sábado, 6 de agosto de 2022

CAPITULO XIV.- BELÉN- “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-. -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

CAPITULO XIV.

Belén.

Saliendo por la puerta de Jafa y acompañados de Monseñor Luis A. Arce y Ruenta, Obispo de Limacon quien visitamos otros santos lugaresfuimos a Belén, que está a una hora de Jerusalén. Monseñor Arce, que del Papado tiene una honrosa distinción espiritual, había estado recientemente en Roma y se encontraba en la antigua Judea con los mismos fines de pere­grinación que nos llevaron a Palestina. De él conservamos en nuestro álbum de viaje una amable página autógrafa llena de unción religiosa.

En el camino, a ambos lados, centenares de alondras salían volando de entre los campos de trigo, llevando en sus picos granos del precioso cereal, que relumbraba a la luz del cristal azul del cielo.

Antes de entrar a la pintoresca ciudad de Belén vimos la residencia del Patriarca Griego, que está en sus alrededores.

¡Oh Belén! ¡Oh el lugar de la Natividad! ¡Cómo se ve de lejos en medio de muchas montañas, como mimada por la misma Naturaleza que la arrulla en el firmamento!

Por una calle recta, ancha, que va desde el principio de la población hasta la Iglesia principal de Belén y el Convento de la Natividad, pasamos directamente a este templo que guarda bajo sus severas bóvedas el pesebre en que nació el Niño Dios.

Estábamos en el punto de la Palestina desde donde el naci­miento de Jesús en tiempos del Emperador Augusto, de Roma, vino a conmover el mundo entero porque trajo la redención humana.

Todavía se siente el suave aleteo de las esperanzas, del júbilo, de la dicha por el nacimiento de Jesús y, parece que allá acaban de pasar las escenas primeras del Cristianismo. Se tiene la idea de estar presenciándolas. Hay algo especial, algo que seduce, que atrae el corazón y que purifica los senti­mientos en Belén; se siente el alma saturada de indescriptible felicidad, de la cual no se puede gozar en ninguna otra parte. La cuna del Catolicismo y de las demás iglesias cristianas

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tienen allá sus bases inconmovibles; su historia tiene la espe­cialidad de ser bien sabida y repetida por todo sér humano desde su niñez o desde los primeros años de su juventud hasta su muerte. Todos la conocen y la comentan: creyentes y no creyentes.

 La luz del Catolicismo desde allá brilla como un sol sin ocaso. De Belén sopla una suave brisa que baña los espíritus educados para el bien. Por esta magnificencia se explica la fuerza misteriosa que ejerce la luz de Belén sobre las comple­jidades del destino humano. Allá está el comienzo de los hechos más grandes que registra la Historia de la Humanidad; el principio de los acontecimientos que han causado eterna con­moción al hombre consciente, el punto de partida de las sanas enseñanzas del Cristianismo, que generaciones sucesivas han cantado, cantan y glorificarán siempre. Belén es una antorcha, una no interrumpida iluminación.

Allá fuimos cortesmente atendidos por uno de los Padres Franciscanos que se encuentran en todos los lugares santos desempeñando su piadosa y noble misión. Nuestro deseo incon­tenido de llegar pronto al sitio precioso donde vió la primera luz el Salvador, nos hizo suplicar al Franciscano que nos llevase ahí antes de conocer otros puntos de la iglesia; y él así lo hizo.

Nos encontrábamos, pues, en el lugar en que se alojó la Santa Familia. Los sacros recuerdos y la presencia de las reliquias casi nos hacían ver el establo, la pobreza, la sencillez, la humildad que había allá cuando ocurrió aquel providencial nacimiento, que es conocido y celebrado universalmente.

Hacia el fondo de la iglesia, a mano derecha del Altar Mayor y bajando a la gruta por unas gradas de piedra, se encuentra el pesebre donde Jesucristo nació! Es una capilla especial la que guarda esta reliquia. Muchas lámparas de oro y plata y muchas velas la iluminan de día y de noche. El olor del incienso y la mirra embalsaman el aire tibio que parece salir de la cuna sagrada, que se representa hasta en los más apartados contornos de la tierra. Se dijera que ahí impresiona aún más la solemnidad de las misas y otros ritos católicos; que las paredes, la bóveda y el piso copian todas las oraciones, peticiones, plegarias y hosannas de los millares de personas que postradas de hinojos rinden respetuoso homenaje al Reden­tor. Se dijera que todas estas manifestaciones ahí quedan im­presas para siempre y que—en su grandeza—dan cabida a las que diariamente se repiten por los creyentes.

