabajar al servicio del criminal nazi. Es casi un niño aquí en el seno podrido de la muerte. Yace a mi derecha y parece como si durmiera, y su boca dibuja un, rictus como de risa y de desdén. Me parece como si se burlara de mí, como si se burlara de que yo todavía esté vivo. Se ríe de mí, que todavía estoy vivo, que siento y pienso todavía como un ser de' carne y de hueso. Y se ríe, evidentemente, con esa risa silenciosa y elocuente, tan penetrante y tan propia de las personas que saben de verdad, cuando hablan con aquella§ otras - que no saben realmente nada, pero que presumen de. saberlo todo. Isacar si lo sabe todo ahora. Para él todo está claro ahora. Hasta sabe por qué nació si debía morir tan temprano y por qué murió si había nacido hacía tan pocos años. Y aunque no lo sepa realmente, al menos sabe que el hecho de no saberlo no tiene ninguna importancia ni sentido a la luz de la majestad de aquel mundo infinito en que el existir o el no existir sólo son el murmullo grotesco de las sombras airadas, el recuerdo olvidado de los murmullos iracundos, como ha escrito uno de nuestros poetas. Dentro de una o dos  horas Yo también lo sabré Sí mi cara no es abrasada por el fuego, quizá repose sobre mi rostro una sonrisa semejante a la de Isacar, pero un poco más vieja. Y eso será todo. Entretanto, quiero hablar al Señor, antes de  morir  como un hombre vivo como un hombre vivo que  ha tenido la honra inmensa de nacer judío,    
  :::::::::::::::::: (Laguna de cuatro líneas en el original.)::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
   ::::::::::::::::::y orgulloso entonces moriré de ser judío, no a pesar del comportamiento del mundo con nosotros, sino precisamente en virtud de ese mismo comportamiento. Yo me avergonzaría de pertenecer a esos pueblos asquerosos que han engendrado los monstruos responsables de los actos atroces que se cometen contra nosotros. Pero estoy orgulloso de ser judío, porque el ser judío es un arte: el más noble arte, el arte más difícil que ha sido ofrecido al espíritu de la raza humana. No es ningún arte, el ser inglés,ruso o francés. Es simplemente más fácil, más cómodo, mas útil, ser como cualquiera de los pueblos del mundo. Pero no es más hermoso, de ningún modo. Ser judío es ser un combatiente. Un eterno nadador contra la corriente sucia y criminal de los hombres. El judío es un héroe, un mártir y un santo por definición y por necesidad. Nuestros enemigos, que ignoran totalmente lo que es Israel, sostienen que somos malos o que hacemos el mal. Yo sé que la sustancia de Israel es mejor que la de todos los demás pueblos del mundo. Porque desde hace cuatro mil años se nos ha perseguido y se ha tratado de exterminarnos, y la lógica más simple nos dice que en tan largo tiempo y el puñado de judíos que siempre hemos sido, no podíamos haber dañado a la humanidad de tal modo que si ella hubiera querido no nos hubiese podido exterminar. Luego la impotencia de la humanidad perseguidora entera, durante ,cuatro mil años, es la gran prueba de nuestra inocencia y de nuestra bondad. La prueba suprema de que, si somos perseguidos, es porque cumplimos una misión superior a los designios viles y rastreros del común de los hombres.
Por ello me siento feliz de pertenecer al pueblo más desgraciado e infortunado del mundo, cuya Ley representa lo más sublime y lo más bello que el hombre ha logrado columbrar en los horizontes sangrientos de la justicia y de la moralidad. Nuestra Torá ha sido ahora más santificada y eternizada por el hecho de haber sido infringida y profanada por los enemigos del Señor.
Creo profundamente que el ser judío equivale a una virtud innata. Se nace judío del mismo modo que se nace artista y creado. Ningún  judío puede librarse de ser judío, y todo el que tiene en sus venas alguna partícula de la sangre de Israel tarde o temprano se sublevará  contra la iniquidad, contra la injusticia. contra la prepotencia de los perversos, contra la corrupción  y contra la opresión.
