sábado, 4 de marzo de 2023

TESTAMENTO DE GRATITUD

  TESTAMENTO DE GRATITUD

Esta mujer podía trabar una amistad en diez minutos y conservarla para siempre.

Por DAVID MACDONALD

DOROTHY RYTHER pasó los 85 añosde su vida en el anonimato, en un pueblecito del sur de la provincia cana­diense de Ontario. Pero casi un año después de su muerte, los medios informativos divulga­ron elogiosamente su nombre y su legado excepcional.

"Dot tenía un gran don para la amistad", comentó uno de sus allegados, "pero ésa era só­lo una de sus virtudes".Es verdad. Dorothy fue hija única de un albañil llamado George Lawson y de su esposa, Dulcie. A los 16 años, tras ha­ber cursado rápidamente 13 grados de escuela, empezó a buscar empleos de medio tiem­po a fin de costearse un año de estudios en la escuela normal. Así pasaron dos años. Luego,durante otros dos, dirigió una escue­la rural que tenía una sola aula, has­ta que finalmente la contrataron en la Escuela Pública Ridgeway. Eran los días de la Gran Depresión, y aun­que ganaba menos de 643 dólares al año, donaba el cinco por ciento a fa­milias pobres, además de ayudar a sus padres. La nueva maestra —alta, atracti­va, de 21 años, pelo oscuro y sonrisa cálida— cautivó a sus alumnos. El primer día entró al aula caminando con tal garbo que los niños se pusieron de pie, firmes como cadetes. Soy la señorita Lawson dijo, y añadió con fingida severidad—: Por favor, no  me llamen señora.  Dorothy  era escrupulosa, pero no se an-
daba con remilgos. Un día, durante el recreo, un pequeño cayó en el estanque y ella se metió a sacarlo sin perder un ápice de dignidad.
En los nueve años que enseñó en Ridgeway, ayudar a los niños fue su prioridad. A menudo, con el pretexto de un castigo, hacía que los chicos que iban atrasados se quedaran después de clases para instruirlos de manera individual.
 

Todo por los alumnos GRACIAS a su carácter afable y jo­vial, Dorothy se volvió muy popular en la comunidad. Un contemporáneo suyo comentó, lleno de admira­ción: "Dot puede trabar una amis­tad en diez minutos y conservarla para siempre". En efecto, podía ha­cer buenas migas en un restaurante, en un consultorio y hasta en la mon­taña rusa. En 1934 conoció a una pa­reja de australianos en un tren, y se carteó con ellos con tanta asiduidad, que en dos ocasiones volvieron a Ca­nadá sólo para visitarla. En 1940 el padre de Dorothy enfermó de cáncer, pero pudo vivir un poco más gracias a Bill Brott, un jornalero de la localidad que do­nó sangre para una transfusión. Aunque ella apenas lo conocía, anotó su nombre en un cuaderno. Él fue el primero en una lista de personas con quienes la maestra se sentía en deuda y que conservó 55 años. En 1942 se casó con Bud Ryther, un amable oficial de inmigración, y a los 36 años perdió un bebé duran­te el parto. A pesar de su dolor, se dio cuenta de que podía hallar con­suelo ayudando a los demás. Empe­zó a dar clases en casa a chicos que iban rezagados en la escuela; cobra­ba una cuota simbólica y sólo a los padres que podían pagarla. Uno de esos alumnos fue un jo­ven que había abandonado la escue­la y quería ser policía, pero como no sabía leer bien, no lo admitían. Con la ayuda de Dorothy, lo contrataron Testamento de gratitud Otra alumna aprendía tan mal, que la catalogaron como "poco apta". Pero al cabo de unas clases indivi­duales, la maestra se dio cuenta de que la niña estaba un poco sorda. Cuando ésta volvió a la escuela y se sentó frente al pizarrón, demostró que tenía una inteligencia superior a la del alumno medio. Mucho antes de que hubiera es­cuelas de educación especial, Do­rothy ayudaba a los alumnos con proble­mas de aprendizaje. Quienes la conocieron dicen que este comen­tario suyo sintetizaba su filosofía: "Sean cua­les sean sus aptitudes, mi meta es que las de­sarrollen al máximo".

Al poco tiempo su labor también atrajo adultos iletrados, entre ellos un trabajador de una fábrica de productos químicos que deducía el contenido de las bo­tellas por el tamaño y color de las etiquetas. Temeroso de perder el empleo, recurrió a Dorothy. Meses después, cuando preparaba un em­barque de productos, advirtió que estaba leyendo las etiquetas y rom­pió a llorar de emoción. 

Al morir la madre de Bud, Do­rothy se mudó con él a la casa de su suegra. Allí, un muchacho que su­fría daño cerebral a causa de un ac­cidente se volvió su mejor alumno. Los médicos pensaban que no po­dría aprender nada más, pero con ayuda de Dorothy logró terminar la enseñanza media, tomó cursos de administración por correspondencia y se hizo autosuficiente.

En total, Dorothy instruyó a unos 600 alumnos, en casa y en la escuela. A casi todos los consideraba amigos suyos y se mantenía enterada de su vida. Cuando Madeline Faiazza fue electa alcaldesa de Fort Erie, su ex maestra le envió una carta en que Tenía tantos amigos, que a veces tardaba una hora en recorrer una calle, ya que muchos la hacían detenerse a charlar. Has­ta los inmigrantes sucumbían a su encanto. Dos de ellos fueron Nizar Marani y su esposa, Mobina, que se establecieron en el pueblo luego de haber residido en Africa e Inglate­rra. El día en que vieron entrar en su farmacia a Dorothy con un ramo de flores, empezaron a sentirse como si estuvieran en casa.

Tras la muerte de Bud, en 1983, la maestra dio clases cinco años más, y se jubiló a los 78. Entonces tuvo más tiempo para cartearse con los viejos amigos que se habían ido del pueblo y para invitar a tomar el té a los que aún residían allí.SELECCIONES DEL READER'S DIGEST SEPTIEMBRE DE 1999

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