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En esta misma gruta y cerca del pesebre existe dentro de un nicho, una gran estrella de plata que representa la que guió a los Reyes Magos hacia el paraje glorioso donde nació el Mesías. Sus innumerables picos como que significan los rayos de infinita luz que desde allá ha brotado y brota para todos los ámbitos del Orbe. Sobre dicho pesebre se encuentra un Niño Dios, rubio, de ojos negros, muy vivos, expresivos; de angeli­cal sonrisa y de manecitas rosadas, nimbado de inocencia. Con­templándole, parece que va a balbucir; se le nota una dulce expresión y, sin duda, la sacratísima representación que tiene y la majestad del lugar donde se encuentra imprimen a su sem­blante un resplandor divino.

Todo el contorno y el techo en el interior están adornados con riquísima tapicería.

Allá evocamos el recuerdo de San José y la Virgen, cuan­do llegaron a pasar la pascua a Belén y que no habiendo encon­trado alojamiento en ningún mesón o casa de posadas, tuvie­ron que acomodarse, refugiarse dentro de las frágiles paredes y de las frías rocas del pobre establo que tuvo la dicha de albergarles.

Pensamos en la necesidad, en la indigencia de la Santa Familia y cómo, por divinos designios, de su seno surgió el Salvador del Mundo. He ahí cómo de los más modestos, nacía el más Grande, el más Elevado!

Nos imaginamos las alegres escenas que siguieron al adve­nimiento de Jesús y que felizmente se desarrollaron en Belén El manso buey y la cansada mula que con su aliento daban calor para contrarrestar el frío intenso de aquella noche inver­nal en que, al fin, los resignados nazarenos encontraron asilo salvaje en el interior de la caverna perforada en rústica roca La paja y el pienso secos que había en la caballeriza del esta­blo. El infinito número de luceros y estrellas que tachonaban el límpido cielo que servía de techo a la improvisada vivienda El profundo silencio convertido en música misteriosa que anun­ciaba con angelicales modulaciones la vida del Dios-Hombre! Veíamos afluir por las laderas de las colinas, por los prados y los valles, montañeses campesinos, pastores y zagalas especial­mente, que llegaban con las manos llenas de regalos para el Niño Dios, a quien llevaban cosas sencillas, como: flores, frutas leche, queso, lana y corderos, que la tierra y sus ganados les producían; aun las mismas caravanas enteras, atraídas por el magno acontecimiento; cuando todas aquellas humildes gentes después de la felicitación a la Virgen, se ponían a bailar al son

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de sus tamboriles, salterios, laúdes y pitos. Veíamos a Baltazar, Gaspar y Melchor viniendo desde sus ricos palacios de Oriente acercándose ansiosa y agitadamente después de haber ido a preguntar a Herodes (quien les dijo que al encontrarle le avi­saran porque él también deseaba adorarle), dónde estaba el Mesías, que ya había aparecido; pasaba por nuestra mente el instante en que la estrella que los guiaba se detuvo y ellos descendieron de sus camellos—las naves del desierto—para ir a pie a ofrendar al Hijo de Dios cuanto tenían y protestarle su respeto religioso. Se arrodillaron para adorarle, para signi­ficar que la ciencia de aquel entonces quedaba substituida por la Nueva Sabiduría del Amor, por la Inocencia. Los Magos —que representaban a los guerreros y a los sabios de tales tiempos—se le ofrecieron como prenda de obediencia del mundo entero y llevaron piedras preciosas, oro, incienso y mirra, como regalos al Niño Dios. A su paso arrastraban sus ricas capas carmesí.