Esta es una particularidad divina dentro de nosotros. Antes de Israel, el hombre aceptaba la iniquidad sin alzar la cerviz: nosotros nos alzamos contra la prepotencia del Faraón e inauguramos en la historia la era de la resistencia contra la injusticia y la opresión, la Era de la Libertad. Desde ese tiempo y hora, los tiranos no pueden dormir tranquilos en la historia. El hombre, antes de Israel, era un rebaño; después es humanidad. Y ése es el gran secreto. Por eso se nos odia: nos odian los tiranos de todos los tiempos y nos odian los siervos que no tienen en sus entrañas el relámpago de la hombría o cuyo corazón nació para la esclavitud. Los que no entienden esto, los que no captan el sentido profundo de la historia, no entenderán nunca el sentido profundo de nuestro martirologio. Uno de nuestros más grandes sabios dijo una vez:" No hay nada más entero que un corazón quebrantado ,ni Pueblo más elegido que el que es siempre golpeado". Si yo no supiera que Israel fue designado en la historia como el pueblo elegido para enseñar la moral y la justicia a las naciones, creeria.ahora que nuestras desgracias nos han ungido como los grandes elegidos de la historia.
Yo creo en la omnistante e inmanente potencia del Dios de Israel. De ese  Dios supremo y  justo  que la sangre de nuestro pueblo ha revelado a las  naciones. Y creo en su feurza eterna y actuante en  todos los siglos de la historia, aunque los actos de estos días hayan hecho todo lo posible para secar mi fe. Yo creo en las leyes del Señor, aunque no pueda ni quiera justificar sus actos. Mi actitud ante el Señor no es como la de un esclavo frente a su amo, sino como la de un discípulo frente a su maestro. Inclino la frente ante la grandeza de los designios inmutables, pero no beso la mano que injustamente me castiga.  Yo amo al Señor, pero amo más su Ley aunque estoy profundamente dolido de sus actos actuales, observo y observaré su Ley, porque ella significa un supremo estilo de vida y de conducta, y cuanto más morimos por ese estilo de vida, tanto más inmortal hacemos al Señor.
Y por  eso, permíteme,  Señor, que antes de morir, libre, por completo de todo miedo y en estado de absoluta  tranquilidad y seguridad íntimas, permíteme que controvierta contigo por última vez en mi vida. Si dices que hemos pecado, ciertamente que as! es. "La esencia del hombre es el pecado", 'ha sido dicho. "Nadie vive sin falta y el justo cae siete veces al día." Estas máximas las repiten hasta los mismos paganos, y hasta los mismos nazarenos, embrutecidos como están en océanos de sus aberraciones, no tienen inconveniente en aceptarlas. Entonces, ¿a qué viene todo ello? Se ha dicho que el salario del pecado es la muerte y, como todos los hombres mueren, ninguno recibe gratis su salario. Puedo entender aun, Señor, que se castigue de algún modo al pecado, pues al romper la Ley Moral el hombre pone en movimiento una cadena implacable que tarde o temprano lo triturará a él o a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Pero yo quiero saber, Señor, si hay en  el mundo algún pecado que merezca un castigo como el que hemos recibido.