Al influjo de aquellos recuerdos imperecederos, decíamos para sí : es natural que el "Nacimiento," que por doquiera se pone en Diciembre para celebrar "Noche Buena," despierte tanta ilu­sión, tanto interés, máxime entre los niños que con mucha anti­cipación andan tras de sus mamás suplicándoles el arreglo del risco para colocar ahí al Niño Dios. Así nos llegaba el pene­trante olor de las manzanillas, pataxtes, molocotones, cidras, limas, naranjas y demás frutas tropicales con retazos de oropel, así como la verde hoja de pacaya y la vistosa flor "pie de gallo" con que graciosamente se adorna el clásico "Nacimiento." Así veíamos el "árbol de Navidad" con sus ramas vencidas por el peso de los juguetes, las cascadas y riachuelos con su mur­mullo inimitable, las grutas, los caminos cubiertos de arena blanca formando líneas caprichosas, los pinares, los vergeles; los cabros, unos entre los troncos y la hojarasca y otros saltando en las veredas para subir o bajar las empinadas montañas; los trigales, las hacinas inmediatas a las eras donde se trillan las mieses y las gavillas se deshacen; los rebaños a lo lejos, los lobos cerca de aquellos, las gallinas revoloteando en el corral, cerca de la choza cuidada por un perro, los rústicos puentes de tallos con la corteza despegándose, sobre los barrancos, etc. Todo esto y mucho más veíamos en Belén, con la penetrante mirada de la imaginación al evocar esos bíblicos recuerdos que pasan de los siglos a los siglos sin detenerse.

Nos parecía oír por doquiera el "Gloria a Dios en las alturas y Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad" cantado

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POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

por los coros de ángeles que llevaron la Buena Nueva a todos los ámbitos de la tierra.

Rememoramos cómo en Belén, animales domésticos fueron los primeros adoradores de Jesús. Después los niños y por último los hombres. Cómo los pastores, los cuidadores de las bestias, los hombres sencillos, fueron sus más fervientes ado­radores; aquellos pastores solitarios que sabían que al Mesías se le esperaba desde hacía mil años y que en esta ocasión se extremecieron, cuando el Angel les dió la buena nueva, que confirmaron yendo a ver con profundo amor al Niño Dios.

A aquel paraíso palestiniano todos llegan con una gran ilusión, con una pasión mística: las palabras de Dios, "todos somos hermanos" tienen allá su original, y su noble significa­ción parece vigorizar el corazón humano, donde se sembró y germinó la simiente de la fe cristiana para que sus flores fueran llevadas y apreciadas—como se hizo—por los cuatro puntos car­dinales. El rico olor de sus jardines sobre las terrazas tras­ciende y la suavidad de armiño y de seda que contienen los pétalos de sus lindas flores, acarician las almas sensitivas cau­sando un placer inacabable.

 Cerca de la Iglesia de la Natividad está el pozo donde, según se dice, cayó la estrella que dirigía a los Reyes Magos en su camino después de reaparecer a elevada altura sobre la cisterna que conserva el nombre de aquellos monarcas.

La Natividad, que es la mejor de todas las iglesias de Tierra Santa, fué construida por orden de la Emperatriz Elena, madre de Constantino el Grande; es también la más espaciosa, y en sus paredes existen cuadros bordados en oro, ex-votos en marfil y mármol; todos en testimonio de gratitud. Son recuer­dos de los milagros.

Estuvimos también en la Iglesia de la Adoración, nimbada por muchas tradiciones referentes a la Sagrada Familia, así como en la de Santa Catalina de Alejandría, en el mismo lugar donde el Señor se le apareció a dicha Santa prediciéndole su martirio. Desde su basílica se desciende a la gruta en que está la Capilla de los Inocentes, sitio en que Herodes hizo degollar, decapitar a todos los niños que ahí se habían ocul­tado.

Junto al Convento de la Natividad existe una fortaleza que fué construida por los francos, después de las Cruzadas.

Desde la iglesia principal de Belén se domina gran parte de la población, estando a mano derecha el camino que conduce a Jerusalén y uno de los barrancos que circundan la ciudad.

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 Notamos que sobre la pendiente de la colina que teníamos cerca habían muchos sotos, es decir, muros o diques de granito, den­tro de los cuales se echa tierra vegetal y calcárea para el cultivo de la viña y otras plantas que allí adquieren gran desarrollo. Por medio de tales sotos se evita también, como hacen en Suiza e Italia, que los terrenos se laven y pierdan su fertilidad.

La Naturaleza toda, ha puesto su sello de grandeza en Belén y sus moradores saben aprovecharla. Su cielo es de azul y blanco; su clima, delicioso. Las casas en su mayor parte están pintadas de blanco y en sus techos predomina la teja de barro, naranjada o amarillenta. Son bajas y de un piso. Entre las construcciones modernas hay varias de cemento armado, sólidas. Dentro del perímetro de la población existen algunas pequeñas colinas cubiertas de bonitas habitaciones y de jar­dines.

Visitamos un convento y una escuela católica que se en­cuentra en lo más alto del poblado.

El silencioso Monasterio de las Carmelitas ocupa un dis­tinguido sitio; los belemitas tienen respetuoso afecto por esa institución religiosa, fundada por la piedad de las monjas, cuya peregrinación orientó hacia Palestina. Los y las Belemitas son muy laboriosos, dedicándose a varias industrias, la del comercio inclusive. Entre éstas sobresalen las de tejidos blancos a mano, como: blondas, encajes y tiras bordadas. Igualmente se dedican a la fabricación de rosarios y crucifijos, empleando pepitas de aceitunas y dátiles para los primeros y marfil y ma­deras finas para los segundos.

Los Padres Salesianos tienen una Escuela Industrial con talleres de toda clase a la par de su hermosa Casa de Huér­fanos.

Sus habitantes, en general, son cristianos; tienen color cla­ro, blanco con chapas rosadas. Las belemitas se distinguen por su hermosura, que es como un don que la Virgen dejara a su país, como una copia de su propia belleza. Es proverbial la virtud y la inocencia de aquellas hacendosas mujeres, cualida­des que nos pareció admirar en sus pupilas, así como cierto secreto orgullo de que el mundo las tenga en este concepto. Ellas se visten con mucha sencillez, prefiriendo los colores suaves, más bien albos. Sus peinados son altos, elegantes, muy parecidos a los que se hacen las madrileñas. Adornan su cabe­za con blanquísima mantilla. Tienen una ingenua coquetería, uniendo su inocencia a la hermosura. Son dueñas de una ele­gancia natural. Entre los hombres se nota mucha emigración

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en Belén, pues ellos van en busca de fortuna a todas partes del mundo, prefiriendo la América, de donde envían dinero para ir fincando en su ciudad nativa. Al cabo de largos años, aquellos varones, regresan con más dinero economizado a seguir trabajando bajo la, égida de su patria, después de haber estado muy distante de ella. Tuvimos la sorpresa de encontrar en una tienda a donde fuimos a cambiar una moneda, a un Señor Abularach, que había estado algunos años en Guatemala y que sintió gusto en atendernos y en platicarnos de la tierra de Juan Chapín. Se nos ofreció galantemente para darnos todos los informes que de su terruño deseásemos y nos manifestó su intención de volver a Centro-América.

Entre los árboles especiales que vimos en Belén, recorda­mos los canelos, cuyas aromáticas hojas embalsaman el am­biente. Vimos gran variedad de flores, a cuales más bonitas y delicadas.

Los bazares y tiendas de alguna importancia están en la calle principal y contribuyen a la vida material belemita.

A la hora del almuerzo nos pusieron, entre otras frutas, las uvas más grandes y más dulces que hasta hoy hemos visto. Eran moradas, carnosas y de un jugo delicioso.

Entre los animales raros vimos unos carneros muy finos, cuya lana es de gran valor, comparable a los merinos. En la raza de carneros belemitas, se observa la particularidad que, en vez de cola, tienen una especie de bolsa donde la gordura del animal adquiere su mayor desarrollo. Según se nos dijo, han tratado de propagar tal especie en otros países, mas no lo han conseguido.

En una hortaliza,vimos que cosechaban rábanos de media vara de largo, más grandes  los bananos de oro que produ­cen las ricas costas del Pacífico. Los clásicos pozos de agua potable, están rodeados de árboles y arbustos que alternan con flores; son de verse los grupos encantadores que en su brocal forman las jóvenes que ahí van a proveerse del precioso líqui­do, del que llenan sus hidrias o tinajuelas hasta desbordarlo.