Estoy plenamente convencido de que el pago que recibirán nuestros enemigos será algo tan espantoso como los hombres hasta el presente no han visto ni imaginado. Hace muchos años que nuestros videntes gimen y retuercen sus manos al ver en el horizonte armas de un poder mortífero tan grande como jamás lo presenció la historia y hecatombes humanas tan inmensas como para llenar de cadáveres todas las fauces del océano. Sé que estos castigos están ya en los almacenes del futuro y sé que caerán implacablemente sobre los pueblos que nos han herido, pero todavía dudo si hay algún castigo en el mundo que pueda hacer expiar el crimen inaudito cometido conti;a el pueblo inocente de Israel. Sé que la nación maldita de Ashkenaz está condenada a muerte y en el curso de este siglo será borrada de sobre la faz de la tierra. Y ello se cumplirá en el curso de este siglo de la era nazarena. "El Señor hizo de piedra sus corazones y ha condenado al Tófet todo semen." Pero se dice que ahora sobre Israel no se trata de un pecado o de un castigo. Algunos han llegado a, decir que esas palabras son ya viejas y que los tiempos que vienen tendrán otras nuevas palabras. Se dice que es un estado de Ocultación de Rostro y que Tú, Señor, han abandonado a los hombres a sus instintos originarios. La humanidad de parto sangra en sus más sagradas partes, y Tú, Señor,ocultas tu Rostro poderoso,  mientras que nace un  nuevo tiempo en la historia. Pero ¿qué más, Señor, debe todavía suceder para que muestres nuevamente tu Rostro al mundo? Quiero decirte, Señor, que ahora. _más que en niguna otra época pretérita de nuestra interminable ruta de padecimientos, nosotros, los afrentados, los atormentados los ahogados  los degollados, los quemados vivos, los ofendidos, burlados, los escarnecidos, los ridiculizados, los ultimados a millones, nosotros 'tenemos el derecho de conocer dónde estan los límites de  tu paciencia y el derecho de juzgar al mundo con la espada y el fuego . No apartes de nosotros la gloria sangrienta del futuro ni la implacable hoguera de laz. purificaciones. No tires tampoco demasiado la cuerda del suplicio, porque la prueba a que estamos sometidos es tan dificil tan intolerable que debes perdonar a aquellos de tu pueblo que convirtieron, el acero en corcho y en su desdicha y cólera se apartaron de Ti y de tu Ley. Perdona a aquellos a aquellos de tu pueblo que se apartaron de Ti en su horrible adversidad,  pero no perdones jamás a aquellos de tu pueblo que se apartaron de Ti-en su dicha y prosperidad, e ignorantes de su sangre israelita, quisieron ser, como los demás pueblos, adoradores de la mentira, favorecedores del ocio injusto y del lucro sangriento. No perdones jamás a los que se durmieron en los divanes de la prosperidad y engordaron sus nalgas con la sustancia de sus corazones. No perdones, Señor, a los que quisieron ser ellos solos y salvarse ellos solos, con desdén de su pueblo y de sus vínculos eternos. Pues está escrito que no es bueno que el hombre esté solo, y esto se entiende en todos los sentidos, y cada hombre responde coi la humanidad entera. No perdones, Señor, jamás a los hijos de Caín que se negaron a ser guardianes de sus hermanos y que  por amor a sus pútridos pellejos vendieron el Pacto de Hermandad y el honor de la suerte común. Maldice, Señor, eternamente a los egoístas que han pretendido ignorar que la Humanidad es Una, como es Uno el, Señor, y que nosotros los judíos no podemos existir sino en el río de la Sangre, en la unidad eterna de Israel,donde cada hombre es guardián dé su hermano y responde por él.
A los aislados, a los que alzaron el culto de sí mismos, maldícelos, Señor, a ellos y a sus hijos hasta la duodécima generación. Pero perdona Señor a los que doblaron sus espinazos bajo el cordel de la desdicha : Has puesto a nuestra vida en un combate de pavor tan grande, que sólo los fuertes de Israel han podido perseverar. Los cobardes lamieron la mano del asesino y huyeron con la piel de sus dientes. No los golpees por ello. No se golpea a los cobardes. Perdona A los débiles de corazón y Tu piedad los hará engendrar hijos con meollo de leones. ...Dudaron de Tu suprema y eterna Paternidad, dudaron de que alguna  vez sobre los cielos hubiera existido la palabra PADRE, Perdónalos, Señor.
 
 Ahora, cuando siento sobre mis sienes la mano hueca del Ángel de la Muerte, todas estas palabras escribo para Ti.  Para que pervivan en el tiempo ante Ti, Señor de Vivos, como mi grito supremo, como el grito postrimero de un judío que dentro de muy pocos momentos descenderá entre las sombras estériles de la Sheol. A Ti Señor de Vivos, esto escribo porque al borde de la muerte creo en Ti, porque creo en Ti más que nunca, porque ahora sé que no en vano Israel ha creído en un Dios único de justicia y de verdad, que no puede, que no podrá ser nunca el dios metafísico y estúpido de aquellos cuyos actos constituyen la demostración mas atroz de irreligiosidad y de demencia. 