Llegaban comerciantes de diferentes puntos, haciendo uso de los asnos para transportar sus mercaderías. Otros salían —a caballo y a pie—hacia los vecinos pueblos.

Las calles están empedradas y se conservan limpias; son bastante alegres. En los campos, cerca y a lo lejos, las parti­das de yeguas, vacas y ovejas, que cuidaban los pastores ...

De Belén salió la Virgen María cuando supo que Herodes, Rey de Judea—un soldado advenedizo, cobarde—mandó deca‑

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pitar cuantos niños existían, temeroso de que entre ellos estu­viera el Mesías. Una de las víctimas fué su propio hijo.

La crueldad de Herodes no alcanzó al Salvador. La Vir­gen, avisada por un Angel, huyó con su hijo adorado, que cons­tituía todo su amor, toda su riqueza. Era una vida que no permitía que extinguieran los verdugos herodianos.

San José la acompañaba, y jalaba la borriquita en que iba montada y cubriendo con sus brazos y su capa al Niño Dios. Así se inició la huida de la Santa Familia a Egipto.

Comenzaron a caminar en la obscuridad de la noche. Iban camino del destierro, hacia el desierto egipciano y, pasando por Caná, llegaron hasta las riberas del Nilo.

La Santa Familia anduvo por el mismo camino en que Moisés encabezó sus tribus y permaneció también en ese río, donde dicho patriarca se salvó,

Jesucristo reconstruyó aquel viaje e inmortalizó su obra de Libertador. Moisés, que se destaca en el Antiguo Testa­mento con altos relieves, después de haber recibido y entregado las Tablas de la Ley de Dios, el Decálogo, a sus protegidos en la cima del Sinaí, recibió también la promesa—de parte de Dios—de un nuevo Profeta: Jesucristo, el Mesías, el Príncipe de la Paz. Es aquel sabio legislador y guerrero a quien se atri­buyen: la separación de las aguas del Mar Rojo, el paro del sol y que hizo surgir el agua de las rocas, bajar el maná del cielo para los Israelitas, etc.

 Egipto, la tierra de las momias perfumadas, de las regias tumbas; suelo enrojecido por la sangre de sus guerreros color de ébano, quemado por el sol, regado por las aguas del Nilo, era el predestinado refugió del Divino Maestro!

Las campanas plañideras anunciaban la hora de la oración y nosotros dispusimos volver a la Ciudad de Sión, cuando ya iba a anochecer; al rato, gozábamos de un hermoso cielo de luna que iluminaba todo el espacio, permitiendo contemplar la ciudad tranquila y el campo florido. En los terrenos adya­centes a ambos lados de la vía pública por donde pasamos, observábamos muchos rebaños acorralados y oíamos los corderi­tos que, de cuando en cuando, interrumpían con su balido el silencio de la noche.

Al regresar de Belén, meditando sobre la trascendencia mundial de "La Navidad" y su coincidencia con las más nota­bles manifestaciones que tuvo el genio latino porque fué enton­ces cuando alcanzaron en Italia mayor desarrollo la Arquitec­tura, la Poesía, el Arte, la Literatura, las Ciencias Políticas,

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etc., en el Siglo de Augusto, nuestra imaginación voló hasta Roma, que ya habíamos visitado detenidamente. Es de entonces que data la Era Cristiana. Con "La Navidad" se cambió el pro­cedimiento para contar el tiempo. Desde aquel magno suceso que trajo el sublime consuelo de la religión se dice y se dirá: "Antes de Jesucristo" (A. de J. C.), "Después de Jesucristo" (D. de J. C.)

Y, finalmente, recordábamos con infinita ternura la voz de nuestra madre, quien para adormecernos durante la infancia, cantaba diciendo:

¡ Pastores, pastores! Vamos a Belén, a ver a María y al Niño también!. .."

Printed in the United States of America.

192-( digitalizando 10 A.M . Viernes Santo 19 de Abril de 2019)

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