 Si Tú no fueras el Dios de Israel, tendrías que ser el dios de los asesinos, el dios de su horrenda y blasfema mitología, el dios de esta Europa condenada a muerte, de esta Europa miseranda que hace mil ochocientos años adora un simulacro de basuras mentales con el cual ha querido sustituir Tu imagen eterna e inmutable. Si los que me odian, los que me matan, son tan tenebrosos, tan perversos, tan inhombres, tan abyectos, ¿qué soy yo apenas sino una partícula de Tu luz, de Tu bondad?
Pero no te puedo alabar, oh Señor, por los actos que toleras. Sin embargo, te bendigo y te alabo por el hecho mismo de Tu existencia en la mente de los hombres puros, de Tu terrible grandeza concebida en la, mente perdurable de tus profetas, en la,pluma centelleante de tus sabios, en el vientre inexhaurible de las mujeres de Israel. Tu grandeza, que cubre la historia, tan grande e inefable, tan omnistante y tan misma, que aun todo lo que está ocurriendo no te produce ni la más leve conmoción. Pero, Señor, desde lo pequeño de mi pequeñez, hablando hasta lo inmenso de tu inmensidad, por el beneficio mismo de tu Santo Nombre, te digo: cesa ya de aceptar esa grandeza inmutable que permite se hiera al inocente.    No es necesario tampoco que hieras a los culpables. Sabemos que en la lógica inmutable de la historia el perverso se hiere a sí mismo cuando hiere a los hijos de Dios.  Un mundo entero ha sido asesinado con el asesinato de Israel, y es la idea misma de Dios la que se encuentra cubierta de llagas cuando gime llagado el Santo de Israel. El mundo se devorará a sí mismo, como el león hambriento y cubierto de gusanos, el mundo devorará en su locura sus propios testículos, se ahogará en su propia sangre, se emborrachará con la pus de sus maldades: los mismos asesinos se han dictado su propia sentencia y no podrán escapar de ella jamás ni ellos ni sus hijos hasta la cuarta generación. Pero mira, Señor, con ojos de doncella a las almas humanas de Israel: mira con ojos de blandura a los pequeños de tu pueblo que como hombres, cada uno, solo han probado  el acíbar del terror y no verán jamás como hombres cada uno la majestad de tu futuro. Dicta además tu sentencia severa, doblemente cruel e implacable, contra aquellos que han callado ante la iniquidad. Contra aquel pero se alegran de él en sus corazones. Contra aquellos que piensan en sus corazones impuros: "Nos sienta bien que digamos que el tirano es malo, pero hace un trabajo que nos conviene." Contra aquellos, Señor, la lanza de tu furor debe' ser doblemente inflexible. Ellos' son los grandes malvados de la historia. En tu Ley está escrito que el ladrón furtivo debe—ser castigado con más severidad que el asaltante armado, a pesar de que el furtivo no ataca físicamente a la víctima. Porque el asaltante ataca y es visto; lleva armas porque teme a los hombres y arriesga su carne ante el que ataca. Pero el furtivo teme a los hombres y por eso no les da la cara, pero se ríe del Señor y su justicia. Así son todos aquellos que se aprovechan de la maldad y del asesinato y muestran a los ojos del mundo un rostro de compunción y fingimiento. Los prósperos y gordos,_que viven de la explotación de la carne y de la sangre de las víctimas, y se golpean el pecho cuando oyen los alaridos que los engordan. Que al reunirse en sus inmundas asambleas hablan contra el hombre de armas, contra la avilantez de los crueles y torturadores, pero se postran reverentes en la calle cuando encuentran al verdugo que viene de practicar la injusticia, con el alfanje chorreante y el cuerpo sudoroso por el ejercicio de la iniquidad. Contra aquellos que callan ante la maldad y ante la tiranía, que cubren con pávido silencio los actos de los malvados; contra aquéllos, Señor, que caiga el hacha de tu justicia y en ellos y en sus hijos hasta la duodécima generación.
El Angel de la Muerte no puede esperar más y debo ya acabar esta mi carta temblorosa y veraz. Desde los pisos superiores el tiroteo contra el criminal enemigo va decreciendo más y más.  Están cayendo ya los  últimos defensores de esta fortaleza y con ellos cae y muere la grande, la bella, la piadosa y la santa Varsovia judaica. El sol llega ya a su ocaso. Un resplandor rojizo de incendios penetra por la pequeña abertura y el pedazo de firmamento que alcanzo a ver está cubierto por un oleaje, como una catarata de sangre. A lo más  dentro de una hora ya estaré con mi esposa , con mis hijos y con los millones de mi pueblo que han perecido en esta era de la bestialidad desatada. Muero tranquilo, pero no satisfecho; golpeado, pero no esclavizado; lleno de amargura, pero no decepcionado; creyente firme, pero no-suplicante; amante del Señor, pero no ciego aceptador de sus dictámenes. He seguido al Señor hasta cuando El me ha alejado de Su rostro; he cumplido, Sus mandatos hasta cuando me ha herido por hacerlo; Lo he amado y Lo he, seguido amando hasta cuando me ha degradado en el polvo, hasta cuando me ha atormentado mortalmente, hasta cuando me sometido a la vergüenza y al escarnio.   
Mi rabí solía siempre narrar él caso de.un judío que había huido de la feroz inquisición española en compañia de su mujer y de un hijo. El pobre perseguido había logrado llegar en una barca a una isla desolada, después de haber atravesado la tempestad de un mar. Al llegar sobre las playas vino un rayo y mató a su mujer, una ola gantesca arrebató a su hijo y lo sumió en los abismos. Sólo, pobre como una piedra, desnudo y descalzo, golpeado por la tempestad y amedrentado por los truenos y los relámpagos, con los cabellos revueltos y las piernas vacilámes, el judío prosiguió su marcha sobre la isla desierta e invocó al  Señor con estas palabras: "Dios de Israel, de Moisés y de Abraham, he huido hasta aquí para poder servirté sin estorbo alguno, para poder observar Tus mandamientos y santificar tu Nombre, pero Tú has hecho todo lo posible para que yo no crea en Ti. Pero Te hago saber, oh -Dios eterno de mis padres y de mi pueblo, que será en vano todo lo que trates de hacer. Puedes ofenderme, puedes golpearme, puedes quitarme lo más querido de mi corazón y los bienes más preciados del mundo, puedes atormentarme con todas las artes de la desgracias y del suplicio, pero yo siempre creeré en Ti, en- Tu inmanencia avásallante, en Tu infinita majestad. Y Te amaré hasta el último aliento de mi vida, aún a pesar de TI".
Y éstas son también mis últimas palabras a Ti, Señor de Cólera y Espanto: lo has hecho todo para que yo pierda confianza en Tí. para que no crea en la bondad de Tu esencia ni en la eterna actuación de Tu poder sobre los hombres, sobre los seres y los tiempos, sobre las mentes y los corazones.
Pero yo muero como he vivido, como creyente inconmovible en Ti.
Alabado sea por toda la eternidad el Dios de los vivos, el Señor de los seres, el Dueño de todos los tiempos, el terrible Dios de las Venganzas, de la Verdad, de la Justicia y del Amor, el que pronto en los tiempos nuevos volverá a mostrar Su Rostro al mundo y sacudirá sus basamentos con su Palabra omnipotente.
¡Oye, Israel! ¡EL SEÑOR, NUESTRO DIOS, ES UNICO! 
¡En tu mano, Señor, encomiendo mi espíritu!
 
Texto hebraico fijado por Zvi ben Rochman 
Versión en yidish de Eliézer ben Mostee 
Versión en sefardí de Michael ben Meshulam
El texto original está escrito en seis hojas grandes de papel de estraza, escritas a lápiz, en escritura manuscrita hebraica (poTaquí). Estaban en una lata vacía de frijoles y fueron hallados por Isaac Guisburgo en el año 5707 en víspera de? Nueve de Ab, al remover los escombros del santo gheto de Varsovia. En la hoja tercera al pie hay cuatro líneas ilegibles en el texto hebraico. Esta hoja es la más larga de las seis. Todas son de un tamaño desigual y recortadas a mano. El texto es fácilmente legible pero contiene infinidad de abreviaturas

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